Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Ricardo Rubio

Ricardo Alfonso Rubio (Buenos Aires, 11 de mayo de 1951) es un escritor, novelista, poeta, ensayista y dramaturgo argentino. Doctor Honoris Causa por la Higher Education Academy of Sciences of Ukraine. Reside en Buenos Aires.

LOS ÁRBOLES Y LOS DRUIDAS

Extendido a la sombra,
morada de la noche,
retraigo los lugares de mí:
las espinas del tojo y el agua de lluvia.
Una mano agrícola contrae estas venas
y siembra un silencio antiguo
en la geografía del azar.

Los Ogros impacientaban la greda
arrullando urgencia y quemazones;
los Elfos cerraban los bosques
con fraguas y arquerías;
los Espectros villanos,
robadores de calma en las aguadas;
los Colosos que al menor ruido
fatigaban el estruendo.
Y había Gnomos para alegrar las fiestas
donde no llegaba el Lanzador de Esporas;
Gigantes de Piedra y de Fuego
caminaban la tierra de la vida
y el imperio anterior.

Esas son mis leyendas,
extremos de los días y las noches
regidos por el roble,
genealogía de sueños
donde intentan volar los Urogallos,
donde el Grifo juega a duende,
donde el Fénix es azul
y no es bueno.

Celta impaciente,
mi madre,
evita el Fantasma de los Abedules:
echa al aire su oración
y canta.

La rueca

Hay un reclamo de lógica
en la espalda del viento,
un reclamo de espacio y de ciencia
en la sabiduría de las rocas.
Como nave cristalina,
el tiempo reviste la desnudez de la tierra,
y los profanos hijos del ancestro se pintan de colores
y se visten de espejos nunca vistos.

Y hay otras tantas formas de huir.

Baja un llanto esmeralda
acariciando la mansedad de la montaña,
trae mineral con una verdad a cuestas.
Alguien descompuso esas semillas
y creyéndose sabio les dio una cifra,
y cifra y letra formaron parásitos de papel
que no sacian nuestra sed de invitados sin regalo.
La claridad brotaría de viejas filosofías no escritas aún,
los astros nada saben de palomas ni de credos,
pero el suelo ha dado flores e insectos,
y sin contarnos nos envuelve en silencio y a él volvemos.

Hay otras tantas formas de huir.

Objeto de grandes pensadores
con grandes cerebros y fortunas,
y profetas, magos, monjes e ingenieros.
Objeto de inútiles pisadas, de invasiones, de colonización,
de intrépidos periplos alrededor de qué o de quién,
de formas y dibujos, de forzados cambios
y de lluvias atómicas que nada saben de núcleo ni de átomo.
Por eso el suelo aguantando no es sed y es amparo;
sin embargo, el gemido asoma en el desierto
y el grito en el volcán.

¿Quién me dará una almeja y un balde de arena?
¿Quién me enseñará a no saber nada?

Y otras tantas formas de huir.

La razón es ciega cuando se agita un prisma

Cualquier palabra no es tu palabra;
no es tuya la voz del niño
con garganta de trueno,
ni el color del tulipán, ni la brisa del sur.
Ese escudo no te cubre del temor,
esa cota no impide el paso de las flechas.

A veces, la luz se dispersa
para dejar un hueco confuso
en el ojo de los hombres.

Cuando los bosques en tierras aún indecibles
no imaginaban su follaje,
cuando el sol era un punto
con todos los puntos encendidos,
cuando los astros eran fragmentos
de un único astro incomprensible y loco,
y la molécula vibraba en la insistencia,
el escriba ya era parte de un recuerdo
en la materia,
y aunque sus ojos no atinaban ni el espíritu
ni el hueso, ni el calor, ni la intemperie,
en su inercia la vida planeaba la risa de la pasión
y el cuarto oscuro de la ciencia.

Luego un hombre entrevió el roce, la fisura,
el músculo partido
por la simple disolución de la franqueza.

Y gimió.

Hay una emoción que no basta para decir los días o llenar las noches

—Guárdame los vientos,
la salud del laurel,
el saco de pana.
Guárdame el largo sol,
el encanto de la estiba
y la absurda disposición del orden.
Guárdame los cuadros, los plumeros,
los desánimos
y déjame reunir el sol y las estrellas.

—Guárdame este cuerpo innumerable,
millones de siglos embarcado
en el tul de las especies,
este rincón de carne incierta,
de corazón ardido a dentelladas
en los otoños del miedo.

—Guarda el crepúsculo
y los cantos de la aurora
para la luz que me despierte.

Los ojos se cierran a la danza o se abren al dolor

El tala se ciñe entre arrugas y silencio;
entra y sale del aire con una fuerza antigua.
Se lleva la última gota de las acequias
hacia un torrente invisible
que no alcanza su piel muda.

Cuando el monte envuelve su sed y su tristeza
el cielo lo ve alzar los brazos al viento.

Navegaré la eternidad para entender este porqué,
este confuso caracol que se ahoga entre arena y sal,
esta ambición que cae en las manos de la intolerancia,
este falso remanso de la idea.
¿Cómo ver el otro lado del espejo
cuando el núcleo está en la carne?
¿Cómo ser uno cuando desmayo?

La vida se contrae, se recuesta en la senilidad,
se apostema y se aturde.
El delirio invade las formas, la razón vacila,
la desnudez intenta un color en las tinieblas
y busca una especie, una estirpe, una tribu,
un cimiento donde sembrar el aire.

Pero la luz se hace noche, niebla, sopor,
confusión de lirios a la sombra de un nogal.
Carreras infames dibujan un pasar delgado y pueril.

El ocaso es demasiado vértigo para la desnudez.

Eternamente ahora

Siempre este ya pegado a los ojos.
A cada instante un segundo baladí,
un ahora infinito que nutre y azora
el presente de las indecisiones:
instantáneo, efímero.
Inaferrable.