Poetas

Poesía de México

Poemas de Ricardo Castillo

Ricardo Castillo es un poeta mexicano nacido en Guadalajara en 1954. Comenzó su carrera literaria en 1976 con la publicación de su primer libro de poesía, «El pobrecito señor X». A lo largo de su carrera ha publicado varios libros de poesía, incluyendo «La oruga», «Como agua al regresar», «Ciempiés tan ciego» y «Nicolás el camaleón». Su obra ha sido incluida en antologías de poesía mexicana y de escritores jaliscienses.

Además de su trabajo como escritor, Ricardo Castillo se ha destacado por su exploración de la poesía oral. Ha participado en numerosas lecturas públicas y colaborado con músicos, coreógrafos y bailarines. Dos de sus trabajos escénicos, realizados en colaboración con el músico Gerardo Enciso, han sido grabados en formato de audio y video. Castillo trabaja actualmente en el Departamento de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara.

Autogol

Nací en Guadalajara.
Mis primeros padres fueron Mamá Lupe y Papá Guille.
Crecí como trébol de jardín,
como moneda de cinco centavos, como tortilla.
Crecí con la realidad desmentida en los riñones,
con cursilerías en el camarote del amor.
Mi mamá lloraba en los resquicios
con el encabronamiento a oscuras, con la violencia a
tientas.
Mi papá se moría mirándome a los ojos,
muriéndose en la cámara lenta de los años,
exigiéndole a la vida.
Y luego la ceguez de mi abuelo, los hermanos,
el desamparo sexual de mis primas,
el barrio en sombras
y luego yo, tan mirón, tan melodramático.

Jamás he servido para nada.
No he hecho sino cronometrar el aniquilamiento.

Como alguien me lo dijo una vez: Valgo Madre.

El gran simpático

La realidad es una broma que ya me está poniendo
nervioso.
Un armario con un payaso encerrado.
No hay tiempo para hacernos guiños con los ojos,
el asunto es grave, pesado:
Todo hombre come un plato diario de confusión,
las manos se desesperan en los cabellos,
el alma se vuelve espalda.
Huele a nocaut, a cuerpo amarrado al quirófano
y el dolor, cara de serio, es un charlatán.
La realidad es un teléfono timbrando,
un telegrama de certezas muy cortas.
¡Ojo picudo!
la risa nos puede traicionar.

“El que no es cabrón no es hombre”

La suerte le dio el martillazo a su cochinito, sacó sus ahorros y acabó
de mandarme a chingar a mi madre.
Si seré pendejo.
No son épocas de echar el rol con contemplaciones, de
jugar al buen amigo con el pellejo.
La ciudad no da la mano, no abre las piernas, tira patadas
como monito de futbolito.
(15 de abril, a la primavera le aprietan los choclos, trae la lengua
de corbata como si le hubieran robado
toda su crema, toda su nata)
Salgo a la calle y no me queda otra que rumiar, que chupar
calcio en la Avenida Alcalde.
Mi corazón echa vinagre, mi esqueleto se marea, el muy
puto se lleva las manos a la cabeza
y dice que la muerte es un puchero sentimentalón difícil
de tragar como el pinole.
Camino de a gallinita ciega.
La tranquilidad de las 6 de la tarde me pega en las
costillas seis campanazos en todo lo alto.
Esta tranquilidad es una macana lista para cualquier
mandado;
las moscas que atormenten la seguridad del sistema
tendrán que vérselas con el Borra-Manchas.
Caminen pajaritos, circulen por favor.
Y sigo, las mujeres están buenas y frías como sorbetes,
no quieren acostarse con uno, no se atreven siquiera a
meter la mano por la bragueta.
Oh, oh desolación (esta risa es de pendejo).
Y qué pinche embuste,
qué momento para estar chingando a mi madre.
Si seré pendejo, si me faltará muchísimo para cabrón.

El poeta del jardín

Hace tiempo se me ocurrió
que tenía la obligación
como poeta consciente de lo que su trabajo debe ser,
poner un escritorio público
cobrando sólo el papel.
La idea no me dejaba dormir,
así que me instalé en el jardín del Santuario.
Sólo he tenido un cliente,
fue un hombre al que ojalá haya auxiliado
a encontrar una solución mejor que el suicidio.
Tímido me dijo de golpe:
“señor poeta, haga un poema de un triste pendejo”.
Su amargura me hizo hacer gestos.
Escribí:
“no hay tristes que sean pendejos”
y nos fuimos a emborrachar.

Pin uno, pin dos…

Son las diez de la noche.
De nada sirven los 600 gramos de felicidad
que ha ahorrado mi padre.
Prevalece una agitación de ladrones en el seno familiar
y cada quien declina
con su particular manera de desventurar la sangre.
Parece como si el movimiento fuera la bancarrota,
como si el amor fuera tan sólo cosa de adolescentes.
Mi padre nos quiere,
mi madre nos ama
porque hemos logrado ser una familia unida, amante de
la tranquilidad.
Pero ahora que son las diez de la noche,
ahora que como de costumbre nadie tiene nada que hacer
propongo cerrar puertas y ventanas
y abrir la llave del gas.

Las nalgas

El hombre también tiene el trasero dividido en dos
pero es indudable que las nalgas de una mujer
son incomparablemente mejores que las de un hombre,
tienen más vida, más alegría, son pura imaginación;
son más importantes que el sol y Dios juntos,
son un artículo de primera necesidad que no afecta la
inflación,
un pastel de cumpleaños en tu cumpleaños,
una bendición de la naturaleza,
el origen de la poesía y del escándalo.