Poesía de Estados Unidos
Poemas de Walt Whitman
Walt Whitman fue un poeta, ensayista y periodista estadounidense, considerado como uno de los fundadores de la poesía moderna. Su obra más conocida es Hojas de hierba, una colección de poemas que fue revisando y ampliando a lo largo de su vida.
Whitman nació el 31 de mayo de 1819 en West Hills, Nueva York, en una familia numerosa y humilde. Desde muy joven, trabajó como aprendiz de impresor, maestro rural, periodista y editor. Su interés por la literatura se despertó al leer a autores clásicos como Homero, Shakespeare y Dante.
En 1855, publicó por su cuenta la primera edición de Hojas de hierba, un libro que rompía con las formas poéticas tradicionales y que expresaba su visión personal de la democracia, el individualismo, la naturaleza y el amor libre. El libro fue criticado por su lenguaje vulgar y sus alusiones sexuales, pero también elogiado por su originalidad y fuerza.
Whitman participó activamente en la Guerra Civil estadounidense, primero como voluntario en hospitales de campaña y luego como funcionario del gobierno. Sus experiencias en la guerra le inspiraron a escribir nuevos poemas que reflejaban el sufrimiento y la esperanza de su país.
Después de la guerra, Whitman se trasladó a Washington D.C., donde continuó trabajando como escritor y periodista. En 1873, sufrió un derrame cerebral que le dejó parcialmente paralizado. Se mudó a Camden, Nueva Jersey, donde vivió con su hermano hasta su muerte el 26 de marzo de 1892.
Whitman es reconocido como uno de los poetas más influyentes de la literatura estadounidense y universal. Su obra ha sido traducida a muchos idiomas y ha inspirado a generaciones de escritores, artistas y activistas. Su legado sigue vivo en su mensaje de libertad, igualdad y fraternidad.
¡Oh capitán, mi capitán!
¡Oh capitán, mi capitán!
Terminó nuestro espantoso viaje,
El navío ha salvado todos los escollos,
Hemos ganado el codiciado premio,
Ya llegamos a puerto, ya oigo las campanas,
Ya el pueblo acude gozoso,
Los ojos siguen la firme quilla del navío resuelto y audaz,
Mas, ¡oh corazón, corazón, corazón!
¡Oh rojas gotas sangrantes!
Mirad, mi capitán en la cubierta
Yace muerto y frío.
¡Oh capitán, mi capitán!
Levántate y escucha las campanas,
Levántate, para ti flamea la bandera,
Para ti suena el clarín,
Para ti los ramilletes y guirnaldas engalanadas,
Para ti la multitud se agolpa en la playa,
A ti llama la gente del pueblo,
A ti vuelven sus rostros anhelantes,
¡Oh capitán, padre querido!
¡Que tu cabeza descanse en mi brazo!
Esto es sólo un sueño: en la cubierta
Yaces muerto y frío.
Mi capitán no responde,
Sus labios están pálidos e inmóviles,
Mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad,
El navío ha anclado sano y salvo;
Nuestro viaje, acabado y concluido,
Del horrible viaje el navío victorioso llega con su trofeo,
¡Exultad, oh playas, y sonad, oh campanas!
Mas yo, con pasos fúnebres,
Recorreré la cubierta donde mi capitán
Yace muerto y frío.
Yo, tranquilo, serenamente plantado
Yo, tranquilo, serenamente plantado ante la naturaleza,
Amo de todo o señor de todo, sereno en medio de las cosas irracionales.
Imbuido como ellas, pasivo, receptivo, y silencioso, también como ellas,
Conocedor de que mi ocupación, mi pobreza, mi notoriedad
Y mis debilidades son menos importantes de lo que creía,
Hacia el mar mexicano, en el Manhattan o en el Tennessee, o lejos en el norte o tierra adentro,
Hombre de río u hombre de montes o de granjas de estos estados, ribereño del mar o de los lagos de Canadá,
Yo, dondequiera que viva mi vida, quiero hacer frente a las contingencias
Y encarar la noche, las tormentas, el hambre, el ridículo, los accidentes
Y los rechazos como lo hace el animal.
Mira el mar infinito
Mira el mar infinito.
Sobre su pecho sale a navegar un navío
Que despliega sus velas, incluidas las de gavia.
Su pendón ondea en lo alto mientras aumenta
Su velocidad de manera majestuosa.
Debajo, las olas rivalizan,
Rodean al barco, apiñándose,
Con brillantes movimientos circulares y espuma.
Imágenes
Tropecé con un vidente,
Que menospreciaba los matices y las cosas de este mundo,
Los dominios del arte y del saber, placeres, sentidos,
Para buscar sólo imágenes.
No influyas en tus canciones, me dijo,
Ni la hora ni el día enigmáticos, ni fragmentos, ni partes superpuestas;
Pon, primero, como una luz para los que siguen,
Como un canto de introducción para todos,
La canción de las imágenes.
En las sendas no holladas
En las sendas no holladas.
En los sembrados al margen de las represas,
Huyendo de la vida vana,
De todas las normas hasta hoy proclamadas, de los placeres
beneficios, conformidades,
De todo cuanto ofrendé para salvar mi alma,
Diáfanas ahora para mí las normas no proclamadas aún,
tan diáfanas como mi alma,
Cual el alma del hombre, yo hablo para regocijo de los camaradas,
Aquí estoy solo, frente a la estridencia del mundo,
Altisonante y hablando aquí con aromáticas palabras,
Sin rubor alguno (pues que en este lugar apartado puedo
dar respuestas que nadie osaría),
Fortalecido por la vida que en mí a manifestarse no se
atreve y que, sin embargo, palpita,
Resuelto hoy a no cantar otros cantos que los del másculo afecto,
Proyectándolos a lo largo de esta vida sustancial,
Legando desde aquí tipos de atlético amor,
En el atardecer de este delicioso setiembre, en mis cuarenta y un años,
Procedo para todos los que son o han sido jóvenes,
Confío el secreto de mis noches y días,
Celebro la necesidad de los camaradas.
El himno que todavía canto
El himno que canto todavía,
(Hecho todo él de contradicciones) yo lo dedico a la nacionalidad,
Yo abandono en él la rebeldía,
¡oh latente derecho a la insurrección!
¡Oh, reina, indispensable fuego!)
Contemplad este curtido rostro
Contemplad este curtido rostro, estos ojos grises,
Estas barbas, este blanco vellón intenso sobre mi pecho,
Mis oscuras manos y estos modales silenciosos y sin atractivos que yo tengo;
Sin embargo, hay uno de Manhattan que acude siempre
cuando yo parto, y me despide posando sobre mis labios el beso leve de un sólido amor,
Y yo mismo en el cruce de una calle o en el puente de un
navío le devuelvo el beso,
Nosotros observamos este saludo de camaradas norteamericanos
en la tierra y en el mar,
Y somos nosotros estas dos naturales y despreocupadas personas.
Al comenzar mis estudios
Al comenzar mis estudios, el primer paso me agradó mucho,
El mero hecho consciente, las formas, el poder moverme,
El menor insecto o animal, los sentidos, la vista, el amor,
El primer paso me dominó y tanto me agradó
Que me costó proseguir y si me detuve fue
Porque quise detenerme allí, holgazaneando para cantar
eso en mis extasiados cantos.
¡Oh yo, vida!
¡Oh yo, vida! Todas estas cuestiones me asaltan,
Del desfile interminable de los desleales,
De ciudades llenas de necios,
De mí mismo, que me reprocho siempre, pues,
¿Quién es más necio que yo, ni más desleal?
De los ojos que en vano ansían la luz, de los objetos
Despreciables, de la lucha siempre renovada,
De los malos resultados de todo, de las multitudes
Afanosas y sórdidas que me rodean,
De los años vacíos e inútiles de los demás,
Yo entrelazado con los demás,
La pregunta, ¡oh, mi yo!, la triste pregunta que
Vuelve: “¿Qué hay de bueno en todo esto?”
Y la respuesta:
“Que estás aquí, que existen la vida y la identidad,
Que prosigue el poderoso drama y que quizás
Tú contribuyes a él con tu rima”.
Tú, lector
Tú, lector, tú te estremeces de vida y orgullo lo mismo que yo;
En consecuencia, para ti son los cantos que siguen.
Me celebro y me canto a mí mismo
“Song of Myself” , Libro III, parte I,
Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo asuma tú también habrás de asumir,
pues cada átomo mío es también tuyo.
Vago al azar e invito a vagar a mi alma.
Vago y me tumbo sobre la tierra,
para contemplar un tallo de hierba.
Mi lengua, cada molécula de mi sangre formada por esta tierra y este aire.
Nacido aquí de padres cuyos padres nacieron aquí y
cuyos padres también aquí nacieron.
A los treinta y siete años de edad, gozando de perfecta salud,
comienzo y espero no detenerme hasta morir.
Que se callen los credos y las escuelas,
que retrocedan un momento, conscientes de lo que son y
sin olvidarlo nunca.
Me brindo al bien y al mal, me permito hablar hasta correr peligro.
Naturaleza sin freno, original energía.
- Hernán Miranda Casanova
- Jorge Ortega
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