Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Washington Benavides

Washington Benavides, conocido como el Bocha, fue un poeta, músico y docente uruguayo, cuya obra refleja el alma profunda del país. Nacido en Tacuarembó en 1930, y vinculado desde joven a la cultura del sur de Brasil, Benavides destacó como una de las voces más importantes de la poesía uruguaya. Desde sus primeras colaboraciones en la revista Asir en la década de 1950, se proyectó como un creador singular, capaz de fusionar la tradición literaria con un espíritu renovador.

Su primer libro, Tata Vizcacha, publicado en 1955, fue una sátira que no solo demostró su ingenio, sino que provocó polémica, al punto de que fue objeto de una quema de ejemplares en su ciudad natal. Este gesto marcó el inicio de su carrera como un poeta dispuesto a cuestionar las convenciones sociales y literarias de su tiempo. Con los años, Benavides consolidó una vasta obra poética, que incluye títulos emblemáticos como Las Milongas y Murciélagos. Su poesía, profunda y melancólica, a menudo evoca la vida rural y los personajes marginales, con un tono que oscila entre lo trágico y lo onírico.

Benavides fue también un impulsor del canto popular como forma de resistencia durante la dictadura uruguaya. Su compromiso con la cultura y la libertad lo llevó a colaborar con músicos como Eduardo Darnauchans y Héctor Numa Moraes, contribuyendo a enriquecer el panorama musical y literario del país. El Grupo de Tacuarembó, al que perteneció, dejó una huella indeleble en la cultura uruguaya.

Como docente, Benavides ejerció una notable influencia en varias generaciones de estudiantes. Su destitución durante la dictadura y su posterior restitución en la década de 1980 evidencian su figura como un referente ético, comprometido no solo con la literatura, sino también con la enseñanza y la justicia social. Su labor como profesor en el Consejo de Educación Secundaria y en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República fue igualmente destacada.

Benavides no solo fue un poeta, sino también un músico de gran sensibilidad. Muchas de sus composiciones fueron musicalizadas por artistas de renombre, como Daniel Viglietti y Alfredo Zitarrosa. Canciones como Milonga del Cordobés y Yo no soy de por aquí son ejemplos de cómo su poesía trascendió el papel para convertirse en parte del acervo cultural uruguayo.

A lo largo de su vida, Benavides fue un incansable creador, dejando una obra prolífica que abarca más de una veintena de títulos. En sus últimos años, se publicaron antologías y ediciones críticas que revisaron su legado, consolidando su lugar en la historia literaria. Su última etapa estuvo marcada por una exploración más íntima y personal, como se refleja en los poemarios Retablo Roto y Selva Selvaggia.

Washington Benavides falleció en Montevideo en 2017, pero su voz sigue resonando en cada verso, en cada canción, y en cada recuerdo de quienes lo conocieron. Poeta de lo pequeño y lo inmenso, su legado es un conjuro que atraviesa generaciones, un canto que no se apaga.

A Bernart de Ventadorm en 1963

Bernart de Ventadorn: cómo de pronto envidio
tus canciones -si Leonor de Aquitania
u otra olvidada dama, templaron a las cuerdas
de tu fino instrumento-.
Pero aún más, todavía
la estrofa con el puro fucilazo de oro
del instante:
«Can vei la lauzeta mover
de joi sas alas contra ‘I rai,
e que s’oblid’e’s laissa chazer
per la doussor c’al cor li vai…».

Esa alondra, que mueve con alegría sus alas
contra el rayo del sol y que se desvanece
y se deja caer, por la dulzura
que al corazón le llega, cómo empuja
ojos y frente oscuros a lo alto!

Triste país es éste, Bernart, cuando sentimos
que antes de la agonía aspiramos a sombras;
cuando desconocemos al caído,
cuando vemos sin ver la miseria y la costra.

Y tú con esa alondra para alumbrar la vida!

(Y de un oscuro origen, en duro tiempo hiciste
brotar el agua limpia)
Trobar clus = luz guardada.

Sangraste, trovador, en tu alambique
donde se destilaban rimas y neoplatónicas
veladuras.
Pero te sobrevive lo esencial:
el alma.
El alma o su armadura
en una alondra.

Miro el cielo del triste país, Bernart, que amo,
y acaso estén ahí -como una dura prueba
del tiempo y su alevosa espoleta- maquinarias
fatales y con alas de ángeles o «lauzetas»…
Una alondra es preciso, Bernart de Ventadorn, ahora!

Anda un amigo en medio de la noche…

Anda un amigo en medio de la noche.
Han cerrado los bares. Las persianas
de acero bajaron con estrépito. Los gatos
deslizan apetitos. Anda la luna
por ahí, velada. Pasan coches y luces;
sobreviene, después, un silencio
que mueve la plantita en la cornisa;
silencio que hace un chambelán
de un grillo -del canto de ese grillo-.
Anda un amigo en medio de la noche.
No lo conozco. Y él no me conoce.
Andamos cerca o lejos, nos cruzamos
-acaso- en una calle. Compartimos
un ómnibus, un cine, un banco de una plaza.
Anda un amigo y ando yo que soy amigo
de ese hombre. En órbitas distintas
-nunca ajenas-. Pero vamos a hallarnos.

En medio de la noche o con la aurora
de rosados dedos, vamos a hallarnos.
Y tenemos que estar preparados a ese encuentro.
Por ahora, susurra el viento oscuro,
graznan letreros viejos y el grillo mete lima.
Ya no pasan los coches. Pasan restos de diarios
y un cartel liberado zapateando en el polvo.
Estoy seguro. Nos encontraremos.

Soneto dos al borde del milenio

¿Cómo te sientes, entre tantas cosas,
súbitamente, vueltas diferentes?
Mas, tú no las cambiaste. Si, ominosas
o justicieras, descubrieron dientes,

mordiendo, líderes o presidentes;
ayer cantados bajo palio y rosas.
Hablo de corazones y de gentes,
de muros derribados y de prosas.

Pero ¿están derribados esos muros?
Mozos de pelo al rape, con cadenas,
al extranjero invitan al infierno;

las esvásticas vuelven a los muros,
arden las sinagogas y colmenas..
¿Y tú, cómo te sientes, Posmoderno?

Oído en un teléfono

El poeta es un apóstata,
inevitablemente. Está
marcado para la apostasía
Su búsqueda incesante
le obligará a colgar
más de una fe en el perchero
(ni a César lo que es del César
ni a Dios lo que es de Dios)
Traspasará las puertas
de marfil 0 de cuerno
las del cofre-fort
las de la cabina telefónica
de la cabina espacial.
Descifrará en el palimpsesto
de los días
otros días que igualmente
fueron o serán suyos.
Traducirá las páginas etruscas
de las muchas realidades.
El poeta es un apóstata.
No tiene otra salida. Está
obligado a descubrir
lo que le espera a la vuelta
de la esquina. Y esto no le
acarreará
ni seguridad ni prestigio.
El poeta es un apóstata.
Pelada la última capa de la cebolla
debe imaginar la cebolla
platónica
que en un plato -fuera de su alcance-
lo espera
para recomenzar el trabajo
de quitarle una a una sus pieles
y encontrarse con otra cebolla
reluciente
idéntica a un lucero.
El poeta es un apóstata.
Debe serlo. Para acompañar
a los que se atreven por el salón
de los pasos perdidos
a los que conversan con sus sombras
a los que alientan desde una cárcel
la liberación de los hombres.
Poesía
se llama
Apostasía.

Cuando se vive al borde…

Cuando se vive al borde
de una ciudad de conmovidas piedras-
a la que obviaron un destino
de naufragio y ceguera
y el invierno -que agobia oscuramente-
es la pared de su verdín cubierta,
no es fácil Garcilaso
ni la Egloga;

-aún el helado visitante filtra
su humor entre las piedras-
mírenlo -alumnos de poesía- y miren
el vaticinio de las quemas…

No es fácil ver
ando la calle llega
con sus volados árboles y muros
y entre hojas y lágrimas nos ciega.
Ni enviar un ramo de palabras tristes
cuando la carta obstina
en barajar sus fechas…

Diferencias

vamos a escuchar las voces
sus diferencias
a oír
ponga el jilguero lo suyo
y el pirincho lo haga así

pero vamos a entendemos

que lo que quiero decir
no es opinión sobre gustos
dura tarea
o feliz
como un borracho que muere
ahogándose en un barril

yo vengo de un fondo viejo
con Berceo a la nariz
y endulzó la villanesca
el agrio son del país,

pero un puente de guitarra
fue lo que me trajo a mí

por eso no se sorprendan
si contrapuntean aquí
la guitarra de Gabino
y el arpa del rey David.

Nuevo jardín de las delicias

Puesto entre pitonisas y modernos;
entre aguafiestas y entre barreminas;
entre paces huidobros y esterlinas;
entre caretas y entre posmodernos..

Como en un cuadro de Ensor o Solari
sumido en un bestiario junto al Bosco,
vas, entre muros derruídos, hosco,
en un café bebiéndote un Campari..

La mujer te sostiene, un hijo claro,
algunas instrucciones de camino,
(te aguardan el pretor junto al avaro)..

Bosques de ahorcados, humo de las quemas;
feudos de yuppies, bandos de cretinos:
aférrate al rosario y tus poemas…

El jugador

supo jugar el ajedrez con el Diablo
sin abandonarle jamás ninguna
pieza grande.

Sir Thomas Browne

Necesito saber (Fausto, Sir Thomas)
sin influencias de Madona Luna;
sin la alquímica busca de fortuna;
sin salamandra o piedra en las redomas;

Esta hoja verde, el hueso recubierto
de fina piel y carnes deleitosas;
el grito desolado en aquel huerto:
¿sólo negras simientes de las fosas?

¿Es la Naturaleza el artificio
de Dios? ¿Y es ésta luz sólo su sombra?
¿Una entrega absoluta es fino vicio;

y qué del cátaro, del albigense?
He jugado con el que nadie nombra
y entablamos. ¿Quién vence, nos convence?

El viejo loco del dibujo

Escrito a la edad de setenta y cinco años
por mí
antaño Hokusai
hoy Sakio Rojin
el viejo loco
del dibujo.
Dibuja lo que quieras
-no lo que sepas
(ya vendrán a enseñarte los maestros)
-pero se contradice-
el viejo loco del dibujo.
Pelea
samurai con tus pinceles
sobre papeles esteparios
ajústales
el recio bambú en los lomos blandos
a los que venden a sus hijas
reviéntalos

Mira después de todo ángulo
al seno azul del Fujiyama
(o de un cerrito de tu tierra
-¡el Batoví Dorado!-
cualquier cerrito
de tu tierra
con una gris calandria encima).

Elogio de la maga

Cuerpos desesperados del estío.
Con el sexo vibrando en las cigarras;
en úes de torcazas y guitarras
y en las fogatas alumbrando el río.

El ojo que descubre lo prohibido,
el halcón sobrevuela la ventana
y ve el flanco de púber porcelana
o de pura obsidiana.. Combatido

por el dogma, el prejuicio, la costumbre;
la venda, la censura, el anatema,
la letra púrpura, el auto de fe..

Todo por el hechizo y dulcedumbre
de la materia prima del poema..
Que aunque cierres los ojos, sigue en pie…

Foto de trovador

Probablemente, cuando su amigo
le sacó esta instantánea,
el trovador pensaba en inscripciones
de lápidas hebreas,
cisnes, bueyes perdidos.
Sentado en una silla,
lee un libro no determinado;
el cuerpo levemente en arco,
lentes de carey grueso, el pelo
corto (período de vacas flacas)
el buzo y pantalón -acaso- grises
(en el gris dominante de la toma).
La imagen, es imagen solitaria.
¿Leía en su retiro, esperando mejores
tiempos de la canción y de la alondra?
¿Leía en realidad? ¿O meditaba
el tono de aquel verso, aquel acorde,
en Alicia despojada de toda maravilla,
la relación filosa del tiempo y su trabajo,
esa segunda realidad que duele?
La delgada figura adolescente
(mano con cigarrillo)
absorta
es un detalle del friso. El friso
que no ves, porque eres parte
del mismo.
Fragmentaria
como toda aprehensión
de este terrible huevo.