Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Ricardo Peña Barrenechea

Ricardo Peña Barrenechea, nacido en Lima en 1896 y fallecido en la misma ciudad el 29 de julio de 1939, fue un poeta y dramaturgo peruano cuya obra se inscribe en la tendencia vanguardista y que formó parte de la ilustre Generación del 30 del Perú. Entre sus contemporáneos y compañeros de generación destacan su hermano Enrique Peña Barrenechea, Martín Adán, Emilio Adolfo Westphalen, César Moro y Carlos Oquendo de Amat.

Hijo de Estanislao S. Peña y Fidelia Barrenechea, Ricardo se educó inicialmente en el Colegio de la Inmaculada, bajo la tutela de los padres jesuitas. Sin embargo, fue en su etapa con los agustinos donde surgió su pasión por la música y el dibujo. Su camino académico lo llevó a la Universidad Mayor de San Marcos, donde estudió Derecho y se graduó de bachiller en 1924, mismo año en que se recibió como abogado y publicó su primer poemario titulado «Floración«.

A lo largo de su vida, Ricardo Peña Barrenechea alternó su ejercicio profesional como abogado con la docencia en colegios particulares y su labor como redactor del diario de debates del Senado. Su carrera en la abogacía tuvo un giro significativo cuando fue nombrado secretario de la Corte Superior de Lima. En 1933, emprendió un viaje a Río de Janeiro como secretario de la misión diplomática encargada de negociar la solución del conflicto peruano-colombiano derivado del incidente de Leticia, bajo el gobierno del general Óscar R. Benavides.

De regreso a Perú en 1934, Ricardo retomó su profesión de abogado, pero también exploró otras facetas artísticas, incluyendo la pintura. Su talento pictórico lo llevó a participar en una exposición en Valparaíso, Chile, en 1935. Lamentablemente, unos años después, mientras ejercía como juez en Chachapoyas, enfermó de neumonía. Regresó a Lima para recibir tratamiento, pero su vida se apagó prematuramente en 1939, a los 43 años.

Ricardo Peña Barrenechea publicó varios poemarios en vida, aunque breves, cada uno reflejando su evolución y maduración como poeta. Su obra más destacada es «Eclipse de una tarde gongorina y burla de don Luis de Góngora» (1932), una pieza orientada hacia el surrealismo que revela su maestría y profundidad. Otros títulos notables incluyen «Discurso de los amantes que vuelven» (1934) y «Romancero de las sierras» (1938), este último nacido de su amor por la naturaleza.

Además de sus publicaciones en vida, su legado poético incluye cinco poemarios inéditos descubiertos por el estudioso Ricardo González Vigil, y su obra completa fue publicada póstumamente en 2005 en dos tomos, editada por Ricardo Silva-Santisteban bajo el sello de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Ricardo Peña Barrenechea es una figura fundamental en la poesía peruana del siglo XX. Su sensibilidad lírica, su exploración del surrealismo y su amor por la naturaleza y la música se reflejan en una obra que continúa resonando en el panorama literario.

ESTATUARIA

Te contemplaba absorto. Tu cuerpo, limpio y suave,
copiaba un ritmo artístico en el dorado espejo.
Y eras por el torso fugitivo el bosquejo
de una Venus muy blanca y leve como un ave.

De enojos y de risas tu faz se estremecía.
Hundías en las manos la cara vergonzosa.
Y tu regazo era un valle de armonía
donde un cordero negro y oloroso reposa.

Al brillo de tus ojos que chispeaban voraces,
alzábase tu cuerpo graciosamente inquieto;
los senos, bien olientes, erguidos y procaces;

los cabellos de oro lamiéndote los flancos;
y toda Tú, radiosa, igual que este soneto,
¡colmándome de aromas y pensamientos blancos!

En el jardín del cielo está tu nombre…

En el jardín del cielo está tu nombre
como el malva de luz de la mañana.
En el jardín del cielo, un ángel niño
jugando está con tu sonrisa, hermana.

Déjame que te llame, que me asombre
de verte aquí con tu delirio grana.
Blanco, como la luna de tu nombre
como el marfil de luz de la mañana.

Oh dulce niña, que del cielo vienes
a escrutar el dolor de tus hermanos,
y te deshojas en rosal y nieves,
en manantial de música divina.
Celeste coro de ángeles enanos
en torno de tu alma matutina.

I

Luna de sal en campo abierto.
Estrella de agua y río aurora
pintan los soles del desierto.

Nevada gruta de Aladino.
Un niño nuevo en cada hora
con sus naranjos de platino.

De verdemar estira el prado
cuando rebosan negras plumas
por su amazonas colorado.

Nácar de cielo en la ribera
de un día azul con manchas brumas
y su sonrisa marinera.

II

Víbora de ojos de zafiro.
Góndola blanca que patina
sobre montañas de papiro.

Azogues noches de culebra.
Leve girándula argentina
con el negror de la ginebra.

corza de piernas nacaradas
sus ojos son dos medialunas,
sus voces lluvia de granadas.

Estrella blanca del castaño
salida al viento de las dunas
entre archipiélagos de estaño.

III

El río empuja la mañana.
Sobre cristal de verde roca
su piel morena de avellana.

El sol detrás del laberinto.
Yo vi llover junto a mi boca
sus ojos de agua de corinto.

En piel de espejos de aceituna
se acuesta el cielo como un niño,
navega el pájaro de luna.

Mares de azules maravillas.
Del negro helor de su corpiño
nacen estrellas amarillas

IV

Niña de holanda vaporosa.
Rodaja ayer de un claro sueño
hoy carne y pies de mariposa.

En noches de asias bandolinas
colma su carne marfileña
mis soledades submarinas.

Siéntola azul y verde espuma
si en sus axilas mi cabeza
se aduerme clara leve pluma.

Es todo rojo el ojo nilo
cuando resbala por mi espalda
a lengua y flor de cocodrilo.

V

En malva azul tendida niña,
geranio de ojos de gacela
sobre el cristal de la campiña.

La pierna corre por la arena
-lebrel de espuma que despide
la nalga limpia azul morena.

Es negro el pelo que la encinta
desde la nuca hasta el ombligo
-azul morena y verde en pinta.

Fulgor de aristas y querubes.
Jugando a solas con el sexo
se van sus ojos por las nubes.

VI

Avispa de oro su cintura
corría en plata azul de cielo,
en terciopelo de alba pura.

Su rostro árabe vertía
no sé qué vaga espuma,
toda la carne azul del día.

Volaba al cielo su sonrisa,
y era su pelo negra planta
que olía a tierra y mar de brisa.

Desnuda sale a mar nevado
con un suspiro entre los dedos
y el corazón en colorado.

VII

Luna de vidrio morado.
En el acuario una niña
viste de pez colorado.

Lluvia de perla marina.
Niebla vaga y bucle armiño
y su andar de golondrina.

En rosal azul estío
su corazón enclavado
como sol dentro de un río.

Ojos que el cielo perfuma.
De su boca el mar salado
vierte corales de espuma.

VIII

El mar pintó la esmeralda.
El pavón del arco iris
el carrusel de la falda.

Volcán de carne lunada.
Siberia lame sus senos,
la mar negra su mirada.

Sembrando rosas el río
el aire trepa sus piernas
con los naranjos del hastío.

Florón de pájaros rojos
con la lengua encarrujada
y sin pene ante sus ojos.

IX

Barco con pies de paloma.
Rizo verde y pie de almendro
el sol desnuda la toma.

En sus ojeras el alba.
Todo el collar de las brisas
al rededor de sus nalgas.

Lirio blanco y lirio rosa.
Sus voces salen al mar
vestidas de mariposas.

Soledad sus ojos nombra.
Y su ombligo – río de algas
donde ameriza mi sombra.

X

Naranjas niñas del sol.
Por cielo y mar las gaviotas
a lomos de caracol.

Senos de rubias doncellas.
Brisa enana y dedos ángeles
saludan hoy las estrellas.

Tarde de otoño marino.
La luna rota en las manos,
y todo el mar en el vino.

Cielos de piel ambarina
con olor a carne virgen
y sabor a golondrina.