Poetas

Poesía de México

Poemas de Solón Argüello

José Solón Argüello Escobar, nacido el 11 de julio de 1879 en León, Nicaragua, fue un destacado poeta, maestro y político que encontró en México su patria adoptiva y su inspiración literaria. Hijo de Narciso Argüello Barreto e Inesilia Escobar Coronel, Solón pertenecía a una distinguida familia nicaragüense que le brindó una esmerada educación. Su vida estuvo marcada por una ferviente dedicación a la poesía y al magisterio, además de una apasionada defensa de la democracia durante la revolución maderista en México.

En 1902, llegó a México, país al que siempre demostró predilección. En la capital, trabajó en diversas redacciones de revistas y periódicos, y pronto se integró en el entorno poético local, formando la “Sociedad Literaria Manuel Gutiérrez Nájera” junto a Alberto Herrera, Antonio H. Altamirano y Manuel Bermejo. Tras obtener una plaza como profesor en Ensenada, Baja California, y luego en Tepic, publicó su primer libro de poesía, “El grito de las islas” (1905). Su vinculación con el mundo literario se consolidó con la revista “Tepic literario“, que cofundó en 1907.

Solón Argüello publicó tres libros de poesía en México: “El grito de las islas” (1905), “El libro de los símbolos e islas frágiles” (1909) y “Cosas crueles” (1913). Su obra poética, difundida también en periódicos y revistas de México y Nicaragua, reflejaba su sensibilidad y compromiso social. Entre sus contemporáneos y colaboradores se encontraban figuras literarias como Rubén Darío, Amado Nervo y Pedro Henríquez Ureña, quienes reseñaron sus libros y reconocieron su talento.

La vida política de Argüello fue intensa y marcada por su lucha contra la tiranía de Porfirio Díaz. En 1909, se unió al movimiento maderista, convirtiéndose en uno de sus principales defensores. Tras la victoria de Francisco I. Madero, Solón fungió como secretario privado del presidente y redactor en jefe de “Nueva Era”, el periódico del Partido Constitucional Progresista. Su amistad con Madero y su fervor por la democracia lo llevaron a naturalizarse mexicano en 1912, una honra que aceptó con orgullo.

Tras el asesinato de Madero y su vicepresidente José María Pino Suárez durante la Decena Trágica, Argüello huyó a La Habana y luego a Nueva York, donde denunció el golpe de Estado perpetrado por Victoriano Huerta. Decidido a combatir al huertismo, regresó a México y organizó una guerrilla en La Yesca, Nayarit. Fue durante estos combates que Solón fue herido y, poco después, capturado. El 28 o 29 de agosto de 1913, fue fusilado entre los kilómetros 60 y 62 del ferrocarril Ciudad de México-Querétaro. En sus últimos momentos, exigió que todos vieran su pecho, el cual había luchado tantas veces por la libertad.

Solón Argüello, con su vida y obra, dejó una huella indeleble en la literatura y la política de su tiempo. Su poesía, comprometida y profunda, así como su valiente lucha por la democracia, lo convierten en una figura emblemática de la resistencia y la creatividad en tiempos de opresión.

El verso rebelde

He de cantar tu dorso lleno de escamas,
sierpe que a Nemrod huye, grácil, de prisa,
zigzag ardiente y rojo como las llamas
y algo sacro, intangible, pan de misa.

Oh! la frase rebelde que a Plectro inflamas
y te esquivas al darle tu gran sonrisa,
sonrisa que cual polvo de oro derramas
en sus nervios do se alza la Pitonisa.

Eres como de Tántalo ansiada fruta
que de los labios corres, cual bestia hirsuta,
cuando insomne seguimos tu egregio paso.

Con tus alas sedeñas, rebelde verso,
te esfumas casquivano, riente y perverso
¡Mientras Febo es cautivo del Rey Ocaso!

Las brujas

Decidme, oh! viejas brujas
Doctoras de los sábados,
ya la buena ventura
o la mala.

Buscaos
en las noches de luna
los más feos y yerbajos,
los que ocultan
lo más raro:
murciélago que fuman
o espeluznantes sapos,
alas negras difuntas
de búhos malhadados,
y víboras que ondulan:
todo bicho que de asco,
oh! las brujas,
Doctoras de los sábados.

Y en marmitas que gruñan,
y en hordillas de barro
echad la grasa inmunda
que os aportan los drasgos
desde las sepulturas
de muertos putrefactos,
cuando aúllan
las hienas en el campo.

Y que hiervan, que rujan
tras los conjuros mágicos
y las muecas que emulan
los gestos demoniacos,
al culeabrear columnas
de fuego y humo fátuos,
que en la gruta
dicen futuros casos,
oh! las brujas
Doctoras de los sábados.

Y haced que merjan unas
sombras, colmillos largos,
y que surjan
fieros diablos
que en nocturnas
asambleas de pálidos
me digan la ventura
que reservan los hados,
oh! las brujas
Doctoras de los sábados.

-Crac crec croc.
Gato negro, maúlla.
-Crac crec croc.
Perro flébil, aúlla,
croc croc.
-Que en nocturnas
asambleas de pálidos
me digan la ventura
que reservan los hados
oh! las brujas
doctoras de los sábados …

-¿Qué faz de la Luna buscas?
Crac crec croc:
-La que a Citeres alumbra
entre las rosas de amor.
¿Aún habrá para mi una … ?
-Crac crec croc.
¿Cuántos años ha tu daño?
-Oh soy viejo! Toqué hoy
vigésimo octavo escaño…
-Uf! qué horror!
Humo, sube,
croc, croc, croc
Huye, nube.
(Y alzaron el vuelo las viejas,
las doctas perversas,
cual parva de Furias famélicas
con gritos y burlas siniestras,
haciendo mil muecas.
Sus híspidas largas melenas
tendíanse, negras,
cual luengo penacho de luengas
humaredas).

Y prosiguió su signo

Pasó lleno de polvo
su traje asaz roído,
con sus viejas sandalias que conocen
cien valles, cien desiertos, mil caminos.

Pasó, con su melena
que desgreñaba el austro,
con su triste mirada pensativa,
que escruta, siempre fija en el arcano.

Pasó, como una sombra,
callado, obscuro, solo,
con sus laxos camellos de tristeza
doloridos. Pasó lleno de polvo…

Miró hacia atrás en busca
del ya lejano predio
y aun oyó reproches que venían
traídos por la parva de los vientos.

Y se bebió sus lágrimas
y prosiguió, en su signo,
con sus viejas sandalias que conocen
cien valles, cien desiertos, mil caminos.

Al ver su aldea

Gana Febo el cenit. Lago de llamas,
temblar mírase el éter igniscente
y en el monte monótono y silente,
de la siesta en el horno, arden las ramas.

Contemplando los yermos panoramas,
el sudor a raudales en la frente,
baja, heridas sus plantas, la pendiente
el viajero senil. Cívicos dramas

lo expatriaron -diez lustros peregrino-
y hoy que toma su alma gigantea,
teme yerto caer en el camino;

mas, no obstante que agónico flaquea,
corre alegre, de pronto, como el vino,
al doblar un recodo y ver su aldea.

La línea azul

Y fue en la proa del barco,
y en noche, gárrula en luz,
do escuché a la inocente niña enferma:
-Di, mi bien, qué es aquella linea azul?

El inviolado horizonte,
puente del viaje eterna!,
miraba ella al hacer sobre de mi hombro
su paciente cabeza reposar.

Y, abejeando mi beso
su pálida boca en flor,
la dije: -Es el propíleo do se juntan
las almas que desliga el Sino atroz.

Hoy en la proa del barco
vuelvo solo … ; y a la luz
de los astros, contemplo el infinito
y la busco en aquella línea azul …

No pasa ningún vuelo

Como impaciente carne de mujer, la cuartilla;
el lápiz, suspendido, como interrogación;
y en la siniestra mano la pálida mejilla …
No pasa ningún vuelo de águila o alción.

Oh! mi Nemrod insomne que por doquier escruta
con rifle arcaico y noble de lívido cañón;
mas bajo el cielo autócrata sobre la tierra hirsuta
no pasa ningún vuelo de águila o alción.

El bosque duerme y gruñe. La siesta dice cosas
que -antiguos estribillos- simulan oración;
y en tanto que en la ciénaga son mil las mariposas …
no pasa ningún vuelo de águila o alción.

La música del barrio

Yo amo la música, yo amo
la música del pobre
organillo del barrio;
la voz de esas almas quejumbrosas
que imploran con lúgubres halagos
un pan para el artista,
un vino, o un harapo.

Yo amo la música, yo amo
la música del pobre
bohemio que cruza cabizbajo
las calles de la aldea,
trayendo bajo el brazo
su caja doliente y melodiosa
que aporta desde un país lejano,
mendigo y ambulante,
ya de plañir cansado.

Al pie de balcones entreabiertos
y viendo hacia arriba, no hace caso
de la nieve que cae
sobre sus hombros flacos,
en tanto que mueve su manubrio
caritriste e impávido.

Yo amo la música, yo amo
esos ritmos enfermos,
sin arte, sin luz, toscos y lánguidos,
como inmensos gemidos
que se alargan elásticos.

Yo amo esos versos de palurdo
que huelen a poblacho
y traen al alma viejas cosas
empolvadas de antaño;
el son de un violín que se lamenta,
heridos tal vez de fiero dardo,
o el de un acordeón cuando solloza
debajo de algún árbol
que es el techo amoroso
de los seres gitanos,
y el lloro que plañe una guitarra
allá en la callejuela
oscura de algún barrio.

Al ir por la senda del vía·crusis
en que voy con mi fardo
de penas, que abruman y ennegrecen
mi dolorido ánimo
a veces, absorto en mi camino,
he detenido el paso
oyendo esas notas gemebundas
que son como el grito hondo y amargo
de todas las miserias
y de todos los llantos
que van por la tierra, peregrinos
sin pan y sin descanso.

Y ebrio de horrísona tristeza,
me he marchado llorando,
volviendo a mi alma viejas cosas
empolvadas de antaño.
Yo soy también, ¡ay! otro bohemio
sin patria, desterrado,
que va por las aldeas
ofreciendo sus cánticos
y amando la música del pobre
organillo del barrio
que es el eco aflictivo
de un armonioso hermano.