Poemas:
BUSQUEDA
A veces es bueno abandonarse al propio olvido
como si el saber sonreír
fuera más fácil que morder una fruta.
Ir por las calles perfectamente solo,
sin más compañía que nuestra cotidiana tristeza y nuestros pasos,
amando una vez más la sencillez del aire
de la manera como se recuerda la infancia,
o ese otro tiempo pulverizado
cuando se buscaban las primeras estrellas en las charcas.
Es bueno sentarse entre amigos y vasos
a observar como todos abandonan algo suyo
en la música que los impulsa y transforma en seres sin huesos,
mientras la noche trepa por los muros
buscando también dónde esconder su espera,
y después salir hacia el alba
con un poco más para alimentar futuras soledades.
Es bueno comprender que estamos hechos de recuerdos,
un poco de tiempo que crece sin escucharnos
y de muchas cosas que no comprendemos.
A veces es bueno detenerse a contemplar la hoja que cae
cuando la palabra primavera
no es lo que nosotros quisiéramos que sea.
ELEGIA DEL FUTURO SUICIDA
Yo hablo de la integridad
como si la palabra misma fuera indivisible,
o como si todo alguna vez no retornara a nada.
Pero esto no es así.
Llega un momento en que se acaba el sueño,
La mano ya no quiere aprisionar.
La flor se desploma sobre el musgo.
Los ojos quedan secos.
La caricia no existe.
Ni la palabra amada.
Ni el rumor que se levanta del saucedal frondoso.
Nada importa que el viento golpee en cada puerta.
Ni que la lluvia humedezca nuestro calzado y nuestra alma.
Ni que la abulia sea un buitre que devora a pedazos la esperanza.
Se quiere aprisionar la risa en el puño
como una mariposa,
pero ella se aleja hacia otros privilegios.
No quiere compartir el beso que la boca entrega en la ausencia,
ni el cuerpo que se da en la hora furtiva,
ni la palabra que impulsaría a conquistar el aire.
La soledad alzándose, infatigable planta,
va construyendo un clima de sonrisas enlutadas.
La memoria yace derribada por la astenia
en actitud de delirio.
Ni siquiera es capaz de crear el grito salvaje de la angustia.
La indiferencia penetra por la piel royéndola de a poco.
El asombro por lo que no creímos
se va quedando sólo en pesadumbre
que nos va señalando nuestra propia miseria resignada.
La alegría misma ha quedado derribada en algún rincón de nuestro propio
olvido.
La lengua no blasfema.
Está extática y sola.
A su lado está también la canción trunca
que en un principio pregonaba la fuerza.
El corazón se va quedando solo.
Solo en el día.
Solo en la noche,
como un grito abandonado y yerto.
Ya nada es demasiado indispensable,
sólo el aire.
Lentamente el cansancio va forjando su lágrima.
Todo es latir apresurado hacia el final,
porque en la hora dura no queda nada:
la pureza,
el tiempo del amor iluminado,
el beso antiguo
son casi dolorosa inexistencia.
Pero se llega al día límite
que nos espera como un muro infranqueable
despojado de todo,
que es una manera de mostrar la certeza.
También se puede sonreír al borde de la vida.
EN SUMA; TODO ES REGRESO
En el océano de esas noches
me detuve con mis signos, dispersándome
de aquellas colinas que han dejado de ser
(ahora deben estar pobladas de tejados rojos),
de la nieve sobre la soledad de los domingos,
de esa agua helada que nos ha rodeado siempre
y del fuego, que nos separaba del invierno.
Un tiempo definitivamente transcurrido y olvidado
por esa decisión
de esconderse cerca de este otro lado del mar.
Ahora era tu voz grave
como madera resonando levemente tocada,
tenazmente alejados de lo que no fuera ese secreto,
dispuestos a dejar atrás lo que nos había afrentado,
a rehacerlo todo en esa casa perdida bajo el cielo
en una alianza de pronto despertada.
El silencio también era un silencio lleno de voces
que con el sueño llegaba
copado con los sonidos ocultos de la noche y la tierra.
Sin duda eras un horizonte ausente
blanca y dormida,
la que no me oye en su humedad salobre
pero en un gesto repentino me acerca,
más que la espuma preparándose desde lejos
distante de tus ojos obscurecidos por la tarde.
Eras mucho más que el frío aire de la madrugada
que nunca logró penetrar en ese pequeño escondite cerca del mar.
LOS FANTASMAS
A Jorge Teillier.
Han de venir de pronto
por una tarde llena de lluvia,
a esa hora en que el panteonero se levanta desde el N.O.,
en el antiguo cementerio,
para soplar por la bahía
y calles inclinadas donde no reinan las hojas.
Las tinieblas caerán con frío
hasta hacer desaparecer las siluetas
de viejos pontones carboneros.
Y será de nuevo la infancia desvelada
en una pieza obscura, sin respirar casi.
Y toda la casa estará llena de ellos
y todos ellos alrededor de la lluvia
y del viento que silba en los alambres.
Así transcurrían esos días
en una casa brumosa y encantada,
junto a una abuela tierna
como si fuera a nombrarla.
Cuando era fácil asombrarse
ante palabras llenas de innumerables secretos
de los que alguna vez pasaron
por aquellos pueblos fantasmas
donde la muerte alejaba a los pájaros.
Sus voces los hacían respirar y moverse en las sombras
alguna de esas noches
en que la luna y el mar se detenían
para resucitar antiguas leyendas chilotas
de barcos iluminados con extraños tripulantes deformes.
Así sucederá.
Porque me basta saber que el panteonero
se levanta de nuevo desde el N.O.
con aquellos que han perdido la memoria bajo la tierra
y me toca con una mano helada.
YO SOLO SE QUE VENGO REGRESANDO
Nunca fue mi tristeza más callada y tranquila
que cuando te encontré, viniendo desde el tiempo,
desde el fondo, desde años.
Siempre fuiste como una conjunción de principios.
Nunca, tal vez jamás,
podré tener esa actitud tranquila que tenía mi madre,
porque ahora soy otro.
Sólo el espectro es el que queda
con mi mismo ropaje,
con mis mismas palabras,
que buscan el oído, vacilantes.
Y es que no puede ser de otra manera.
Entraba por el alba como por una puerta
y me encontraba solo, hasta el alba siguiente.
Pero estaban mis libros,
unos, más queridos que otros,
que esperaban callados que yo los penetrara
con ojos de estudiante,
y ellos me mostraron el encantado mundo de las cosas.
Ahora que regreso,
hacia las mismas horas que un tiempo
me llevaron de la mano por mi infancia callada,
las encuentro como si nunca hubiera existido.
Y ahí está mi amigo el árbol,
y esa misma calle,
un poco encorvada por la lluvia y la nieve,
más allá tengo a mi viejo amigo el mar
siempre acariciando a mi ciudad tranquila,
y los cerros lejanos,
y la flauta del viento que danza en las veredas,
el rostro amigo,
y la mano y la boca que sonríen
como final de tanto tiempo ausente.
Pero no. No es posible.
Yo sólo sé que vengo un poco triste
y un poquito cansado
de tanto soñar con todos los crepúsculos que hoy toco con mis manos.
Pero yo te quería decir otras palabras,
y mirando esta tarde me fui por los ensueños y recuerdos como en una nave.
Yo siempre quiero penetrar las cosas
y ser como ellas son,
incluso, más sencillo que la canción del agua.
Pero cuando converso con mis manos
no puedo evitar estar un poco más callado,
que es un modo de mi tristeza,
porque nunca estoy seguro de nada,
ni siquiera que existo en esta tarde azul,
ni siquiera que estás a mi lado
en la actitud callada de una flor.
De nada estoy seguro,
y ahora lo confieso, era eso,
precisamente eso,
que está presente desde antes que te viera,
sobre lo que quería conversarte.
…pero, es la tarde, hay mucho sol,
tal vez, mañana el alba te lo diga…
REGRESO
Un día regresaremos a la ciudad perdida
como las estaciones todos los años,
como una sombra más en las tardes,
preguntando por antepasados
o por el río en cuyas aguas se quebraba el cielo.
Será en invierno
para revivir mejor los grandes fríos,
para ver de nuevo
el humo negro de los barcos cortando el aire,
para escuchar en las noches
los pequeños ruidos de la nieve.
Nos sentaremos a la mesa como si tal cosa
a probar el pan de otros días.
Un pájaro que cruce por la ventana
nos hará pensar en el bosque de pinos
donde el viento se revolvía furioso.
También preguntaremos por antiguos amigos
pensando quizás en el rostro de alguna muchacha.
Aún existirá el boliche
donde se reunían viejos campesinos.
Nos invitarán a beber y a conversar
asuntos que nadie olvida.
El tiempo no es más que regreso a otro tiempo.
“Todos nos reuniremos alguna vez bajo tierra”.
Alguien nos reconocerá a la vuelta de la esquina.
Será como venir a saludar desde otra época.
LAS NOCHES BLANCAS
Y era una luz que parecía estar a toda hora,
cuando los días comenzaban a crecer
curvándose hacia lentos países nevados.
Se transmitía sin límites
en un quehacer casi silencioso
desde los cielos rojos y llenos de colinas
donde hasta tarde navegaban los pájaros.
También parecía venir por el mar
con un rumor misterioso y de color ceniza.
Antigua claridad de los hielos que se quedó allí
desde la primera noche polar,
verificando un remoto rito que detenía las sombras,
pero que al mismo tiempo transcurría.
Se estaba con nosotros largas horas
como si nos quitara el sueño o el cansancio,
envejeciendo con los pastos y el viento.
Como un recuerdo que lo inunda todo
emergen esos días meridionales
desde el tiempo del hombre que perdió su sombra,
porque esas noches lejanamente iluminadas
venidas por el hielo, el mar y el cielo rojo,
no parecían extrañas en la tierra dispersa,
rodeando esa casa
perdida en un gran soplo blanco.
EL HOMBRE COTIDIANO
Hay un gesto cotidiano que nos dice:
hay un modo de estar que nos delata,
y siempre el tiempo que nos recuerda quiénes somos.
Se nace una mañana empapado de alba
después de recorrer la infancia más remota,
después de volver del colegio
comiendo una naranja lentamente,
sin fijarse mucho si estamos sobre un puente,
sin ver apenas cómo alas dibujan el paisaje.
Nos sacamos nuestra máscara de sueño
para penetrar en el día. De pronto recordamos
que hay cosas que decir
sin importancia alguna,
copiar actitudes como ante un espejo
de una manera implacable,
para ser una vez más fantasma entre fantasmas.
Entonces nuestra tristeza nos recuerda
que alguna vez podemos herir el día con el grito,
para arrojar entre ruinas ese lento morir,
más breve aun que la luz en el agua.
Que podemos liberarnos de esas cosas antiguas
que siempre se suceden cansadas como siglos,
y que se puede resucitar la lluvia entre las piedras,
y siempre nuestro olvido,
sin necesidad de esperar las estrellas
para buscar en el diccionario la palabra extraviada.
QUE TRAS ESOS MUROS
Desde afuera, qué intriga.
Quiénes habitan esa débil luz, indeterminada lámpara.
Quiénes son los comensales, quién el que no está.
Quiénes son los moradores, allá de sus visillos
prolongando sueños con silencios de abeja
escanciando en un gran rito rojo.
Qué tras esos muros que detienen nuestros pasos.
Cualquiera habitación es extraña, nos fecunda
con su misterio y debe transcurrir algo más que
la simple complicidad de la noche.
Cuerpos, rostros y manos colmando un hondo hallazgo,
muros que los protege, mesa que los perfuma.
Feroz en el ausente tras esos muros.
Bienvenido el que llega a reencontrar su lecho.
Todas las estaciones semejan casas incógnitas.
La abstraída presencia de llaves, de ventanas, de puertas,
son muros infranqueables para no profanar todas las vidas.
Qué, tras esos muros,
espesos de guardar una obstinada intimidad tan invencible.
ELEGIA DEL FUTURO SUICIDA
Yo hablo de la integridad
como si la palabra misma fuera indivisible,
o como si todo alguna vez no retornara a nada.
Pero esto no es así.
Llega un momento en que se acaba el sueño,
La mano ya no quiere aprisionar.
La flor se desploma sobre el musgo.
Los ojos quedan secos.
La caricia no existe.
Ni la palabra amada.
Ni el rumor que se levanta del saucedal frondoso.
Nada importa que el viento golpee en cada puerta.
Ni que la lluvia humedezca nuestro calzado y nuestra alma.
Ni que la abulia sea un buitre que devora a pedazos la esperanza.
Se quiere aprisionar la risa en el puño
como una mariposa,
pero ella se aleja hacia otros privilegios.
No quiere compartir el beso que la boca entrega en la ausencia,
ni el cuerpo que se da en la hora furtiva,
ni la palabra que impulsaría a conquistar el aire.
La soledad alzándose, infatigable planta,
va construyendo un clima de sonrisas enlutadas.
La memoria yace derribada por la astenia
en actitud de delirio.
Ni siquiera es capaz de crear el grito salvaje de la angustia.
La indiferencia penetra por la piel royéndola de a poco.
El asombro por lo que no creímos
se va quedando sólo en pesadumbre
que nos va señalando nuestra propia miseria resignada.
La alegría misma ha quedado derribada en algún rincón de nuestro propio
olvido.
La lengua no blasfema.
Está extática y sola.
A su lado está también la canción trunca
que en un principio pregonaba la fuerza.
El corazón se va quedando solo.
Solo en el día.
Solo en la noche,
como un grito abandonado y yerto.
Ya nada es demasiado indispensable,
sólo el aire.
Lentamente el cansancio va forjando su lágrima.
Todo es latir apresurado hacia el final,
porque en la hora dura no queda nada:
la pureza,
el tiempo del amor iluminado,
el beso antiguo
son casi dolorosa inexistencia.
Pero se llega al día límite
que nos espera como un muro infranqueable
despojado de todo,
que es una manera de mostrar la certeza.
También se puede sonreír al borde de la vida.
SIGNOS VISIBLES
Desde adentro de la distancia
regresaremos hacia los frutos
guardados en el rincón propicio.
Nada cambia en la casa.
El sol arroja su luz todos los días,
siempre una nueva piel al tacto.
Mensajero de buenas venturas, va y viene
y se queda dormido en su ritmo,
en sus pliegues más hondos
para proteger intocados el sueño de sus seres.
Moradores somos de su presencia,
un recuerdo de tierra o madera mojada
poblados de su fecundidad
vigilia para comarcas y rumores de árboles nocturnos.
Pero un signo visible es la ausencia.
En tu nueva habitación,
es el alimento.
Biografía:
Rolando Cárdenas nació en Punta Arenas, el 23 de marzo de 1933 y murió en Santiago de Chile, el 17 de octubre de 1990. Poeta chileno de la Generación del 50.