Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Selva Márquez

Selva Márquez (Montevideo, 1903 – 1981) es una de las figuras más enigmáticas de la poesía uruguaya del siglo XX. Su voz, marcada por un fuerte lirismo surrealista, revela una sensibilidad profunda y onírica, donde cada verso parece deslizarse entre la vigilia y el sueño. Aunque su obra es breve, Márquez logró, con solo tres libros publicados entre 1935 y 1941, consolidarse como una referencia esencial para la poesía latinoamericana.

En “Viejo reloj cuco” (1935), su primer libro, ya se perciben los ecos de una poética singular que explora temas de tiempo, memoria y muerte con una delicadeza que roza lo etéreo. Dos años más tarde, en “Dos” (1937), Márquez profundiza su búsqueda introspectiva, convirtiendo la palabra en una herramienta para indagar los misterios de lo cotidiano. Su tercer libro, “El gallo que gira” (1941), simboliza una despedida de la poesía publicada, pues aunque continuó escribiendo hasta el final de su vida, optó por el silencio editorial. Este retiro no fue una renuncia creativa, sino una decisión que refuerza el aura mística de su figura.

Más allá de sus versos, Márquez desempeñó un rol importante como funcionaria en el Instituto de Profesores Artigas, donde mantuvo contacto con jóvenes escritores y figuras clave de su tiempo. Sin embargo, su relación con la llamada Generación del 45 fue ambigua. Según Walter Rela, Márquez era una mujer reservada pero entrañable con aquellos a quienes llamaba amigos, mostrando así una personalidad compleja, tan cautivante como hermética.

La obra de Selva Márquez sigue viva en antologías de poesía rioplatense, como las compiladas por Julio C. Casal y Álvaro Yuque, donde sus versos dialogan con los de grandes autores de la región. Selva Márquez es, en palabras de sus admiradores, un enigma en la poesía uruguaya, un eco persistente de lo inasible, donde lo onírico y lo humano se entrelazan en una sutil danza verbal que sigue fascinando a generaciones de lectores.

Una luz en el fondo

Este es el momento de la transparencia
Un instante que pasa
y la luz que emerge desde el fondo de la sangre
como una viva planta

marina, alargando sus flores
con bocas. Mirad ese rostro
transparente ahora,
mirad ese rostro!

Veréis una cuna de palo
que se balancea sobre las espinas
o un baile de granos de polen
en la sangre viva;

o veréis un puñal y un veneno
en un templo de dioses de cobre
que tienen mil manos abiertas y estáticas
esperando el fruto que nadie conoce!

Cuántos pasadizos van a iluminarse!
Cuántos prisioneros se yerguen aullando
en el fondo de inmundas sentinas
con un suelo de pulpos y sapos!

Ahora una Virgen de rosas se mueve,
mirad,
en el viento de una música antigua
y una estrella aparece y se apaga
junto a la Paloma de la Eucaristía…

Asomaos al pozo del rostro:
veréis cosas que nunca se han visto
como en el combate de las geometrías
con las puras sombras de un recién nacido,

Y qué ruido espantoso que asoma
más callado que un odio que espera,
qué ruido de ruidos más grande
que el rodar de las Grandes Esferas,

qué ruido que llena las noches
tan inmenso, callado y espeso,
llanto de dedos cortados
y de ojos ciegos,

Ay! Qué ruidos de puertas cerradas
y de muertos ecos!
Ya no quiero mirar ese pozo,
ya no quiero mirar… Tengo miedo!

Domingo de tarde

El borrico está de fiesta
con dos ristras de cebollas
y un sombrero en la cabeza.

(Dom-min-ngooo… Dom-min-goo… Dommm.
dice la torre en la iglesia)

La niebla borratajea
la perspectiva lejana
como una niña traviesa.

Pasan voces remozadas
chapoteando entre la niebla.

Qué olor de fritos quemados
va hendiendo el aire mojado
como una risa grosera!

(Ya sabemos que es domingo,
campana que lo recuerda)…

El borrico piensa y piensa…
Las dos ristras de cebollas
son líneas de flores secas

en el percal de la tarde
ahumado y lleno de tierra.

El hombre del traje nuevo
las rudas manos en fiesta
va matando hora tras hora
entre dormido y alerta.

(Dónde andará el viento? El viento
fraile descalzo, andariego,
con su bordón espinoso
y su voz ronca de viejo?)

Tengo el corazón cansado
como una vieja carreta,

y las arañas del tedio
tejen y tejen su tela
para la tarde dormida
y para mis manos muertas.

Rodembach: tus tardes grises
nunca serán como ésta!

***

Y en el tio-vivo de un disco
montada en un tango viejo
corre una voz de mujer
como el “ahuuu:’ de un bosteso…

Apóstrofe

Que Dios te olvide, mujer
escondida allí dentro!

Que Dios te olvide, cáscara de nuez!
Que Dios te olvide; pues no sabes estar
junto con los demás!

Cometa de papel que quieres ser estrella!
Sapo de Andersen en el balde del sol!
Álamo que sueñas deshacerte en el viento!

Mujer oscura, extraña:
tea, flor envenenada
mujer mala, mala, mala!

Aunque estés allá lejos
que mi apostrofe te llegue
con mi lengua de un palmo:

Toma! Rebelde, ocultadora de pecados,
culebra retorcida, frasco de veneno…!
(le estoy hablando a mi espejo…)

Calles

Mi calle es calle de muertos
como es la, tuya, señor
que pasas lucio y tranquilo
bajo el sol.

Mi calle es calle de muertos
como todas calles son.

Yo tuve abuelo gallego;
compostelano; tozudo,
despacioso, refranero,
altivo y rudo.

Tuve abuelo lusitano,
melancólico, cantor,
ansioso de andar caminos
y de amor.

Son muertos, y están en mi:
como ellos soy!

Todas las tardes asoma
un hombre frente a mi casa;
tiene un perfil siciliano
agudo como una espada.

Nació en mi tierra. Empero,
parece que fue en Italia!

Tiene blancos dientes. Pronta
la mano para pegar,
viva la réplica; negra
la mirada audaz.

Los muertos mandan en él
desde más allá del mar!

Canta; duerme; su pereza
felina sólo se va
cuando baraja los naipes
con destreza de juglar.

Dos muertos mandan en él!
Dos o más!

Uno era bello, querido,
alegre, buen bailarín;
que, aunque de vides comía
jamás cuidó de la vid.

El otro mató, una noche,
luego de un festín!

Ay, muertos que vivos mandan
desde su negra ciudad!
Mis pasos van hacia ellos,
mis ojos ciegos están

si con sus ojos de nada
no me ayudan a mirar!

Muertos de las calles viven,
ríen, se dan a cantar
Lloran inútiles penas…
Las horas los llevarán!

El uno roba (el abuelo
fue bandido montaraz)
el otro babea… (el muerto,
el muerto supo gozar!)

Suspiro por todos ellos.
Por mí: quién va a suspirar…?

Los dos vecinos

En esta tarde de invierno
envueltos en el pampero
dos vecinos de mi barrio
se están entrando en mi verso:

la cara verde; la cara
larga, huesuda y extraña
con los ojos donde acechan
dos inmóviles arañas

para cazar las desnudas
mosquitas de las palabras
antes que lleguen a abrirse
camino a las bocas pálidas.

La cara angosta y ceñuda,
las manos largas y largas…
como para hilar con lluvias
de invierno, un poncho de plata.

Y el otro? Se desvanece
detrás de su vida plácida,
todo en curvas soñolientas
como el humo de mi taza.

Domenico Theotocópulos
pulió aristas afiladas
y puso angustias judías
en el fondo de una traza,

y afiló sueños y sueños
junto con las manos largas;

largas para abrir caminos
desde el fondo de una raza
por donde ha de llegar al Hoy
David, el del arpa mágica.

En tanto, el otro se ríe
ahíto de cosas plácidas!
Hartó su hambre campesina
y para él dijo; basta!

Su mano descansa abierta;
su mano muestra la palma
con el pulgar bien abierto;
su mano, pequeña y blanda.

(Del Greco a Eduardo Manet
ay! qué distancia tan larga!)

Los dos hombres de esta América
mascullan distintas parlas;
pero, como hablan de hijos
se entienden en la distancia,

como el Taytacha Temblores
con la Cruz se acerca a España.

(Acaso dos metaloides
distintos, no forman agua?)

Y en esta tarde de invierno
los dos están en mi verso:
uno, en un espejo cóncavo.
El otro, en uno convexo…

Nocturno de los diablos

La noche es una frente negra
con dos sienes violetas;
y todo el universo va pasando
del principio hasta el fin la frente inmensa.

La noche es una frente
tan comba como un vientre
fecundado.

Pasa a veces San Jorge…
pero más a menudo paaa el diablo!

Entonces, vibra
toda la noche con un grito sacro
de una y mil vírgenes sacrificadas
ante al ara del Triángulo.

Estremecida vibra
porque pasa la vida!

Los diablos desatados
corren montando sombras. Ah, los diablos!

Paso a Astaroth! La arena de Tebaida
se hace luego a su paso
y flagelan las carnes de la tierra
sus látigos!
Yo también siento un látigo.
Lo siento…
y encogida en el miedo, rezo…

Yo no sé lo que dicen mis palabras
(ay!, mi boca, molino de los lamas
con oraciones secas y tan áridas
como un pozo sin agua!)

Yo no sé lo qué rezo.
Pasa Astaroth, el Duque negro,
y a su paso responden en la sombra
aullidos y lamentos.

y la noche se arruga
como el barro en invierno.

Toda la noche grita!
Toda la noche llora en las yacijas
como un ojo en su cuenco!

Huellan caminos ríspidos
como tres esqueletos de murciélagos
el triste caballero, la muerte y el diablo
que vio Alberto Durero.

Pasan… Luego nada. Silencio.
Suspiro, amordazada por un miedo
de resbalar, hasta caer en manos
del hombre de Durero.

Después nada. Silencio…
Viene despacio el Angel, sonriendo,
con la paz en las manos.

Siento
el jadear de la casa vecina
donde amasan su pan los panaderos.

Me siento, como ungida por un óleo
santo. Dejo
que se vayan los diablos, espoleados
por la fatiga de mi sueño

y me dejo caer hacia la nada
asida al ruido de los panaderos
(única realidad que no es de diablos)
como un náufrago a un leño!

Un niño llora

Un niño está llorando! Ay, Dios!
Tú sabes, pero yo no sé.
Le he cantado las nanas que sabía
y otras que yo inventé.
He buscado angustiada,
y no sé nada.

Pero me enfrento a ti
y te grito:
Un niño llora!
Dios impasible y cruel:
UN NIÑO LLORA!
Y yo lloro con él!