Poemas:
El mundo
Quería, con habilidad,
tranquilizarte, quería
que el hombre con el cual me confundiste,
te diera sosiego, que se
levantara, que cerrara
las cortinas, así como tú querías,
para poder ver
la silueta de los árboles
en la noche de afuera.
La luz, amor,
la luz en la que caímos,
grisácea, fue eso, eso
entró en nosotros, sobre nosotros, no
sólo en mis manos o en las tuyas,
o en una acogedora humedad,
pero sí en lo oscuro, y luego,
mientras dormías, la figura
gris se acercó mucho
y se inclinó sobre nosotros,
entre nosotros, mientras
dormías, inquieta, y
mi propia cara tuvo que
verla, tuvo que ser vista,
era ese hombre, tu
perdido y cansado y confundido
hermano gris, inútil, intacto,
odiado por el amor, y muerto,
pero no muerto por un
instante, me miró, yo era
el intruso, no él.
Trato de decir que todo
está bien, que ella es
feliz, que ya no haces
falta. Dije:
él está muerto, y él
se fue mientras te movías
y despertabas, primero con miedo,
luego te enteraste por mí
de lo que ocurrió
y entonces la luz
del sol llegó
desde otro amanecer
del mundo.
Algo
Me acerqué con un temblor
cauteloso, siempre siento
la misma tonta pregunta al final,
¿cómo se supone que
se debe sentir? ¿Y después?
¿Y por quién? Recuerdo
una vez en un cuarto que renté
en la calle 27, la mujer que en ese tiempo
amé, literalmente, después de
haber hecho el amor en la enorme cama,
ella sentada frente a un lavamanos
de dos llaves, tenía
que hacer pipí pero estaba nerviosa,
avergonzada, supongo,
de que yo la viera, a ella, que justo
momentos atrás estaba
completamente abierta hacia mí, desnuda,
en la misma cama. En cuclillas
con la cabeza reflejada en el espejo,
el pelo oscuro, toda su
cara, los hombros,
se sentó con las piernas abiertas, abrió
una de las llaves y orinó con timidez.
Lo que el amor podría aprender de una imagen así.
Un día
Un día después del otro.
Encajan todos.
Perfectos.
Los cambios
La gente no se comporta
en la vida real
como se comporta
en la vida real.
La gente
es más lenta
y recuerdan los ténues cambios
de la atmósfera.
O cambian hasta convertirse
en verdes perros persas
y pájaros.
Cuando ves a uno
sabes que el mundo es un cúmulo de estrategias,
que es proverbial,
que la gente es pobre.
Así como dijeron ellos
Bajo el árbol en algún
pasto fresco, me senté, vi
dos alegres pájaros
carpinteros fasti-
diados por mi presencia. ¿Y por
qué no? Me dije
a mí mismo. ¿Por
qué no?
El amigo
Lo que vi en su cabeza
fue una visión invertida,
y el vidrio crujió
cuando puse mi mano.
Mi cabeza es redonda
y mi cabello es un adorno,
pero la cara
es un ornamento.
Tu cara es ancha
y tiene el cabello largo, y ojos
tan grandes y siguen creciendo
mientras los miro.
Si tan sólo el mundo
pudiera ser más redondo,
como tu cabeza, como la mía,
¡con tus ojos como lagos verdaderos!
Duermo en mí mismo.
Ese hombre era un amigo,
sans canoe,
y yo quería ayudarlo.
Deshielo
Él viene
en cualquier forma que le es posible,
no demasiado tarde,
no demasiado pronto.
Se sienta, espera.
Él no sabe
por qué debería tener
tanta paciencia.
Se sienta sobre una mesa
en una silla.
Está cómodo
sentado ahí.
No hay nadie más
en este cuarto,
no hay otros, no hay expectativas,
no hay sonidos.
Si hubiera caminado
en otra dirección,
estaría aquí,
como él dice.
Suficiente
1
Es posible, en palabras, hablar
de lo que ocurrió––un sentido
y ahí y de allí, ahora
y entonces. Es otra manera
de existir, lo suficientemente valiosa,
que genera un terreno
común. Una vez
estabas
sola y yo
me encontré contigo. Era tarde
por la noche.
Nunca
me fui después de eso,
ni de mi propia cabeza,
pero me quedé
y me quedé. Los años
pasaron ¿En
dónde están? Días––
algunos felices,
pero algunos amargos
y tristes. Si yo caminara, entonces
a través de la habitación,
y te viera a ti sor–
prendida, si viera la particular
blancura de
tu cuerpo, un poquito más
vieja, más
cansada––en palabras
lo poseo, en
mi miente pienso, y
nunca lo
supiste, ahí yo bailé
por ti, tropezándome, en
la esquina de mi ojo.
2
No bailamos
ni un poquito,
despacio,
despacio. Mis
piernas
responderán
a la música de
un momento feliz.
3
Una distancia
separa, ob–
jetivamente, como de
la orilla, al agua, el
reflejo de una isla,
arriba, contra
el sol, una cortina
de humo, flotando
proyecta
ahora a la ciudad
dorada. Tu
cabeza y tus manos
Tus ojos una vez
en palabras fueron
lagos pero
este es un océano
de ambigüedades. El sol
se fue. Intento
sentir en
dónde estás.
4
Jo, jo––
risa.
Jo, jo––
risa.
Distancia
obscena. La
mente crea
sus propias
formas, busca
en su propio terror
tan
en sí misma
sola. Tal
hecho tan sencillamente
manejado que no hay
necesidad de
nadie más. Sin
ayuda de nadie miro
a los cuerpos obscenos
retorciéndose, retorciéndose,
mi mano
explora su
placer, in–
advertido, mi
cuerpo
retrocede.
5
Una
a una
la forma
viene. Una cosa
sigue a la
otra. Una
y una,
y una. Crea
una imagen
para que el mundo
sea. Así
será.
6
Tú
ahí, yo
aquí, o será que yo
estoy
allí, tú
aquí––allá
o allá
o allá––y aquí.
En dos
lugares, pienso
en dos
partes.
7
Tu cuerpo es un bote de basura.
Tu cuerpo es blanco, ¿por qué
dejar que otros lo toquen? ¿Por qué
no? ¿Por qué
mi cuerpo es tan
tentativo? ¿Me gusta
el dolor
de tan imposible entendimiento?
Tu cuerpo
es una suavidad
blanca, tiene su
propio
lugar una y
otra vez.
8
Juro por mi vida que lo respetaré.
No lo voy a arruinar.
Juro por tu vida que seré
suficiente, suficiente, suficiente.
Biografía:
Robert Creeley (21 de mayo de 1926 – 30 de marzo de 2005) fue un poeta estadounidense, autor de más de sesenta libros. Usualmente, es asociado con los poetas de Black Mountain, aunque la estética de sus versos divergen de los de tal escuela. Fue cercano con Charles Olson, Robert Duncan, Allen Ginsberg, John Wieners y Ed Dorn. Se desempeñó como profesor de poesía y humanidades en la Universidad de Búfalo y vivió en Waldoboro (Maine), Búfalo (Nueva York) y Providence (Rhode Island), donde enseñó en la Universidad Brown. Recibió el Premio literario Lanna por el logro de una vida.