Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Sarah Bollo

Sarah Bollo, nacida en Montevideo el 28 de julio de 1904, fue una destacada poeta, profesora y abogada uruguaya que dejó una huella indeleble en la literatura de su país. Su vida y obra son un testimonio del poder de la palabra como puente entre el pensamiento y la emoción, entre la razón y la sensibilidad. Formada en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República, de donde egresó en 1942, Sarah Bollo también se desempeñó como maestra y profesora de literatura en diversas instituciones educativas, dejando una impronta educativa tan sólida como su legado literario.

Su primera obra, «Diálogos de las luces perdidas», publicada en 1927, revela ya la profundidad de su pensamiento y la delicadeza de su poesía, características que se mantienen a lo largo de toda su producción literaria. A lo largo de su carrera, Sarah Bollo se destacó no solo como una voz lírica de gran sensibilidad, sino también como una crítica literaria aguda y erudita. Sus análisis y recopilaciones de autores uruguayos se convirtieron en referencias esenciales para el estudio de la literatura del país.

En 1934, su talento fue reconocido con un premio otorgado por el Ministerio de Instrucción Pública, una distinción que confirmó su lugar en la élite intelectual de Uruguay. A través de sus obras, como «Las voces ancladas» (1933), «Regreso. Poesías religiosas» (1934), y «Ciprés de púrpura» (1944), Bollo exploró temáticas que van desde lo espiritual hasta lo cotidiano, siempre con una mirada introspectiva y un lenguaje poético que seduce y conmueve.

Sarah Bollo también se aventuró en el campo del ensayo y la crítica literaria, produciendo trabajos fundamentales como «La poesía de Juana de Ibarbourou» (1935) y «Delmira Agustini: espíritu de su obra» (1962), en los que desentraña las complejidades y bellezas de estas poetas uruguayas con una perspicacia que solo una mente profundamente conectada con la poesía podría lograr.

Fallecida el 3 de marzo de 1987 en su Montevideo natal, Sarah Bollo dejó un legado que sigue siendo estudiado y admirado. Sus versos, ensayos y críticas literarias no solo reflejan la cultura uruguaya, sino que también la enriquecen, añadiendo capas de interpretación y emoción que continúan resonando en los lectores contemporáneos. Su vida y obra son un ejemplo del poder transformador de la literatura y del papel fundamental que juega la cultura en la construcción de la identidad.

CANCION POR LA CASA DE VENTANAS CERRADAS

Se te olvida llamar a la puerta de la higuera ¡oh vida!
Ella no está dormida. Ella sufre y piensa por todos los viajeros.
No cantan en sus pálidas ramas
las alas ancladas del nido,
los mástiles erguidos de la flor,
los cristales extendidos del viento;
pero su fruto es manantial de la miel,
sol prisionero en el alba de oro.

La flor es la ventana en la casa del árbol,
desde donde su alma, asomada al camino,
contempla las errantes ciudades de las nubes,
llama al ejército alado de los pájaros,
derrama lentejuelas en la abeja de danza sedienta.
El árbol, nuestro hermano, sufre y llora, se regocija y canta.
Dios, vértice de vidas y de muertes, soñó también su destino.

La higuera tiene casa de ventanas cerradas;
no extiende en ella pórticos la flor oprimida,
cárcel de las bandas del perfume,
losa sobre el pozo, espejo de la luna, canción de medianoche.
Paredes doloridas son sus troncos crispados,
¡ay!, raíces de rocío radiante y ramas de niebla.
Mi oído desentraña el rumor de los ángeles danzando en torno suyo.
El zumo embriagador de los orientes maduros,
los cálidos riachuelos en los viñedos de la brisa estival,
el vellón suavizado en la nube,
reviven en su fruto,
estrella balanceada entre verdes soledades de mar, perla purificada por la muerte, corazón de dulzura.

La higuera tiene casa de ventanas cerradas, porque tú no has llamado a su puerta, ¡oh vida!

Prisionera de la luz del cielo, olvido de la tierra, también mi alma lloró hasta pasar la muerte. Un día, marea de fuego, el sol besó los muros, subió cantando los peldaños ya no taciturnos, golpeó madero y hierro, bronce y piedra.
Redención de la flor inclinada en la noche, amanecer sonriente.

La higuera tiene casa de ventanas cerradas; la flor es la ventana del árbol. No te olvides de llamarla, ¡oh vida!,
ella no está dormida, ella piensa y sufre por todos los viajeros. No la olvides, que su fruto es manantial de la miel, umbral de la armonía, corazón de dulzura.

APARICIONES SOBRE EL ESTANQUE

Lluvia tenaz de fina arista sobre el estanque adormecido; siembra de anillos en el agua, extraordinario desposorio de los ardientes peces rojos con las lejanas nubes sombrías. Así se unen en mi pecho, fragua de ínfimos trabajos, sutil voluta de angustia vaga y hierros de sueños dolorosos.

Lluvia fresquísima, apacible; oigo en el arco del estanque gorjeos de desterrados pájaros contra las tan ceñidas rejas. Suave y glacial pajarería entre el follaje de ceniza. Asi en mi pecho se acrecientan con desmedidas melodías, bruscos, ardientes, misteriosos juegos de música y silencio.

Lluvia sonora, rica en hogueras, crujiente sombra de delicia, navio flotante, mástil cayendo, éxodo largo que nunca llega; sobre la nieve del estanque, boreal aurora, mudos viajeros. Así combaten en mi pecho ansias secretas, sombras errantes, todos los ángeles de mi infortunio, con los guerreros de mi dicha.

Lluvia compacta, columna gris, piedra encendida de misterio cae sobre el cáliz del estanque, rocío doblado de castigo.

Acaso pronto será rocío de dulce entraña para mis rosas.
Así en mi pecho desciende y hiere la fulgurante espada de Dios,
acero místico de luz y llamas en que, sin llanto, sollozo y muero.
¡Oh Dios, oh Dios, dame la vaina de tu piedad,
torna la espada en blando lirio,
abre tu mano a mi llegada si es que me esperas en vida y muerte, como sin tregua yo te espero!