Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Víctor Lima

Víctor Lima fue un poeta de la tierra, un cantor del paisaje y de su gente. Nacido el 16 de junio de 1921 en Salto, Uruguay, respiró desde su infancia el aroma del río y del campo, elementos que luego se convertirían en el alma de su obra. Su casa natal, situada frente a la que vio crecer a Horacio Quiroga, parece un guiño del destino, como si la literatura ya hubiera marcado su camino desde el inicio. Criado en la estancia de su abuelo, entre los verdes de Arapey Chico y las sombras de los montes, su poesía nació del contacto directo con la naturaleza y la vida rural.

De espíritu inquieto, Lima abandonó los estudios y emprendió una vida errante que lo llevó a Montevideo y Buenos Aires. Su paso por el Ejército fue efímero, y tras desertar, se sumergió en la vida bohemia, absorbiendo experiencias que luego destilaría en versos. Su primer libro, Canto del Salto Oriental, publicado en 1948, es un homenaje a su tierra natal y un canto de amor a los trabajadores anónimos: lavanderas, jornaleros, estudiantes, niños pobres. Lima no solo describía el paisaje, sino que lo poblaba de almas, haciendo de cada poema una fotografía vibrante de su gente.

Los años 50 lo encontraron de regreso en Salto, donde se integró a la Asociación Horacio Quiroga junto a Enrique Amorim. Allí, entre tertulias y debates, su poesía tomó un cariz más maduro, más comprometido. Pero sería su viaje al río Olimar, en Treinta y Tres, lo que definiría su lugar en la historia de la música popular uruguaya. Allí conoció a Rubén Lena y a Los Olimareños, con quienes tejió una complicidad artística que daría frutos inolvidables. Su lírica, impregnada de la esencia del litoral, se convirtió en voz de la gente sencilla, de la milonga y el canto popular.

Enfermo, pero incansable, Lima siguió escribiendo hasta el final. Su cuaderno guardaba 120 poesías inéditas, testimonio de una creatividad que no cedía ante la adversidad. Sin embargo, el dolor lo venció. El 6 de diciembre de 1969, un mes después de la muerte de su madre, decidió poner fin a su vida arrojándose al río Uruguay, como si quisiera fundirse con la corriente que tantas veces había cantado.

Su legado no quedó en el olvido. Seis días después de su muerte, se publicó Milongas de Peñaflor, su segundo libro. En 2010, sus Obras completas vieron la luz en una edición preparada por su sobrino Roberto Lucero. Su figura sigue viva en Salto, donde su nombre da vida a una escuela, un escenario y un monumento en la Costanera. Como los grandes poetas, Lima no solo dejó versos: dejó una voz que aún resuena en el viento del litoral, en el eco de una guitarra, en el murmullo de un río que nunca deja de cantar.

La canción del estudiante

Que somos los estudiantes
nadie lo debe dudar,
porque si hay que ir pa’ adelante,
para adelante se irá.

No todo es azul,
no todo es azul
en el cielo claro
de la juventud.
Por eso, con fe
pongamos el pie
al mundo sin alma
que está por caer.

Cuando tomamos un libro
para estudiar la lección,
tenemos que estar alerta
por si se viene el malón.

Señor que va por la calle
como si fuera de usted,
aunque maneje un revólver,
aquí me tiene de pie.

La muerte de un estudiante
es una baja y no es,
porque por uno que muera
otro ya está por nacer.

A orillas del Olimar

Hay ríos que hoy son ausencias
en mi destino de andar y andar,
pero ninguno me dio esa cosa
que solo tiembla en el Olimar.

Vestida de azul profundo
su agüita cumba cantando va.
Qué lindo suena en las tardecitas
arrobaditas de zucará.

Cuando mueran los caminos
que sueñan, andando yo,
que junto al dulce Olimar querido
se vuelva tierra mi corazón.

Hay ríos que andan y sueñan
y cantan cumbas como el que más,
pero ninguno me dio esa cosa
que solo tiembla en el Olimar.

Hay cosas de vez en cuando
que sin quererlo me hacen pensar,
pues se me van corazón adentro
y allí se quedan, como a soñar.

Adiós a Salto

Adiós, mi Salto, te dije un día
mirando el último naranjal.
Desde una rama del alba verde
me despedía triste un sabiá.

Adiós, mi Salto, te dije un día
mirando el último naranjal.
Casas y lomas, aves y frutas
me despedían quedando atrás.

Hoy el camino tiene mil huellas
para mis ansias de caminar.
Nadie camina mejor, te juro,
que aquel que aprende sobre su andar.

Adiós, mi Salto, te dije un día
mirando el último naranjal.
Mi pena en viaje sobre el rocío
te saludaba por no llorar.

Aún humedecen mis lejanías
las aguas dulces del Uruguay,
el cielo abierto de tus otoños
y el aire verde del naranjal.

Milonga del caminante

Cuando el camino se alarga,
¡qué lindo es ir recordando!,
que no hay mejor compañero
que el recuerdo, caminando.

Camino que atrás dejamos
nos va siguiendo, siguiendo,
que cada nuevo camino
tiene mucho de recuerdo.

Bienhaya el árbol que tiende
la sombra que necesito,
para descansar mi sombra
al costado del camino.

¡Qué lindo es tener querencia!
Llego y quisiera quedarme,
es caracú de mi ausencia
el ansia de aquerenciarme.

Rodar de rueda viajera,
rodar de canto rodado,
rodar de mi alma andariega
que no pregunta hasta cuándo.

Caminito de la Escuela

Por el caminito
que lleva a la Escuela
hay un arroyito
con un agüita fresca.

Bebes tú,
bebo yo,
los dos bebemos
su fresquito.

Por el caminito
que lleva a la Escuela
hay un arbolito
con sombrita buena.

Tomas tú,
tomo yo,
los dos tomamos
su fresquito.

Por el caminito
de nuestro destino,
sigamos juntitos,
cariñito mío.

Juntitos,
juntitos,
los dos haremos
su camino.

Candombe mulato

Negro con rasgos de blanco,
blanco con rasgos de negro,
nunca quieras ocultar
lo que te viene de adentro.

En el fondo de la sangre
llevas dos sangres latiendo.
Nunca quieras apagar
el tambor de los abuelos.

Cha-cha, mulato,
te va’ de acá.
Cha-cha, mulato
venga de ahí.
Cha-cha, mulato, venga esa mano
que hace chas-chas en el tamboril.

Mezcla de negro y de blanco,
mezcla de blanco y de negro,
vamos, vamos de una vez
al tambor de los morenos.

Baila, baila, pero piensa
que la vida no es un juego
ni un darse a la san fasón,
con dinero o sin dinero.

La vida no es, mulato,
cosa de sangre o de pelo,
que el hombre piensa mejor
con el estómago lleno.

Baila, baila, pero piensa
que debes poner el seso
para que piensen mejor
los hombres del mundo entero.

Cosas de Artigas

La tierra de los pájaros pintados,
corona del ceibal, tierra charrúa,
parió a un caudillo que dejó, al dejarnos,
palabras que agarraron como cuñas:

«Mi autoridad emana de vosotros
–le dijo el capitán a los patriotas–,
y ante vuestra presencia soberana
termina de inmediato, cesa sola.

El día que me quede sin soldados,
tendré los arcabuces de la sangre
para pelear con perros cimarrones,
por defender el rico patrimonio
que guardan los bravíos orientales.

Seamos ilustrados y valientes
creyendo con la lanza entre las manos,
techando con mil soles nuestros sueños
de cerrazón que levantó temprano.

Daremos tierra a los que nada tienen
para que todos, al nombrar la Patria,
le digan ”madre” con el gesto dulce
del corazón filial de las pitangas».

El aguaterito

Por ese trillito doble
que mi barril va dejando,
poquito, poquito a poco,
voy el arroyo arrastrando.

Yo arrastro para la estancia
donde no soy estanciero,
traguito de agüita fresca
pa’ refrescar el garguero.

Pero, mañana saldré al camino
por esa sendita clara
que va rumbeando al destino.

Si le pido al mayordomo
que me saque de aguatero,
en seguida me retruca:
«Por algo sos peón casero».

Yo quiero montar un pingo
y hacer punta en el rodeo,
y no quedarme en las casas
como atao por un sobeo.

El clinudo

Dicho:

Al modo de Martín Fierro,
aquel que no tuvo igual,
voy a cantar opinando
como él gustaba cantar.

Un gran cantor ya lo dijo
con sabio acento profundo:
«La esclavitud de los hombres
es la gran pena del mundo».

Cantado:

Galopando a campo abierto
montao en pelo y en redomón,
avanza un gaucho clinudo,
la frente al viento y el corazón.

Le viene volando el pelo
y el pelerío de sien a sien.
Yo ya me lo vengo viendo
que es de los míos, qué bien, qué bien.

Dicho:

Al modo de Martín Fierro,
voy a seguir opinando,
que la vida ya no deja
cantar por andar cantando.

La esclavitud es una clina
que si más la azota el viento
más con furia se revuelve
pariendo clinudos fieros.

Cantado:

Mirando al gaucho clinudo
bien a los ojos, se puede ver
que no tiene rebeldía
solo en el pelo, qué bien, qué bien.

El viento que lo golpea
se lambe por ser un ventarrón,
que despeinar un clinudo
no es changa, ni viniendo de a dos.

El dinero

Soy un cantor desde abajo
que desde abajo pelea
en defensa de la vida,
porque la vida le cuesta.

Conozco quienes reniegan
de su humilde condición,
sin pensar que no hay humildes
que no tengan la razón.

El tener mucho dinero
no da títulos a nadie;
el dinero solo sirve
para no vivir del aire.

Hay pequeña gente que anda
sin fe, sin pena y sin gloria,
pobres de espíritu pasan
y no dejan ni la sombra.

La codicia del dinero
le va abriendo al hombre heridas
tan hondas que no se curan
poniéndoles medicina.

Para mí, la gente bien
no es la que tiene dinero.
Para mí, la gente bien
es la del vivir honesto.

El día que yo me vaya
camino del cementerio,
aunque vaya envuelto en oro,
no tendré para el regreso.