Poesía de Uruguay
Poemas de Pedro Leandro Ipuche
Pedro Leandro Ipuche fue un poeta que supo entrelazar la tradición criolla con las corrientes más audaces del vanguardismo, dando forma a una lírica que, sin perder su raíz telúrica, se proyectaba hacia lo universal. Nacido en Treinta y Tres el 13 de marzo de 1889, su vida y su obra están marcadas por un profundo sentido del misterio, una búsqueda constante de lo esencial y una sensibilidad que trasciende lo puramente literario para convertirse en una indagación filosófica sobre el ser y el tiempo.
Hijo de Juan B. Ipuche y Beatriz M. de Ipuche, vivió en carne propia las tensiones del Uruguay de su tiempo. En 1904, con apenas quince años, se alistó en el ejército durante la guerra civil, una experiencia que sin duda dejó una huella en su mirada sobre el destino y la lucha del hombre. Tras completar el bachillerato en 1905, se trasladó a Montevideo, donde inició estudios en Filosofía y Humanidades en el Seminario Conciliar. Su curiosidad intelectual lo llevó a dominar múltiples idiomas, desde el inglés y el francés hasta el guaraní y el griego, ampliando así el horizonte de su pensamiento y su poesía.
Su obra poética es una fusión entre lo telúrico y lo moderno, lo místico y lo existencial. En Alas nuevas (1922) se percibe el influjo de las vanguardias, una experimentación que no renuncia al pulso de la tierra ni a la musicalidad propia de la tradición criolla. Junto a Fernán Silva Valdés, fue uno de los precursores del nativismo, un movimiento que supo dialogar con la modernidad sin perder la esencia de la identidad rioplatense. Sus versos no solo capturan la cadencia del campo y la memoria ancestral, sino que también abren interrogantes sobre el sentido último de la existencia.
Pedro Leandro Ipuche no solo dejó un legado en las letras uruguayas, sino también en la memoria de su país. Su nombre perdura en el liceo de Santa Clara de Olimar, testimonio de su aporte a la cultura nacional. Falleció en Montevideo el 17 de febrero de 1976, dejando una obra que aún hoy resuena con la fuerza de los poetas que supieron ver más allá de su tiempo.
Tierra honda
Y yo que he visto el río no puedo ver el lago,
yo que he estado en la selva me río del jardín;
enlacé toros chúcaros en la luz de mi pago,
y me crié con carne, con leche y macachín.
Ya veis que soy un gaucho. Conozco la aspereza
de ¡a sierra más dura, y larga y primitiva.
He sentido mi cuerpo gozoso en la fiereza
de los caballos rápidos de mirada más viva.
No siento la mecánica. Un potro es la energía
caliente de la vida. Y un auto es un cacharro.
Me entusiasman los pájaros alborotando el día
y los cuatro caballos que sacuden un carro.
Son los sagrados vínculos de mi emoción, sencillos:
los árboles, las aguas, el sol, el horizonte
y las estrellas fieles de cósmicos anillos,
y el animal y el pájaro de la tierra y el monte.
La amistad de los hombres es una herida hermosa,
inevitable y húmeda:—lo saben mis amigos!
Por ellos la frescura del corazón retoza,
y en las horas del cáliz, sé la ley de los trigos.
En la Naturaleza me encuentro llanamente:
late en la ramazón de mi cuerpo violento
su fuerza oculta y viva que se achica en mi frente,
y grita en la palabra de mi estremecimiento.
Pude haberme afinado hasta hacerme una onda,
traslúcida y volátil, pero no puede ser:
el oleaje es flotante, y la raíz es honda,
y de la hondura fresca me gusta florecer.
Pero qué delicado es todo lo maduro!
De la entraña se alza la palabra más fuerte;
la emanación lozana del fondo más oscuro.
sale a la luz para vencer la muerte.
Hay artistas que ajustan las gemas afinadas
a los nervios vencidos en una engarzadura;
pero el poeta engasta sus gemas invioladas
en los anillos íntimos de la sangre más pura.
No se puede jugar con la Naturaleza
ni con el santo espíritu que la sien ilumina.
Adentro está la vida y toda fortaleza,
y la armonía ciega de la estrofa divina.
Si me afino me pierdo. El vigor de mi verso
está en la más profunda grieta de mi interior.
Esta grieta es la herida que me une al universo
por un anhelo erguido y un místico temblor!
Pienso tres cosas lindas
Pienso tres cosas lindas y las digo:
Nadie conoce la dulzura
Como la pata de la mariposa.
Una invisible sombra, sutil, ebria …
La sombra de la luna sobre el aire.
Perforemos un pozo,
Y saquemos la luz, quedando el día.
El ojo iluminado verá el pozo,
Porque la luz no es el color del día.
El cielo líquido
El sol ha vuelto el cielo esta mañana
Tan líquido y corrido
Que mis ojos se tejen en las aguas celestes
No es el agua que salta o resalta:
Es el agua fluida,
Visible y escondida,
Como presencia de esencia.
En el otoño he visto
Un cielo tan marino sobre mí,
Que aquello era el abismo vertido sobre el día.
El abismo asomado que marea de arriba;
Donde se pierde el ojo de anegarse y beber.
El Circo
¡Brava infantilidad del circo!
Vivo en mi casa el circo amoroso.
Soy el acróbata curtido
De los trapecios y pistas del alma.
¡Qué de saltos mortales
Y cambotes fatales!
¡Ah mis cabriolas sentimentales!
A veces muestro la patética
Rigidez del “patrón”.
(¡Ese patrón!)
Pero…
Soy para mis dos hijos el payaso
Intimo, solo y sin color.
El Guarda puentes
Se jubiló para mudar de vida
Y de lugar y… divertirse el resto.
Más de una cincuentena repetida
Sobre las viejas aguas de su puesto.
-Me voy a una ciudad desconocida
Donde pueda vivir con otro gesto.
Ya tengo el alma dura y desabrida
Y el brazo setentón poco dispuesto.
Lo engañó -como suele- la costumbre:
Creyó muy fácil desprender herrumbre
Y separar el corazón ligero.
Un día los atónitos pasantes
Lo vieron con los ojos vigilantes
Pescando bajo el puente compañero.
Me gusta
Me gusta el dorso de las barajas nuevas.
Las corbatas flamantes.
Los pañuelos de seda que, en la caja, se miran
Y no se tocan…
El iris seco de los biseles
(¿Y los caireles?)
El olor de los libros escolares.
La eléctrica naranja de la pelota variopinta…
La piel pintada de los lápices.
Las bolitas con íntimos colores
Que en la infancia poníamos
Contra la lámpara casera
Y derramaban, tembloroso, el iris …
¡Feliz el que conserve la cosquilla
Simpática del niño en sus rarezas!
Será la llave de la maravilla
Abriendo el ojo de las sutilezas.
- Alejandro Zambra
- Roberto Jorge Santoro
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- Tracy K. Smith
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