Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Rafael Courtoisie

Rafael Courtoisie, nacido en Montevideo en 1958, es una de las voces más fascinantes de la poesía y narrativa contemporánea en Uruguay y América Latina. Su obra, marcada por una sensibilidad única, explora la condición humana con una intensidad inquietante, donde el lenguaje se convierte en un eco constante de lo visceral y lo sublime. Aunque su formación inicial fue en Química, pronto abrazó la literatura y el periodismo, siguiendo una vocación artística que, desde sus primeros textos, reveló una profunda conexión con las palabras y su potencial para desentrañar los misterios de la existencia.

A lo largo de su carrera, Courtoisie se ha movido en los territorios de la poesía, el cuento, la novela y la prosa erótica. Su novela Santo remedio, finalista del Premio Fundación José Manuel Lara, es una obra que dialoga entre el absurdo y el dolor, un reflejo de su mirada crítica hacia las fisuras de la sociedad. Con Vida de Perro, nominada al prestigioso Premio Rómulo Gallegos y galardonada con el Premio Nacional de Narrativa en Uruguay, Courtoisie consolidó su estatus como narrador, explorando las sombras y luces de la vida cotidiana en su país. Sus novelas Tajos y Caras extrañas también resonaron internacionalmente, alcanzando traducciones al italiano y adaptaciones teatrales en Buenos Aires y Santiago de Chile, lo que atestigua la vigencia y universalidad de sus temas.

En el campo de la poesía, Courtoisie ha dejado una huella imborrable. Con obras como Palabras de la noche, una antología publicada por Monte Ávila, y Jaula abierta, el autor despliega su habilidad para explorar los límites de la palabra, en una poesía que convoca a la introspección y al reconocimiento de las verdades más incómodas. En 2011, se convirtió en un importante compilador de voces poéticas al editar la influyente Antología: la poesía del siglo XX en Uruguay, donde reunió a cuarenta de los poetas más relevantes de su país, ofreciendo una visión integral de la poesía uruguaya y su evolución en el tiempo.

Miembro de la Academia Nacional de Letras de Uruguay desde 2013, Courtoisie continúa siendo una figura clave en el panorama literario internacional. Su obra ha sido traducida a múltiples idiomas, incluyendo inglés, francés, italiano, rumano y turco, y su influencia como docente se extiende a instituciones en Uruguay, Estados Unidos e Inglaterra, donde ha impartido clases sobre literatura, narrativa y guion cinematográfico. Courtoisie es, sin duda, un poeta que encarna la pasión, el compromiso y el rigor, capaz de crear mundos donde el lector se encuentra cara a cara con su propia humanidad.

El amor de los locos

Un loco es alguien que está desnudo de la mente. Se ha despojado de sus
ropas invisibles, de esas que hacen que la realidad se vele y se desvíe.
Los locos tienen esa impudicia que deviene fragilidad y, en ocasiones, belleza.
Andan solos, como cualquier desnudo, y con frecuencia también hablan
solos («Quien habla solo espera hablar con Dios un día»).
Más difícil que abrigar un cuerpo desnudo es abrigar un pensamiento. Los locos
tienen pensamientos que tiritan, pensamientos óseos, duros como la piedra
en torno a la que dan vueltas, como si se mantuvieran atados a ella por una
cadena de hierro de ideas.
El cerebro de un pájaro no pesa más que algunos gramos, y la parte que modula
el canto es de un tamaño mucho menor que una cabeza de alfiler, un infinitésimo
trocillo de tejido, de materia biológica que, con cierto aburrimiento, los sabios
escrutan al microscopio para descifrar de qué manera, en tan exiguo retazo,
está escrita la partitura.
Pero desde mucho antes, y sin necesidad de microscopio ni de tinciones,
el loco sabe que el canto del pájaro es inmenso y pesado, plomo puro que taladra
huesos, que se mete en el sueño, que desfonda cualquier techo y no hay cemento ni
viga que pueda sostener su hartura, su tamaño posible. Por eso algunos locos
despiertan antes de que amanezca y se tapan los oídos con su propia voz, con voces
que sudan de adentro, de la cabeza.
Los pensamientos del loco son carne viva, carne sin piel. En el desierto del
pensamiento del loco el pájaro es un sol implacable. El canto cae como una luz y un
calor que le picara al loco en la carne misma de la desnudez.
Pero la desnudez del loco es íntima: de tanto exhibirla queda dentro. Es condición
interior, pasa desapercibida a las legiones de cuerdos cuya ánima está cubierta por
completo de tela basta, gruesa, trenzada por hilos de la costumbre.
El único instrumento posible para el loco, para defender su desnudez, es el amor.
El amor de los locos es una vestimenta transparente. Esos ojos vidriosos, ese hilo
ambarino que orinan por las noches, ese fragor y ese sentimiento copioso y múltiple
que no alteran las benzodiazepinas, que no disminuye el Valium, permanecen intactos
en el loco por arte del amor.
Es un martillo, y una cuchara, y un punzón. Es todo menos un vestido, no cubre
sino que atraviesa, no mitiga sino que exalta. El amor de los locos tiene una textura,
un porte y una sustancia.
La sustancia se parece al vidrio, pero es el vidrio de una botella rota.

Estado sólido

La soledad, esa piedra masculina que reposa en una habitación sin horas
como un planeta hermoso y advertido.

Una fruta de hierro.

Mujeres

Algunas mujeres se consuelan con dedos que arrancan de las estatuas.
Un lago tibio les crece entre las piernas y en el fondo del lago
colean pececillos y se escurre en lo profundo su rojez partida en dos.
El pulpo, como una estrella blanda sumergida, recibe al anular y provoca
una estampida de puntas de peces y arenas del temblor que desmoronan.
Las mujeres acaban exhaustas y en los lúbricos dedos de mármol,
brillantes de humedad del lago, se entibian y boquean, hasta morir,
algunos pececillos adheridos.

Y el fondo

Cuando la forma comienza a declinar aparece el fondo. Se adelgazan las paredes,
se afina la membrana, la noche extensa, sencilla o intrincada de la forma. El fondo
se opaca entonces, comparece.
Hay un instante de atraso, de desfasaje entre la forma y el fondo y es allí donde
se ve su orilla, su materia dispersa, su líquido sin continente. Espesura, densidad
opaca.
Un punto. El punto concentra el fondo, el fondo despojado.
La intemperie como una precipitación en el seno de un líquido, como un cuerpo
extraño. Pero el fondo siempre estuvo en la forma, la pulpa en la fruta, el agua en el
vaso, la carne con sus linfas en el cuerpo. El cuerpo dentro del mundo. El mundo
dentro del cuerpo.
Pues abandonada la forma queda una circularidad, una huella.

Cuando fa forma comienza a declinar, aparece el fondo.

Una mujer ha muerto

Antes de dormir, Z macera raíces y pasa los jugos
sobre los ojos de las piedras. Las estatuas brillan serenas,
con una humedad oscura y un derroche de luz y lava sólida.
Así apacigua la noche su custodia.

***

Una carta llega a destino antes de ser escrita.

***

Una mujer ha muerto en algún sitio. Q sale a cielo descubierto,
apoya el oído en tierra y escucha cómo las orugas
despedazan un castillo subterráneo.

Q habla del Edén

«Un pez de hule envuelve la comida diaria. Las escamas de nylon
se deshacen pero no logran pudrirse en la boca del desierto:
bolsas, jirones y retazos de plástico, trozos de cármica y latas como joyas oxidadas.
Cada cosa es un tesoro y tiende a la aridez. Las raíces de los vegetales esperan
entre vidrios y coronas de caucho, los óxidos de plomo y el agua del cadmio
entre los dientes de un cero gordo, el mar envenenado de sulfito
en la gran concha del mar, en la raja del mar, en el coño del mar, en la vira del
mar con aguavivas.
Un temblor de hilo en las vocales: n-a-d-a.
Estos son los huesos de Dios. Las ramas despojadas por el viento enfurecido,
los ojos cubiertos por los labios de los ojos, la Mosca Reina con su séquito
en el sexo.
Chatarra, chatarra y más chatarra. Junk.
La savia retrocede en las palabras cuando voy a hablar del árbol.
Un sarcoma voraz seca la rama. El aire me respira y se envenena.
Lo que amo se vuelve arena.»

Los que no están

Para las almas los cuerpos valen oro. Pero es un oro carnal,
de ruido tibio, un oro en trazos y fibras, oscuro, más oscuro que la muerte
que lleva y devuelve las almas a su origen, la muerte como un mar que las devora.
Los cuerpos flotan.
Sin la muerte, un cuerpo es más grave que su sombra. La muerte los levanta,
los madura, hace de los cuerpos un sueño irrepetible en el que el deseo encuentra
materias claras para hacer la casa.
La casa se levanta y se derrumba, pero los trozos esparcidos son duras gotas
del agua del deseo, humedecen la vida que les falta.

Las piedras de amar

Los hijos de los Grises le arrebatan el gozo a las mujeres,
justo en el último momento, justo cuando están por acabar. Los hijos de los Grises,
en el último instante, se llevan esa gema invisible del sexo de las mujeres
y hacen un collar de maravilla.
En las noches cálidas, el collar hecho con los guijarros del gozo humedecido,
palpita en la penumbra inmóvil, sin que nadie se adueñe del temblor. Los Grises
ponen esos collares en las vitrinas de los museos, y quedan tontamente alegres
por haberles quitado el gozo a las mujeres.
Las perlas, algunas oscuras y otras claras, producen un latido inmóvil y concéntrico,
un espasmo translúcido que se pierde en el espacio silencioso. Pero las mujeres de los hijos
de los Grises van, cada vez que pueden, a la aldea vecina, donde los hombres saben
desprenderles del vientre esos cantos rodados, esas perlas opalinas y latientes,
y las dejan flotando en la entrepierna, húmedas y tibias todo el tiempo,
durante la eternidad que dura el acto.