Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Saúl Ibargoyen

Saúl Ibargoyen fue un poeta de exilios y retornos, de palabras afiladas y versos que cruzaron geografías y tiempos. Nacido en Montevideo el 26 de marzo de 1930, su voz emergió dentro de la llamada Generación de la crisis, aquel grupo de escritores uruguayos que, en las décadas de 1950 y 1960, dieron testimonio de un mundo convulso con una literatura comprometida y profundamente humana. Pero su vida, como su obra, estuvo marcada por el movimiento: en 1976 se exilió en México, donde su escritura encontró nuevos ecos y donde, con el tiempo, echaría raíces definitivas.

México no solo lo acogió, sino que lo convirtió en suyo. En 2001 recibió la nacionalidad mexicana, consolidando así su doble identidad. En estas tierras ejerció una influencia notable en la literatura y el pensamiento crítico, desempeñándose como docente en la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM) y dejando su huella en publicaciones fundamentales como la revista Plural, donde fue jefe de redacción y subdirector, y la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, que editó con la misma pasión con la que escribía.

Su obra atraviesa los grandes temas de la existencia: el desarraigo, la memoria, la resistencia y el deseo. En su poesía, la palabra se vuelve trinchera y puente, denuncia y caricia. Con una voz inconfundible, supo construir versos donde la intensidad del lenguaje se mezcla con la melancolía y la ironía, con la historia y el presente. Su literatura no se conformó con ser un reflejo del mundo, sino que intentó transformarlo, dialogando con las sombras y las luces de su tiempo.

Desde 2008, fue miembro de la Academia de las Letras de Uruguay, un reconocimiento a su relevancia en el panorama literario de su país de origen. Sin embargo, su verdadera patria siempre fue la palabra. Falleció el 9 de enero de 2019 en México, dejando tras de sí una obra vasta y vibrante, una constelación de textos que continúan iluminando los caminos de la poesía latinoamericana.

Animales

Colgadas de cualquier frágil almanaque
las arañas se descalzan
y empiezan a tejer
las pálidas camisas
que sudaré mañana.
Y en el piso
de una apartadísima caverna
las cucarachas mezclan sombras
con el estiércol de dientudos pájaros:
ellas me preguntarán mañana
por qué estamos aquí.
Y las hormigas jadean
bajo la luz
de estos días inmóviles:
sus lomos crujen
como cueros quemados
como escamas en ardor:
ellas recogen pedazos de mi almuerzo
y preguntarán después
por qué el sol está ahí.
Y una polvorienta polilla escarba
su camastro nupcial
debajo del calor de fatigosas sábanas:
la hambruna de sus hijas comerá
de mi piel
y nadie habrá de medir
las hilachas destruidas:
ellas no tendrán que preguntar por mí.
Y caminan los escarabajos
entre las montañas desoladas:
su planeta de excreciones
se diluye en la chirriante tempestad:
ellos dirán la pregunta
que alguien tendrá que oír
en el otro tiempo de mañana.
Y buscan las moscas
sordas sustancias ardiendo
entre platos y cuchillos y gases cotidianos:
sus cachorros blancos nacerán
de las nuevas espumas
que mis salivas propias
ayudan a engendrar:
ellos no preguntarán
por el nombre completo
de los primeros ángeles
que habrán de sufrir.
Y las fieras ladillas
construyen su picoso hogar
en las bragas perfectas
de las reinas del mundo:
cuando inicien sus irritantes cacerías
ellas tal vez quieran preguntarme
por qué mis labios
no fueron a beber allí.
Y las mariposas se rascan
las alas de ceniza:
en su hocico se acumulan
iluminados coágulos
y moléculas de hiel
y se acoplan sin hipos ni suspiros
y dejan sus huevos en sitios alquilados
y no olfatean ninguna flor:
ellas querrán preguntarme
por qué rechazo diezmos y alcabalas
y por qué cada noche sueño
que no puedo biendormir.
Y aquel mosquito que vino
desde el agrietado Sur
con uñas lastimadas
por amarga arena
con plumas desteñidas
y antenas desquiciándose
con su colmillo único
revisando mi garganta:
¿habrá de preguntarme por qué
él también debe abrazarse a estas palabras
y luego
entre nadies y desnadies
desasido y despeinado
y animalmente tan solo
nada más morir?

Fundación o nacimiento

En la caja de papel
hemos puesto
las palabras de cobre.
La mesa tomada de la sustancia
ciega del laurel o del cedro
está simplemente debajo
del ligero cofre que ahora balbucea
como un pulmón de hombre cotidiano.
Debajo de las patas sin uñas
que contienen la dirección
de los rumbos primordiales
están los rectangulares pétalos
de pino oscurecido.
Debajo y más están los cimientos
la sombra de la casa enterrándose
las piedras aplastadas por fuerzas
con un silencio de partículas
que no cesan de huir.
Más abajo del debajo
está por fin el primer calor
íntimo de la tierra
está una móvil saliva
con sus grumos de hierro
y un líquido expulsado
por mandíbulas quemantes
y un suero espeso saliendo
de ojos desinflados
y un pellejo como aquella
camisa de rey ensuciándose
en una ceguera de espadas ladradoras
y una cara de bestia familiar.
No habrá un nombre
en el collar de sórdidos metales
no habrá resonancia de ningún silbido
en las orejas trituradas
no habrá tripas que astillas y vidrios
perforados
no habrá más que confusas hojas de calcio
sucios impulsos de nitrógeno
y mantas manchadas de carbón.
Y las palabras de coagulado cobre
separadas así de nuestras manos
se retuercen casi gritan y chocan
con los muros de su caja de papel.

Hombre esperando

El hombre se acuesta
con sus mudas palabras
trepándole por la boca.
Hay miedo en esas palabras
miedo en esa lengua
miedo en la espalda enterrándose
entre las vaciedades de la sábana
miedo en el cuerpo que no encuentra
ahora la suave sombra carnal
que lo sustente
miedo en los relojes
que se gastan
miedo en el grito que solamente
las orejas del hombre
pueden escuchar.
El hombre espera con sus huesos solamente
y un silencio oscurísimo
fluye sin prisa
por todos los teléfonos.

Lapsit Exilla

para Julio Ricci, in memoriam

Sobre estas piedras
tomadas de cualquier calle
habrán de abrirse
los pasos extranjeros.
En cada suela de estos
esos aquellos pies
se acumulan sedimentos
de toses perdidas
y babas de gorriones enfermos
y lágrimas de caracoles condenados
y las migajas de un rostro
que no podremos contemplar
bajo ninguna lluvia.
Sobre cada pedazo de polvo
asentándose en estas piedras
daremos fundamento
a las letras y signos
y fechas y números que serán
la resta y la suma
de un silencio de dientes marchitos
de una sola y faltante figura
oliendo su sombra
entre las viejas playas.
Breve es cada ceniza
que forma los íntimos tejidos
de la hembra de la piedra.
El zapato extranjero
empieza a quebrarse
mientras abandona sus pasos
en los olores
de las mismas calles sin memoria.

Lluvia en Coayacán

Para Carlos López

Detrás de los vidrios lastimados
por sudores de insectos
y la cagazón de suspiros y derrotas
y el previsible olvido
está la lluvia.
La lluvia disuelve carreteras de polvos volanderos
mete aquí sus uñas fabricadas por el frío
escupe sus lenguas de dragón moribundo
arrastra sus sandalias de papel en trituración
balbucea por los caños burbujas babeantes
expulsa orines y alimentos masacrados
perturba el idioma de los teléfonos
interrumpe colores luces nieblas siluetas
mezcla y entreteje sus gotas sus goterones
sus chorros sus escurrimientos
sus filtraciones sus violencias.
Y en sí misma se llueve
se salpica bebiéndose
y así se reconstruye.
Y el hombre sale de nuevo hacia la lluvia:
el paraguas es una sombra de metales negros
y envueltos y revolvidos en las ropas del día
dos montones de huesos quieren descansar.

Muertes

Morirán tres pollos mañana
tres hijos de una gallina
tal vez inmortal.
Sus alas de dedos disueltos
estarán en tu plato
y las salsas que ensabrosen
sus muslos no serán
los sémenes del emplumado amor.
Sus pechugas partidas
no darán raíz
a un brevísimo corazón
y sus tripas despreciadas
entrarán en los ciclos
de quién sabe qué vísceras
de quién sabe qué especies.
Tres pollos morirán:
pocos desperdicios
habrán de quedar
de los huesos de su sombra
en tu plato de mañana.

Ladridos

¿Quién es ese otro perro
que ladra
en un dialecto que nadie conoce?
¿Por qué debe echar
en los aires chirriantes
de cualquier ciudad
grito a grito los coágulos
de la última voz
de la última tribu?
¿Para qué están de pronto
detenidos los que escuchan?
¿Hacia dónde viajan o huyen
los que dicen que pueden comprender?
¿Para qué hay hombres
que levantan látigos y cuchillos
y abren oscuras campanas?
¿Para qué quiere este animal
vaciarse así
de su canción desperrada?
¿Cuál es la fuerza
que alienta en sus babas sonoras
en sus tripas besadas por la sed?
¿Qué otros perros perdidos
se extinguen
en el silencio que gime
debajo de su piel?

Libélulas

El viento salta
desde los más lejanos
verdores de la ceiba:
rompe las confusiones
de la luz:
destruye el perfecto temblor
de un vuelo transparente.
De espaldas en la alberca
la libélula
no puede gritar
los colores de su muerte:
sus quietos dientes
aún se ocupan
de un hígado de mariposa
de una leve víscera de cínife
de los muslos de un gusano
macerados por el sol.
Gotas de ceniza rodean
las alas aplacadas
los metálicos ojos
el largo vientre
de ese bicho del Diablo
capturado
por labios fangosos
y lenguas inmóviles.
En el fondo de piedras azules
se disuelven
pequeños cadáveres
como cáscaras de carne.
En los cielos
de más arriba
-bambú eucalipto palma realnadie
ve las sedosas sombras
el fulgor de las mandíbulas
las olientes cacerías
y el viejo viento
que comienza a declinar.

Pax

El día es nuestro Señor:
han llegado
el reposo de la espada
la quietud de la flecha
la inocencia del misil
el frío de los fusiles
el crujido de la ceniza
el cansancio
de todas las banderas.
Señor
es nuestro el día:
en la sangre mezclada
de mujeres y gallinas
de infantas y muñecas
de hombres y caballos
caen monedas extranjeras
y trabajan los hijos
de la mosca azul.

Respiración

El hombre respira
con su pecho de alambre:
arterias de cobre como fuego joven
venas de fierro adelgazadas
por el oxígeno negro de la asfixia
tubos obturados por mantecas de sangre
espinas huecas con su mensaje de ácidos gases
pelos de acero oscurecidos por las flemas
filamentos rígidos como coágulos de esperma
hilachas pegosteadas entre espumas y glándulas
estambres revolcados encima de sórdidos gargajos
redes de seda como calcinantes roncares.
Así se respira el hombre
enteramente
y no lo sabe
y vuelve a escribir
de espaldas a este sueño.
Y escribe y escupe y respira.