Poemas:
Soneto
Te vi de pie, desnuda y orgullosa
y bebiendo en tus labios el aliento,
quise turbar con infantil intento
tu inexorable majestad de diosa.
Me prosternó a tus plantas el desvío
y entre tus piernas de marmórea piedra,
entretejí con besos una hiedra
que fue subiendo al capitel sombrío.
Suspiró tu mutismo brevemente,
cuando en la sed del vértigo ascendente
precipité el final de mi delirio;
y del placer al huracán tremendo,
se doblegó tu cuerpo como un lirio
y sucumbió tu majestad gimiendo.
La pupila insomne
Tengo el impulso torvo y el anhelo sagrado
de atisbar en la vida mis ensueños de muerto.
¡Oh, la pupila insomne y el párpado cerrado!…
(¡Ya dormiré mañana con el párpado abierto!)…
Canción del sainete póstumo
Yo moriré prosaicamente, de cualquier cosa
(¿el estómago, el hígado, la garganta, ¡el pulmón!?),
y como buen cadáver descenderé a la fosa
envuelto en un sudario santo de compasión.
Aunque la muerte es algo que diariamente pasa,
un muerto inspira siempre cierta curiosidad;
así, llena de extraños, abejeará la casa
y estudiará mi rostro toda la vecindad.
Luego será el velorio: desconocida gente,
ante mis familiares inertes de llorar,
con el recelo propio del que sabe que miente
recitará las frases del pésame vulgar.
Tal vez una beata, neblinosa de sueño,
mascullará el rosario mirándose los pies;
y acaso los más viejos me fruncirán el ceño
al calcular su turno más próximo después…
Brotará la hilarante virtud del disparate
o la ingeniosa anécdota llena de perversión,
y las apetecidas tazas de chocolate
serán sabrosas pausas en la conversación.
Los amigos de ahora –para entonces dispersos—
reunidos junto al resto de lo que fue mi «yo»,
constatarán la escena que prevén estos versos
y dirán en voz baja: —¡Todo lo presintió!
Y ya en la madrugada, sobre la concurrencia
gravitará el concepto solemne del «jamás»,
vendrá luego el consuelo de seguir la existencia…
Y vendrá el mañana… pero tú ¡no vendrás!…
Allá donde vegete felizmente tu olvido
—felicidad bien lejos de la que pudo ser—,
bajo tres letras fúnebres mi nombre y mi apellido,
dentro de un marco negro te harán palidecer.
Y te dirán —¿Qué tienes?… Y tú dirás que nada;
mas te irás a la alcoba para disimular,
me llorarás a solas, con la cara en la almohada,
¡y esa noche tu esposo no te podrá besar!
Ironía
Toma, toma mi lira; quiero darte,
como recuerdo de mi fe pasada,
esta lira infeliz que fue mi espada
y que fue mi broquel y mi estandarte.
Póstuma ofrenda de mi inútil arte,
la dejo ante tus pies abandonada,
aunque a golpes tu planta idolatrada
con ofendida majestad la aparte.
Mas cada golpe de tu pie furioso
le arrancará un sonido melodioso,
y tan rudos tormentos y martirios
acaso corresponda de memoria,
con una endecha en que cifré su gloria…
y en la que digo que tus pies son lirios.
La canción imposible
La luz es música en la garganta de la alondra;
mas tu voz ha de hacerse de la misma tiniebla;
el sabio ruiseñor descompone la sombra
y la traduce al iris sonoro de su endecha.
El espectro visible tiene siete colores,
la escala natural tiene siete sonidos:
puedes trenzarlos todos en diversas canciones,
que tu mayor dolor quedará sin ser dicho.
Dominando la escala, dominador del iris,
callarás en tinieblas la canción imposible.
Ha de ser negra y muda. Que a tu verso le falta
para expresar la clave de tu angustia secreta,
una nota, inaudible, de otra octava más alta,
un color, de la oscura región ultravioleta.
Insuficiencia de la escala y el iris
La luz es música en la garganta de la alondra;
mas tu voz ha de hacerse de la misma tiniebla;
el sabio ruiseñor descompone la sombra
y la traduce al iris sonoro de su endecha.
El espectro visible tiene siete colores,
la escala natural tiene siete sonidos:
puedes trenzarlos todos en diversas canciones,
que tu mayor dolor quedará sin ser dicho.
Dominando la escala, dominador del iris,
callarás en tinieblas la canción imposible.
Ha de ser negra y muda. Que a tu verso le falta
para expresar la clave de tu angustia secreta,
una nota, inaudible, de otra octava más alta,
un color, de la oscura región ultravioleta.
Biografía:
Rubén Martínez Villena fue un destacado intelectual, escritor y revolucionario cubano que vivió entre 1899 y 1934. Su vida y obra estuvieron marcadas por su compromiso con la lucha por la justicia social y la soberanía nacional de Cuba.
Nació en Alquízar, una pequeña localidad de la provincia de La Habana, el 20 de diciembre de 1899. Desde niño mostró su talento para la poesía, escribiendo sus primeros versos a los 11 años. Estudió el bachillerato en el Instituto No.1 de La Habana y se graduó en 1916. Ese mismo año ingresó en la Escuela de Derecho de la Universidad de La Habana, donde obtuvo el título de abogado en 1922.
Su carrera universitaria coincidió con el surgimiento de un movimiento intelectual y político que cuestionaba el modelo neocolonial y dependiente que imperaba en Cuba tras la intervención estadounidense de 1906. Villena se sumó a este movimiento y participó en la fundación de la Falange de Acción Cubana en 1923, un grupo de jóvenes que protestaban contra la corrupción y el entreguismo del gobierno de Alfredo Zayas.
En 1923 también redactó la Protesta de los Trece, un manifiesto que denunciaba la situación política y social del país y que le valió su primera detención. A partir de entonces, Villena se convirtió en uno de los líderes más activos y respetados de la oposición al régimen dictatorial de Gerardo Machado, que asumió el poder en 1925.
Villena viajó a Estados Unidos y a la Unión Soviética para prepararse ideológica y políticamente en su lucha contra la tiranía. En 1927 se incorporó al Partido Comunista de Cuba, renunciando a su carrera poética para dedicarse por entero a la actividad revolucionaria. En 1930 regresó a Cuba y se integró al Directorio Estudiantil Universitario, una organización clandestina que coordinaba las acciones contra Machado.
En 1932 contrajo matrimonio con Asela Jiménez, con quien tuvo una hija llamada Rusela. Ese mismo año viajó nuevamente a la Unión Soviética para recibir tratamiento médico por una tuberculosis que padecía desde hacía tiempo. Los médicos le diagnosticaron que no se curaría, pero él decidió volver a Cuba para seguir luchando.
En 1933 llegó a Santiago de Cuba y luego se trasladó a La Habana, donde tuvo que permanecer escondido. Desde su clandestinidad, dirigió la huelga general que estalló el 12 de agosto de ese año y que culminó con la caída de Machado. Villena fue reconocido como el líder moral del movimiento revolucionario.
Sin embargo, su salud se deterioró rápidamente y tuvo que ingresar en el sanatorio La Esperanza. Allí falleció el 16 de enero de 1934, a los 34 años de edad. Su muerte causó una gran conmoción popular y fue considerada como una pérdida irreparable para la causa revolucionaria cubana.
Su obra poética, aunque breve, ocupa un lugar destacado en la literatura cubana del siglo XX. Sus poemas reflejan su sensibilidad social, su rebeldía ante la injusticia y su amor por Cuba. Entre sus obras más conocidas se encuentran El camino (1918), El libro rojo (1924), La pupila insomne (1926) y El estudiante (1931).
Rubén Martínez Villena es recordado como un ejemplo de intelectual comprometido, de revolucionario consecuente y de patriota abnegado. Su vida y obra son una fuente de inspiración para las generaciones presentes y futuras.