”Muchos anticipaban su venida”,
dice una vieja canción
en la pared de la iglesia.
Jesús fue a Jerusalén
rociado por el himno del gentío.
Esta semana Jesús va a entregarse por nosotros.
This week Obama comes
y no se a quién va a salvar
porque Obama no es Jesús
El arribo del ilustre dejó calvas las palmeras;
aquí ninguna tela
con barras y estrellitas
repartió el cédeerre.
El Cristo llegó a la vieja capital,
y tenía treinta y tres.
Ni las prostitutas, los vendedores de aceite, los oficiales romanos,
sabían que el mundo giraba aquella tarde
y una a una consumaba las antiguas profecías
El hijo de Dios,
compadecido,
lloró sobre las casas derruidas,
la plaza donde gritaban por dividir al pueblo,
las barbas que no querían salir fuera del templo.
El Cristo no suspira porque va a morir,
sino porque quien recibe
es el mismo que apedrea
el mismo que aclama
es el que pide condena,
cruz,
tomates,
pa
re
dón.
Los hombres de la urbe
eran sepulcros blanqueados:
rellenos de consignas,
agitando banderitas de Estados convertidos
en lindas estatuas de sal
Maldijeron a los jinetes y hoy quieren ver La Bestia
rondando en el asfalto
aún caliente de los cambios.
Tantos apedreados:
falsos y ciertos profetas.
Cuántas alas nos dio el tiempo
para reunir los polluelos
bajo el techo de las palmas