Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Sylvia Riestra

Sylvia Riestra (Montevideo, 23 de diciembre de 1958 – 18 de octubre de 2023) fue una poeta y crítica literaria uruguaya cuyo legado resplandece en el panorama de las letras hispanoamericanas. Su obra, marcada por una sensibilidad exquisita y una mirada aguda, navegó entre la poesía y el ensayo con la elegancia de quien domina tanto la emoción como el pensamiento. Riestra construyó un puente entre la palabra lírica y el análisis literario, dejando una huella perdurable en la cultura uruguaya.

Desde su temprana distinción en el Premio Imagonías en 1983, Riestra demostró un talento único para desentrañar las emociones humanas a través del verso. Sus primeros poemarios, como Estruendo mudo y Ocupación del miedo, mostraron una voz que exploraba lo íntimo con una fuerza contenida, mientras que en títulos como Entre dos mares y Palabras de rapiña, su poesía maduró hacia un lirismo que dialogaba con la fragilidad y el asombro del ser.

Como crítica literaria, Sylvia Riestra también destacó por obras como Delmira y su mundo, en las que abordó la vida y creación de Delmira Agustini, trazando conexiones entre las figuras históricas y las pulsiones modernas. Sus análisis y reportajes en medios nacionales e internacionales consolidaron su reputación como una intelectual comprometida con el arte y la palabra.

La poesía de Riestra, intensa y sugestiva, es un viaje sensorial que evoca lo efímero y lo eterno en igual medida. En Sincronías y celebraciones, su mirada sobre lo cotidiano se transformó en un canto profundo, mientras que en Tramas de la mirada, ofreció un diálogo metapoético que sintetizó su trayectoria con maestría.

Sylvia Riestra vivió entre versos y pensamiento, entre el detalle y lo universal. Su obra, un reflejo de su tiempo y de su alma, permanece como un testimonio de la capacidad humana para nombrar lo invisible, celebrar lo esencial y registrar la belleza de lo inasible.

Vellón

El cuero de la res, su vellón
colgado al aire
para secarse sacarse los restos de vida
de recuerdo;
una pieza de puzzle
recortada sobre el azul intenso
sobre el verde oscuro
intercambio de sitios
El cuerpo será velado en vinagre
durante la noche
facilita el cocimiento mejora su gusto.
La cabeza del cordero casi intacta colgando del cuero
esa cabeza veía berreaba era feliz
en los cuentos de mi madre,
en la memoria de esos cuentos.
Se recortaba sobre una pradera celeste;
había una oveja que se distraía
un cordero que se aventuraba
Sobrevenía la pérdida, la búsqueda
el ahogo compartido
yo pedía siempre ese cuento
su principio despreocupado
su final feliz
su angustia su derrotero calibrado
un puzzle cercenado incompleto
la idea de la desaparición insostenible
a no ser por su naturaleza de cuento
a no ser por la felicidad final del reencuentro.
Sobre el cordero caía la culpa siempre cae la culpa
el rayo de dios la intemperie cósmica
“cordero de Dios que quitas el pecado del mundo
ten piedad de nosotros”
ahora colgando de un árbol, de un poste
Medir el sufrimiento desde ese cuero memorioso
o desde la madre eglógica
buscando en cada foso del terreno
a su hijo perdido
Se suceden noche a noche
las ovejas blancas rebozantes de lana
las madres que buscan a sus corderos
perdidos de dios
de la piedad de dios
de la piedad de los hombres

El cordero asado a fuego lento
su sacrificio
los invitados y los parientes
de los invitados
observan al cordero estaqueado
deprivado, horizontal
en medio de risotadas brasas cenizas
El cráneo reseco como mascarón de proa terrestre
en medio de un mar verde
La oveja encontraba al cordero en el final del cuento de mi madre
topaditas de abrigo de lana de vellones de letras de balidos
La madre del cordero asado busca al cordero perdido
Los invitados y los parientes de los invitados no la ven no la oyen
o parece
Ella no sabe que repartieron en porciones humeantes la culpa
ni quién se llevó al cordero quién traicionó el final del cuento de mi madre
quién repartió en porciones la culpa
quiénes silenciarán lo que supieron, lo que todavía saben

Secretos de familia

I

Hay una forma de no estar
en las mujeres de algunas familias
todas o casi todas
unas más otras menos
tienen un cierto aire
de abstracción de fuga tangencial
es un cromosoma
que crece debajo de las alas
en el caudal del apuro
en la ausencia de los ojos
en ciertos gestos
y sobre todo
en larguísimas conversaciones
sobre nada
se manifiesta en la adolescencia

o antes –
se trasmite cristianamente
en forma de virtud
de renuncia o de resignación

a veces puede mutarse en rebeldía
otras en vocación
pero no es difícil oír
el esfuerzo colectivo familiar

solidario o cómplice –
para acallar ese cromosoma
que sangra y no se detiene

Mujeres

son tantos los obstáculos
para llegar a ese lugar pequeño solitario

mujeres de tez oscura
cuidan una fuente que allí nace
o lo que de ella brota
o sus alrededores
o su propio cuidado
y no se sabe si es fuego agua piedra
o tan sólo aire

pero las mujeres
cuidan velan encienden sostienen

entre dos aguas

estoy pensando en Odiseo
en Itaca
en el abundante mar
y cuando alcanzo a entrever
alguna pieza de la armadura
o a una doncella de blancos lienzos
mis hijos tensan el arco
disparan asustados hacia el contacto
luchan por dominar
el espacio el aire y mi pensamiento
me dan vueltas alrededor
en sus ruedas impostergables
cantan gritan me llaman con fuerza
–me quieren de este lado–
de este lado occidental del mundo
de este lado luminoso
conocido de la casa
–no dudan –
y pierdo a Odiseo en el voraginoso archipiélago
a Telémaco su hijo que lo busca

y ya no oigo
el canto de las sirenas
ni el golpe de los remos
en el extremo oriental marítimo

entonces
retomo suave el contacto
el perímetro
de esta costa que es la mía
montevideana marinera
doméstica fabularia
y se hacen realidad
la Isla de las gaviotas
la zona de baños
las naves a petróleo
y temo ya no poder saber
si el llamado de Telémaco a su padre
será tan fuerte tan soberbio
como el de mis propios hijos
–o si acaso el padre tiene su oído hecho
al reclamo del hijo
que queda suspendido en el océano
en el aire
en la página–
y ya no sé hasta cuándo no volveré
para advertírselo
–a Odiseo navegante–

Pesadora de perlas

Ante el cuadro de Vermeer

Parece tan serena segura
tan delicado sencillo el gesto
¿será una pose?
¿acaso una intención del pintor
de verla, de engañarse
de retratar un ejemplo
doblegar una naturaleza?

Por más que me empeñe
no alcanzo su pulso
ni mis manos
la dignidad de ese equilibrio

-platillos con perlas-

En uno pondría
la preparación inexcusable del plato diario
la exigencia de ánimo
el cumplimiento impostergable de horas destinadas
sílabas infantiles emergentes

Y en el otro,
la conciencia de este vaivén
la reinvención del cuarto propio
la palabra que diera dimensión
de este desafuero

Sucesivos
un platillo baja y otro sube
desbordantes inestables
acompasando
los requerimientos del instante
las voces propias las de los otros
la misma gravedad

Reparto difícil conflictivo
acusatorio desde ambos extremos
y para el que no hallo
sistema preciso ni aproximado de medición
el punto medio el fiel
la compatibilidad de las elecciones posible necesarias
sino un nuevo sucesivo sentimiento de culpa
a cada inclinación

En la pared de atrás
se desarrolla una escena del Juicio Final

¿Cómo se pesan las almas?
Ella pesa perlas tan sólo perlas

ultimátum

cuando por las noches
me despierto
en sobresalto
y me veo casi
cayendo por un largo precipicio
al fin del cual
y quizás feliz o resucitada
compruebo que estoy viva
siento un agujero
un pozo hondo
y vacío
un páramo creciendo dentro
como si una ciudad con miedo
fuera ocupada por un certero
amenazador toque de queda
en fatal presagio de derrota

transcursos

Los dioses
suelen convertirse en animales
plumas huevos membranas
bramidos flujos primitivos
acompañan los partos

sus trayectorias –
hay partos que son selva
bosque mar tormentoso
otros son granja
granja abierta
a veces tienen la fuerza
de los elementos desatados
otras,
una medida más calma
más cercana

La madrugada del once de junio
me poseyeron por primera vez
los dioses incendiarios
de la maternidad
un frío que nacía del hueso
un collar prendido en la cintura
y el temblor hirsuto de cada vértebra
inicaron el rito
-duele el desprendimiento-
pero conocí los ojos de los dioses
y estuve de su lado
ellos impusieron el rugido
en mi garganta
cuando me anunciaron
la eficacia del empuje
y se pudo cavar la piedra

Fernando se anunció con un suave
persistente olor a nidal
a madriguera
el piso se me hizo de barro
y fui primitiva mujer de la especie
hembra a secas
cuando crecieron la intensidad y la fuerza
fue algo incontenible
que Fernando se convertía en machito cabrío
o becerrito que topaba empujaba horadaba
que se abría paso

se iniciaba –
mis dientes alocados infructuosos
se golpeaban como frenando otra posible salida
aprisionando restos de calor
o reparando el nido que se deshacía
el rugido fuerte anunciador
el llamado del becerro y el desprendimiento

un cuerpo vivo
húmedo caliente palpitante
cómo digo
pegado a su piel
venía una vía láctea elemental
carnal
que sorbí palmo a palmo
y guardo en silencio