Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de Piedad Bonnett

Piedad Bonnett es una destacada escritora colombiana, nacida en Amalfi, Antioquia, en 1951. Es reconocida por su obra literaria, que se caracteriza por su poder expresivo, su lenguaje profundo y transparente, y su habilidad para reflejar la realidad de su país y su experiencia de vida.

A los ocho años, Bonnett se trasladó a Bogotá, donde se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes, y ha sido profesora de literatura en dicha universidad desde 1981. También tiene una maestría en Teoría del Arte y la Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia. Ha publicado ensayos en revistas especializadas y ha realizado traducciones literarias.

Bonnett es autora de una extensa obra poética que incluye De círculo y ceniza (1989), El hilo de los días (1994), Ese animal triste (1996), Que muerde el aire afuera (1997), No es más que la vida (1998), Todos los amantes son guerreros (1998), Lo demás es silencio: Antología poética (2003), Después de todo (2002), Para otros es el cielo (2005), Las herencias (2008), Explicaciones no pedidas (2011) y Poesía reunida (2021). Su poesía ha sido traducida a varios idiomas.

Además de su poesía, Bonnett ha cultivado la narrativa y el teatro. Entre sus novelas destacan Siempre fue invierno (2012), El prestigio de la belleza (2011), Lo que no tiene nombre (2013), Donde nadie me espere (2019) y Qué hacer con estos pedazos (2022). Entre sus obras teatrales se encuentran Gato por liebre (1991), Tretas del débil (1994) y Nadie en casa (1994).

Por su trayectoria literaria, Bonnett ha recibido numerosos premios y reconocimientos, incluyendo el Premio Nacional de Poesía otorgado por Colcultura en 1994, el Premio Casa América de Poesía Americana en 2011, el Premio José Lezama Lima en 2014 y el Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval en 2012. Además, es columnista del periódico El Espectador desde 2012.

La obra de Piedad Bonnett es una de las más importantes y originales de la literatura colombiana contemporánea, que combina la emoción, la reflexión y la crítica social en sus textos. Su obra es un testimonio de la complejidad y la belleza de la condición humana.

Último instante

En qué pupila
quedaste tu grabado para siempre
aún vivo
pero volando triste hacia la muerte
en el último instante, el cielo a tus espaldas.
Quien te lleva dentro de sí
como una pesadilla hacia la noche
o una anécdota, un puro escalofrío
que aspira a remansarse en la palabra.
Quién vio lo que no vi,
lo que tan solo
a mí me pertenece:
tú como un ave interna que se entrega,
oscura y sin plumaje,
derrotada.

Explicaciones no pedidas

Porque por ti
mis pobres posesiones:
el cuento que me cuento
y el poema
que eternamente rumia la ceniza.

Por ti el acto de amor intransitivo
que contigo y sin ti ahonda la noche.

Pero también la luz y su milagro
que me oscurece en la mitad del día.

Por ti la nada hueca,
y mi mentira
más verdadera que la misma vida.

Por ti la gravidez,
el fondo,
el tuétano,
caer dentro de mí como plomada.

La yema de mi dedo detenida
sobre el aura quemante de la llama,

y con su tizne
sobre el espejo que no te refleja

las palabras.

Huéspedes

Esta noche tendremos huéspedes en casa
y se quedaran a dormir en tu habitación.
He quitado, pues, el polvo de todos los rincones,
he cambiado las sábanas y he sacudido la almohada,
y he puedo entre un cajón tau viejo suéter,
pero antes he metido mi cara entre la lana,
me he ahogado en su dulce mar de púas.
No les diré que aquí se desvelaba el cuervo de tus sienes,
ni que un niño sombrío se despedía de ti detrás de la ventana.
No les diré que aquí nunca es de día.

A quién agradecer

A quién agradecer
la sabia geometría de tu oreja
su lóbulo de luz y la firmeza
de sus surcos de sombra,
y el deseo, que es una llamarada que se enciende
en la gruta de felpa
donde encierran su enigma tus más perversas músicas.

Volver

Abro la puerta de mi casa, enciendo las luces,
saco de mi maleta la ropa sucia, el cepillo de dientes,
los libros recién comprados,
apilo los periódicos de los últimos días, las cuentas,
abro una ventana para ventilar un poco,
y en el reflejo miro, de reojo,
a la recién llegada
que así
sin más ni más
se deshabita.

Cadenas

Como un niño obstinado
que persiste en salir del laberinto
deambulas noche a noche por mis sueños.
Con el alma encogida yo te sigo
sabiendo que más tarde o más temprano
tú encontrarás la puerta y yo el olvido.

Las herencias

Hilo mío, me duelen las herencias.
Esta culpa, zarza que arde y me quema,
y que no me concede saber cuál fue el pecado.
En tu inocencia se mira mi inocencia
como en un ojo de agua que me cuenta una historia
que ya ha sido olvidada,
y otros hablan entre tus voces turbias
y otros sufren de nuevo entre tus sueños
y en tu silencio sufren
otra vez más aquellos que están muertos,
y tu herida
es una pena antigua que por mi sangre pasa
y estalla en las entrañas en que nadaste un día.

Réquiem

Resulta
que ya nada es igual, nada es lo mismo,
que algo se ha muerto aquí
sin llanto,
sin sepulcro,
sin remedio,
que otro aire se respira ahora en el alma,
patio oloroso a humo donde cuelgan
tantos locos afectos de otros días.
Tendría que decir
que ha llovido ceniza tanto tiempo
que ha tiznado por siempre las magnolias,
pero es pueril la imagen y me aburro.
Me aburro dócilmente, blandamente,
como cuando era niña y me tiraba
a ver pasar las nubes,
y la vida

era larga como una carrilera.
Ahora el tren da la vuelta y unos rostros
borrosos me saludan desde lejos:
yo amé a aquel hombre que va hablando solo.
Aquel otro me amó y no sé su nombre.
La tarde se silencia y todos parten.
Soy yo la que hace tiempo ya se ha ido.

S.O.S.

Estoy pensando qué cuerda podría lanzarte yo,
qué salvavidas.
Y pensando también
-con el alma estrujada en un turbión de pena-
en el hondo sofoco de tus aguas,
en tu esfuerzo
de nadar y nadar la vida entera,
en tus ojos que buscan, como peces sonámbulos
ensombrecidos de algas y de arena.
En tu cansancio,
en tu desgarradura.
Pero no tengo cuerda
ni red para salvarte
ni oración que conjure las tinieblas
o que sirva de tabla de naufragio
y ni siquiera
-ahí donde me ves, cargada con mis jarcias-
tengo orilla certera.

De un tiempo a esta parte

De un tiempo a esta parte
algo nos abandona día a día,
secretamente y en puntillas
para que no haya sobresaltos inútiles,
vanos anuncios de imprevisibles efectos.
De esta manera,
al desayuno, de golpe, comprendemos que algo
ha cambiado en la noche,
que irremediablemente hemos olvidado ese verso,
que el lustre de la piel se ha quedado prendido
de las sábanas,
y en nuestros huesos crece ahora un murmullo,
un germinar de números,
y si callamos
podemos oír las pequeñas catástrofes del alma,
un ruido como de pedazos que caen
irremediablemente y sin estruendo.

De un tiempo a esta parte
hay un eco de adioses y derrumbes,
pero tal vez somos nosotros los que estamos
partiendo,
pisando los rosales que cultivamos un día.

Las cicatrices

No hay cicatriz, por brutal que parezca,
que no encierre belleza.
Una historia puntual se cuenta en ella,
algún dolor. Pero también su fin.
Las cicatrices, pues, son las costuras
de la memoria,
un remate imperfecto que nos sana
dañándonos. La forma
que el tiempo encuentra
de que nunca olvidemos las heridas.

Tiempo

Cada vez más lejano lo lejano.
El hoy
es un colibrí trémulo en el aire
y el aire es la materia del mañana.
Ayer, ayer me estoy buscando y me extravío
por cuartos en penumbra y corredores
donde hace siesta el sol de los geranios.
Ayer estoy de vuelta y esculcando
en los rincones todos de mis días
a ver si estoy allí, qué cara tengo
sentada en la cocina, junto al fuego,
Pero solo me mira una niñita
comiéndose su pan. En el patio empedrado
el tiempo ha muerto antes de haber nacido.
El hoy
es un colibrí trémulo en el aire
y el aire es la materia del mañana.