Poemas:
La novia ausente
sigue amando
y a ella sobre todas
le atraen
pero no logra distinguir a la distancia
sufre así de una ausencia que crece
queda amarlas sin métodos y sin desenlace
amarlas de la única manera posible
se confunden y se alejan
aguantan crueldades que sin duda no mercían
crecen sin nombre
como un trineo sobre la arena
se deslizan por memorias que no le pertenecen
un gran pájaro oscuro sobre el viento
el sonido oscuro y solitario del sol
A su lado
No serán muertos los pasos del amor; vacío
vino al mundo, tibio aún
por el viento que lo aposentaba
tan deliciosamente.
Y la tibieza fue
frío y el agua piedra
y las sombras cuchillos y el grito, la primera vez.
Lloró como nunca no fueron
los muertos los pasos del amor-, pudo hablar
y mentir y deslizar su vida y su alegría
hasta quedar harto de leche y sueños, y olvidar
y empezar a morir como todos:
un día cualquiera termina
el año, el sol termina
y comienza todo donde una mano empieza.
Su mano, su calor
llegado desde del vientre
hacia mí; inspirado por otro calor,
para levantar ahora los pasos del amor,
para impedir que mueran.
Por eso, aquélla o ésta, principio
o fin, madre o amante; ella
estará donde mis ojos vayan.
Amarla es difícil
Es buena, cuando duerme;
el calor de su cuerpo es un puñal de vidrio
que remonta los sueños.
Cuando calla, es buena
y su voz una premonición olvidada y peligrosa
que arruina el silencio.
Cuando grita o llora
o se lamenta o se divierte o se cansa,
nada puede contener
este dolor alegre que envenena
mis sueños y mi soledad.
Por eso es difícil pensar
en ella, en su cara bondadosa;
abandonarse; por eso
es una cobardía retenerla
y dejarla ir, una pavorosa crueldad.
A veces, cuando lo pienso,
no se qué hacer con ella,
con este destino luminoso.
Ave del paraíso
Sos como una perdiz empollando, todo
el día en la cama; reina de la indolencia,
cuidando todo el día que no se vaya el calor.
Sacerdotisa mía, panadera,
dame esa hostia para ingresar al cuerpo
de la bondad; andariega, zapato tibio para insultar y acariciar.
Perdiz que viene volando y aterriza y queda suspendida
sobre mi corazón, como una escarapela, como una fiesta
nacional. Sal y harina. Pereza, panadera.
Casadas y cortesanas
Sobre el vuelo de su libertad,
es mejor no hablar.
Nadie se atreve a presumir estos aires,
a transferir su paciente eficacia.
Como ninguna pudo serlo, es inestable y sólida.
Hábil. Cruel. Una persa se diría. Refinada para las
fragancias y las delicadezas perdidas por el amor.
El sol ha sido cercado por su vientre;
los pájaros volaron con su desconcierto.
La tierra tiembla en sus amores.
Es un raro destino; después del peligro
trata de quedarse entre la gente. Hay
presagios; hay recuerdos que pueden hacerla sufrir.
Cuando logran disipar su sonrisa,
la serenidad se quiebra
y la noche y la muerte se apoderan de su cuerpo.
No hay memoria del rencor y la rabia que amparan sus
lágrimas.
Y sus labios sin coraje murmuran
por esto no puede seguir así,
que debemos cambiarlo. Y hace lo que puede.
Y se confunde.
No quiere traicionar, pero el tiempo la aleja y la devuelve.
Es débil. La deslumbran
y la abandonan, como si nada significara.
No la asisten fuerzas supremas.
No exisste especialmente.
No se propone nada del otro mundo;
sólo pide que la dejen vivir,
sufriendo y amando, como cualquiera.
Cuando ella se mueve o camina,
nada hay más admirable
que la vulgaridad de sus gestos.
Carlos Gardel
Extranjero del silencio
en el mundo arrasado; vertiente de la extrema melancolía
y del coraje y de la velocidad del amor y del miedo.
Dueño de la ciudad, de su memoria blanda
y de la madrugada hambriente y sin sentimientos
y de la suprema cordura de los vagos.
Cómplice de los encuentros,
de la grapa que nos hizo hablar,
loco de la noche, despreocupado amigo del alba, señor de
los tristes.
Benefacción
Piedad para los equivocados, para
los que apuraron el paso y los torpes
de lentitud. Para los que hablaron bajo tortura
o presión de cualquier tipo, para los que supieron
callar a tiempo o no pudieron mover
un dedo; perdón por los desaires con que me trata
la suerte; por titubeos y blabuceos. Perdón
por el campo que crece en estos espacios de la época
trabajosa, soberbia. Perdón
por dejarse acunar entre huesos
y tierras, sabihondos y suicidas, ardores
y ocasos, imaginaciones perdidas y penumbras.
Fin y principios
Estoy en los ruidos de la tristeza,
en las tablas de la perdición,
en el aire de este tiempo maldito, infortunado;
llovizna criminal y sucia.
En aventuras, en la queja
del muerto y el terror de los vivos y el soplo
de los convalecientes.
Estoy en el clamor encontrado, fuera
de la felicidad y el fascismo y el olvido sin escuchar
la clausura y la ausencia,
sin tolerar la conmiseración, o desconocer
la alegría o la bondad o el dolor del caído.
Sin sentir resignaciones, sufriendo con rabia
la esperanza, viviendo a mi manera.
Hoy un juramento
Cuando esta casa,
en la que vivo hace años,
tenga
una salida, yo cerraré
la puerta para guardar su calor;
yo la abriré
para que los vientos
de todas partes, vengan
a lavarle la cara;
a remontarla,
de esa manera con que vuelan
las intenciones,
los aparecidos, los recuerdos por venir,
y lo que a uno le asusta
aunque todavía no haya ocurrido.
Biografía:
Francisco «Paco» Urondo (Santa Fe, 10 de enero de 1930-Guaymallén, 17 de junio de 1976) fue un escritor, poeta, guionista, periodista, militante político y guerrillero argentino.
Francisco Urondo nació en la capital de la provincia de Santa Fe, Argentina, el 10 de enero de 1930. A comienzos de los años cincuenta, la revista vanguardista Poesía Buenos Aires publicó algunos de sus primeros poemas. Como periodista colaboró en diversos medios del país y del extranjero, entre ellos: Primera Plana, Panorama, Crisis, La Opinión (donde bautizó al periodista Horacio Verbitsky con el apodo de «El Perro») y Noticias.
Se casó además con la actriz Zulema Katz luego de que, en 1964, ella se separara del director David Stivel. Fue autor en colaboración de los guiones cinematográficos de las películas Pajarito Gómez y Noche terrible, y adaptó para la televisión Madame Bovary (novela de Gustabe Flaubert), Rojo y negro (de Stendhal) y Los Maïas (de José Maria Eça de Queirós).