Poesía de Uruguay
Poemas de Silvia Guerra
Silvia Guerra, nacida el 25 de junio de 1961 en Maldonado, Uruguay, es una de las voces más relevantes de la poesía contemporánea uruguaya. Con una carrera que abarca más de tres décadas, Guerra ha sabido labrar un espacio único en la poesía hispanoamericana, donde la delicadeza y la fuerza de su palabra construyen paisajes de introspección, memoria y aventura. A lo largo de su obra, la poeta ha logrado tejer una sinfonía lírica que transita entre lo onírico y lo tangible, creando un universo en el que la palabra parece surgir, como ella misma sugiere, de la arena y el agua.
La trayectoria de Guerra no solo se limita a su producción poética, sino que también se ha destacado como gestora cultural y promotora de la poesía. Fue la mente detrás del primer festival “Montevideo, Tráfico de Poesía” en 1993, una plataforma que conectó a poetas hispanoamericanos en un cruce literario de gran alcance. A su vez, su participación en revistas internacionales como *Guaraguao* de Barcelona y su presencia en festivales de prestigio, como el Festival Internacional de Poesía de Medellín en 2003, refuerzan su posición como una figura clave en el panorama literario actual.
Entre sus obras destacan De la arena nace el agua (1987), Idea de la aventura (1990) y Replicantes astrales (1993), textos que revelan la evolución de su lenguaje poético, siempre cargado de una sensibilidad penetrante. Con *Nada de nadie* (2001) y *Estampas de un tapiz* (2006), Guerra demuestra un dominio del espacio íntimo y social, abordando temas universales desde una perspectiva profundamente personal.
Además de sus publicaciones individuales, ha participado en proyectos colectivos que han enriquecido el diálogo literario, como El ojo atravesado (2005), una correspondencia entre Gabriela Mistral y escritores uruguayos, coeditada junto a Verónica Zondek. Este tipo de proyectos evidencian su constante interés en explorar y expandir las fronteras de la poesía y la palabra.
Silvia Guerra es una poeta cuya obra, siempre inquietante y profundamente evocadora, invita al lector a descubrir un territorio donde el lenguaje es tanto refugio como riesgo. Con su particular visión del mundo, Guerra se ha consolidado como una creadora que desafía los límites de la poesía, abriendo caminos en los que cada verso es un viaje hacia lo desconocido, hacia esa aventura poética que es la vida misma.
CLOTO
Afuera, en el cóncavo espejo que es Ahora
un fino entretejido se suspende: alguien
habla de dos, otros de cifras que son inmensas cantidades.
La ascendencia se pierde en estratos
que no tienen demasiada importancia.
Se nombran los caminos los pazos los pequeños jilgueros.
Se camina sonriendo por la empinada cuesta
con las botas sucias del barro del camino.
Se llenan los carrillos los rojos los sonrientes
de un aire
que ahí arriba se dice que es purísimo.
Y se habla de la guerra. Del color de la guerra.
Y aparecen los muertos, en fila, con el plato vacío
me preguntan algo que no entiendo, no entiendo que me dicen
no entiendo que hago ahí, por qué me siguen.
Y yo no sé que hacer, y ellos tampoco.
Ojo de agua
Es una niña al borde de la fuente
que le pone pétalos al agua.
Un pétalo, otro pétalo
Un malvón deshojando otro malvón.
Un día lejano, dentro de muchos días
quizás esté sentada en otro sitio y vea
a otra niña que en sucesión interminable
se siente al borde de otra fuente
y ponga otros pétalos
de otros malvones sobre el agua.
Entonces quizá, remotamente, una piedra
se vuelque en su memoria
Algo cambie de sitio y por una rara
ramazón de aire se recuerde
sentada en una fuente lejana
poniendo pétalos al agua
de unos malvones con este mismo olor
de pronto.
I
Como borde, bordar este tramado
Todos los días un poco, un poco más gotea
arma la rama, nido entrama
sobre el hilado que se extiende
no sutura. Pero no, viene de fuera.
De dentro viene enrevesando trama
hay que entender que inunda
que golpea las paredes, que resiste.
Hay que entender que gime que se rompe
que heroico es hacer del ánima brocado
que se expanda, y lo demás dejarlo
Como olvido
Como distancia, entre lo posible
y lo inherente.
II
Inclina oscura testa de alado halo rodeada
y empieza la tarea, que es ardua
de vegetal acuático y profundo.
Hila, con la cara de otra
traspasada. El cordero se mueve, se retuerce
avanza, sobre un plano verde
pradera natural entre pestañas.
Cree. Cordero cree que puede
estirar el hocico, morro, pasto cree
O no sabe
O confía.
Bailan los osos turbios con caretas enormes
al gozo de la llama y por la cuerda
que rítmicamente
otros, azotan contra el piso.
Bailan los osos balanceando sombra
gozo, para que los niños rían.
Y el cordero, que espera.
Finos dedos de seda
hilan, la bolsa de mercado.
V
Volver
a la condición de perro
inapresable, de pelaje lamido
de matadura rosa. Decir Nada
Resume. Decir la lengua mía
deshaciendo sustancia pegajosa
chocolate trufado. Una lengua
que aquí venga con la condición
terrosa del olvido en sordo resplandor
El maleficio. Vidriado ojo
que atravesado de placer percibe la roja curvatura
el anzuelo sangrado la enardecida linfa
y una vez más la cera, líquida inflamable
espesa que se cuece.
VI
La vela que gotea sobre el mantel bordado.
La piel, pétalo sobre la fuente abandonada.
A un hombre le sangra la nariz rota de un golpe
en un ring de suburbio,
con las paredes húmedas
pintadas de naranja. Una mujer se levanta de una sala
a la que no habrá de volver dejando atrás
la infancia y la muñeca. El racimo y el sueño.
Y no haber nadie
Nadie que espere en ningún sitio.
Apenas si se barren los restos de la cena.
Apenas si se nombra el porvenir.
Apenas el ala violeta del sombrero.
El tacto, apenas.
VII
Nada la sombra.
Nada el inquietante punto transbordado
moviéndose. Alejada del plato y del ruido
del hambre, de la noción siquiera
de carencia.
Creciendo desde un nódulo de atrincherada madera
verde y populosa temblando desdice coyunturas
corre por un tronco más o menos liso y pide agua
miel de palma
rebozo. Página dónde apuntar
olvido.
La costa varía apenas un poco cada día y transforma
los dibujos en la arena. Y es tan frágil la línea,
y tan azules los ahogados.
VIII
Podría ponerse en contra de la luz, del ventanal
para un juicio final, para el ocaso.
El ocaso en jirones de rosado cielo recortado
de dorado perímetro silente
para un incendio oscuro y agobiado.
Y nada se verá. Ni se sabrá tampoco nada.
Ni hoy ni mañana ni nunca.
Todo permanecerá como hasta entonces,
como hasta el entonces en que un loco
director descubra, levantando la tapa de otro seso
el roto cardenal, el silente ejercicio
la incesante paradoja de descomposición y olvido.
Y filmará entre aullidos
escena tras escena
como no fueron nunca en realidad
en esa recortada realidad de los hechos
transidos, fragmentarios.
Y estará ardiendo, mientras tanto,
el siempre ardiente
oscuro
corazón inadvertido.
IX
En un pozo de sombra que surgiera aparece la voz
como esperada, y modula
un diseño para una posteridad bien avenida.
No era sólo dolor, ni era la pena
como trapitos grises de deshecho juntados.
Ni era tampoco la alegría
salpicando con su falda festiva
los amarillos rostros despertados.
Era sed de esmeraldas el trasluz
pantomima de giro y no quería.
La boca, y van retazos
pedazos en gloriosa marea trasnochada
de intentos, de posibles esquirlas
luminosas y oscuras. La piedra
entre los dientes, la marea
entornando los ojos que enturbia la pestaña
para evadir el estampido
que taladra el hombro, el roto corazón,
ese afluente.
Láquesis
Es un prisma. Es un prisma que gira.
Es un prisma que fragmenta la luz, la descompone.
Es un sueño la luz.
Es un sueño la luz que se repite.
Es un espacio verde, que se hiciera
Hay dos amordazados en la luz
en el preciso verde.
Gira una vez el prisma y se hizo tarde.
Gira una vez la luz y hay un zapato suspendido en la esquina
un montón de arañitas verdes, casi transparentes que caminan
incendiándose el lomo, sobre una tela casi transparente que no
deja respirar a los que de una manera casi transparente
empiezan a quemarse.
Afuera, alguien salta tratando de mirar por la ventana
un golpe apenas en el vidrio, una marca de sangre.
Y es la luz, los irisados tonos de la angustia
Ese silencio bordado de la tela
Crujiendo, desde la lluvia verde, casi transparente.
Atropo
Ni mía.
Ni de nadie. Nada.
Yescas, hojillas. Viento de hoja seca.
En la mañana azul, la blanca brisa y el perverso anhelo
El ir queriendo, la cabeza la cara con eczemas, al viento.
Baja por esa correntada nítida y precisa
en el perfil, en el miedo atroz de la figura.
El agua en la mirada que se enfrenta y es un rostro sin alma
que se escapa para llenar ese otro rostro de silencio
para llenarlo con el hilo libado de los sueños, en la niebla.
La sombra sin atrás, sin cuerpo que refleje, la pura sombra.
La sombra pura que maltrecha de sí logra extenderse, asirse
sobre un suelo, cubrir la heroica superficie agreste
Beber hacia el desierto como un canto como un sonido largo,
una oquedad nimbándose desde el cobre central, dulcísimo
metal, que envuelva.
Y afuera entre las casas, dispersamente lejos
conjuntos de hábitos, manteles, pequeños telares enardecidos
de gardenias. Y afuera lejos, la tarde que se curva
las primeras estrellas. ¿ Para siempre?
- Rosamel del Valle
- Marcelo Moreyra
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