Poetas

Poesía de Francia

Poemas de Paul Fort

Paul Fort (1872-1960), el gran trovador de la Belle Époque, es reconocido como uno de los poetas más apasionados e influyentes de su tiempo. Nacido en Reims, Francia, desde joven mostró un amor entrañable por la sencillez poética y una cercanía natural a la belleza cotidiana, algo que lo llevó a la escena artística de Montparnasse, donde se convirtió en una figura mítica. Fort, con su característico sombrero estilo Rembrandt, se movía en este universo de bohemia parisina casi como un emblema viviente. En 1912, el célebre poeta Paul Valéry lo coronó como Príncipe de los Poetas, un título que reflejaba la resonancia de su obra en el alma de París y en toda la literatura francesa.

Fort fue un prolífico creador, y en su obra destaca el inmenso proyecto de las Ballades françaises, una recopilación en cuarenta volúmenes que captura el pulso de la vida francesa con un lenguaje directo y a la vez musical. Sus versos brotaban de forma espontánea y en ellos hallamos una visión humanista, profundamente sencilla y cercana. Tal vez uno de sus poemas más célebres sea La Ronde, una tierna súplica por la amistad universal que cruzó fronteras y lo posicionó como un defensor de los valores pacíficos y fraternos.

Además de su impacto en la literatura, Fort fue admirado por artistas de otras disciplinas. Su rostro fue inmortalizado en retratos de pintores como Daniel Vázquez Díaz e Ignacio Zuloaga, y sus poemas inspiraron a músicos como Georges Brassens, quien llevó algunos de sus versos al mundo de la canción popular. Brassens, fiel admirador del poeta, interpretó con emoción obras como Le petit cheval y La marine, manteniendo vivo el espíritu de Fort en la memoria cultural de Francia.

El destino de Fort fue tan poético como su obra. Pobre y sin llegar nunca a la Academia Francesa que tanto anhelaba, fue enterrado en el Cimetière de Montlhéry. Con su sombrero y su espíritu incansable, Paul Fort sigue siendo recordado como un poeta que rimaba como quien respira, con un amor honesto y sencillo por la vida misma.

CANCIÓN DEL ALBA

¿Qué fue de mi pena? No tengo más pena.
¿Qué fue de mi amiga? No me importa de ella.

Por la dulce playa, a la hora serena del alba
inocente, ¡oh mar en distancia!

¿Qué fué de mi pena? No tengo más pena.
¿Qué fué de mi amiga? No me importa de ella.

Tus olas de encaje, la brisa marina,
tus olas de encaje por mis dedos blancos.

¿Qué fue de mi amiga? No tengo más pena.
¿Qué fué de mi pena? No me importa de ella.

Por un cielo nácar, mis ojos siguieron
la gris gaviota, luciente al rocío.

No tengo más pena ¿Qué fué de mi amiga?
¿Qué fué de mi pena? Ya no tengo amiga

¡Oh mar en distancia – al alba inocente!
murmullo tan solo, al borde del sol.

¿Qué fue de mi pena? No tengo más pena.
Es solo un murmullo al borde del sol.

LA ZAGALA MUERTA EN SUS AMORES

Esta zagala murió, murió en medio a sus amores
A enterrar se la llevaron, a punto de amanecer
La acostaron, solitaria, solitaria en su ataúd
Y regresaron alegres, muy alegres, ya de día.
Y cantaban bien alegres: “Nuestro turno ha de llegar”
“Esta zagala murió, murió en medio a sus amores”
Cantaban volviendo al campo, al campo como otros días.

NUESTRA CABANA EN YVELINE

Cabaña, tus adornos son margaritas, rosas:
a tu pie sus blancuras, sobre tí sus colores
Naturaleza hace bastante bien las cosas,
ata los corazones dentro un ramo de flores que,
dura solamente cuanto nuestros amores.

LA DICHA

En el prado quieta está. Corre pronto. Ve ligero
En el prado quieta está. Corre pronto. Que se va,

Si la quieres alcanzar. Corre pronto. Ve ligero
Si la quieres alcanzar. Corre pronto. Que se va.

Ya se acerca al cicutal. Corre pronto. Ve ligero
Ya se acerca al cicutal. Corre pronto. Que se va.

En la frente va a parar. Corre pronto. Ve ligero.
Del carnero va a parar. Corre pronto. Que se va.