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Roberto Sosa

De Grammatéus - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=20379074

Poemas:

BAJO UN ÁRBOL

Este hombre sin pan, ese sin luces y aquel sin voz
equivalen al cuerpo de la patria,
a la herida y su sangre abotonada.

Contemplen el despojo:
nada nos pertenece y hasta nuestro pasado se llevaron.

Pero aquí viviremos.

Con la linterna mágica del hijo que no ha vuelto
abriremos de par en par la noche.
De la nostalgia por lo que perdimos
iremos construyendo un sueño a piedra y lodo.

Guardamos, los vencidos, ese sabor del polvo que mordimos.

Junto a esto
que a veces es algo menos que triste,
bajo un árbol,
desnudos si es preciso, moriremos.

Esta luz que suscribo

Esto que suscribo
nace
de mis viajes a las inmovilidades del pasado. De la seducción
que me causa la ondulación del fuego
igual
que a los primeros hombres que lo vieron y lo sometieron
a la mansedumbre de una lámpara. De la fuente
en donde la muerte encontró el secreto de su eterna juventud.
De conmoverme
por los cortísimos gritos decapitados
que emiten los animales endebles a medio morir.
Del amor consumado.
desde la misma lástima, me viene.
Del hielo que circula por las oscuridades
que ciertas personas echan por la boca sobre mi nombre. Del centro
del escarnio y de la indignación. Desde la circunstancia
de mi gran compromiso, vive como es posible
esta luz que suscribo.

De niño a hombre

Es fácil dejar a un niño
a merced de los pájaros.

Mirarle sin asombro
los ojos de luces indefensas.

Dejarle dando voces entre una multitud.

No entender el idioma
claro de su medialengua.

O decirle a alguien:
es suyo para siempre.

Es fácil,
facilísimo.

Lo difícil
es darle dimensión
de un hombre verdadero.

LA ETERNIDAD Y UN DÍA

Se hace tarde, cada vez más tarde.
Ni el viento pasa por aquí y hasta la Muerte es parte
del paisaje.

Bajo su estrella fija Tegucigalpa es una ratonera.

Matar podría ahora y en la hora en que ruedan sin amor las palabras.

Solo el dolor llamea
en este instante que dura ya la eternidad
y un día.

¿Qué hacer?
¿Qué hacer?

Alguien que siente y sabe de qué habla
exclama, por mejor decir, musita – hagamos algo pronto,
hermanos míos, por favor muy pronto.

Las sales enigmáticas

Los Generales compran, interpretan y reparten
la palabra y el silencio.

Son rígidos y firmes
como las negras alturas pavorosas. Sus mansiones
ocupan
dos terceras partes de sangre y una de soledad,
y desde allí, sin hacer movimientos, gobiernan
los hilos
anudados a sensibilísimos mastines
con dentaduras de oro y humana apariencia, y combinan,
nadie lo ignora, las sales enigmáticas
de la orden superior, mientras se hinchan
sus inaudibles anillos poderosos.
Los Generales son dueños y señores
de códigos, vidas y haciendas, y miembros respetados
de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

EL VIEJO PONTIAC

A la altura de su propia medida el viejo Pontiac es un jardín que se abre.

Antes,
de esto hace ya muchísimo,
fingía un tigre manso deslizándose blanco entre mujeres bellas.

Hoy por hoy
el noble bruto envejece dignamente y sin prisa
hasta la consumación de los siglos… y le salen
de puertas y ventanas
florecillas del campo.

DE NIÑO A HOMBRE

Es fácil dejar a un niño
a merced de los pájaros.

Mirarle sin asombro
los ojos de luces indefensas.

Dejarle dando voces entre una multitud.

No entender el idioma
claro de su medialengua.

O decirle a alguien:
es suyo para siempre.

Es fácil,
facilísimo.

Lo difícil
es darle dimensión
de un hombre verdadero.

Malditos bailarines sin cabeza

Aquellos de nosotros
que siendo hijos y nietos
de honestísimos hombres de campo,
cien veces
negaron sus orígenes
antes y después
del canto de los gallos.
Aquellos de nosotros
que aprendieron de los lobos
las vueltas
sombrías
del aullido y el acecho,
y que a las crueldades adquiridas
agregaron
los refinamientos de la perversidad
extraídos
de las cavidades de los lamentos.
Y aquellos de nosotros
que compartieron (y comparten)
la mesa
y el lecho
con heladas bestias velludas destructoras
de la imagen de la patria, y que mintieron o callaron
a la hora de la verdad, vosotros,
-solamente vosotros, malignos bailarines sin cabeza-
un día valdréis menos que una botella quebrada
arrojada
al fondo de un cráter de la Luna.

Los pobres

Los pobres son muchos
y por eso
es imposible olvidarlos.

Seguramente
ven
en los amaneceres
múltiples edificios
donde ellos
quisieran habitar con sus hijos.

Pueden
llevar en hombros
el féretro de una estrella.

Pueden
destruir el aire como aves furiosas,
nublar el sol.

Pero desconociendo sus tesoros
entran y salen por espejos de sangre;
caminan y mueren despacio.

Por eso
es imposible olvidarlos.

El aire que nos queda

Sobre las salas y ventanas sombreadas de abandono.
Sobre la huida de la primavera, ayer mismo ahogada
en un vaso de agua.
Sobre la viejísima melancolía (tejida
y destejida largamente) hija
de las grandes traiciones hechas a nuestros padres y abuelos:
estamos solos.

Sobre las sensaciones de vacío bajo los pies.
Sobre los pasadizos inclinados que el miedo y la duda edifican.
Sobre la tierra de nadie de la Historia: estamos solos
sin mundo,

desnudo al rojo vivo el barro que nos cubre, estrecho
en sus dos lados el aire que nos queda todavía.

Biografía:

Roberto Sosa (Yoro, 18 de abril de 1930 – Tegucigalpa, 23 de mayo de 2011) fue un poeta hondureño, uno de los más prestigiosos en su país.

Realizó sus estudios superiores en la Universidad de Cincinnati, en el estado de Ohio (en Estados Unidos), donde realizó una maestría en Artes.

Dirigió galerías y siendo director de revistas literarias y docente de la cátedra de Literatura, impartió clases de literatura hispanoamericana y española.

Colaboró en los principales diarios y revistas de Honduras y demás países centroamericanos. Su obra poética ha sido favorablemente comentada en España, Colombia y México. Pertenece al grupo de intelectuales hondureños «Vida nueva» y dirigió la revista mensual Arte y sexualidad abierta, publicación de carácter centroamericano, que editaba Oscar Acosta, y de la página literaria de La Prensa en San Pedro Sula.

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