Poemas:
Romance de Meri lejana
Te fabriqué un nombre, Merí, para llamarte
y saber que nadie en el mundo te llamaba Merí como yo.
Merí, en la noche madura y en el filo de las madrugadas,
en la rapidez del grito y en la punta.
Más allá de mí y de mi muerte.
En la soledad y en mi desesperación:
rezo tu nombre que es mío, como todas tus lágrimas.
Rezo tu nombre y una noche azulada, como antes,
avanza hacia el recuerdo y te vivo junto a mí, también como antes.
Recordar es ir amontonando vida para que la muerte duela menos.
Ya están aquí otra vez, tus ojos y dentro de ellos
toda la tristeza del mundo, que con ser tan enorme,
es siempre menos, mucho menos, que tu tristeza.
Tus ojos y tu voz. Me hablas y en algún país lejano,
del otro lado de la noche, debe estar lloviendo mansamente.
Digo tu nombre, Merí, y vienes hacia mí como la muerte.
Ya estas en mi y conmigo, como antes.
Pueden pasar los siglos y los cielos del mundo pretender alejarte,
que yo diré tu nombre, Merí, y podré más que los cielos y los siglos.
Para tenerte junto a mí, de nuevo, me basta rezar tu nombre,
que es mío como todas tus lágrimas.
Tal vez ya no me quieras. Hemos hecho tantas leguas
irremediables hacia el olvido, que acaso, ahora no me quieras,
pero que importa si ya me has querido para siempre,
bajo el cielo infinito. ¡Que importa no tenerte,
si llevo junto a mí tu nombre, Merí,
la incansable tristeza de tus ojos
y el rumor de lluvia que tenían todas tus palabras!
Tal vez ya no me quieras. ¡Sabe Dios por qué cielos
y en que noche viajas, viajera del recuerdo,
pero has dejado junto a mí tus sueños y tus lágrimas!
No te has ido del todo, ni te irás mientras haya en el mundo
una noche, una sola, y siga lloviendo en algún país lejano.
Más que no tenerte y lo perdido, me duelen los sueños que quedaron sin vivir.
El hogar y el hijo. Como quien dice el puerto y el ancla…
Infinitamente más, me duele de los dos el hijo que ya no tendremos,
el beso del que hubiéramos hecho su vida y su nombre,
que fue el único beso que no llegamos a darnos.
Pienso en el hijo y tiemblo.
Tiemblo más por ti que por mí,
imaginando la espantosa desolación de tus manos
y la muerta canción de cuna que no pudiste cantarle…
Viajera querida: ¿por donde andarás ahora?
Tus palabras: ¿en que país del mundo estará lloviendo ahora?
Tus ojos: ¿quién es ahora el hombre que tiene la gloria
de estar junto a tu tristeza?
Amabas la noche, las calles soledosas, los árboles viejos…
Te entristecían las mujeres que mueren jóvenes y en primavera,
y los hijos ajenos te dolían en mitad del pecho, como cuchillos.
Recuerdo que entonces te acariciaba los ojos
y mis manos volvían húmedas del llanto de tu viaje.
Merí… digo tu nombre, mío, y mi soledad
se puebla íntegra de tu recuerdo.
Acaso no me quieras ya,
hemos hecho hacia el olvido leguas irremediables.
Sin embargo, tal vez sí… me quieras todavía.
Más allá del olvido sigue el amor perenne!
Pienso en tus ojos. Por eso mis palabras son tan tristes.
Viajera de Dios: ¿Qué caminos hay que andar
para encontrar tu camino?
¿Dónde queda tu cielo que está tan lejos de este cielo mío?
Te pienso lejana y te lloro junto con la noche.
Todo cuanto esperé llegó contigo.
Dios te había puesto a mi lado para todo lo grande:
El amor, el trabajo, la muerte, la desesperación.
Te he perdído y ahora sé,
que se puede asesinar la dicha y estar vivo.
Pero no te he perdido del todo.
Sé que en la cruz de una esquina, no importa el tiempo,
volveremos a encontrarnos.
Tus ojos y tus palabras vendrán a mi encuentro, viajera querida.
Aún puede llover sobre mis noches
y la infinita tristeza del mundo puede estar junto a mí, de nuevo, como antes.
Soy un hombre que amó mucho y espera.
Esperar es ir hacia la muerte de a poco. Aún allí te espero.
Cuando se amó, como yo, no hay camino que duela.
Escucho tu voz. En algún país lejano, del otro lado de la noche,
debe estar lloviendo mansamente.
Viajera querida:
porque cuanto esperé llegó contigo,
te rezo estas palabras, viejas como el mar:
No morirás en mí ni conmigo.
Tengo una noche, tuya, una tristeza grande,
tus ojos y un recuerdo con sabor a lluvia, tus palabras.
Aparte de ello, un nombre, Merí, que es mío como todas tus lágrimas.
Tengo pues, todo lo necesario,
para iniciar mi viaje hacia la muerte.
Barrilete de cinco centavos
Barrilete de cinco centavos
que de niño, feliz, remontaba
con el alma prendida en el hilo
que, combado, hacia el cielo se alzaba.
Barrilete de cinco centavos,
te bendigo por este consuelo:
¡me enseñaste a mirar siempre arriba
y a llenarme los ojos de cielo!
Romance de Evelyn Ashley Cooper, Madre de manos vacías
I
Evelyn Ashley Cooper, es inútil que grites, puede más que tus gritos la voz de los cañones.
Es inútil que llores, Evelyn Ashley Cooper, tus lágrimas no cuentan en un mundo que llora.
Toda tu desesperación se diluye en la noche, noche de aviones enemigos en un cielo rojizo.
Es el mismo cielo de tu ciudad que antes era un cielo tan sólo tachonado de estrellas.
Evelyn Ashley Cooper, no llores o si quieres llora, pero en silencio, mordiéndote los puños y la sal de tus lágrimas.
II
Evelyn Ashley Cooper, yo conocí tu vida antes de que tu vida fuera la muerte de ahora.
Muchacha de muñecas, moza de trenzas largas, novia para un romance de tardes apagadas.
Evelyn Ashley Cooper, yo concurrí a tu boda, repicar de campanas, vuelo de golondrinas…
Yo conocí la suave ternura de tu casa oliendo a pan moreno y a lavanda en la fresca sábana almidonada. Yo conocí la silla de amplios brazos, pausa para un descanso de un cansancio esperando, y el regreso del hombre, de tu hombre que era sonrisa, pecho abierto, poeta de la nuelga con la asada al hombro…
III
En noviembre florecen los árboles, y el hijo, flor de tu carne y de tu sangre, era esperado justamente ese noviembre.
“Tarda esta primavera” pensabas. Pero la primavera no tardaba ni más ni menos que antes, tardaba lo de siempre. Quien tardaba elra el hijo para tu apremio. El hijo cuya ausencia dolía en tus manos vacías y húmedas de tanto esperarlo.
Pero como todo llega, Evelyn Ashley Cooper, un día de Noviembre florecieron los árboles y en tus manos el hijo floreció en carne tibia.
Se hizo canción de cuna tu boca y en las noches vigilabas el sueño liviano del retoño como quien cuida un nombre querido o un recuerdo,
Cielo en la tierra, el hijo era tu estrella y era también tu sangre por las venas, y era definitivamente tu destino.
Tu hombre, laborando de sol a sol la huerta pero con una alegre canción siempre en los labios. En tu regazo el hijo, y, en la mesa de pino, la tazona de sopa y el pan de cada día.
IV
Pero una vez, las sirenas de alarma taladraron la noche. Gritos, nombres gritados, llantos, escombros, muerte.
Agitada, anhelante, con el miedo en las venas, corriste hacia un refugio apretando a tu pecho el cuerpo de tu hijo que era tu misma carne.
Creiste estar a salvo, mas de pronto… Fue una bomba. Una sola. Apretaste los dientes y cerraste los ojos: ¡Padre nuestro que estás en los cielos…!
Cuando abriste los ojos en tus manos tenías un manojo de sangre. ¡un manojo de sangre en lugar de la carne tan querida del hijo!…
V
Evelyn: madrecita de algún lugar del mundo que ahora tienes las manos heladas y vacías.
Todos los hombres de la tierra. Todas las madres de la tierra, hemos sentido la vergüenza de tus gritos y de tus lágrimas.
Pero no temas, todo algún día pasará. Sobre los campos hoy regados de sangre volverán a florecer las primaveras. El pan tendrá sabor a pan y alguna madre le cantará a su hijo esa canción de cuna que asesinamos una vez en tu garganta.
Evelyn Ashley Cooper: ¡perdónanos a todos aunque no merezcamos tu perdón!
Biografía:
Roberto Valenti (Buenos Aires, 26 de abril de 1907 – 5 de junio de 19581) fue un poeta, cuentista, autor radial y teatral, novelista y dramaturgo argentino con una extensa carrera en su país.