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William Snodgrass

Coffee and toughts. Photo by Toa Heftiba on Unsplash

Coffee and toughts. Photo by Toa Heftiba on Unsplash

Poemas:

La ciénaga

Contiendas y nenúfares
se aquietan en las pesadas aguas;
una treintena de ranas
saltan a cada paso que das;
el vientre de un pez resplandece
confundido entre los podridos troncos.

Allá cerca de las rocas grisáceas
ratas almizcleras se sumergen y giran.
Saliendo de su contorno de limo
una negra babosa de agua se arrastra
invertida sobre la superficie
hacia aquel alimento que ha de elegir.

Tú alzas los ojos; mientras caminas
el sol se estremece y cae preso
en el cerco de cañas de los árboles,
entre sus tallos muertos.
¿Hurgas en el barro, viejo corazón,
qué estás haciendo aquí?

Búhos

Detente; los grandes búhos cornados
están llamando desde los límites del bosque; escucha.
Aquí, el oscuro macho, bajo
y bramante, estremece al valle entero.
Allá, la hembra, alta y clara, resolviéndose
restaura el silencio.
Los helados bosques penetran
en su respiración, lenta, acechante, y ahora la de ambos
se acopla, cercana a la armonía.

Éstas son las peores noches del año,
el hielo cristaliza las ramas más altas,
la nieve vieja yace en lo profundo del suelo,
y hay nieve en los nidos que los halcones de cola roja
se adueñaron.
Nada atraviesa la costra del suelo.
Ninguna ardilla, ningún conejo o huella de roedor.
Ningún cuervo tiene crías que robar.
En estas noches el aire de acero retumba
como rejas de prisión, vacío y negro
como el interior de tu pecho.

Ahora los grandes búhos ganan
el aire, los llamados del macho ganan
en profundidad y resonancia, toman
un áspero nido, toman a su pareja
y, extendiendo las largas alas, emprenden
el vuelo, sin dejarse guiar y apartados, su voz se entrecruza
para calibrar la ciega sinapsis
sobre las blancas y muertas llanuras;
el muerto, negro boscaje, donde ellos inician
sondeos sobre lo que no corre prisa, sondeándose
el uno al otro, y cada uno a sí mismo.

Una casa bajo llave

Al conducir de regreso y cruzar la colina,
la casa todavía
entre los árboles, siempre pensaba—
temor del tonto—que podía haberse prendido
en fuego, que alguien pudo haber entrado a robar.
Como si las cosas aquí
fueron demasiado buenas. A pesar de esto, siempre la encontramos
bien cerrada, sana y salva.

Alguna vez mencioné eso, bromeando:
Sin duda hablábamos
de lo absurdo
que era sentir el riguroso celo de dios
por nuestra buena fortuna. Desde la granja
contigua, nuestros vecinos no veían llegar daño
alguno hacia las cosas que aquí cuidábamos.
¿qué tanto temíamos?

Tal vez si hubiera pensado: todas
esas cosas se pudren, caen—
graneros, casas, muebles.
nosotros dos somos más fuertes juntos
que separados; hemos crecido juntos. Todo lo que tenemos
puede quemarse; sabemos lo que es valioso—pero qué
idea. No dijimos nada.

La casa aún está de pie, bajo llave, como se mantuvo
intacta durante dos años
enteros después de que te fuiste.
Algunas cosas se escabulleron. Algo quedó
para que yo regrese a veces. El robo
y el vandalismo lo hicimos nosotros.
Debimos suponerlo.

Recuerdos

Al ordenar cartas y montones de pasados
cheques cancelados, viejos recortes y tarjetas amarillentas
que alguna vez significaron algo, casualmente encontré
tu foto. Esa foto. Ahí me detuve helado,
como un hombre que barre las hojas muertas de su jardín
y encuentra una mano seccionada.

Sin embargo, en ese primer momento, me alegré: Estás
tal como eras—tímida, delicada, esbelta,
en ese vestido largo de encaje verde y margaritas
que llevaste a nuestro primer baile. Tu presencia
nos dejó boquiabiertos a todos. Bueno, entonces nuestros anhelos eran otros
y nuestros ideales llegaban con facilidad.

Fue cuando, durante la guerra y esos dos largos años,
en ultramar los japoneses muertos en sus chozas
entre platos, muñecas y zapatos perdidos –llevaba
esa imagen tuya, ahí, para ahogarme el miedo,
probar que había sido, y que podía regresar.
Eso fue antes de casarnos.

Antes de que cada uno
agotara la energía del otro
con mentiras, abnegación, mudo lamento
y ojos afectados que acusan; antes del divorcio
y la traición. Dilo: antes de conocernos.
Vuelvo a guardar tu foto, a pesar de todo. Algún día, a su debido tiempo,
encontraré que aún está ahí.

Biografía:

William De Witt Snodgrass (5 de enero de 1926 – 13 de enero de 2009) fue un poeta confesional estadounidense que utilizó el seudónimo S. S. Gardons. Obtuvo el Premio Pulitzer de Poesía en 1960.

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