Poemas:
Dios mío, está lleno de estrellas
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Quizá el gran error sea creer que estamos solos,
que los otros vinieron y se marcharon -en un abrir y cerrar de ojos-
cuando en toda su extensión, el universo podría estar congestionado,
repleto hasta los bordes de energías que jamás sentimos
ni vemos, que se adhieren a nosotros, viviendo, muriendo, diciendo,
pisando con pies de plomo cualquier planeta,
doblegando a las estrellas gigantes que dominan, arrojando rocas
a cualquiera de sus lunas. Viven preguntándose
si son los únicos, sólo conocen el deseo de conocer,
y esa gran distancia negra en la que ellos -y nosotros- palpitamos.
Quizá los muertos comprendan, sus ojos abiertos al final,
viendo las altas luces de un millón de galaxias tilitando
en el crepúsculo. Oyendo la ignición de motores, trompas
que no dan tregua, el frenesí del ser. Lo quiero
rayando la locura, como una radio sin dial.
Completamente abierto, para que todo se inunde de una vez.
Y bien sellado, para que nada escape. Ni siquiera el tiempo
que ha de curvarse sobre sí mismo y hacer un bucle como el humo.
Entonces yo podría estar ahora sentada con mi padre
mientras pone su fósforo encendido en el hueco de su pipa
por primera vez en el invierno de 1959.
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En esas últimas escenas de 2001, de Kubrick,
cuando Dave es sacudido en el centro del espacio,
en el que se despliega una aurora de luz orgásmica
antes de abrirse ampliamente, como una orquídea salvaje
para una abeja perdidamente enamorada, y después se diluye
como la pintura en el agua, y entonces una gasa brota y desaparece,
antes, por fin, la marea de la noche, luminiscente
y confusa, se arremolina dentro, una y otra vez…
En las últimas escenas, mientras él flota
por encima de los grandes cañones y de los mares de Júpiter,
en los llanos inundados de lava y en las montañas
congeladas, en todo ese tiempo, él no parpadea.
En su pequeña nave, pilotando a ciegas, sacudido
a través de la pantalla panorámica del tiempo indivisible,
¿Qué brillará en su mente?
¿Sigue moviéndose en la vida,
o termina al final de lo que se puede nombrar?
En el plató, una toma tras otra, Kubrick disfruta,
después el vestuario vuelve a sus estantes
y la gran sala iluminada se apaga.
5
Cuando mi padre trabajaba en el Telescopio Hubble, dijo
que trabajaban como cirujanos: desinfectados y empapelados
de verde, un frío aséptico y luz blanca en la sala.
Leía a Larry Nieven en casa, bebía whisky escocés con hielo,
sus ojos exhaustos y enrojecidos. Eran los años de Reagan,
cuando vivíamos con el dedo sobre El Botón y nos esforzábamos
por ver a nuestros enemigos como a niños. Mi padre pasó temporadas enteras
postrado ante el ojo del oráculo, hambriento de hallazgos.
Su rostro se iluminaba cada vez que alguien le preguntaba, y levantaba los brazos
como si florara, confortablemente en la interminable
noche del espacio. En el patio atábamos a los globos mensajes
de paz. El príncipe Carlos se casó con Lady Di. Murió Rock Hudson.
Aprendimos nuevos nombres para las cosas. Cambiamos de década.
Las primeras imágenes llegaron borrosas y me sentí avergonzada
de todos aquellos alegres ingenieros, mi padre y su tribu. La segunda vez
las lentes acertaron. Vimos hasta el confín de todo lo que allí había.
Tan brutal y tan vivo, que parecía abrazarnos.
El universo es una fiesta
El universo se expande. Mira: postales,
y bragas, botellas con restos de carmín en la boquilla,
calcetines huérfanos y servilletas exprimidas.
Rápido, sin palabras, todo revuelto en un archivo.
Con frecuencia diales de una generación anterior
arrastrando hacia el extremo de lo que no tiene final,
como el aire dentro de un globo ¿Brilla?
¿Entonarán nuestros ojos?¿es líquida o atómica,
una conflagración de soles? Parece esa clase de fiestas
a la que tus vecinos olvidaron invitarte: graves sonidos que vibran
a través de las paredes, y todos golpeándose, borrachos
en el tejado. Machacamos cristales con una fuerza imposible,
lanzándolos hacia el futuro, y al sueño de los seres
le daremos la bienvenida con una infatigable hospitalidad:
¡Qué bien que hayáis venido! No vamos a retroceder
ante las bocas irritadas y las extremidades granosas. Nos alzaremos
gráciles, robustos. Mi casa es su casa. Nunca sonó tan sincero.
Al vernos sabrán exactamente qué queremos decir.
Por supuesto es nuestra. Si de alguien, es nuestro.
El museo de la obsolescencia
Cuánto lo codiciábamos entonces. Tanto
que nos habría salvado, pero vivió,
en cambio, su propio momento, regresando
a la inutilidad con la muda aprobación
de una nueva piel. Nos mira al mirarlo:
nuestros ojos cansados, nuestra temperatura, corazones
de relojería tras nuestras camisas. Estamos aquí
para reírnos de las baratijas, de las ingenuas herramientas,
de esas réplicas de réplicas apiladas como ladrillos.
Hay billetes verdes y bidones de aceite.
Tarros de miel robados de alguna tumba. Libros
sobre guerras, mapas de estrellas muertas.
En el ala sur hay una pequeña habitación
donde se exhibe a un hombre vivo. Pregunta,
y te describirá antiguas religiones. Si
te ríes, se echará las manos a la cabeza
y suspirará. Cuando muera, lo reemplazarán
por un vídeo en bucle ad infinitum.
Habrá exposiciones itinerantes. “Amor”
estuvo una temporada, seguida de “Enfermedad”,
Conceptos difíciles de entender. Lo último que ves
(Tras un espejo -¿Un chiste de alguien?-)
Es una imagen del viejo planeta tomada desde el espacio.
Fuera, hay quien vende camisetas de los Hawks a tres por ocho.
¿No te preguntas a veces?
1
Al caer la noche, las estrellas brillan como el hielo y la distancia que abarcan
oculta algo elemental. No a Dios exactamente. Más bien
algún escualido con el rutilante espíritu de Bowie -Un Starman
o un as cósmico que se debate, se tambalea y sufre para que podamos ver.
¿Y qué haríamos nosotros, tú y yo, si pudiéramos saber con seguridad
que alguien estaba allí con los ojos entornados por el polvo,
diciendo que nada está perdido, que todo vive tan solo esperando
volver a ser querido lo suficiente? ¿Irías entonces,
incluso por un par de noches, hacia esa otra vida en la que tú
y aquel primero que ella amaba, ignorante del futuro y feliz?
¿Me pongo el abrigo y vuelvo a la cocina, donde mi
madre y padre esperan sentados, calentando la cena en el hornillo?
Bowie nunca morirá. Nada se lo llevará mientras duerme.
Ni atacará sus maneras. Y nunca se hará viejo
como la mujer que perdiste, que siempre será morena
y sonrojada corre hacia una pantalla electrónica
que marca los minutos, los kilómetros aún por recorrer. Como esa vida
en la que soy siempre una niña mirando por la ventana hacia el cielo nocturno
pensando que un día tocaré el mundo con las manos desnudas,
incluso si éste quema.
El alma
La voz es clara. Pesa. Como las piedras
abandonadas en aguas tranquilas, o caídas
una tras otra desde un muro bajo.
Quiebra cuanto recuerda.
No deja señales, pero las conserva.
Y el silencio que las rodea es una puerta
perforada por la luz. Una prenda
que marca los senos, la intimidad
entre los muslos. El cuerpo es lo que nos empuja
tensándose al avanzar, bailando al alejarse.
Pero es la voz lo que nos invade. Incluso
sin decir nada. Incluso sin decir nada
una y otra vez ausente de sí.
Vida en marte
4
¿De qué otra manera podríamos hacer las cosas tan mal,
como una historia hecha trizas y contada al revés?
6
¿Quién entiende el mundo y cuándo hará
Él que éste tenga sentido?¿O Ella?
Quizás haya un par de ellos y se sienten
a observar la crema deshaciéndose en su café.
Como la bomba atómica, se parece a eso, dice uno
mientras coloca un enjambre de coordenadas
sobre una cuadrícula gigante. Intercambian sonrisas.
Es tan sencillo que lo habrán terminado para el almuerzo.
Tendrán toda la tarde para nombrar
los espacios entre los espacio, esos que sus ojos
han sido enterrados para distinguir. Nada
se les escapa. Y cuando la nada que es
algo se arrastra hacia ellos, queriendo
ser sentida, la sienten. Entonces anotan
ecuación tras ecuación, sonriéndose mutuamente,
los labios fuertemente sellados.
8
La tierra bajo nosotros. La tierra
alrededor y encima. La tierra
empujando hacia arriba contra nuestras casas,
cómplice de la gravedad. La tierra
sin edad, viéndonos erguirnos y acurrucarnos.
Nuestras espadas, nuestros bueyes, las líneas dentadas
que surcamos en la tierra. La tierra
sesgada y dividida en territorios
saboteada y llena de hoyos. Taponada con fuerza.
Trampeada. La tierra se marca con minas,
paciente, esperando su momento. La tierra
flotando en la oscuridad, suspendida en el giro.
La tierra a toda velocidad alrededor del sol.
La tierra a la que nos subimos con incredulidad.
La tierra que saqueamos como ladrones.
La tierra cubierta de lodo en el vientre
de un pueblo sin comida. Enterrándonos.
La tierra que se desprende de nuestros zapatos.
Todo lo que siempre fue
Como una gran estela, ondulándose
infinitamente en la distancia de todo
Lo que siempre fue, aún es, en algún lugar,
flotando cerca de la superficie, manteniendo
su hambre de ti o de mí
y el presente que hemos nombrado
y del que hemos hecho un lugar.
Como la marejada, a veces
resurge, reclamando un pedacito
de donde nos hallamos.
Como el viento que la lluvia azota,
barre las hojas de un lado a otro,
batiendo las ventanas
que no cerramos con la rapidez suficiente.
El agua embarrada tardará días en secar.
Nos sorprendió anoche en mi sueño.
Comida caída del cielo. Puesta directamente
entre nosotros, mientras tus ojos
giraban hacia los míos, y mis manos
se posaron enhebrando un hilo en mi regazo.
Sostenido, era tan delgado. Y cuando al final
tú me alcanzaste, se retiró,
desolado, pero no vencido. Hoy
fuera lo que fuera parecía escaso, un rastro
de nube ascendiendo como el humo.
Y los árboles que miran mientras escribo
se balancean con la brisa, como si todo cuanto se agita
bajo el barro fuera un pequeño cosquilleo del conocimiento.
Las grandes raíces ciegas se reirán
y empujarán tarde o temprano más allá.
Cuando tu pequeña forma descendió hasta mí
me tumbo como una alfombra de leopardo en la cama:
boca abajo, con las piernas abiertas. Era invierno.
Día de trabajo. Tu padre posaba los pies en el suelo.
Arriba, los niños arrastraban algo hacia adelante y hacia atrás,
haciendo chirriar las ruedas. Me quedé vacía, sacudida
por lo que se genera, como un torbellino, e irrumpe
todas las noches en esta habitación. Tú has debido ver
como se sentía siempre, buscando
lo que nos arrasó como un incendio.
Necesitando el peso, deseando el deseo, muriendo
para descender hasta la carne, la culpa, el breve éxtasis de la espera.
¿De qué sueño del mundo te retorcías liberada?
¿Qué se elevó -y qué dolió- cuando dirigiste tu voluntad
hasta el sí de mi cuerpo tan vivo entre las sábanas?
Biografía:
Tracy K. Smith (16 de abril de 1972) es una poeta y educadora estadounidense. Ha publicado tres colecciones de poesía. Ganó el Premio Pulitzer en el 2011 por su colección Vida en Marte. Sobre esta obra, Joel Brouwer escribió en 2011: “Smith se muestra como una poeta extraordinaria y de gran ambición. (…) Como toda buena poesía lo hace, Vida en Marte primero nos envía fuera, al frío magnífico de la imaginación y después nos regresa a nosotros mismos, cambiados y consolados.”