Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Suleika Ibáñez

Suleika Ibáñez, nacida en Montevideo el 8 de diciembre de 1930, fue una voz luminosa en la literatura uruguaya. Hija de los poetas Roberto Ibáñez y Sara de Ibáñez, y hermana de Ulalume González de León y Solveig Ibáñez, Suleika creció entre versos y libros, rodeada de un ambiente donde la poesía era tan natural como el aire que respiraba. Esa influencia familiar marcó profundamente su obra, dándole una sensibilidad que la distinguiría a lo largo de su carrera.

Su vida estuvo íntimamente ligada a las letras y al arte. Estuvo casada con el artista plástico Vladimiro Collazo, y fue madre de la escritora Marcia Collazo, continuando así el legado literario en su familia. Además de escritora, fue traductora y profesora, compartiendo su conocimiento en diversas instituciones, como el Instituto de Profesores Artigas (IPA) y la Universidad Católica del Uruguay. Su labor docente la llevó por diferentes rincones del país, sembrando en sus estudiantes el amor por la literatura.

Suleika Ibáñez fue galardonada en numerosas ocasiones. Entre sus premios se destacan el concurso Givré de Buenos Aires en 1976, el de Ediciones de la Banda Oriental en 1985, y el del diario La Hora en 1986. La Intendencia de Montevideo le otorgó en 1989 dos primeros premios en poesía y narrativa, consolidando su lugar en el panorama literario uruguayo. Ese mismo año compartió con Ricardo Prieto el premio de dramaturgia de la editorial TAE, y en 1998 obtuvo el primer premio de la Academia Nacional de Letras de Uruguay por su ensayo sobre Juana de Ibarbourou. Fue también reconocida por su ensayo sobre César Vallejo, recibiendo una mención de honor por parte de la Biblioteca Nacional. En 2010, el Congreso Poetas de las Dos Orillas, en Punta del Este, la distinguió con el Premio a la Trayectoria Cultural.

Sus obras exploran mundos interiores complejos, fusionando poesía y dramaturgia con un profundo sentido de lo humano. En títulos como Retrato de bellos y de bestias y El Jardín de las Delicias, Ibáñez nos invita a reflexionar sobre la belleza y la oscuridad que habitan en el alma humana. Es a través de su poesía que Suleika nos hace partícipes de sus vivencias más íntimas, tocando los temas del amor, la muerte, y lo trascendental.

Suleika Ibáñez falleció en Montevideo el 7 de marzo de 2013, pero su legado perdura en cada uno de sus textos. Su obra es un testamento de la sensibilidad poética que la rodeó desde la cuna, y su capacidad de entrelazar las palabras con el alma sigue iluminando a quienes se acercan a su escritura.

Amor

Te besaba el amor de amor los oídos, los ojos y la boca,
amor en bruto, en luto, amor de un peso neto de nido, de
lingotes de olvido.
A veces una boca de cordero, con el beso rosado balando
en leche rota.
A veces una boca azul de lobo, con el diamante de la
muerte como un pedazo de risa.
te besaron la memoria, el vacío, a la tolondra, al desgaire.
A veces una alondra sosteniéndote el alba con su fantasma
orlado de rosa, a veces una terrible bestia dorada de la
noche, que se desplomaba con hedor a crímenes.
Labios de plata oscura, ojos de fuego obsceno abrían heridas
como escuelas o dispensarios en la ciudad oscura.
Sexo ya no sexo, apenas pan y vino, apenas una pluma de
claridad en el centro de la muerte,
y un ramo de amantes oriundo de la destrucción fue el
muro de tu insurrección.

Oda complicada a los rojos

Celebro el rojo sangre hembra. Rojo boca con rouge
para matar cautos y dejarse matar por incautos.
Sangre que deshoja el estigma del himen, rojo rubí
oscuro para comerte mejor, lobo,
para dejarte en los huesos las impresiones labiales,
y arruinar la vida de la policía religiosa.
Celebro el rojo menstruo en el tintero. Y que viole
la ley hebrea de los días de peste,
gritando pasionarias.
Celebro la sangre fémina rojo semáforo de cruzar
desafiando a la muerte.
Pero también me gusta el rojo esputo de tísico que
mata al librero que censura con semen en furia la
escritura de ninfas,
y el rojo tisana de arpía, que la ahoga de odio
a sus sobrinas.
El rojo vicio que nunca podrá con el arsenal del rojo
sueño.

La escalera

Nacida de la calle, la
escalera sube a la muerte
Subió la escalera hacia la muerte, el santo, el amante, el
asesino, el muerto,
pues la escalera subía pasa a paso y caía paso a paso, como
todas las escaleras,
subía hacia el pecado, hacia los enloquecidos espejos que
reflejan de pie, de cabeza, en sus aguas oscuras, pero siempre
con una rosa roja en el corazón.
y por exceso de amor a nada, a todo, subía a matar o morir,
vestido de locura, de la tela traslúcida de los elegidos, la tela
de gala y horror, parecida a las olas del océano, a las sábanas del
amor, a los hábitos manchados de sangre, a las alas de los
pájaros negros del olvido en el alba,
y cuando bajó, su voz era de color azul de flor exótica, y sus
ojos flechas ajadas por el viento hacia ninguna parte,
y la sangre resbaló por el mármol, y escaleras abajo, de
caminero de púrpura salvaje que los dioses pisaron temblando.

XIII

De pie ante mí, en la mesa, donde quieras, pero
erguida, claridad mía, mi tiempo templado.
Saliendo de tu casa, no del tren expreso de mi
memoria.
Odio recordarte. Odio la inmensidad del aire sin
ti, si tus pulmones
eran tan dulces, higos cometiéndole favores al
mundo, desde tu aliento cuento de hadas.
Si no te hubieras muerto, nadie lo habría advertido.
Pero en cambio
has dejado advertencias de sangre que no escampa.

VI

Saqué un puñal del espejo y le corté la cabeza
a papá.
Me fui de urgencia a mis citas con asuntos
doradamente de actualidad.
Ni idea por qué desagües de extramuros navegarán
sus ojos, ya coágulos de luna o chocolate.
Mi amor por papá corre en las estatuas a la azucena
de los lavabos. El jabón es un remolino
de iris y olvido.
Viviré en mi cuerpo, ya sin la hegemonía
de una sombra.
Como el viajero que ve dormirse al piloto
del avión,
y con torpeza y terror toma el comando de la noche.

Niño fiel

Te ves a veces manos sucias, lucias, con piel de guante
ajado, ajeno, que alza su llama ganchuda y roída, sus plumas
siniestras, de índice supremo.
en un muladar, donde la mugre es casi maravillosa, de
cáscaras de oro, de membranas de mariposa, y donde el viento
pasa cine multicolor de trapos animales, de luto, vino, sangre,
parecidos a lagartos retorcidos, a humos con parálisis,
trapos con pedazos de casa, de gente, dientes de tazas,
peines como armónicas desalentadas, carteras epilépticas,
diabólicas eternidades mutiladas, en confeti de vida íntima,
belleza desgarrada para consumo del arte ladrón de las
desgracias,
así miras tus manos, carbones de mueble azul, forrado de
raso cereza, sus libélulas negras de ojos diablo, rubíes zahoríes
que te entran en la carne como una canción vieja.
Te crece un dedo oscuro como el tiempo, un sexo de cala
enlutada, dedo papal de anillo de metal madrugador y ónice
onírico.
Pero el niño instaura la tragedia y la gloria, su jazmín
orientado, la playa natal, y las aguas se abren, y caminas
desnudo hacia la antigua divinidad, desnudo.