Poemas:
Mi italiana
A Arturo Santa Anna
Yo me hice a mí mismo la promesa
De no amar ni escribir… Ha sido vana,
Y después de cantar a una francesa,
Ahora voy a cantar a una italiana.
La mujer que amo ahora no es ingrata.
Me ama… ¡Yo la idolatro! Y no hablo en broma:
Adoro a mi italiana: me arrebata,
Y de París, lector, me paso a Roma!
¡Italia tiene encantos!… Cuando pienso
Que a causa de otro amor yo quise a Suecia!
Pero este es el más grande, este es inmenso,
Poético y gentil como Venecia!
A un mismo tiempo alegre y afligido,
Estoy lleno de angustias, de ansiedades;
No como, duermo mal, he enflaquecido;
¡Que pasiones! más bien: ¡qué enfermedades!
¿Y mi musa?… La, pobre está olvidada.
Estará, lo supongo, resentida.
En mis brazo?, convulsa, enajenada,
Ahora en vez de ella tengo a mi querida!
¡Qué amor excepcional! Naturaleza¡
Es una gloria tuya! un monumento…
Que te alzamos! ¡Qué asombro! ¡Qué grandeza!
¡Y qué acontecimiento!
No hay a que comparar este ardoroso
Fuego de amor la atmósfera está fría.
No hay guerra, el socialismo está en reposo,
Los volcanes tranquilos. En el día.
No hay nada digno de él. Yo nada advierto,
Ni un dolor grande, ni una gran fortuna!
Ninguna tierra más se ha descubierto
Y no ha nacido ayer montaña alguna!…
Está el término medio en derredor.
En ese cielo espléndido y profundo
Las estrellas de siempre… Es nuestro amor
La actualidad del mundo!
El universo entero ha de admirarnos!
¡Qué cuatro alas!… Es ella inteligente:
Cuando hablamos lo mismo que al besarnos
Estamos frente a frente!
Yo le digo hermosuras, maravillas,
Frases que la acarician por millares;
Hablan de Dios mis frases más sencillas,
Y hasta llego a decir cosas vulgares!
Soy romántico ahora; mas poeta!
Mi musa de otra vez no tiene asilo.
Este amor es la pérdida completa
De mi paz, y el trastorno de mi estilo!
¿Y ella me quiere? Mi alma se encapricha
Y se empeña en dudar… ¡Si no me amara!
Estoy lleno de. sombras… Esta dicha
¡Tan natural, es rara!
Mas debo convencerme: soy dichoso.
Seré amado como hoy todos los días,
Y de nosotros dos lo más hermoso,
Será el desprecio por las almas frías!
Nuestro amor entrará en el clasicismo
¡Qué soberbia, qué espléndida pasión!
Despreciamos el mundo hasta el cinismo,
Y vivimos a pleno corazón!
Cuando están nuestros labios confundidos
Pensamos: este amor es de otra zona,
Y hay en ella temblores y rugidos
Así me gusta más: ¡es mi leona!
¿Quién es capaz de comprender, quién siente
Una pasión como esta?
No es amor de salón, seguramente,
Es un amor que pasa en la floresta.
Ella tiene un ardor
Natural, espontáneo, incalculable,
Y en sus locos empujes, un vigor
Que podría matar: ¡es adorable!
Mas por desgracia, su primer amante
No soy yo; ni el segundo ni el tercero…
A todo llego tarde: es irritante,
Aunque a su corazón llegue el primero
Según ella… Me dice, me asegura,
Que su alma es virgen hasta de un deseo…
Que no ha sentido nunca, que no ha amado
Me lo jura… ¡Y qué diablo! yo lo creo.
Nos amaremos, pues, querida mía.
Y seremos de bronce, de algo fuerte
Para que esta pasión, toda alegría.
Viva a pesar del tiempo y de la muerte.
¡Sólo nuestra embriaguez, nuestros placeres!
¡Sólo tus labios cálidos y suaves!
Desprecio a esas mujeres
Que no son más que vírgenes!…
Que una dicha inmortal sus brazos abra:
El resto será olvido!
iQué manera de amar! Esta palabra:
Infinito, por fin tendrá sentido!…
¡Gocemos hasta el fin! Yo amo la vida,
Tu amor es una fiesta.
¡Esto es un triunfo! Bésame, querida,
¡No dejemos jamás nuestra floresta!.
Biografía:
Roberto de las Carreras (Montevideo, 1873-1963) fue un poeta uruguayo singular, un dandi irreverente y un diplomático errante que, a través de su obra y vida, desafió las normas de su tiempo. Hijo ilegítimo de una madre de linaje aristocrático y un padre cercano a la política, De las Carreras hizo de su condición de hijo bastardo un blasón, una declaración de su posición en una sociedad que despreciaba las diferencias. Desde temprana edad, mostró un espíritu contestatario y provocador, lo que lo llevó a escandalizar a la sociedad de Montevideo, que lo miraba entre asombrada y desconcertada.
De las Carreras fue parte de la Generación del 900, un grupo de escritores que dio forma a la literatura uruguaya moderna. Su poema Al lector, publicado en 1894, es una obra inaugural que, con su tono melancólico y crítica afilada, abrió una nueva etapa en la poesía nacional. Su amistad con Julio Herrera y Reissig, otra figura fundamental de las letras uruguayas, fue intensa y productiva. Juntos organizaron tertulias literarias en el ático de la mansión de Herrera, donde se reunían poetas, intelectuales y bohemios de la época, creando un espacio de libertad y experimentación en una sociedad rígida.
A principios del siglo XX, De las Carreras ocupó el puesto de cónsul uruguayo en Paranaguá, Brasil, en lo que parece haber sido tanto un exilio diplomático como una aventura más en su vida excéntrica. El poeta, sin embargo, nunca fue un administrador prudente ni un hombre de hábitos previsibles. Dilapidó su fortuna sin reservas, viviendo con la intensidad y despreocupación que caracterizaban su filosofía de vida. Con el tiempo, y sumido en la ruina, Roberto de las Carreras cayó en la locura, pasando sus últimos cincuenta años en una realidad distante y fragmentada.
A pesar de su trágico final, De las Carreras dejó un legado poético audaz y único, que refleja su lucha contra las convenciones y su búsqueda de una existencia plena y auténtica. Sus restos descansan en el Cementerio Central de Montevideo, como testimonio de una vida vivida sin concesiones, donde cada verso y cada acto fueron reflejo de su esencia.