Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Serafín J. García

Serafín J. García fue un poeta del campo y la ciudad, un tejedor de palabras que supo transformar la esencia del Uruguay profundo en versos que aún resuenan con fuerza. Nacido el 5 de junio de 1905 en Cañada Grande, Treinta y Tres, y fallecido en Montevideo el 29 de abril de 1985, dejó un legado literario que trascendió el tiempo y las fronteras. En su obra conviven la nostalgia de la llanura, el coraje de los hombres de a caballo y la melancolía del destino que los lleva de la euforia a la resignación.

Desde joven, su vida estuvo marcada por la dualidad entre lo cotidiano y lo poético. Ingresó a la policía en Treinta y Tres y trabajó como telefonista y encargado del Archivo de la Jefatura, pero su verdadera vocación se tejía en la palabra. Fue en 1936 cuando el mundo literario uruguayo se rindió ante él con la publicación de Tacuruses, una obra que revitalizó la poesía gauchesca con un lirismo inconfundible. Su éxito fue inmediato y resonante: el gobierno no solo premió el libro, sino que lo distribuyó en todo el país, consolidando a García como un poeta de la identidad nacional.

Pero su pluma no se limitó al verso gauchesco. Con una curiosidad inagotable, exploró la narrativa en cuentos, fábulas, ensayos y crónicas. Incluso se permitió el humor bajo el seudónimo de Simplicio Bobadilla, demostrando que su talento no conocía encasillamientos. También dejó una huella imborrable en la literatura infantil, con obras que se incorporaron a las lecturas escolares y acompañaron generaciones de niños uruguayos.

Su capacidad de llegar al alma del pueblo quedó reflejada en la difusión de su obra más allá de las fronteras del Río de la Plata. Sus versos y relatos fueron traducidos al francés, inglés, portugués, italiano y yidis, llevando la voz de la pampa, el monte y el fogón a rincones inesperados del mundo. Su poética, de raíz popular pero de vuelo profundo, logró lo que pocos escritores consiguen: ser leído tanto por el gaucho en su rancho como por el intelectual en su biblioteca.

Serafín J. García es un eslabón esencial en la tradición literaria uruguaya. Supo rescatar la esencia de la cultura criolla sin caer en la repetición de sus predecesores, y su legado sigue vivo en cada verso que evoca el sonido de la guitarra, el perfume del pasto mojado y la voz del hombre que, entre la pena y la esperanza, nunca deja de cantar.

Hembra

Pa dentrarme’en el alma juiste artera y mañosa.
M’engrampastes a juersa de tarimba y carpeta.
Con dispacio y baquía, como quien cincha’l monte,
preparaste la trampa pa embretar mi soncera.

A ocasiones mansita como yegua’e piquete
y a ocasiones lo mesmo que un venao de matrera;
di a ratitos tristona, redetida en suspiros,
y otras güeltas beyaca, negadora y perversa;

rebenquiando ese cuerpo cimbrador com’un’unco
-and’hicieron tuitas mis miradas querencia-,
y enyenando’e promesas esos ojos dañinos
que almarean más juerte que la mesma giñebra,

pecho adentro, di a poco, te me juiste ganando,
sin temor de qu’el güeso se pudiera dar güelta,
pues jugándola en vaca con mandinga, ¡dejuro!,
cualquier cancha te sirve y ande quiera echás güena.

Pa la trensa del laso que pialó mi cariño
desbarbaste los tientos con prolija destresa.
¡Baquianasa la china! ¡Ni campiando a candiles
s’encuentra otra que sirva pa empardarte siquiera!

Yo, asonsao por tus tretas, no patié la celada;
m’enredé’n tus mentiras de mujer cabortera;
y en mi rancho de adobe, munchas noches escuras,
p’alumbrarme p’adentro tu ricuerdo ju’estreya.

Te desiaba y te véia po’ande quiera que juese;
cuanti más vos me juías yo te creiba más cerca;
bien a láito’e mi catre, cuando el sueño lerdiaba,
‘taban siempre tus ojos aguaitando mi pena…

Y a la larg’aflojastes. Y te truje a mi rancho
carculando que traiba lo mejor de la tierra.
Y tu boca jué chica pa potrero’e los besos
que salían en tropiyas de mi boca sedienta.

Pero vos pastoriabas la ocasión pa burlarte,
pa encajarme las patas como mula mañera.
¡Pucha, ustedes las hembras son pal hombre más piores
que manada de chanchos cuando dentra’la güerta!

Ya cumpliste tu gusto. ¡Podés dirte, canejo!
¡Por respeto al cuchiyo no te tuso a lo yegua!
¡Rejuntá tus percales y marcháte’n seguida
d’este rancho, que al ñudo quiso ser tu querencia!

¿Qu’esperás? ¿Cres de juro que no aguanto la marca?
¡Si mujer de tu laya po’ande quiera s’encuentra!
¡Podés dirte tranquila; tengo juersa’entuavía
y me sobran rodajas pa domar una’usencia!

¿Y aura? ¡Güe! ¿Tas yorando? ¡No faltaba más qu’eso!
¿Arricién te das cuenta que no sirve ser puerca?
Te metés’hacer barro pa dispués remorderte
y amolar con tus yantos. ¡No negás que sos hembra!

Cavilando

¡Qué porquera es la vida! ¡Puro dirse’n amagos!
Nos pasamos los años enfrenando esperansas,
que soltamos despiadas, a lo largo’el camino,
sin poder apariarnos a la dicha desiada.

Cuando semos gurises, de ganosos por criarnos
pa ser libres y dirnos po’ande quieran las ganas,
nos parece qu’el tiempo march’a tranco’e tortuga
y que nunca yegamos a la edá’mbicionada.

Pero dispués de mosos ya risulta distinto.
Los quereres comiensan’abrir brocas en’l’alma.
y un’angurria tan grande de vivirlos nos dentra
que cuasi no d’abasto la ración d’esperansas.

Y de aflitos que andamos por agenciar la dicha
ni sentimos los días, que de galope se alsan,
yevándose’n su juida promesas ya dijuntas
que se nos despintaron al dirnos a orejiarlas…

Hasta que un redepente nos encontramos viejos
y hayamos que jué un soplo la mocedá pasada;
que los deseos duraron lo que una brasa’e ceibo;
que jueron nuestros sueños como la espuma en’l’agua.

Y entonce’comprendemos qu’hemos andao al ñudo,
aplastando el matungo, mochando las rodajas,
sin conseguir más nada que una cansera bruta
y una runfla’e ricuerdos p’amargarnos el alma.

Y queremos dar güelta, ser gurises de nuevo;
pero ya no podemos pegar la reculada;
hay que seguir pa’elante, metiéndole sidera,
aunque las juersas mermen y ya la fe’sté gasta…

¡Qué porquera es la vida! ¡Puro dirse’n amagos!
Nos pasamos los años enfrenando esperansas
pa campiar una dicha que, dejuro por hembra,
¡más matrera se pone cuanti más es desiada!

Oración

Tata Dios: yo no dudo que seas juerte;
que gobernés vos solo tierra y cielo;
que a tu mandao se apague’l rejucio
y se amanse’l más potro de los vientos.

No dudo que haigas hecho esas estreyas
que sirven de candiles a los sueños,
y p’aliviar el luto de la noche
priendas la luna en su reboso negro

No dudo que seas vos el que le puso
al colmiyo’e la víbora el veneno;
el que afiló las uñas de los tigres
y le dió juersa’l pico de los cuervos…

Pero dudo’e tu amor y tu justicia,
puta si juera verdá que sos tan güeno
no te habrias yevao aqueya vida
qu’era pa mi más grande que tu cielo.

Vos sabés, Tata Dios, cómo la quise.
Eya ju’el sol que amaneció en mi pecho.
Por eya tuvo primavera mi alma
y echaron alas mis mejores sueños.

Eya era linda como las mañanas
cuando dispiertan yenas de boyeros:
alegre como el ruido’e las colmenas;
graciosa como el’unco’e los esteros.

¡Y era tan güena, Tata Dios!… ¡Tan güena!…
Nunca un rencor se cubijó en su pecho.
Pa tuitos tuvo un corasón sin trancas,
rebosao de ternuras y de afetos.

Y creyó siempre’n vos. Tuitas las noches
s´endulsaba en su boca el Padre Nuestro,
mientras su almita’e pájaro aletiab’a
ofertándose entera en cada reso.

¡Y tuviste coraje pa matarla!
¡No pensaste que yo tamién jui güeno,
que no meresco este dolor que sangra
la herida siempre viva’e su ricuerdo!

¿Cómo no viá dudar de tu justicia?
¿Cómo viá crér que tengas sentimiento,
si vos, provalecido de tu juersa,
nos quitás siempre lo que más queremos?

¿Pa qué nos diste corazón, entonce’?
¿Pa qué nos esigis que siamos güenos,
ni nos encariñás con esté mundo
y en él ponés nomás que sufrimientos?

¿Crés que consuela tu promesa’e gloria?
Si aquí ande hemos nacido, ande queremos,
nos negás el derecho’e ser dichosos,
¡no sé pa qué nos va’servir tu cielo!

Romance de Antonio Machado

(Para José Pampín, compañero en la ya remota lucha Pro España Republicana, y que acabó convirtiéndose en mi editor más consecuente y en uno de mis amigos más fieles y entrañables.)

Antonio, imagen y espejo
de la tu España entrañable,
pulso bueno de la tierra,
cifra del amor unánime.

Antonio, el de la canción
con albercas y olivares,
con sabor de olmo y encina,
con olor a cepas madres,
a morenez de zagalas
y a sol de maduras tardes.

Antonio, meollo de España,
la esencial, la indomeñable,
la que prefiere morir
a tener que arrodillarse.

Antonio, presencia eterna
del agua, la piedra, el ave;
florida vara de almendro,
colmado lagar fragante,
clara oblación de aceituna
dada en óleos fraternales.

Antonio, columpio dulce
del viento en los robledales,
derramado amor de lluvia
sobre alcores y alfalfares,
susurro de cangilones
en las norias laborantes,
eclosión de henchido germen
en la vega inmensurable.

Te mató el dolor de España,
de la España que llevaste
en el ala y en la brasa
de tus sueños cardinales.

Tu gran corazón abierto
como una herida granate
sangró la pena de un pueblo
que era su pena y su sangre.

Antonio: no hay en mi voz
hipos de llanto al cantarte,
que muertes como tu muerte
no deben jamás llorarse,
porque son más bien semillas
de afirmaciones vitales,
porque son más bien banderas
para izar en el combate.

Antonio Machado, ejemplo
de grandeza inmaculable,
pulso bueno de la tierra,
cifra del amor unánime
desde la vivida savia
que sustenta tus cantares
y hace inmortal tu palabra
España ha de levantarse.

Romance de la luna roja

I

Por un cielo de tormenta
la luna roja resbala,
con nimbo de azufre y cloro
su faz de bruja nimbada.
Desde la noche sin grillos
le chistan lechuzas raudas;
desde los ranchos sin sueño
miedosos perros le ladran;
y las viejas se santiguan
al verla tan colorada,
pues luna con sangre es luna
que trae segura desgracia.

¡Ay, que se ha puesto la noche
como para cosa mala
con ese viento chiflón
que le sopla las entrañas!

Las chacareras encogen
el cuerpo bajo las sábanas
y aprietan los duros muslos
entre las duras enaguas;
que luna con sangre es luna
que trae segura desgracia,
y es siempre en moza doncella
que el maleficio descarga.

¡Ay, quién pudiera velar
hasta la margen del alba,
el pensamiento y las manos
trabaja que te trabaja
—devanando aquél leyendas
y éstas devanando lana—,
mientras las brasas se azulan
y llora el candil de grasa!

Pero hay que arar mucha tierra
mañana por la mañana,
y ya en los ojos el sueño
pesa y pesa, llama y llama…

¡Ojalá la luna roja
lleve lejos la desgracia!

II

Noche de un jueves cualquiera,
noche de media semana,
nunca fue noche de juerga
donde la gente trabaja.
¿Qué música, pues, es ésa
que el viento chiflón arrastra
tierra abajo, tierra arriba,
por los huertos y las chacras?
¿Qué dedos serán los dedos
que están tañendo guitarras?
¿Qué voz la voz pachorrienta
que canta esa serenata?

Tal cosa nunca ha ocurrido
a mitad de la semana,
y no es ni martes ni viernes
para pensar en fantasmas…

Aullidos tristes, retristes,
conjuran la luna mala,
la luna color de sangre
que trae segura desgracia.
Y el viento chiflón enfría
su silbo en la madrugada,
que viene llamando al surco
con vieja voz de esperanza.

III

¡Mal haya la luna roja
que nunca niega su fama!
Anoche, a los Aguilar,
les robaron “la” Mangacha
—moza seria entre las serias,
moza entre las guapas guapa—,
mientras el viento chiflón
paseaba una serenata.

¡Y no era martes ni viernes
para pensar en fantasmas!

Romance del labrador sin canciones

Hala que hala la yunta,
corta que corta la reja,
brilla que brilla la escarcha
sobre la negra paniega.

Va el ancho tajo del surco
despanzurrando la tierra,
que paga en buenos olores
al hierro que la penetra.

Las palomas y los tordos
—bruma y sombra, noche y niebla—
desanillan las lombrices
enroscadas en la gleba.

Hala que hala la yunta
sobre la tierra morena.
Brilla que brilla el azúcar
de la escarcha mañanera.

Y el labrador —ceño adusto,
manos rudas, tez cobreña—
crispa que crispa los puños
sobre la tosca mancera.

Va sin palabras ni cantos
—silencio de hierro y piedra—,
curvado el enjuto cuerpo,
cansina y gacha la testa.

En tanto la aurora exprime
la pulpa de sus cerezas
y el hornerito alfarero
su laborar recomienza.

En tanto los herbazales
trascienden a primavera
y el aire limpio se endulza
con el olor de las yemas.

Se irán las blancas heladas;
se irá la negra tristeza;
ya está setiembre aniñando
de brotes las arboledas.

Ya se ha encendido la brasa
del churrinche en la pradera,
y anda cardando vellones
de nubes una cigüeña.

Ya el sol acuesta brazadas
de luz jugosa en la hierba,
y el día surte su alforja
con zumos de espliego y menta.

Hala que hala la yunta
sobre la negra paniega,
mientras setiembre reparte
su carga de vida nueva.

¿Nada le trae al labriego
que está binando la tierra?
¿Ni el verde de una esperanza?
¿Ni el rosa de una promesa?

¡Ay!, labrador sin canciones
—silencio de hierro y piedra—
empozada en tus pupilas
se quedará la tristeza.

Labrador de callos duros
como raíces resecas,
como terrones sin lluvia,
como carozos sin tierra.

Oro de espigas candeales
dará otra vez la paniega,
mas no irán a tu granero
los granos de la cosecha.

Parvas de rubias gavillas
perfumarán esa tierra.
Con sus rimeros de trigo
se marcharán las carretas.

Y tú a limpiar los rastrojos
y a rejar para otra siembra,
que ofrecerá nuevos granos
para las nuevas moliendas.

Hala que hala la yunta.
Ya está setiembre en las yemas
y en el verdor del herbajo
que trasciende a primavera.

¡Ay!, labrador sin canciones
que labras la tierra ajena:
tanto trigo que has sembrado
¡y ni un pan blanco en tu mesa!

Romance del Veinticinco de Agosto

“Irritos, nulos, disueltos”,
cantaba el viento en los talas,
y acompasaban el canto
los boyeros con sus flautas.

“Irritos, nulos, disueltos”,
repetían las calandrias
mientras colgaban caireles
de música entre las ramas.

Y el clarín de los horneros
campo adentro repicaba,
sembrando la buena nueva
entre un júbilo de alas.

Y aunque era invierno en el tiempo,
hasta grillos y chicharras
desherrumbraban sus élitros
para unirse a la cantata.

Estaba de fiesta el campo
y el monte lo acompañaba
porque era fecha de gloria
para la tierra “orientala”.

Y el mismo cielo, allá arriba,
alternaba nubes blancas
con su azul, como ofreciendo
para la bandera franjas.

Cuentan que aquel veinticinco
fue de punta a punta un alba,
pues hasta la tardecita
parecía una madrugada.

Todo en él era comienzo,
todo en él era esperanza,
y hasta el sol se detenía
para ver nacer la Patria.

“Irritos, nulos, disueltos”
los actos que subyugaban,
el viejo afán artiguista
en fruto al fin se trocaba.

Y por eso “írritos, nulos,
disueltos”, todos cantaban,
hombre y ave, insecto y árbol,
flor y espina, viento y agua.

Alvertencia

Sobre’l lomo potro de mi campo crudo
-que nunca ha sentido de un arao la marca-,
prontos pa meyarles el filo a las rejas
estos altaneros tacuruses se alzan.

Son como celosos troperos que rondan,
engüeltos en ponchos de chilcas bagualas,
la tropa orejana de mis pensamientos,
mis libres ideas, mis chúcaras ansias.

Brujones que prueban el tiemple del campo,
perebas en ruda machés levantadas
que son pa mi orguyo lo qu’es pal de un gaucho
el surco que le abre de frente una daga.

Por eso al que quiera cruzar los potreros
sin triyos que tiene la estancia de mi alma,
le alvierto que debe tranquiar muy dispacio
si quiere librarse de alguna rodada…

Justicia

Como manada’e perros cimarrones
cuando topa una res flaca y sin juersas,
lo cargó entropiyao el milicaje
sin darle tiempo ni a maniar la oveja.

Y los corvos ganosos se cimbraron
en el lomo del gaucho,
mientras juía trepada en el pampero
la vos enronquecida’el comisario.

Atao con maniador de cuero crudo
po’abajo’e la barriga del cabayo,
tosiendo sangre, reventao a golpes,
pa las guascas dispués con él tocaron.

Del pescueso en la barra
pasó la noch’entera,
judiao po’el cuartelero, que al sentirlo
clamar de sé, le daba salmuera…

Y al otro día un jues empalagoso
s’esplayó hablando’e leyes y delitos,
y a la sombra mandó que lo tuvieran
una punta de meses, por castigo.

No tuvo en cuenta qu’el caudiyo’el pago,
por cuestiones de pelos,
lo había echao al paisano de su estancia,
and’estaba ganándose’l puchero.

Ni qu’el hombre, campiando otro conchabo
sin poder conseguirlo,
había yegao al punto’e rebajarse
mendigando una achura pa sus hijos.

Ni qu’el dueño’e la oveja que robara
tenía la burra rebosando’e libras,
y una punta d’estancias tan pobladas
que ni él mismo su hacienda conocía.

Y qu’en cambio en el rancho del paisano
-un sucucho sin juego y sin abrigo-
yoraban tres gurises inocentes
galguiando de hambre y erisaos de frío…

Castigo

¡Amuélensén! ¿Quién los mandó ser brutos?
¡Lo qu’hiso la gurisa’stá bien hecho!
¿O se pensaron que por ser sus padres
le podían gobernar los sentimientos?

Si eya juyó siguiendo al que quería
la culpa jué de ustedes, ¡qué canejo!
¡Aguanten el sogaso sin lomiarse
y apriendan pa otra ves no errar tan fiero!

Porqu’el moso era pobre y no podía
ofrecerle más nada que su afeto,
le trancaron la puerta en las narices
dispués de destratarlo como a negro.

¿Qu’importaba que juese’l preferido
si carecía de mentas y dinero,
y a la gurisa ustedes la querían
p’hacer negocio con su casamiento?

Creyeron que meniándole garrote
y hablándolé de honestidá y respeto,
iban a conseguir qu’escarmentase
y arrancase de su alma aquel afeto.

¿Ignoraban dejuro que al cariño
naide es quién pa quitarle sus derechos,
que no agarra po’el triyo que l’endilgan
ni acata leyes, porqu’es ley él mesmo?

¡Pucha! ¡Hay que ser escaso de carcume
pa no cáir en la cuenta’e que van muertos
los que cren que se puede asujetarlo
metiéndose al torsal en sus deseos!

¿Que la gurisa al dirse jué una ingrata?
¡’Tan muy enquivocaos! ¡Tenía el derecho
que tienen tuitos de vivir su vida
y si voló del nido jué por eso!

¿Que procedió com’una sinvergüensa
porque quiso ser libre y rompió el cepo?
¡Hubiera sido pior que se vendiera
por unas vacas o un puñao de pesos!

¡Amuélensén! ¡Lo que les acontece
les está bien empliao por avarientos!
¡Aguanten el sogaso sin lomiarse
y apriendan para otra ves no errar tan fiero!