Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Roberto Appratto

Roberto Appratto, nacido en Montevideo el 28 de agosto de 1950, es una figura fundamental en la literatura uruguaya contemporánea. Poeta, crítico literario y docente, su obra se despliega en la intersección entre la poesía, la crítica y la enseñanza, lo que lo convierte en un autor de múltiples facetas y sensibilidades. Completó sus estudios en el prestigioso Instituto de Profesores Artigas en 1974, donde más tarde se desempeñaría como profesor de teoría literaria, contribuyendo al desarrollo de nuevas generaciones de escritores y críticos en Uruguay.

Desde sus primeros pasos en la crítica literaria en la revista Maldoror en la década de 1970, Appratto ha sido una voz que reflexiona con profundidad sobre la literatura y el cine. Ha trabajado como crítico en diversos medios, como La Plaza, el semanario Jaque y el diario El País, donde sus lecturas agudas y su capacidad de análisis se hicieron notables. La mirada crítica de Appratto abarca tanto el universo literario como el cinematográfico, lo que enriquece su obra con una perspectiva multifacética que pocos autores logran alcanzar.

Su poesía es íntima, reflexiva, y a menudo desborda los límites de lo puramente lírico para abrazar una estética de lo cotidiano. Obras como “Bienmirada” (1978) o “Velocidad controlada” (1986) revelan a un poeta que observa el mundo con un ojo clínico, pero también con una sensibilidad profunda, lo que da lugar a una poesía tan precisa como evocadora. En sus novelas, como “Íntima” (1993) o “La brisa” (2004), Appratto explora con sutileza las complejidades del alma humana y las pequeñas grandes historias que se entretejen en el día a día.

A lo largo de su carrera, Appratto ha sido reconocido con importantes premios, como el Premio Municipal de Poesía de la Intendencia de Montevideo en 1998 y nuevamente en 2002 con su obra “En el momento mismo”. En 2007 recibió el Premio Nacional, consolidándose como uno de los poetas más destacados de su generación.

La obra de Appratto ha sido publicada y reconocida no solo en Uruguay, sino también en Argentina, lo que subraya su relevancia en la escena literaria latinoamericana. Desde sus trabajos críticos sobre autores como Borges, Poe o Chéjov, hasta su producción literaria más reciente, su trayectoria ha sido una búsqueda constante de nuevos modos de expresión y reflexión, siempre manteniéndose fiel a su particular sensibilidad artística.

Roberto Appratto, con su poesía que se desliza entre lo cotidiano y lo trascendental, y su aguda visión crítica, ha dejado una huella indeleble en la literatura uruguaya y latinoamericana.

Estábamos sentados en un jardín, a altas horas de la noche.
Estábamos pensando en el futuro, pero hablábamos de otra cosa.
Los árboles no se veían.
Sí se escuchaba el ruido de las olas, los grillos, el viento
que agitaba las ramas a unos metros.
En el futuro había otras imágenes que seguíamos mirando.
Lo que decíamos quedaba suspendido en el aire y caía
entre los gritos de un asado, quién sabe dónde.
Esas imágenes eran reproducciones de un deseo
que ya conocíamos. Escenas entrecortadas, sin sonido,
que pasaban por el paisaje de tanto en tanto
como una respiración de la charla.
Tomábamos la calma de la noche como una ocasión,
un corte en el espacio para que se metieran las ideas
a su debido tiempo. Estar en el jardín era el éxtasis
que nos hacía más sabios, como si hubiéramos llegado al punto
del agotamiento del mundo, en silencio y sin mirarnos
salvo para confirmar la revisión de nuestras vidas
a la luz de la noche. Como si fuéramos poetas
que trabajan sobre la nada, y cada sonido fuera una palabra
para designar otra cosa hundida en el fondo de la historia,
que en última instancia era un espacio,
el que teníamos después de todo. Cuando nos callamos
algo seguía hablando: no del fresco de la noche
ni del canto de un pájaro, ni de cómo iba a estar al otro día,
sino de eso que empezaba o terminaba ahí sin que pudiéramos nombrarlo.

***

en ese punto donde estaba el éxtasis está el cuerpo que veo
en movimiento hacia otros lados en presente.
las pequeñas historias que narra son situaciones en que hacía
lo que no puedo ver: conversaciones, encuentros, viajes
que parece que hubieran durado más. entre una y otra cosa,
entre el pensamiento y las palabras, está el espacio del éxtasis
que se proyecta hasta un momento antes y cae ligeramente al suelo
sin hacer ruido. esa sabiduría que a veces le veo, cuando mira para otro lado,
está en el cuerpo, que era otro, pero no tanto. en la voz, donde se palpan
las curvas del sentimiento al entrar y al salir de lugares invisibles
y aquí está, sin decir nada. ese misterio, igual, se ve:
el amor a lo que no se sabe limpia el espacio,
pasa la mano por la historia como si se pudiera. el éxtasis
no levanta la voz pero le suena en el cuerpo.

***

Dónde voy a encontrar otra Violeta
el tiempo apenas habla del asunto
vista desde las costas del placer
pantalla oscura

La fatiga de estar en desacuerdo
la gente de repente se disuelve
el silencio mantiene el aire unido
todo en la noche

Respirar nunca fue más necesario
en realidad no hay nada que se note
de la lectura al parecer opaca
sin movimiento

Inclinación del cuerpo sobre el cuerpo
las emociones forman un dibujo
en una blanca historia nadie dice
lo que se espera

Dónde voy a encontrar a otra Violeta
pero Violeta no responde al nombre
no es la Violeta que nombraba Parra
para acordarse

Es la pregunta así sin ningún signo
como un toque hacia adentro que refleja
la situación de pérdida de golpe
le cambia el tono

De un lado para el otro y un zumbido
tiene su propia voz pero no habla
cada lugar del cuarto piensa apenas
en ese verso

Pasan revelaciones por las luces
contra la calma abstracta del paisaje
no son eventos los que se deslizan
sino Violetas

Lo que se está perdiendo es la palabra
el campo entero junto a las ciudades
por otro lado gestos al vacío
letra en suspenso

Ante las puertas de mí mismo escribo
dónde voy a encontrar sino acá adentro
hay un tiempo que falta en la medida
solo en la calma

Ánimo para el canto no ha faltado
cuando Violeta toca en la memoria
la vibración se estira emocionada
justo en el borde

***

Qué significa amar a esa mujer que está en las fotos.
Cientos de fotos en distintas posturas, gestos, actitudes,
colores, en un sillón, de espaldas en el agua, con otra ropa,
casi a oscuras, con calor, mirando. Distintos momentos
en que yo no estaba, ella sí. Amar eso es sentir nostalgia
de lo que no se tuvo, ganas de haber estado, al menos,
cerca o en la misma estación. No se puede. Sin embargo
voy igual, a ver qué esconde
la identidad móvil de esas fotos, que se pierde sin saber
quién es, pero está, firme, aunque no se pueda tocar:
un aire, un modo, una respiración, una cualidad que no se dice
pero aguanta la mirada. Pierdo el aire cuando llego al punto
que se disuelve en los tiempos que esas imágenes casuales
dejan a la vista, como si nada. Es la continuidad de eso
que está sin estar, lo que se mueve entre una foto y otra.
No es lo que se ve: es la naturaleza entera
que respira en el medio, el cuerpo suelto, el brillo
de los ojos donde yo no estaba. Es la coincidencia,
en ese cuerpo, de varios modos de captar su historia
de un solo golpe, sin pensamiento que retenga
más allá del presente donde vibra. Eso
es lo que no tengo por más que me quede
en silencio y me pregunte hasta dónde,
mientras miro.

***

a imagen de lo que no tiene imagen
brilla sola en el canto de la hoja
como un cuerpo que se prende y se apaga
en una película vieja de ciencia ficción.
la imagen escribe al margen sin ser vista
la historia y el sonido que imagina
de un pensamiento oscuro más que nada.
imposible más que nada de día.
la imagen se toma un tiempo para no perder la mano
entre lo que está y lo que no está, como un aire de danza
que apenas toca el suelo marca el rostro del vampiro.
al menos el nombre aparece dibujado.

***

a Eduardo Milán

quiero escribir un libro con este título:
el olor de noigandres.
noi gandres, con el olor afuera
para que nos proteja del tedio.
es la primera escala del olor que sintió Pound
para entender noigandres, el lugar
que está del otro lado del tedio, del ennui
que hace ver todo de lejos.
la poesía nos protege del mal como en provenza,
con la intensidad de la palabra noigandres.
en la provenza del olor está la poesía
como debemos conocerla, como en el siglo doce.
a fin de cuentas, el tedio es el goce tal como se ve
desde la orilla del placer cuando no hay más lugar,
ni siquiera esos rincones de Milán cuando el tedio ya estaba.
en ese entonces los poetas confundían el goce
con lo que veían desde el caballo, pero no tocaban.
voy a escribir un libro sobre el olor que protege
todavía hoy, todas las noches a esta hora
como dijo Pound que le dijo el sabio Levy
y decíamos, muchos años atrás, cuando el tedio
salía del borde íntimo del tiempo en que queríamos
comprender lo que no se veía, desde la costa,
acá mismo.
eso quiere decir noigandres, lo que no se sabe
pero es el olor de la poesía. no era una errata
sino un movimiento de manos para hacer de cuenta.

***

Tengo para escribir cuatro poemas
Todos al mismo tiempo, material
Hay de sobra, puedo escribir más si quiero
Pero alcanzaría con cuatro: tomo aire
Y meto unas palabras en el primero,
Paro con ése y sigo así hasta el cuarto
Hasta que llego a una cantidad suficiente
De palabras en cada uno y termino,
No sé cómo pero termino más o menos a tiempo
Para dar una vuelta y decirme: tengo cuatro poemas,
Todos en un rato, y así día a día llego
A ciento veinte poemas por mes y a mil
Cuatrocientos cuarenta por año, lo cual
Está bien. Novelas
Serían un poco menos.