Poemas:
NOCHE EN EL PUERTO
El rostro vaporizado en Portugal
(¡Oh, vivir en este olor de naranja en niebla fresca!).
De rodillas en el diván de la cabina oscura
– Giré los botones de las ramas eléctricas –
A través de la ventana redonda y clara, recortando la noche,
Espío la ciudad.
Es eso; es eso. Reconozco
La avenida de los casinos y los cafés deslumbrantes,
Con la perspectiva de sus globos de luz, blancos
A través de las cortinas colgantes de las palmeras oscuras.
He aquí las fachadas iluminadas de los hoteles inmensos,
Los restoranes irradiando en las aceras, bajo las arcadas,
Y las rejas doradas de los jardines de la Residencia.
Conozco todavía todos los rincones de esta ciudad africana:
He aquí el servicio postal y la estación del sur, y sé también
El camino que tomaré para ir del embarcadero
A tal o cual tienda, hotel o teatro;
Y todo eso está al final de esta ondulación azul de agua calma
Donde vacilan los reflejos de los fuegos del yate…
Algunos meses soleados de mi vida aún están allí
(Tal como el recuerdo me los representaba, en Londres),
Están allí de nuevo, y reales, ante mí,
Como una gran caja llena de juguetes sobre el lecho de un niño enfermo…
Volveré a ver también las gentes que he conocido
Sin amarlas, y que son para mí mucho menos
Que las palmeras y las fuentes de la ciudad.
Estas gentes que no viajan, pero que quedan
Cerca de sus excrementos sin jamás aburrirse,
Volveré a ver sus cabezas un tiempo olvidadas, y ellos
Que continúan con su vida estrecha, sus ideas y sus asuntos
Como si no hubieran vivido desde mi partida…
No, yo no iré a tierra, y mañana
Al amanecer la “Jaba” levantará el ancla.
Mientras tanto pasaré esta noche con mi pasado,
Cerca de mi pasado visto por un hoyo
Como en los dioramas de las ferias.
La muerte de Atahuallpa
“Pues el Atabalipa llorava y decia que no le matasen”
OVIEDO
Cuántas veces he pensado en esas lágrimas,
esas lágrimas del supremo Inca del imperio ignorado
por tanto tiempo, sobre el altiplano, en las márgenes lejanas
del Pacífico —esas lágrimas, esas pobres lágrimas
de esos grandes ojos rojos suplicando a Pizarro y a Almagro.
En ello solía pensar cuando, de niño, me detenía largo tiempo
en una oscura galería, en Lima,
ante ese cuadro histórico, oficial, aterrador.
Se ve en primer lugar —bello estudio de desnudo y expresión-
a las mujeres del emperador americano, furiosas
de dolor, pidiendo que las maten, y aquí,
rodeado por el clero con sobrepellices, y de cruces
y cirios encendidos, no lejos de Fray Vicente de Valverde,
a Atahuallpa, tendido sobre el aparato horrible
e inexplicable del garrote, con su torso moreno
desnudo, y su rostro flaco visto de perfil,
mientras que a su lado los Conquistadores
rezan, fervientes y feroces.
Rodeado por la majestad de las Leyes y los esplendores de la Iglesia,
es uno de esos crímenes extraños de la Historia,
tan desbordantes de angustioso horror,
que no podemos creer que no sigan durando,
en alguna parte, más allá del mundo visible, eternamente;
y en este mismo cuadro, tal vez, perduren
siempre el mismo dolor, las mismas plegarias, las mismas lágrimas,
similares a los designios misteriosos del Señor.
E imagino sin esfuerzo, en este instante
en el que escribo solo, abandonado por los dioses y los hombres,
en un apartamento completo del Sonora Palace Hotel
(distrito de California),
sí, imagino que en alguna parte de este hotel,
en una habitación radiante de lámparas eléctricas,
silenciosamente, esa misma terrible escena
—esa escena de la historia nacional peruana
que machacamos a los niños, allá, en nuestras escuelas—,
se desarrolla exactamente
como hace cuatrocientos años en Caxamarca.
—¡Ay! ¡que alguien no vaya a equivocarse de puerta!
LA MÁSCARA
Escribo siempre con una máscara en el rostro;
Sí, una máscara a la moda antigua de Venecia,
Larga, con la frente deprimida,
Igual a un gran sinvergüenza de satén blanco.
Sentado en mi mesa y levantando la cabeza,
Me contemplo en el espejo, de cara
Y girado tres cuartos, me veo en él
Este perfil infantil y bestial que amo.
Oh, que un lector, mi hermano, a quien hablo
A través de esta máscara pálida y brillante,
Venga allí a dejar un beso duro y lento
En esta frente deprimida y esta mejilla tan pálida,
A fin de apoyar con más fuerza sobre mi rostro
Este otro rostro hueco y perfumado.
OCÉANO ÍNDICO
¡Oh, la noche de verano tropical!
¡Atolones de centelleos emergiendo de abismos azulados!
¡El Crucero llameante!
Oh, extenderme sobre el puente de un gran navío
En ruta hacia la Insulindia,
Desnudo, y abrirme al infinito abierto sobre mí.
(Mi corazón de niño abandonado, oh querido enfermo,
Mi corazón estaría contento de tu mano a presionar,
En esta sombra en llamas de las noches
Resplandecientes en las que yo quisiera salir volando).
En los navíos de antaño, totalmente empavesados,
En que la popa era un palacio con cientos de ventanas doradas,
Y que superaba un Himalaya de telas,
No teníamos, ininterrumpida, esta palpitación de estrellas,
Esta visión de la Creación, inmensamente
Silenciosa –sobre la cabeza, completamente desenvuelto el firmamento.
Anhelo una mañana de primavera, un poco grisácea, en el cuarto de hotel,
La ventana abierta de esquina que da a la rue de Noailles, con el aire fresco,
Y ver por allá (a las cinco horas, aún sin tranvías)
El tranquilo Puerto Viejo y los barcos del Castillo de If.
La rue Soufflot
Romanza para el abanico de Madame MARIE LAURENCIN
Nuestra breve jornada pronto habrá terminado: los últimos
años se abren ante nosotros como estas calles;
y el colegio sigue estando allí, y esta plaza
en cuadrículas, y la vieja iglesia en la que hemos visto
entrar muerto a Verlaine. En el fondo, a pesar del mar
y de tantos caminos, jamás hemos salido
de aquí, y toda nuestra vida habrá sido
un pequeño viaje en círculos y zigzags por París.
E incluso después, aquí nos quedaremos,
invisibles, olvidados, pero siempre habitando
la ciudad de la infancia y del primer amor,
con el asombro de los doce años y del encuentro,
que aún nos hace murmurar entre el gentío:
“Porque sabes que siempre te he querido.”
y un transeúnte, que me ha oído, se da vuelta.
NEVERMORE…
¡Nevermore!…y luego, ¡Caray!
Hay influencias astrales en torno a mí.
Estoy inmóvil en un cuarto de hotel
Lleno de luz eléctrica inmóvil…
Quisiera errar, al alba amarilla, en un parque
Vasto y brumoso, y todo colmado de lilas blancos.
Me da miedo tener horribles pesadillas;
Y me parece que tengo frío con tanta luz.
¿Tal vez tengo hambre de cosas desconocidas?
¡Ah!, dadme el viento de la noche en las praderas,
Y el olor del heno fresco cortado, como en Baviera
Una noche, después de la lluvia, en el lago de Starnberg.
O bien los sentimientos que tenía hace un año,
Al mirar desde la pasarela de mi yate
Abrirse la bahía verde y rosa de Gravosa.
LA ANTIGUA ESTACIÓN DE CAHORS
¡Viajera! ¡oh cosmopolita! hoy en día
Abandonada, dejada, retirada de los negocios.
Un poco al margen de la vía,
Vieja y rosa en medio de los milagros de la mañana,
Con tu marquesina inútil
Extiendes al sol de las colinas tu andén vacío
(Este andén que antaño barría
El vestido de aire en torbellino de los grandes expresos)
Tu andén silencioso al borde de una pradera
Con las puertas siempre cerradas de tus salas de espera,
Cuyo calor de verano agrieta los postigos…
Oh estación que has visto tantos adioses,
Tantas partidas y tantos regresos,
Estación, oh doble puerta abierta a la inmensidad encantadora
De la tierra, donde en alguna parte debe encontrarse la alegría de Dios
Como una cosa inesperada, relumbrante;
Ahora tú reposas y gustas las estaciones
Que regresan trayendo la brisa o el sol, y tus piedras
Conocen el relámpago frío de las lagartijas; y el cosquilleo
De los dedos ligeros del viento en la hierba donde están los rieles
Rojos y rugosos de óxido,
Es tu único visitante.
La sacudida de los trenes no te acaricia ya:
Pasan lejos de ti sin pararse sobre tu césped
Y te dejan en tu paz bucólica, oh estación por fin tranquila
En el corazón fresco de Francia
MAÑANA DE NOVIEMBRE CERCA DE ABINGDON
¡Las colinas en la niebla, bajo el cielo de ceniza azul
Cómo están altas y bellas!
¡Oh día simple, mezclado de bruma y sol!
Caminar en el aire frío, a través de estos jardines,
A lo largo de este Támesis que me hace pensar en los versos de Samain,
Caminar sobre la tierra de nuevo desconocida, enteramente cambiada,
E igual al país de las hadas, esta mañana de otoño tardío…
Oh naturaleza velada, misteriosos paisajes, ustedes se parecen
A los bloques de las casas gigantes y a las avenidas brumosas de la ciudad,
Ustedes tienen el grandioso impreciso de los horizontes urbanos.
Biografía:
Valery Nicolas Larbaud (Vichy, 29 de agosto de 1881-Vichy, 2 de febrero de 1957) fue un escritor, poeta, ensayista, crítico literario y traductor francés. Utilizó igualmente los seudónimos A.-O. Barnabooth, L. Hagiosy, X. M. Tourmier de Zamble.