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Rogelio Echavarría

Poesía

Photo by Matheus Farias on Unsplash

Poemas:

El transeúnte

Todas las calles que conozco
son un largo monólogo mío,
llenas de gentes como árboles
batidos por oscura batahola.
O si el sol florece en los balcones
y siembra su calor en el polvo movedizo,
las gentes que hallo son simples piedras
que no sé por qué viven rodando.
Bajo sus ojos —que me miran hostiles
como si yo fuera enemigo de todos no
puedo descubrir una conciencia libre,
de criminal o de artista,
pero sé que todos luchan solos
por lo que buscan todos juntos.
Son un largo gemido
todas las calles que conozco.

No cambian nunca su canción

No cambian nunca su canción
los pájaros
no aplanchan ni rebrillan su vestido
no cambian de nido por los malos vecinos
no inventan nuevos picos para el amor
ni se cansan de la misma compañera
no rompen nunca la rama en que se posan
no tienen hoy el ojo limpio del amigo
y mañana el turbio del enemigo
no enseñan a volar a sus polluelos
sino que los empujan tiernamente a las nubes
no necesitan más sabor que los del agua pura
o el de las frutas a la carta en sus gajos
dios hizo el maná para ellos y se contentan
con briznas de hierba o espaguetis de lombrices
no se persignan porque nacieron benditos
no se enferman ni amanecen enguayabados
aunque duerman
en un guayabo o en un borrachero
no usan despertador ni padecen de insomnio
nunca se quejan de su fragilidad
ni le temen a las aves de rapiña
sino que juegan inocentemente con ellas
aunque siempre salen perdiendo
tampoco huyen de los cazadores
porque creen como los niños
que las armas son de juguete
no cambian de color ni de bandada
no cumplen años ni van a entierros
no usan almanaque
pero son los pregoneros del día
los emisarios de la primavera
a nadie humillan con su feliz indiferencia
no protestan por los cambios de tiempo
aunque el frío los atortola
y siempre celebran con el aplauso de sus alas
el telón del crepúsculo
no lloran ni ríen pero tiemblan y arrullan
tampoco les cansa el viento
ni los destiñe la lluvia
no saben que las patrias separan en la tierra
lo que une el cielo
ignoran la existencia de los poetas y los filósofos
y que todos ellos viven de sus plumas
se acuestan sin ver la televisión
después de leer todos los paisajes
y prefieren olvidar dónde
dejaron su tumba en el aire

Polvo

El sol, esta mañana, escancia la humedad de la noche,
las mujeres lavan su cuerpo de la sombra del lecho,
tibieza de los sexos y azúcar del amor.
Las calles amanecen entre rotas ventanas.
Pasan los que recogen la basura
y llevan al olvido cuanto los hombres tocan.
Si las noches fueran más largas
las mujeres se ahorcarían en sus cabellos, llamas oscuras
que multiplican la pesadilla o el espasmo.
Pues esta niña que se asoma al día por el espejo
parece recién salida del paraíso.
Si las noches fueran más largas
el polvo afirmaría su dominio sobre todas las cosas.
Y o siempre duermo con mi única fiel compañera,
que me acaricia el rostro con sus manos de hollín.
El hombre se defiende de la muerte
en la noche, y todas las mañanas
debe luchar contra el puñado de ávida ceniza
que le adelanta a su sepulcro
la vida.

A la lluvia

Demonio de la lluvia -látigo de lujuria-
no rompas con tus dientes vidriosos el abrigo
del tibio pecho, lo único tibio del humilde;
no nos traigas el frío de la tan alta nube,
no persigas al perro sin puertas con tus piedras,
no rompas el pulmón del obrero que canta
siguiendo el pie descalzo de sus hijos sin cielo,
no mancilles las barbas secas del pordiosero,
no llegues hasta donde no pueden evitarte.

Deja tu voz pluvial para el cultivo de los ríos,
para la faz de las persianas donde hay dueño,
para el paraguas, que es tu flor arcaica.

Demonio-dios, que envidias y que amas
las multitudes y caes ruidoso sobre todos,
disuelve ya a Babel y permite que asome
el sol como un henchido seno de leche pródiga.

Tránsito

¿Qué importa dónde se nace
ni dónde se muere,
si con la muerte regresamos
a la cuna y con el nacer
aseguramos nuestra muerte?
Mas hemos de guardar de lo pasajero el perfume,
ceñirnos la espinada túnica de la rosa
a los hombros, amando la ignorancia
de las cosas que pasan y quedan sin saberlo.

Debemos mirar a cada hombre y llamarlo y tomarlo
de la mano y preguntarle de dónde viene, desde cuándo,
nunca hasta dónde va, porque lo mismo
sabe que yo, que tú, que nadie.

O si lo sabe es un loco como aquel
que creía que lo sabía.
O si canta viendo que los gusanos lo esperan
entre su cuerpo, dejadlo…

Dejadlo que siga cantando, porque está ebrio.
(Desde mi ventana los veo, a los ebrios, a quienes
les crece la barba de pudor y descuido.
Los veo mientras ellos me ven girar como una luna).

O cuando voy por la avenida —yo también entre ellos y
la que fuera niña mía es mujer de quien yo ignoraba,
y la mujer de quien yo ignoraba es mía sin saber por qué…

O en la ventanilla de trenes
que gritan con su pluma de humo;
en los buses, en los ascensores
—savia ciega de la ciudad—,
entre los que leen los periódicos
orgullosos y cabizbajos
y entre poetas que esconden su oscuro telegrama …

¿Qué soy sino —por fin— el que viaja con otros
que no saben de dónde vienen
más que evacuados de una mujer,
ni a dónde van
si no a ocupar el sitio que su sombra señala?

Pequeño nocturno

La noche
-no hay luna que me lleve de la mano-
me abarca y abre el reino
donde yo seré el solo único.

Todas las cosas
se refugian bajo la tierra.
Allí el agua purga sus pecados
y los muertos abren los ojos.

Los amantes cambian sus cuerpos
y el silencio los hace iguales.
Los pájaros yacen, cansados
de sostener el cielo.

Declaración de amor

Mírame: yo soy el que ves siempre a la orilla de tu lecho
y con quien habrás de rasgar el velo que cubre los sueños.
Soy el diseminado, que tiene en ti el último centro.
Busco una soledad que prolongue la mía.

Cuando empezaste a soportar el tibio peso de los senos
—el pulso de tu corazón goteaba con mayor presteza
al oír mis pasos y ascendía casta leche a tus labios—;
cuando comprendiste que tu piel posee el don de renovar las lunas
y empezó a sangrar esa herida cuyo bálsamo eficaz poseo;
hoy que confundes la malicia con la sabiduría
y con sus nocturnos secretos te ofende el viento de los parques,
me llego a ti, ciega de no haber visto lo que empaña al mundo,
a modelar tu barro núbil y orearlo al sol de mis sudores.

Mi brazo atiza el fuego de las columnas de humo
que contienen el peligro del cielo sobre la ciudad.
Y mis manos no aman las joyas, ni una onza de oro,
pero el llanto endulzó su ajado pergamino
y su caricia es noble y alta.

Recibe todas las armas de mi agradecimiento
por ahorrarme hasta el día necesario tu cuerpo,
por la justeza de la orla de tu falda,
por la honradez de tus manos y la mina sellada de tus costados:
que las ferias están ebrias de lo que ocultas,
llenas hasta la hartura de belleza gratuita.

Busca en mí el principio de tus goces desconocidos
o la prolongación de los que han sido fuente de esperanza
y borremos de los calendarios los días de huelga
porque nuestra lámpara sin alternativas
desconocerá los cambios del tiempo tras la puerta.

Oh tú mi siempre-viva, mi siempre-amiga,
por quien la salud acepta duras vigilias
como el avaro que nunca regresa de su exilio.

¿No ves que si no fuera por ti
la mujer sería vendida y exportada en grandes barcos,
apenas marcada con una tiza roja
para que los braceros de los puertos
sepan que es frágil?

Aparta, aparta del quicio las grandes letras del periódico
que traen hasta nosotros fechas violentas;
ignora la abierta noche de la ciencia
que hace malditos a los hombres,
la razón del pasado y la gran voz profética:
que en tu casa tendrás mimo para tu más nimia palabra.

Porque ya es hora de alabar la ignorancia voluntaria
que cifra el universo en el tambor de hilo.

Dame tu historia en este mundo para nosotros preparado
en que de pronto nos hallamos con las manos asidas
como si el miedo de las gentes nos unciera uno al otro.
No temas seguir buscándome, ya que sabes
que cuando se me toca no es posible apresarme.

¡Ah, sí! Soy el que verás siempre a la orilla de tu lecho.
Háblame con tu voz que tiene un dejo de feliz tristeza,
paisaje con árboles sobre los cuales ha llovido.

Porque yo soy el más solo entre los solos
y desde hoy tendremos una misma estrella en el plato,
hasta el día en que el fruto necesite nuestro agrio bagazo
para el fuego del aderezo,
como la caña del maíz a finales del año
después de haber pagado el dolor de la herencia.
¡Oh flor de mi más alta confianza!

Oscuro sueño

Me asaltan en la noche y me ofenden
fantasmas transparentes y fríos
me toman por los cabellos me hunden
en un pozo oscuro y febril
y cuando me dispongo a gritar
a abrir los brazos y a pedir palabras
el sol se aloja con su gota de hielo
en mis ojos de negra y eterna lechuza.

Única

Oh tú a quien siempre hablo cuando todo ha dejado de oírme,
cuando todos han dejado de oírme, oh tú que me oyes más que mi corazón.
No sé por qué te busco siempre, tal vez porque eres la unidad
de todas y sin embargo en ninguna te alcanzo.

Es el amor, sobre el que nadie o muy pocos pueden
poner su bandera definitiva,
es el amor, sobre el que nada tengo adquirido ni esperado,
el amor, que hace su propio mundo cada vez, sus fronteras
que el tiempo, sólo el tiempo derrumba.

¿Por qué destruye los cuerpos para luego
rehacerlos tan perfectos que puedan sufrir nuevamente
la muerte de que fueron salvados
y a la que siempre viven condenados?

¡Oh tú, oh tú! ¿cómo llamarte?
¿cómo llamarte? ¡Única!
Que después del último llanto me viste curado y me hieres,
que después de la última herida me sanas y me reconcilias…
¿dónde hallarte definitivamente quieta y mía, cuándo
contemplarte secos los ojos que no quieren cambiar sus aguas?

Lugar común

Ya que no todos podernos ser
poetas
comprender lo sublime
o exaltar lo sencillo
hablemos francamente
confesemos nuestro fracaso
de hombres sin alas
de hojas muertas en el estío
nuestros empeños ciegos
sin metáforas vanas
nuestra identificación con todos
o con casi todos
y si alguien nos entiende
y fecunda nuestra impotencia
eso también es poesía
o por lo menos una gota
en la sed del infierno
cotidiano.

Poetica

¿Qué es poesía? preguntas.
Hago luz y -discreta
y sorprendida- huye
la poesía: ¡esa sombra!

Apagada memoria

Desando moroso los pasos
francos y furtivos
convoco sombras y reflejos
lugares que duele no identificar
y otros que nunca regresaron
ruinas con aquella música del pasado
que no sabíamos futuro
también pasado
invento pálidos recuerdos
a los que siempre asistes
con las manos vacías
me traes todo lo perdido
pero nunca lo recupero
estamos condenados
a morir sin vivir
siempre
estérilmente.

La felicidad

Hay miríadas de seres en el Universo
que son felices —y no te conocen.
Millones de personas en la Tierra
son felices —e ignoran que existes.
Muchos también te han visto
y son felices sin amarte.
Y algunos que te amaron
disfrutan de un feliz olvido.
¿Por qué, pues, soy yo el único hombre
para quien tú eres toda la felicidad en el mundo?

Tiempo perdido

¿Cómo te quejas de que pase el tiempo
si vives sofocándolo, acosándolo,
apremiando sus plazos, estrechando
su camisa, podando su almanaque?

Niño quieres ser joven y maduro
ya no aceptas ser viejo. ¿Quién entiende?
Compras para pagar después y gimes
cuando te exigen saldo al vencimiento.

Haces ayer el diario de mañana,
no vives hoy amor sino recuerdo,
en enero trabajas por diciembre
y tienes mal del siglo… venidero.

Y cuando escribes luces un Quevedo
en lugar de los lentes de contacto.
Miras más lejos de la tumba y sabes
que el alma es miope y suele tropezada.

Epitafio

Al fin voy a dormir
despacio
y solo.

Biografía:

Rogelio Echavarría fue un poeta y periodista colombiano que nació en Santa Rosa de Osos, Antioquia, el 27 de marzo de 1926 y falleció en Bogotá el 29 de noviembre de 2017. Se le considera uno de los antólogos más importantes de la poesía colombiana, así como un estudioso, reseñista y crítico con gran influencia y autoridad para las nuevas generaciones de escritores.

Su obra poética se caracteriza por su sencillez, brevedad y hondura existencial. Su libro más reconocido es El transeúnte, publicado por primera vez en 1964 y reeditado varias veces con ampliaciones y correcciones del autor. En este libro, Echavarría explora temas como el tiempo, la muerte, el amor, la soledad y la memoria a través de versos libres y claros que reflejan su visión del mundo como un viajero que observa y se pregunta por el sentido de la vida.

Como periodista, trabajó durante muchos años en los periódicos El Espectador y El Tiempo de Bogotá, donde se destacó por sus comentarios bibliográficos y sus reseñas literarias. Fue miembro de la Academia Colombiana de la Lengua desde 1990 y recibió varios premios y distinciones por su labor cultural, entre ellos el Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia en 1999.

Además de El transeúnte, Echavarría publicó otros libros de poesía como Edad sin tiempo (1948) y Canciones de un niño triste (2005), así como numerosas antologías de poesía colombiana e hispanoamericana, entre las que se destacan Antología didáctica (1969), Versos memorables (1989), Lira de amor (1990), Antología de la poesía colombiana (1998) y Poesía irreverente y burlesca (1999).

Rogelio Echavarría fue un poeta que supo captar la esencia de lo cotidiano y lo trascendente con una voz propia y original que lo convierte en uno de los referentes imprescindibles de la literatura colombiana del siglo XX.

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