Poesía de Perú
Poemas de Pedro Arenas i Aranda
Pedro Ruperto Arenas i Aranda, nacido y fallecido en Arequipa, Perú (27 de marzo de 1902 – 17 de agosto de 1995), fue un poeta laureado cuyo legado literario es un tesoro en la tradición literaria de América Latina. Aunque su modestia y rechazo por la ostentación lo llevaron a no publicar libros en vida, su obra trascendió fronteras y generaciones.
Arenas i Aranda se destacó como maestro universitario en la Universidad Nacional San Agustín de Arequipa durante más de cuatro décadas, donde impartió diversas materias, desde Filosofía Antigua hasta Historia del Perú. Su dedicación a la enseñanza se sumó a su prolífica carrera literaria.
Este ilustre poeta era un políglota destacado, dominando varios idiomas además del español, como el italiano, inglés, alemán y francés, este último con una pronunciación impecable. Obtuvo títulos de doctor en cinco especialidades, destacando su profundo conocimiento en diversas áreas.
A pesar de su discreción, Pedro Arenas i Aranda dejó una huella indeleble en la literatura con su famoso poema épico “Canto al Bronce”, que le valió el reconocimiento en los Juegos Florales de la Universidad Mayor de San Marcos en Lima en 1923. Aunque no publicó libros en vida, sus hijos recopilaron y publicaron seis poemarios en 1990 bajo el título “Obra Poética”, cuando el autor tenía 88 años.
Este apasionado poeta, erudito y políglota, representó una rica tradición literaria y un compromiso con la educación que perduran como legado en la historia de la literatura peruana. Su vida y obra siguen siendo una fuente de inspiración y admiración para aquellos que exploran las profundidades de la poesía y la cultura.
Canto al bronce
Canto al bronce, porque el bronce es un símbolo de raza;
canto al bronce, porque es fuerza,
porque es gloria, porque es gracia:
es la fuerza porque es músculo,
es la gloria si se funde en monumentos;
y es la gracia
en el rostro de una quechua,
o la línea de una estatua.
Es el bronce fuerte y ágil como el puma;
o tan leve, como el eco de una quena o la fuga de una alpaca.
Él es todo: En las ánforas de Egipto es arte puro;
si se ahueca en los clarines, es garganta
que se ríe, que blasfema, canta vida, grita muerte…
o es progreso hecho en el cuerpo de una máquina.
Canto al bronce de mi patria,
porque el bronce se retuerce como médula
en las vértebras del Ande;
en los rostros se hace tinte,
y en los pechos se hace un ascua.
¡Es el bronce como el símbolo de América¡
¡Es el bronce como el triunfo de mi raza¡
Bronce el rostro de los indios que pululan
desde el mar de Magallanes hasta Alaska;
tal los quechuas, y aimaras, y araucanos, el glorioso Montezúmac;
Y es un bronce puesto al rojo, el del indio en Yanquilandia.
Hace siglos, muchos siglos,
cuando el agua era un tumulto en el lago Titicaca,
y el ocaso explosionaba sangre y oro,
como llama de una hoguera, o una herida que se rasga,
surgió presto, en ese lago,
cual prodigio hecho bronce: Manco Ccápac.
Y este indio: todo bronce, todo genio, todo audacia:
humillando fue las cumbres, y en el Cusco,
entre rocas sembró el oro de su barra, barra mágica;
que dio el fruto de un Imperio poderoso
y el prestigio de una raza.
Otro día cuando América temblaba
bajo el trote vigoroso de corceles,
que agitaron con su aliento
el penacho de un monarca;
y la espuma de sus belfos salpicaron:
sobre el oro cincelado de sus andas;
y se hundía ya un Imperio;
y triunfaba nuevo credo en Cajamarca:
humillando pedrerías, plata y oro,
sobre el bronce de cien hombres, triunfó el bronce de Atahualpa,
se diría que era un símbolo allí erguido,
y que locos de entusiasmo, ya sin lengua,
protestando en su apoteosis, por la ruina de su raza.
Canto al bronce hecho carne,
tal el rostro del glorioso Calcuchímac
que se arroja entre la hoguera,
mientras grita: ¡Pachacámac…¡
Y simula, así, una estatua que se fundeporque quiere
que aquel bronce de su estirpe,
muchos siglos, humillando esté esas brasas.
Bronce puro fue la atlética figura de Cahuíde
cuando salta hecho un puma
harto ya de sangre y muerte, al vacío:
madriguera de sus ansias…
Se diría que es la raza que se estrella,
porque ella, no ha nacido esclava.
Bronce el rostro de los indios
que en la entraña de los Andes
arrancaron pedrerías, oro y plata.
Bronce el rostro de los indios que subieron a sus cumbres
y dejaron en sus quiebras, como un eco de sus quenas,
sus nostalgias;
esos indios que aman solo:
sus alpacas, sus vicuñas y sus llamas…
que deshojan yaravíes, y que lloran sus angustias;
en sus quenas, y en el bronce que urde el barro de una cántara.
Bronce el rostro de los indios que en los mares
anegaron el dolor de sus miradas,
y al recuerdo de sus dioses, de sus ñustas, de sus chasquis,
mamaconas, pacarinas y sus mallquis… sollozaban.
Bronce el rostro de los indios que soplaron los pututos
contra España,
que rasgaron los espacios con sus flechas,
e intentaron romper yugos con Amaru, con Melgar y Pumacahua.
Que tuvieron la apoteosis de Humachiri, en que mármol
fuera el rostro del poeta; mas el pecho, bronce hecho ascua:
Si de mármol fue la lira, su cordaje fue de bronce,
tal cual lo eran esas épicas campanas:
que aún hoy gritan: a rebato,
como lloran por un muerto o recitan sus plegarias.
Bronce el rostro de los indios que miraron
sobre el dorso de los Andes, como un triunfo de la raza, perfilarse, hecha
un bronce, la silueta vigorosa de un guerrero:
San Martín, aquel coloso de la lucha libertaria.
Y otra vez fue la apoteosis, en que el bronce
humillaba pedrerías, oro y plata;
en el oro del Sol mismo, y en la plata de las cumbres;
tal cual lo hizo en Cajamarca…
Y este triunfo se repite con Bolívar, cuando pasa en Ayacucho
sobre Iberia; león de oro; y las golas de virreyes; todas albas.
Bronce el rostro del que supo como Lincoln, y siguiendo a Fray Las Casas
romper yugos y cadenas que atan manos, en la noble y regia Lima;
bella Lima, caprichosa cual virreina enamorada…
Él que supo en Arequipa llevar muerte o alzar tiendas de campaña.
Él, que supo… ¡Gran Castilla¡… de los bronces legendarios
que gritaban: ¡sangre¡ ¡guerra¡… (cuando el pueblo levantaba barricadas),
se bajaban de sus torres y en cañones se trocaban.
Canto al bronce, porque el bronce, es un símbolo de raza.
Nada importa que en el Morro y en el puente de la Nave Legendaria:
dos colosos sean mármol por capricho de otra estirpe;
nada importa, porque el pecho siempre es hecho
de aquel bronce que es orgullo de la tierra americana.
Canto al bronce, canto al mármol
porque juntos hoy compendian como el de mi raza.
Es el mármol la belleza. Es el bronce,
como músculo hecho fuerza; ya en un yunque,
ya es un bloque vuelto estatua,
y es por eso que penetra, cual raíces
sosteniendo las ideas, en el mármol monumento de mi Raza.
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