Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Sarandy Cabrera

Sarandy Cabrera (Rivera, 1923 – Montevideo, 2005) fue un poeta y escritor uruguayo que, con una obra profunda y refinada, dejó una huella indeleble en la literatura de su país. Perteneciente a la célebre Generación del 45, junto a figuras de la talla de Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti e Idea Vilariño, Cabrera destacó por su capacidad para plasmar el sentir humano con una precisión poética pocas veces vista.

Su obra literaria, que comenzó en 1947 con la publicación de *Onfalo*, se extendió a lo largo de casi cinco décadas. Durante ese tiempo, Cabrera exploró la poesía y la narrativa, aportando una voz única y misteriosa a las publicaciones más prestigiosas de Uruguay como “Número”, “Poesía” y “Graffiti”. Cabrera encontró en la poesía un refugio para la introspección y una herramienta para desafiar las normas estéticas de su tiempo.

Pero su talento no se limitó a las letras. Cabrera tuvo una destacada carrera como periodista, colaborando con el influyente semanario Marcha entre 1950 y 1970, además de escribir para el diario El Popular hasta 1963. En estos medios, su aguda observación de la realidad y su compromiso social lo convirtieron en una voz crítica en un Uruguay convulsionado por cambios políticos y sociales.

Sin embargo, uno de los aspectos más fascinantes de la vida de Cabrera fue su faceta como traductor. Políglota autodidacta, dominaba el francés, inglés, italiano, portugués y sueco, lo que le permitió traducir obras de autores clásicos como Petrarca, John Donne y Mário de Andrade. A través de su delicada labor de traducción, Cabrera conectó al lector uruguayo con una amplia gama de voces poéticas y literarias, enriqueciendo así el panorama cultural de su país.

Entre 1977 y 1990, su conocimiento de idiomas le permitió colaborar con el sistema de las Naciones Unidas y organismos internacionales como la OMS y el Consejo Mundial de Iglesias, un capítulo poco conocido de su vida que refleja su versatilidad intelectual y su compromiso con el mundo.

Sarandy Cabrera fue, en definitiva, un poeta incansable y un hombre de letras cuyo legado sigue vivo, tanto en su país como en el ámbito de las letras hispanoamericanas. Su trabajo representa un puente entre lo local y lo universal, entre la poesía y la vida.

Vida implacable

A Mario Benedetti

Aquí no termina la áspera vida.
Vienen los anchos vientos, caen las lentas
puras hojas de otoño,
sube la sangre al ritmo de su empuje de vida,
el hombre reconoce su sitio.

Aquí no hay la muralla de la muerte,
no espera el tedio oscuro, el ancho
desorden de lo impuro, el duro
silencio de la nada, aquí vive la vida.

Aquí se siente un duro tic-tac: es el latido
de la vida que alienta de su dura alegría
de su rica sustancia que amenaza.
Crece una flor, se oye recorrer los jardines
una aura, una dolida sombra de viejos huesos
imperativamente obligatoria,
unidos al amor que permanece y corre,
que adelanta la lucha de los días
bajo el sol y la limpia esperanza
de este sitio colmado
por la vida implacable.

El espejo

Una tarde de otoño revivida
mi propia vida sin querer gastada
pienso que acaso no ha quedado nada
de aquella maravilla prometida.

Si canto entonces la desconocida
canción que se oye en mi alma veo apagada
mi angustia y mi tristeza clausurada
porque cantar sabe cegar mi herida.

No me engaño de mí, tampoco creo
mi corazón tan sano ni tan fuerte
de afrontar al espejo en que me veo

No espero mayor pena o mayor suerte
y mientras cae el día gris y feo
cierto estoy del olvido y de la muerte.

Un triste son

Alegre estás, acaso porque sí
y es sano que lo esté tu corazón
porque no necesita más razón
que mirar en la luz que luce en ti.

Cuando hayas agotado tu pasión
y la edad te castigue como a mí
oirás sonar como el que escucho aquí
un negro, un solitario, un triste son.

Será el acento que tus días den
estarás triste entonces porque sí
triste será tu soledad también.

Yo no estaré, la pena que sufrí
me habrá dejado y renacido
en tu corazón y aun vivirá de ti

A las nuevas estrellas de los hombres

…Las estrellas azules con la vaga indolencia
de haber visto los duelos de todas las edades

Juan Ramón Jiménez

Me enseñaron sus leyes: las estrellas
fueron mi sueño un día, me encerraba
su corazón la línea, su coseno
su relación brillante: su aventura
el imán de mis ojos, en mis manos
tuve su geometría y la divina
flor de los azimutes
de las precisas
elipses
y los círculos.

Contemplé el cielo con sus propios nombres
vi caer el triángulo, las dobles
y escamoteadas luces del centauro
alfa resplandeciente, solo ojo
que describió girando el derrotero
que acompañó la cruz
también rodando.

Estrellas, con la calle, con los altos
cipreses, con los bordes desdentados
del paredón sombrío, la ventana
que reía una risa, la doliente
silueta del caballo que rumiaba
su noche y su rocío desenvuelto
hacia la inmensa noche y sus estrellas.

Y los planetas convincentes, fijos
sus caminos andados desandados
su zigzagueante corazón ardiente
con el sol que los ama y los enciende
reconocí viviendo, me llegaron
días de dicha y sus noches anegadas
en cuerpo, en corazón, en tinta, en viento
y los relámpagos con el dolor, los golpes
que soporté esperando o maldiciendo.

Ajenas de nosotros, solitarias
puras, indiferentes, lunas bellas
sin aire, sin malditos
rincones de dolidos alimentos
altas y bellas luces solitarias
pasaban sus cortejos milenarios
indiferentes al vivir, al sitio
donde comí mi pan, donde he llorado
donde me daba sobre mi moneda
donde mis nuevos hijos las miraban.

Y un día, en un momento, dos estrellas
estaban en el cielo y una noche
encendidas, volviendo y recorriendo
toda la humanidad, todos los hombres

que lloran su vivir, o su desgracia
reparan en silencio, o que construyen
seguros de su vida una alegría
y reparten su pan, dan a los hijos
el agua del contento y edifican
la bella casa de las puertas francas,
todos los sitios que el recuerdo alcanza
dos estrellas
miraban
y eran una
parte del corazón de la esperanza.

Acceso al mundo

Llegada a Pando

Un día llego a Pando
conducido en la noche.
En un ómnibus claro
refulgente como una espada
un himno, una bandera,
que cortara la noche
por llevar mis hermanos
a la mesa final
al sitio de mi pan
de sus comidas.

Llego a Pando; es de noche.
Toco la tierra; es cierta,
veo una luz y luce.
Levanto el polvo andando,
es mi medida.
Oigo un agua caer.
es mi estatura,
siento una sangre hervir,
es una sangre.

¿Quién llama por la noche?
¿Aquel que fuera antaño,
o es otro nuevo niño
el que me llama?
¿Qué padre es invocado
qué madre llora sobre su moneda?

Alguien descansa dentro de su cuerpo,
alguien anima un fuego,
quién oye una esperanza.

Si hube venido tantas otras veces
¿a quién miré, que vi,
qué no hallé en este sitio?
¿qué pequeñez pensé, qué gesto tuve,
para qué hombres que no conocía,
para qué casas tristes que no eran
sino mis tristes imaginaciones?

¿Por qué herí con mi burla,
era riendo
o ya soñando entonces
con capitales puras
con ciudades fantásticas?

¿Dónde estaba el opaco
el presuntuoso?

¿Qué vi que no vi el sitio
de la vida?

¿Qué vi que no vi al hombre
y su morada?

Con la puerta segura
su lugar regulado.
La ventana que llama
en la noche batiendo,
su pared blanca, y cal
y muro
y vida.

Cual si de pronto hubiera despertado
en medio de un gran sueño
hacia otro sueño
en medio de otro día
vi aquella maravilla cotidiana,
vi el lugar
a medida
de la vida.

Otra noche perdida
en el viejo jardín florentino
vi un hombre,
era como éste.

Otra noche en la isla magiar
que rompe el pecho.
del Danubio amarillo
vi un agua herir,
era del agua ésta.

Un día oí reír entre las hojas
del álamo de plata en las orillas
más tristes del Moldava,
era este árbol.
Todo aquello es un sueño
que la noche levanta
para mí
ella junto a mi sueño
oh sueño que se escapa
ante la vida
que mana de la pura
luz, de la realidad,
la verdadera
patria del sueño.

El domingo

La ola de la vida se acrece y me levanta
y este cubo sombrío que me guarda y el sueño
de tantos pocos que aquí están conmigo
y tan confiados duermente
¿adónde va, adónde va?

Llueve desde hace tiempo sobre la Tierra llueve interminable
sin tregua y caen aguas y su paz
se derrama, y la madre se ha ido
todos se han ido sin destino, ausentes de futuro

Y yo no ceso tampoco de pensar y yo no acabo
tampoco de saber
y vengo y vago, y voy y vengo solo
mientras acaso este oscuro domingo de noche
navega sin tropezar va sin apoyos
perdido totalmente hacia ninguna parte
hacia otro día que nadie sabe,
que los que duermen han olvidado
y que sólo yo, que estoy llorando
no puedo creer, no puedo creer.

Guatemala

En la sencilla mesa familiar
concentrados, opacos en la sopa
del día, que sorbemos lentamente
cae una gota de amargo aceite oscuro
que es un nombre sencillo:
Guatemala.

Va la cuchara de la boca al plato
del plato hasta la cara.
Se ancha el aceite y entre el paletazo
de cuchara sedienta, entre el fideo
diario, alimento oscuro denegado
unos ojos nos miran, interrogan,
llaman, preguntan:
Guatemala.

Una sombra se sienta entre nosotros
toma su caldo frío en desamparo.
Por el fuego asesino que la vence
nos mira, nos reprocha por su estado.

Mientras el tronco al fuego cae
también como un reproche
en el rincón tan cauto de la casa,
vuelve la sombra al pie del sacrificio
corre la sombra por todas las caras

Como la primavera al norte llega
fuerte como esa infamia,
la comida es un duelo
un funéreo manjar de desgracia
y así será maldita si no nutre
la redención y la esperanza.

La amenaza del tiempo

En mitad del refugio de mi apariencia
y de un ardiente cinturón de sombras,
elegido como centro mortuorio de las luces,
ungido por las ondas de voz y de sonido,
permanezco erguido como un sueño
lleno de voces perdidas,
temblando, hoja verde, aguardando
de las aguas sonoras,
de los cargados mundos relampagueantes
el fruto de velar las aguas.

Oh agua tanto venida,
Oh amor hecho de gota a gota,
Oh pequeña carne que arrima
mi peregrino amor al mundo,
mi membrana cerosa
al cinturón de sombras
que aprieta su ojal amargo
que llama con su viento de verano
mientras ya por la carne rumorosa
única verdadera de los sueños
viene el otoño pasado de amarillas
luces, de pastos fríos,
de piedras cadavéricas.

Sueño feraz, oh campana
oh espacio estremecido por los cuerpos,
Oh tiempo perseguido
por tu amor la memoria,
cuya vidriada forma transparente
lleva mi corazón y su amenaza.

Hoja feliz, oh vientre opulento
preñado de otra vida,
de su pulpa feliz, de su elocuente
savia subiente y emancipadora,
llamo por todos
llamo por una luz
por una aguda acomodación
para poblar los ojos persistentes
con un mito de vida.

Acaso entonces,
Acaso demasiado,
adonde estremecido,
caen a mí como una espiga seca
los hombres, los sutiles
hilos de la apariencia moribunda
y me pueblan entonces
acaso demasiado lentamente,
hojas, el viento, el sueño,
los gigantes tomates de vida escondida,
la esfera hueca
de humana carne
que recoge mi asombro
cambiando, deshaciéndose.

Hundido en sombra,
hendido en la viva madera
y en los ladrillos muertos
miro el mundo y su cola
su río, su enriquecido enigma
su porquesí sufriente.

Hundido en sombra,
centrado en círculos de angustia
enredado en afectos
lúcido sin embargo, entre
los sueños y apartando el vaho
de las musarañas y las amapolas pestíferas,
veo mi mundo en el tiempo
y desde no sé donde por perderlo
y hasta ya no sé cuando por salvarlo.

La luminaria

Perdóname este ahogo de mundo que me lleva
perdona mi costosa parición, mi signo hirsuto,
sostén con tu sonrisa más pulida
esta común confianza que juntos precisamos.

Perdona la pesada luminaria de mi solitario corazón
y el horroroso globo de mundo que lo puebla,
y mi olvido y mis ausencias, mis ¡das y venidas
a esos largos parajes soleados de sueños,
de donde surten el desconsuelo y el consuelo
como la pura estrella que miran mis ojos ocultos
que me imanta, me lleva, me levanta.

Perdona el largo argumento de traiciones,
la fuga de los días que me suceden inexplicablemente,
a los demonios que duermen al pie de nuestra cama,
a tus sueños que terminan
en cuatro blancos rincones inexpresados.

Perdóname la vida, perdona los oscuros
designios de la duda, los impulsos marinos
de mis sueños que vuelan y que infectan
los tuyos luminosos.

Perdóname esta forma de morirme.

Los presagios

Este día que cae, esta arboleda
el mar, la fresca racha que da el viento
la soledad y desazón que siento
la rara compañía que me queda,

Y mi sangre que rueda y que se enreda
en los presagios de mi pensamiento
parece apresurarse, que presiento
a la desgracia que giró su rueda.

Sí ya la muerte me eligió, si el día
en que acabe a mis días ha llegado
y es verdad que la muerte me diría

soy tu gran sombra y el final legado
tan es verdad que le respondería
que soy mi desencuentro terminado.

Mi corazón vacío

Entre negras ciudades si caía
la tarde o el otoño deshojaba
el fresno y con sus ruinas alfombraba
antaño mi abandono yo sabía

estar un poco triste y sostenía
entonces mi tristeza que encontraba
que del dolor mi corazón sacaba
una luz que en mi pecho se encendía

Hoy que la tarde cae y el invierno
amenaza con su aire flaco v frío
tan fuerte como su volver eterno

Entonces pienso un poco, a veces río
a las cosas comunes miro tierno
será que llevo el corazón vacío.