Poemas:
El color del dinero
He puesto cuanto tengo a plazo fijo,
y renovable por el tiempo
que Dios quiera, en la nueva sucursal
bancaria de mi calle;
que, tal y como están las cosas hoy,
es mucho desaliento para llevarlo encima
y demasiada sombra para tenerla en casa.
Así que, cada dos o tres
melancolías,
me paso por el banco donde
una hermosa muchacha
atiende en ventanilla
e ingreso mi salario
de rutina, reviso el saldo
de mi historia y retiro
una pequeña suma de ilusiones.
Para cubrir mis sueños semanales
me basta con mirar
el color del dinero
de sus ojos.
Como lumbre
Con la luna has llegado hasta el umbral
sin que a tu voz ladraran mis mastines.
Segura y fácilmente
has abierto la puerta
de mis ojos,
como si siempre hubieran sido tuyos.
Luego, en silencio -mientras iban
cayendo
una
a una
todas tus prendas en el suelo-
el lóbrego pasillo que sube al corazón.
Y, por fin, has entrado
desnuda, como lumbre.
Con las manos abiertas
yo te esperaba en sombra,
solo en la soledad de mi vigilia.
Y encendiste la luz con sólo un beso.
La dicha
Tal vez la dicha sea, entre otras cosas
cotidiana y hermosamente simples,
venir, como esta tarde, a recogerte,
a la salida del colegio, ¿sabes?,
y bajo el sol dorándose en tu pelo,
llevarte de la mano y sorprenderme,
como si del olvido regresara,
de ver que ya me llegas justo al pecho
y de lo mucho que a ella te pareces;
y al aire nuevo de la primavera,
pasear por el parque y de palomas
llenarme el corazón y la mirada
cuando alegre me cuentas que sacaste
un siete en Naturales y que Bea
te ha invitado a su fiesta de cumpleaños.
Acaso sea la dicha, como tú,
una niña traviesa que se esconde
detrás de una caricia o de la puerta
de esta cafetería donde estoy
merendando contigo mientras Laura
Pausini, tu cantante preferida,
se pregunta en estéreo ¿POR QUÉ NO?
Tango para engañar a la tristeza
A la ausencia, al olvido, a la nostalgia
mi corazón les pone letra y música
de tango algunas noches, tú lo sabes:
veinte años no es nada. Aunque, a las claras,
bien sabe a quién engaña pretendiendo
engañar, como a un necio, a la tristeza.
Flor de un día
Si siempre ha sido flor
de un día la esperanza
y hasta la piel que tocas
mañana será nada;
si todos somos nadie
y nadie supo nunca
que fuera más que sombra,
que fuera más que duda;
si ni siquiera sé
si aún nos queda tiempo,
¿qué me quieres pedir?
Para darte, ¿qué tengo?
Por no decirte amor,
dolor, ¿te digo olvido?
Por no decirte vida,
herida, ¿qué te digo?
Puente aéreo
Como raudas torcaces invisibles
uniendo con sus alas lejanías,
sobre la mar brumosa del olvido
mis pensamientos cada noche cruzan
el tiempo que separa, para siempre,
nuestras islas hundiéndose en las olas.
En sus anillas llevan temblorosos
mensajes que son brasas, que son labios,
que son besos soñados hondamente.
Si alguna vez, ilesa, una paloma
alcanza las arenas de tu pecho,
por los veneros de mis venas suben
pleamares de incendios y de soles.
Otras veces, perdidas, su destino
no es otro que las garras del azor
de la desesperanza y la tristeza.
Mas qué importa morir en la penumbra
cuando nada se espera ya del día
y un recuerdo es tan sólo el horizonte.
Abril
Como la brisa apareció en la tarde
de aquella tibia calle con naranjos.
A mi encuentro venía lentamente,
como si no quisiera llegar nunca
o buscara quién sabe qué misterio.
Por fin llegó a mi altura y se detuvo
-justo cuando esperaba su pregunta
con ese rubio acento de ojos claros
que tienen las muchachas extranjeras-
a coger unas flores de azahar,
hasta entonces tan lejos, de tan cerca.
Después siguió despacio su paseo
sin mirarme siquiera, en sus asuntos.
Y me alejé sabiendo que yo supe
por ella que volvió la primavera.
Biografía:
Víctor Jiménez (Sevilla, 1957) es un destacado poeta. Residente en Sevilla, su ciudad natal, Víctor Jiménez compagina su labor como profesor con la poesía.