Poetas

Poesía de España

Poemas de Ramón Pérez de Ayala

Ramón Pérez de Ayala y Fernández del Portal (Oviedo, 9 de agosto de 1880-Madrid, 5 de agosto de 1962) fue un escritor y periodista español.

OFRENDA

En verde boscaje, quimérico moro,
que es nido de ensueños y fuente de amores:
las rosas de púrpura y fuego, las flores
sangrientas, deshojo en mi cáliz de oro.

Mi triste ferminge su canto sonoro
entona, y mis versos ritman ruiseñores,
que gozan mis dichas, lloran mis dolores
y ensalzan en salmos de amor lo que adoro.

Laureles simbólicos aroman mi estancia,
el viejo Anacreonte sus vinos escancia,
un sátiro ostenta su torso broncíneo,

sonríe el dios Término, la luz es difusa,
y en mármol pantélico te erijo allí ¡oh Musa!
el ara en que oficio mi culto apolíneo.

LA MUSA NUEVA

La escena ha sido en Francia.
El Zeus del Parnaso
en un antiguo vaso
el néctar nuevo escancia.
Dilúyese en fragancia
su risa de payaso
y deja atrás de un paso
la retórica rancia.

Como Banville divino,
derrama un nuevo vino
en cáliz principesco,
y hasta el Olimpo salto
en un muy noble y alto
rimar funambulesco.

PARA UN POETA JOVEN

(IMPROMPTU)

El papel sustituye al oro.
Hay más producción y más hambre.
La humana voz, divino tesoro,
es ya un sonido sin alambre.
El arte escénico, el estambre
que tejía ensueños, hoy en día
es «cine» incoloro y sonoro.
Terpsícore ha perdido su decoro.
Sinfonía es algarabía.
¿Qué será de la Poesía?

El inmarcesible semita,
o le acogotan o acogota.
Al as y al rey falla la sota,
y al sobrio canon de Afrodita
vence la Venus hotentota.

Son homólogos mitin y misa.
Un duce a Dios piden las ranas.
El nuevo Estado está en mangas de camisa.
El jazz ahoga a las campanas.
En lugar de minués y pavanas,
la danza negra de las bananas.

La humanidad parece una estampa
que al propio Goya desconcertaría.
Todo se lo lleva la trampa.
¿Qué será de la Poesía?

Y esto no obstante… Sin embargo…
Todo está recreándose de nuevo.
La vida es corta, pero el arte es largo.
Hay que comenzar desde el huevo.

Si es caótica la situación,
como en el Génesis para Jehová,
tanto más tentadora es la ocasión
de iluminar el más allá.

¿Hacia dónde se halla la meta?
Tiene la palabra el Poeta.

LA PAZ DEL SENDERO

Con sayal de amarguras, de la vida romero,
topé, tras luenga andanza, con la paz de un sendero.
Fenecía del día el resplandor postrero.
En la cima de un álamo sollozaba un jilguero.

No hubo en lugar de tierra la paz que allí reinaba.
Parecía que Dios en el campo moraba,
y los sones del pájaro que en lo verde cantaba
morían con la esquila que a lo lejos temblaba.

La flor de madreselva, nacida entre bardales,
vertía en el crepúsculo olores celestiales;
víanse blancos brotes de silvestres rosales
y en el cielo las copas de los álamos reales.

Y como de la esquila se iba mezclando el son
al canto del jilguero, mi pobre corazón
sintió como una lluvia buena, de la emoción.
Entonces, a mi vera, vi un hermoso garzón.

Este garzón venía conduciendo el ganado,
y este ganado era por seis vacas formado,
lucidas todas ellas, de pelo colorado,
y la repleta ubre de pezón sonrosado.

Dijo el garzón: —¡Dios guarde al señor forastero!
—Yo nací en esta tierra, morir en ella quiero,
rapaz. —Que Dios le guarde. —Perdiose en el sendero…
En la cima del álamo sollozaba el jilguero.

Sentí en la misma entraña algo que fenecía,
y queda y dulcemente otro algo que nacia.
En la paz del sendero se anegó el alma mía,
y de emoción no osó llorar. Atardecía.