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Que me pongan en la lista

Un escritor amigo me llama, presa de un ataque de ira: “Publicaron una lista de escritores en El Caimán Barbudo, ¿quién es el autor?, ¿alguien lo conoce?”. “Pues no sé”, respondo. Mi amigo está visiblemente (mejor dicho, audiblemente molesto). Se nota lo agriado de su voz tras el teléfono.

“Esa lista es una infamia”, mi amigo insiste. “Algunos de los escritores mencionados no tienen nombre; otros ni siquiera tienen pluma”. “¿Cómo que no tienen nombre?”, pregunto, “¿revisaste la inscripción de nacimiento?”. “No es gracioso”, me dice, “a este paso en el extranjero pensarán que la literatura cubana es un desastre”. “No entiendo el punto”, digo. “¿Qué no entiendes?”, riposta él. Le propongo: “Déjame ver la lista y te doy mi opinión”.

El artículo en cuestión está —como ya dije— en la web de El Caimán Barbudo. Al periodista no lo conozco. He preguntado a varias personas y cada quien maneja una posible variante. “Se trata de un alias”, me comenta alguien en tono de confidencia. “Puede que sea un funcionario en cumplimiento de una orientación del Ministerio”. “¿Cuál Ministerio?” —intento seguir haciéndome el simpático. “El de Cultura, por supuesto”, me responden.

Bueno, estuve leyendo el texto durante un rato. No me pareció nada del otro mundo. Sigo sin conocer al periodista (¿qué importancia tiene?). Conozco a los escritores que nombra. Son autores cubanos, mis contemporáneos. Los he leído. Algunos, incluso, me parecen buenos. Gente común y corriente, que trabaja duro en medio de las escaseces (no me refiero solo a las materiales). Gente que podría estar ganando buen dinero como gerentes de turismo, como diplomáticos, como cuentapropistas. En cambio les dio por la literatura. Hay gente así, cardíaca a la miseria, je-je.

“No hay tal lista de escritores”, explico a mi exaltado compañero. “El tipo lanza algunas ideas (no del todo erradas, por cierto); se leyó varios libros y decide recomendarlos, ¿qué puede haber de malo?”. “¡Tú como siempre, no entiendes nada!”, tronó mi amigo. “¿Pero qué te molesta, no figurar en la lista?”. (Llegado a este punto me dio la espalda y estuve un par de días sin verlo).

Al rato comenzaron a llegar los mensajes a mi buzón electrónico. Unos a favor de la dichosa lista; la mayoría en contra. Por lo general eran correos insulsos, fruto de la emocionalidad ubérrima que nos caracteriza a los cubanos. Algunos, sin embargo, resultaban en verdad inquietantes; en especial los de mi amigo, que reapareció por vía epistolar al cabo de los dos días.

“El infeliz merece una respuesta”, escribió. En mala hora se me ocurrió decirle: “Redacta mejor tu propio artículo y puedes publicarlo en Isliada.org, ¿has visto el sitio?”. “¡Otro desastre!”, bramó mi amigo. Y continuó: “¿Hasta cuándo van a permitir que todo el mundo publique sus barrabasadas? Como si no tuviéramos suficientes imbéciles en esta isla, a cada rato se aparece uno nuevo queriendo escribir y publicar. ¡La crítica literaria no es cosa de juego, señor mío!”. “Pero es difícil callar la boca a la gente”, sugerí, “sobre todo si esa gente tiene ganas de hablar y de expresarse: todos tenemos derecho, ¿o no?”. “¡No, todos no lo tenemos!”, protestó mi amigo. Y añadió: “El tal derecho hay que ganarlo, o estaremos ayudando a estandarizar la mediocridad”. Entonces le dije: “¿Qué se te ocurre, crear una comisión ad hoc para evaluar la capacidad intelectual de cada individuo antes de permitir que se exprese? Conozco a algunos que de buena gana acogerían tu idea”. Esta vez mi amigo escritor no respondió la pregunta. No volví a recibir correo suyo hasta ahora mismo, hace apenas un minuto. Transcribo a continuación su contenido:

“Socio, encontré la solución. Prepara tú el artículo y llévalo a la redacción de El Caimán, lo tengo cuadrado con el editor de la revista. La cosa es refutar la famosa lista proponiendo la nuestra propia, en la que, por favor, no se te olvide incluirme”.

Y en eso estoy, tratando de organizar mis pensamientos. Puede que al final escriba el artículo, ¿por qué no habría de hacerlo? El único problema sería quedarme fuera (de la lista, quiero decir). No podré estar yo, ¿verdad? No sería ético. En esas tribulaciones ando…

Me expongo, además, a una nueva ronda de ataques. ¿Y si a otro escritor lastimado le da por cuestionar mi inteligencia, o me acusa de superficialidad y ligereza? Hace poco leí en este mismo sitio aquello de la levedad y el peso de la literatura cubana actual y el libro que terminó flotando en la bahía…

Creo que no escribiré, después de todo. Soy un sujeto tímido y mucha gente percibe que se me aflojan las piernas. Y se aprovechan.

Hay gente así, cardíaca a la miseria.

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