Alberto Lamar Schweyer (Matanzas, 1902-La Habana, 1942) fue un intelectual con una obra prolífica y polémica dentro del proceso cultural republicano. La tradición historiográfica lo estigmatizó como el traidor de los minoristas, nihilista, escéptico y, durante mucho tiempo, no dirigió sus miradas sobre el ensayista, novelista y periodista, quien también fue considerado un profundo observador de la realidad cubana por Enrique Labrador Ruiz y recio temperamento de pensador por José Ingenieros. Desde temprana edad, Lamar ingresó a la vida cultural cubana y ocupó cargos en publicaciones periódicas. Fue fundador de la tertulia del café Martí junto a otros destacados escritores, entre los que se encontraban: Rubén Martínez Villena, Enrique Serpa y Jorge Mañach. Formó parte del Grupo Minorista, la Academia de Ciencias Sociales , la Falange de Acción Cubana, el Movimiento de Veteranos y Patriotas y la Sociedad del Folklore creada por Fernando Ortiz. Colaboró con las más importantes revistas y periódicos de las décadas del veinte y treinta, publicando reseñas, artículos y ensayos de corte artístico-literario y sociológico; además de dar a conocer varios libros en estos campos.
Alberto Lamar fue parte de la generación del 30. Una generación transgresora de determinados códigos artísticos, pero también cívicos y políticos, y que, de manera general, produce una ruptura con la generación del mambisado. Él es controversial porque formó parte de una generación que irrumpe con objetivos de tipo antimperialista y transgresor en el campo literario y cultural; pero, en el caso de Lamar, fue un interlocutor de otras figuras importantes de su época como Juan Marinello, Rubén Martínez Villena, Emilio Roig de Leuchsenring, entre otros. En sus textos se distinguen las rupturas y contradicciones con el pensamiento social de los miembros de su generación.
Lamar Schweyer llegó a ser un intelectual destacado en su época aun así, es una figura insuficientemente conocida por los investigadores y escritores cubanos. Su pensamiento, conservador y contradictorio, forma parte del patrimonio de las ideas y “la historia de las ideas ha sido objeto de escasas investigaciones en nuestro medio intelectual, cuestión que se evidencia especialmente en la historia de las ideas políticas en el periodo republicano”. (Zanetti, 2005, p. 4). En La historiografía en la Revolución cubana. Reflexiones a 50 años, Rolando Julio Rensoli (2010), coincide con Zanetti al afirmar que “aún queda mucho por saberse de todo cuanto aportó el pensamiento conservador y sus conductas a la cultura política de la nación cubana” (p. 4).
Evidentemente, dentro de la historia de las ideas políticas cubanas, las menos examinadas son las ideas conservadoras. En tal sentido, la figura de Alberto Lamar reclama ser estudiada porque forma parte de un proceso y un entramado ideológico en el cual asumió un papel relevante. La historia de una nación no se hace solo con las ideas más progresistas de los hombres y las mujeres, sino con la lucha entre estas y las que no lo son tanto. La construcción del pensamiento social de un periodo, de un grupo de intelectuales o de un país, no incluye solo a personajes positivos o de buenas acciones. Cuando se invisibiliza una parte inquietante de la historia como pudiera ser el pensamiento de Lamar, se comete el error de no darle el justo valor a los que sí fueron progresistas, quienes tuvieron que dialogar de forma plural y cívica con las actitudes de la ideología de su época.
Dentro de esta perspectiva, uno de los intelectuales que necesitar ser examinado específicamente es Alberto Lamar Schweyer. Sobre la base de las consideraciones anteriores, cuando la doctora Graziella Pogolotti organizó, en la Fundación Alejo Carpentier, el ciclo de conferencias sobre escritores olvidados de la república, una de las disertaciones fue dedicada a Lamar Schweyer. En ella, el filósofo y Premio Nacional de Ciencias Sociales Aurelio Alonso (2012), señaló: “Lamar ha sido el más afectado por el descuido de la mirada de quienes nos suponemos preocupados, (…), en conocer del trayecto recorrido por el pensamiento cubano: incluyo a historiadores, sociólogos, antropólogos, filósofos y en general a cualquier cubano ilustrado”.
Pensamiento social puede ser entendido como aquellas ideas y reflexiones enfocadas en diagnósticos y soluciones para el desarrollo de la sociedad. Se produce en un ámbito histórico-social donde se interroga, se plantean cuestiones y se ofrecen respuestas a muchas de las problemáticas que se generan. También puede estudiarse el pensamiento social de un sujeto o grupo determinado, pues como todo pensamiento que se expresa en un contexto y época, tiene elementos comunes entre varias personas y, a la vez, particularidades dignas de estudiar.
La conceptualización de qué es pensamiento social tiene un carácter filosófico, sociológico y también ha sido abordado desde la psicología social. Se asume el concepto del ensayista e historiador Fernando Martínez Heredia, por su dimensión holística y porque incluye la pertenencia o filiación ideológica, política y artística, como expresión de las condiciones sociales e intelectuales que regulan el movimiento de las ideas en cada momento histórico.
“El pensamiento social está vinculado a las concepciones más generales que se tengan de la materia social, desde los modos de emprender su conocimiento y las normas, conceptos previos y fronteras que se oponen a esos procesos intelectuales, y las pertenencias ideológicas de los implicados. (…) El pensamiento social incluye trabajos acerca de determinadas materias sociales o de los propios procesos intelectuales, que tienen como objetivos analizar, dar vehículo a las instituciones, buscar interrogantes, conocimientos, comparaciones e incluso pronósticos y exponer en síntesis coherentes y eficaces el material al que se ha arribado y las ideas del autor” (Martínez, 2008, p. 5).
Particularmente, en el pensamiento social de Alberto Lamar se aprecian los problemas de género y el papel de la mujer, el racismo, la tiranía, el positivismo como corriente filosófica, la denuncia a la decadencia política, social y moral de los gobernantes, así como a la falta de tradición social y política como origen del fracaso democrático en América, entre otras tendencias generales. El objetivo de este ensayo es fundamentar las tendencias predominantes del pensamiento social de Alberto Lamar Schweyer, reflejadas en El Fígaro, Social y El Sol, en la década del veinte del pasado siglo.
El acercamiento a las fuentes reflejó que existen escasos estudios con carácter científico sobre la vida y obra de Lamar Schweyer. Entre estas aproximaciones se encuentran: “El subjetivismo y el nietzscheanismo de Alberto Lamar Schweyer”, del doctor Miguel Rojas Gómez. En él se argumenta que la ensayística filosófica y la teoría política de Lamar marcaron una involución, que va desde manifestar los valores culturales de la nación y la integración al minorismo, hasta el irracionalismo y la apología a las tiranías en Cuba y América Latina (Rojas, 1998, pp. 115-124). El libro Segundas lecturas. Intelectualidad, política y cultura en la república burguesa, de la doctora Alina López Hernández, contiene el ensayo “Moviendo la izquierda desde la derecha: el pensamiento conservador de Alberto Lamar Schweyer”. (López, 2013, pp. 67-85). En este texto se analizan los postulados teóricos del pensamiento conservador que Lamar Schweyer sostiene en su obra Biología de la democracia y se expone que lo fecundo del pensamiento político reside en la posibilidad de confrontar ideas opuestas entre la izquierda y la derecha, así como a la polémica se suscitó la obra antes mencionada.
Otro texto es “¿Biología o Sociología?: una disyuntiva en polémica”, de la historiadora Leidiedis Góngora Cruz (Góngora, 2010, pp. 15-18). Este trabajo estudia la polémica entre Alberto Lamar y Roberto Agramonte en 1927, destacándose el enfoque como un momento de transición entre la interpretación biologizante de los procesos sociales y políticos a una comprensión sociológica y la significación de esta en el ámbito político y cultural cubano de la época. La autora plantea que mientras para Lamar la desigualdad entre los hombres es una fatalidad biológica, para Agramonte es un producto de las relaciones sociales. En la tesis de pre-grado “Alberto Lamar Schweyer: narrar la década del treinta”, de Leymen Pérez, se analizan sus novelas La roca de Patmos y Vendaval en los cañaverales, publicadas en los años treinta y se aportan datos biográficos sobre el autor. (Pérez, 2010).
El libro La Virtud Doméstica. El sueño imposible de las clases medias cubanas (2016), de Rigoberto Segreo Ricardo, es un referente actual que sintetiza el pensamiento del sector intelectual de las clases cubanas durante las dos primeras décadas del siglo xx. En el texto “Rodó y su influencia en Cuba”, Segreo demuestra cómo Lamar Schweyer tiene una noción exacta del proceso de transición del positivismo a la filosofía idealista. El investigador examina a profundidad la personalidad de José Enrique Rodó como padre latinoamericano de un pensamiento que abandona el rígido positivismo, en correspondencia con el criterio reflexivo europeo contemporáneo.
La producción creativa de Alberto Lamar tuvo repercusión en distintos momentos de la república neocolonial y contó con la aprobación de muchos intelectuales que integraron la década crítica, como la llamó Juan Marinello, y de otros importantes escritores latinoamericanos. Su obra, desde el punto de vista de su calidad literaria, propiamente, ha sido evaluada por estudiosos cubanos de prestigio, como Enrique José Varona, Max Henríquez Ureña, Rafael Montoro, Lisandro Otero y Marcelo Pogolotti, quien consideró a Lamar como “la pluma más inteligente y culta de su promoción” (Pogolotti, 2002, p.170); valoración excesiva si recordamos que entre sus contemporáneos se encontraban otros notables intelectuales.
Además de su obra novelística y ensayística, Lamar tiene una amplia labor periodística, profesión a la que le dedicó más tiempo y donde se encuentra su mayor producción intelectual en contraste con su obra literaria. Este corpus periodístico permite hacer un estudio pues es sistemático a lo largo de su existencia y porque aún se conservan las colecciones de esos periódicos, aunque dispersas y en peligro de desaparecer definitivamente.
Fue muy valorado dentro del periodismo como cronista y articulista y en una nota editorial a propósito de su muerte se calificó por el periódico El País, donde se desempeñaba como director de las ediciones vespertinas, como “brillante escritor de reconocimiento continental, de culta y atildada prosa, y […] uno de los primeros periodistas de nuestro tiempo”. (El País, 1942, pp. 1-2).
En la investigación que precede a este texto se periodizó su pensamiento social. Los límites de un primer periodo (1918-1926) están ubicados entre su ingreso, con solo 16 años, en la redacción del Heraldo de Cuba ―probablemente aquí conoció a Orestes Ferrara, quien en el futuro cercano sería su padrino político―, y su integración a la Sociedad Hispano-Cubana de Cultura, presidida por Fernando Ortiz. El objetivo de esta era posibilitar que intelectuales españoles ofrecieran ciclos de conferencias.
Los hechos biográficos de Alberto Lamar más importantes están relacionados con su integración a la tertulia del café Martí, donde coincide con figuras como Rubén Martínez Villena, Enrique Serpa, Andrés Núñez Olano, Juan Marinello, Jorge Mañach, entre otros, que ejercerán influencia en su formación intelectual. Aun cuando no se ha encontrado prueba documental sobre su matrícula; sin embargo, por la correspondencia entre sus coetáneos parece que sí ingresó en la Universidad de La Habana.
Otros hechos significativos son: el inicio de su labor literaria en las revistas El Fígaro (1921-1929) y Social (1921-1927), su colaboración en Cuba Contemporánea (1922) y El Mundo (alrededor de 1922-1923). En este periodo integra el comité de propaganda de la Falange de Acción Cubana (1923) junto a Calixto Masó, José Z. Tallet, José A. Fernández de Castro y Francisco Ichaso. En 1924 llegó a ser subdirector de El Sol, periódico comprado por Machado para su propaganda electoral. A partir de junio de 1925 hasta el número de septiembre-diciembre del mismo año fue uno de los directores de Venezuela Libre.
Participó en la Protesta de los Trece (1923), fue miembro de la Falange de Acción Cubana (1923), del movimiento de Veteranos y Patriotas (1923) y el Grupo Minorista (1924-1928).Integró al grupo de intelectuales que firmaron el “Manifiesto de los Intelectuales Cubanos Prehomenaje a Enrique José Varona y Manuel Sanguily”, en 1924; la “Carta de los minoristas a Carlos Miguel de Céspedes”, Secretario de Obras Públicas, en 1925; la “Exposición al Honorable Presidente de la República” y la “Carta de los minoristas a Gerardo Machado”, en 1925. Abogó por la unión latinoamericana y sostuvo que era necesario hacer de la América Latina una sola nación fuerte de ideas.
El contexto epocal internacional estuvo signado por el desarrollo de la Primera Guerra Mundial, el triunfo de la Revolución de Octubre en Rusia, el sistema de Tratados Versalles-Washington como conclusión de la guerra y la posterior etapa de recuperación económica internacional. A partir de 1924 se estabilizó temporalmente la economía internacional. Además, se acentuó la aplicación del modelo estalinista en la URSS y el auge de tendencias fascistas en Europa. En Cuba, se caracterizó por el desarrollo de la industria azucarera que convirtió a la Isla en el principal proveedor de azúcar del mercado internacional en una etapa de altos precios. Hasta que, a partir de 1921, con el restablecimiento de los productores de azúcar extranjeros, se inicia en el país una aguda crisis económica.
Se destaca, en este periodo, el segundo mandato del gobierno de Mario García-Menocal, que empezó en noviembre de 1916 con la oposición de los miembros del Partido Liberal, quienes, en febrero de 1917, fueron los protagonistas de una insurrección armada conocida como Alzamiento de la Chambelona. Entre 1921 y 1925 el gobierno de Alfredo Zayas se definió por una gran corrupción de la vida política y económica. En estos años se manifestó la permanente injerencia del gobierno norteamericano en los asuntos internos del país. El gobierno dictatorial de Gerardo Machado desde mayo de 1925 y la lucha contra este que culminaría con su derrocamiento en 1933.
Las obras de Lamar Schweyer en este periodo son Amado Nervo (folleto, 1919) y René López (folleto, 1920), en las que evidencia sus alusiones preliminares relativas a creadores latinoamericanos y sus concepciones sobre la cultura y la sociedad cubanas; Los contemporáneos (Ensayos sobre literatura cubana del siglo, 1921) y Las rutas paralelas (Crítica y filosofía) (1922), donde se aprecia una falta de confianza en el futuro de su país y en las potencialidades de los cubanos para construir una sociedad. En 1923, publicó La palabra de Zaratustra (Federico Nietzsche y su influencia en el espíritu latino), en el que hace un estudio de la obra de Nietzsche e investiga los orígenes de su moral; diserta sobre los cambios psicológicos del mundo latino durante la guerra; y se hacen especulaciones relativas a las grandes alteraciones morales por las que pasa la sociedad.
La tendencia predominante del pensamiento social de Aberto Lamar Schweyer en esta primera etapa fueron las típicas entre los intelectuales miembros de la mediana y pequeña burguesía. La pobre valoración que se hace de la mujer era común en muchos sectores de la sociedad. Durante el régimen zayista, sectores discriminados como la mujer y los pobres, fueron algunos de los protagonistas de relevantes sucesos:
La inmensa mayoría de las mujeres en edad laboral no tenía empleo; la minoría que estaba incorporada al trabajo cobraba salarios muy inferiores a los hombres por la misma labor; no tenían acceso al voto y mucho menos el derecho a ser elegidas para cargos públicos; sus derechos en el hogar y la familia también eran mínimos. Un elocuente ejemplo de la condición denigrante a que estaban sometidas, era el artículo 437 del Código Penal Cubano, donde prácticamente se autorizaba al marido para dar muerte a la mujer adúltera. (Instituto de Historia de Cuba, 2002, 216)
A la misma vez que Lamar Schweyer exponía los valores culturales de Cuba, subvaloraba a la mujer. Esto se distingue en el análisis que hace de la poesía escrita por mujeres y lo que denominó el problema femenino. O También se pudiera llamar: el papel de la mujer en la sociedad. Lamar (1921) pone en tela de juicio la capacidad femenina para ocupar puestos públicos y alega que a la mujer le falta objetivad para enfrentar determinados asuntos, sobre todo, aquellos referidos a la política porque “sus sentimientos son el gran enemigo de sus aspiraciones sufragistas” (p. 238). El propio movimiento feminista cubano se había fraccionado unos años después en la actitud frente a Machado, pues este había prometido otorgar el voto a la mujer y aunque la Constituyente de 1928 dejó el tema pendiente su discusión llevó a que una parte de la dirección feminista rechazara la obtención de voto otorgado por una dictadura sangrienta, mientras otras consideraban que lo significativo era alcanzar el derecho al sufragio.
Lamar fue fructífero intelectualmente, además de escribir sobre filosofía sin ser por ello un filósofo, sociología sin ser sociólogo, reflexionó acerca de artes plásticas y literatura. Cuando analiza la obra de Dulce María Loynaz, Mariblanca Sabás Alomá y Emilia Bernal, establece que el dolor es una característica común del pensamiento entre estas poetisas, es decir, Lamar Schweyer le otorga al dolor una cualidad insoslayable para que el discurso poético adquiera firmeza expresiva. De Dulce María, refiere que “sus versos, en cuyo fondo hay un dolor que es intuitivo, son amablemente ingenuos, faltos de complicaciones sentimentales, con un dolor sutil en las estrofas, tal vez con un hastío harto prematuro, porque el espíritu de Dulce María Loynaz se ha formado más que en la experiencia de la vida, en la lectura y en la observación de los ajenos sufrimientos” (Lamar, 1921, p. 414). También exponía los iniciales valores de su obra: “No es, Dulce María Loynaz (…) una vulgar tejedora de rimas, ni repetidora de viejos maestros, ni gemidora de oficio, como tantas otras. Es un temperamento refinadamente sensible, una poetisa de intimidades, y sobre todo ello, una personalidad muy femenina, que se refleja en sus versos de un modo admirable”. (Lamar, 1921, p. 414).
Al referirse a la periodista Emilia Bernal, quien fue una de las más polémicas oradoras de los Congresos Feministas, Lamar (1921) apunta: “es evocar la figura delicada de una poetisa elegante como pocas, de una elegancia parnasiana (…), de un alma atormentada que en plena juventud aun, siente el dolor del camino, una juventud cansada ya de vivir y en cuyos ojos puso la vida un recóndito dolor que brota de los versos como de un soberbio manantial” (p. 398).
El dolor y pesimismo, señal transitoria de una generación intelectual en la que dejó su vestigio el modernismo literario ―caracterizado por la oposición entre la realidad cubana y el ideal político, con la frustrante carga de agotamiento e irritación que caló las obras poéticas de sus representantes―, fue certeza indiscutible del periodista y ensayista matancero cuando aseveró: “Esta juventud tiene algo de las primaveras marchitas, sólo el dolor florece, sólo él germina en ese páramo espiritual” (p. 398).
Ante la crisis de la sociedad cubana de las primeras décadas del siglo XX, que vio fracasada su independencia, fue frecuente entre los jóvenes intelectuales un hondo desencanto y escepticismo con relación a su realidad. De acuerdo con los razonamientos que se han señalado el pesimismo de Lamar Schweyer se percibe cuando habla de sí mismo como: “un gran adolorido, [que adora] las miradas tristes, los ojos velados de lágrimas” (p. 398).
La subvaloración de la mujer como problema de género y expresión de su pensamiento social se refuerza y constata en su ensayo “La moderna poesía femenina” cuando expone que: “mientras el hombre, viviendo intensamente, ha comprendido que el dolor es el gran enemigo de la vida (…); la mujer, más refinada pero también con menos fuerza de voluntad para sustraerse a las viejas influencias, ha buscado y busca todavía, en el dolor, la esencia suprema, la fuente única de la poesía” (Lamar, 1922,18).
El Dr. C. Julio César González Pagés (2004) refiere, en su ensayo “Feminismo y masculinidad: ¿mujeres contra hombres?”, que como corriente de ideas políticas y filosóficas el movimiento feminista fue muy cuestionado en Cuba porque sus objetivos atacaban el poder de los hombres.
La prensa cubana, dirigida por ellos ―en la cual se incluye a Alberto Lamar Schweyer―, mostraba, salvo excepciones, muchas reticencias ante este modelo de cultura trasgresora, pues suponía un ataque a la virilidad criolla, acostumbrada a que el papel de la mujer fuera el de objeto de belleza y sumisión (p. 5).
En otro texto profundamente conservador, “El sufragio femenino”, donde se opone al voto de la mujer, una de las demandas sociales más cardinales de la época, Lamar (1922) afirmaba: “hay algo más que oponer al feminismo en nuestra raza. La mujer latina, amante del hogar, de la paz doméstica, despreocupada de la política, no desea el voto” (pp. 158-159). Era propio del contexto que el hombre se constituyera el sujeto histórico y la mujer, el dominado. Para el filósofo matancero la mujer es débil, no sabe enfrentar con decisión los peligros ni mucho menos cuando se opone a un problema social. “No es la falta de capacidad intelectual lo que impide a la mujer tomar parte activa en la vida de los pueblos (…). El sentimiento, lógica afectiva, mata siempre a la reflexión y a la lógica racional”, afirma Lamar (1922, p. 151), a partir de una concepción positivista que comprende el rechazo a la especulación y las emociones y la correspondiente desvaloración del sujeto, como se ha observado a lo largo de la fundamentación hecha.
El debate sobre el lugar y los derechos de la mujer también eran comunes en otros países. En México, se celebró en 1923 el Congreso Feminista. Allí proclamaban, entre otros aspectos: “(…) la doctrina del amor libre, esto es la supresión del matrimonio civil, la enseñanza sexual en las escuelas y que éstas sean mixtas” (El Sol, 1923, p. 2). Las distintas organizaciones feministas también tenían discrepancias en torno a qué libertades, derechos y empoderamientos debería poseer la mujer. En Cuba, por ejemplo, no se aceptaban estos criterios y consideraban que “(…) esto es una exageración de las feministas mexicanas, que afortunadamente no tendrá imitadores, porque eso no es el sufragismo de las asociaciones femeninas de todo el mundo, ni es el nuestro, que celebramos a poco un Congreso donde se dieron altas muestras de caer en esas exageraciones que condenan los espíritus mesurados y las conciencias del orden (…)” (El Sol, 1923, p. 2). La poca fe en el destino progresista y el profundo pesimismo de Lamar Schweyer, no le permitieron ver más allá ―en este tópico― del contexto social en que le tocó vivir.
La exposición de los valores culturales de Cuba como tendencia de su pensamiento social es probablemente el núcleo central en este periodo en sus publicaciones periódicas. De los planteamientos anteriores se deduce, como ocurre también con otros intelectuales de estas primeras décadas republicanas, las consideraciones de un pensamiento de raíz esencialmente cultural donde la defensa de lo cubano, de sus valores estéticos y de un proyecto patriótico nacional que transitaba por el prisma de la cultura en su sentido más amplio ―que incluía educación, costumbres, arte, entre otros― que por las líneas fundamentales de la economía dominada por los Estados Unidos y el sistema político, objetado en la gran mayoría de las veces, se hacía visible en las condiciones de vida de las clases desposeídas, y en la dependencia de Cuba respecto al norte.
Lamar Schweyer (1922) dejó sus impresiones en el ensayo “Al margen de mis contemporáneos” ―documento que reviste gran importancia para apreciar cómo el grupo de los nuevos poetas que se reunían en el café Martí en 1920 pretendía rebelarse contra los valores estéticos instaurados, era antiacadémico y algo iconoclasta―. Con referencia a lo anterior, expresaba: “hay en los poetas característicos de ese nuevo grupo, una tendencia definida hacia el futurismo. Se nota en lo poco que han producido, la rebelión contra lo estatuido y contra la convencional estética predominante aún (…) (p. 102)”.
En el mismo año que publica Los contemporáneos (Ensayos sobre literatura cubana del siglo, 1921), Lamar da a conocer en El Fígaro su ensayo “Los fundamentos lógicos del futurismo”. En este artículo ofrece una lectura excepcional contra este movimiento en defensa de los valores de la tradición. Si Mariátegui rechaza el futurismo por razones esencialmente políticas en “Aspectos viejos y nuevos del futurismo” (1921), Lamar Schweyer también se resistirá al futurismo, aunque por razones estéticas.
El futurismo como tendencia artística tiene sus límites, según Lamar, por el desprecio a la tradición y a la transformación total del espíritu moderno, sino precisamente por no haber roto del todo con ese espíritu de su momento. Rememorando a Comte en las Ciencias Sociales, a Le Bon en la Filosofía política, Lamar Schweyer manifiesta que el futurismo no es realmente una ruptura como tal, ya que la base epistemológica que traspasa el siglo es, en todos los campos del saber, aquella que supera las condiciones mismas de la tradición. Según sus concepciones, la Modernidad es desde un principio futurismo y ruptura, evolución y novedad, negación y destrucción. Lamar (1921) comprendió el discurso futurista como una sencilla reflexión estructural de los cambios en la base epistemológica de su momento y alejada del sentimiento conservador: “si todo ha cambiado de un modo tan radical es lógico que la poesía se modifique también” (p. 480).
Para Lamar (1921), el futurismo no tenía que ver con la poesía del futuro, de la cual señaló: “no será ciertamente, la que sueña Marinetti, (…); no será la poesía del movimiento, de las revoluciones, la poesía convulsiva (…) La poesía “social” nacida con la muerte del decadentismo es un gran paso de avance. En la poesía futura hablarán las grandes masas; el sentimiento, más que personal, como en la poesía decadente, será colectivo, pues reflejará las aspiraciones de toda una clase” (p. 480). Restarían escasos años para que Lamar proyectara desde la derecha sus concepciones sobre la posibilidad democrática que no tienen las masas sino los actores políticos y que solo el autoritarismo puede transformar al orden. Es una contradicción que esa lógica que Lamar pudo decodificar con precisión en la esfera artística del futurismo, haya sido a su vez ignorada en el terreno de la dominación política. Su pensamiento social posee desde tempranamente una notable coherencia y se configuran las líneas conceptuales que profundizará en el futuro.
La biologización de las Ciencias Sociales estaba caracterizada por una de las limitaciones de la teoría de Darwin: simplificar la conducta humana al aspecto meramente biológico, relegando la dimensión social que convierte al hombre en un ser superior. Esta concepción biologizante también se establece cuando Lamar reflexiona en el periodo (1927-1933) sobre el sufragio femenino. Si en la etapa anterior había referido que la mujer es inferior, débil, tiene menos fuerza de voluntad y que los sentimientos son el enemigo de sus aspiraciones sufragistas, en esta etapa reaccionaria y conservadora, sostiene que constituye un error en América concederle derecho al voto al analfabeto cuando a las mujeres universitarias, a los hombres menores de edad y a los no nacionalizados, se les niega el derecho al sufragio. En el siguiente fragmento se constata lo anterior: “hay que eliminar al analfabeto como se eliminó al incapacitado mentalmente y al menor de edad, es decir, hay que crear un sistema lógico” (Lamar, 1927, p. 132). Es indudable el desprecio que tiene Lamar por las masas populares, lo que reafirma su antihumanismo en dicho aspecto. Para el periodista y filósofo matancero, el cuerpo electoral en América ya no es una fuerza activa y popular, sino que la ignorancia del ciudadano y las burlas provocaron la degradación del sufragio.
Su obra en el campo filosófico, periodístico y literario está aún por estudiar de manera estructurada, para ubicarlo en el lugar que le corresponde dentro los intelectuales con un pensamiento más coherente y, a la misma vez, más contradictorio de la vanguardia literaria cubana. El reconocimiento que recibió de sus contemporáneos y figuras emblemáticas de la cultura cubana y latinoamericana es un hecho que no debemos ignorar.
FUENTES CONSULTADAS
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