Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Teresa Shaw

Teresa Shaw Urioste, nacida en Montevideo en 1951, es una figura clave en la poesía contemporánea que entrelaza con maestría la sensibilidad latinoamericana y la herencia cultural europea. Poeta, filóloga, traductora y editora, Shaw ha construido una trayectoria literaria que abarca continentes y generaciones. Su voz poética se despliega con un lirismo profundo, explorando el espacio interior del ser humano mientras dialoga con las tradiciones de su tierra natal y su vida en el exilio.

Formada en el Instituto de Profesores Artigas y en la Universidad de la República en Uruguay, su vocación artística encontró un primer cauce en la pintura bajo la tutela del emblemático taller de Joaquín Torres García. Sin embargo, el exilio en 1976 la llevó a Barcelona, donde abrazó definitivamente la palabra escrita. Allí, obtuvo su licenciatura en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, consolidándose como una de las voces más singulares de la poesía escrita en español desde su residencia en Europa.

La obra de Shaw ha sido incluida en prestigiosas antologías como Barcelona: 25 años de poesía en lengua española y The Other Poetry of Barcelona, testimonio de su relevancia en el panorama poético. Sus poemas han aparecido en revistas literarias emblemáticas, como Tres al cuarto y El signo del gorrión, enriqueciendo el universo lírico contemporáneo con su estilo introspectivo y cautivador. Además, fue cofundadora de la revista 080 poesía, que sirvió como un importante espacio para la difusión de voces emergentes y consolidadas.

Su trabajo como traductora también merece reconocimiento. En su versión al español de Wooroloo, de Frieda Hughes, hija de Sylvia Plath y Ted Hughes, Shaw demuestra una sensibilidad excepcional para captar la esencia poética en otras lenguas, reflejando su profundo entendimiento de la poesía como arte universal.

La obra de Teresa Shaw se caracteriza por su capacidad para tejer paisajes íntimos y complejos, donde lo cotidiano y lo trascendental coexisten en un equilibrio inquietante. Su poesía, nutrida por su experiencia como mujer, exiliada y artista, resuena como un eco en las fronteras del tiempo y el espacio, dejando una huella imborrable en el lector.

ARRECIFES

That sufferance was my sinne, now I repent
John Donne

Con sus arrecifes, sus perlas del fondo,
derribó la puerta Este, inundó mi casa.
Su cuerpo desnudo flotaba en la corriente.
Te conozco, le dije.
Eres como el muerto que enterramos.
Entonces, se tumbó a mi lado
para que lo arropara.
Tenía abierta la herida en el costado.
Pecamos para salvar a otros, murmuraba.
Con fuerza quise estrecharlo en mi pecho,
no sabía cómo deshacerse
del viejo cuerpo enfermo,
de la tristeza impresa en la simiente.
A su lado, la mujer encinta
desangraba una quimera,
y, por segunda vez, moría el amor
a costa nuestra.

RASTROJOS

Solía bajar al corral
por la misma carretera.
No reconoció los árboles de siempre,
la sombra fresca de los paraísos
en flor.
Dentro del estómago
sumergida la congoja.
Pajonales, rastrojos del fondo.
Ahora sube a la superficie.
Los balidos de la majada,
el arroyo detrás del monte.
A veces flota un pensamiento
como un cuerpo que lleva la corriente.
La vida no era atravesar el campo.

PORCHE

Aquí no transcurre el tiempo.
Los días acumulan
su pelusa en los rincones.
Empeñada con el polvo
-desde el vístete al amén-
mamá barre la casa,
una y otra vez.

¿Recuerdas?
Rescatar el testimonio
de la que murió con el vestido de otra,
abolir el tiempo,
la locuacidad de las palabras.
¿No estaban ya aquí las encinas,
no eran las garzas, garzas,
la laguna, laguna, antes que lenguaje y frontera?
Las palabras te esconden,
disimulan.
El pasado, fijado para siempre,
te desconoce.
Donde perdimos las palabras
echamos raíces.

TU NEGRO CORAZÓN

Tu negro corazón
se abre como una baya
entre los dedos.
Gotas de cárdena hiel.
Aún la tierra y el sol.
Y al fin, su duro centro,
tu oscuro corazón
adherido al hueso, a la flor.

COMEDOR

Bajo la mesa, el miedo
me tironea la falda.
Los dedos desmenuzan el pan,
convierten en migajas las palabras.
Heme aquí, habituándome al naufragio.
Cuánto hielo de la cumbre
en el racimo de unas manos.

El pez

El pez.
Su ser desposeído
escamas, arena, fondo de agua.
Pero no de la vida
–come con avidez,
cae en el anzuelo–
sino del tiempo.
Desposeído ojo,
labio, redondez:
Encarnado ahí
oculto en el universo.

AHORA QUE HE MUERTO

Ahora que he muerto,
tejeré una corona
de ramos y colgaré
una guirnalda
en cada puerta de la casa.
Más tarde lavaré mi cuerpo,
el frágil lazo de la lluvia
hilándose en el cuello.
Y como el tiempo es nada,
correré del brazo de los días,
el pelo suelto,
libre de dulzuras, desasida ancla.
Así, llegaré a todas partes.
Ahora que he muerto,
rueda bajo la mesa,
negro como una uva, mi corazón.