Poesía de Uruguay
Poemas de Ovidio Fernández Ríos
Ovidio Fernández Ríos, nacido en Montevideo el 19 de febrero de 1883 y fallecido en la misma ciudad el 15 de abril de 1963, fue un poeta, dramaturgo y político uruguayo de la generación del 900, una de las más fecundas en la historia literaria del país. Su obra y su vida, profundamente marcadas por un espíritu humanista, lo colocan como un referente de la poesía y la dramaturgia nacional, así como de la vida parlamentaria del Uruguay.
Hijo de Fernando Fernández y María Ríos, Ovidio desarrolló un talento precoz para las letras. Su primer libro de poemas, Sueños de media noche, publicado en 1905, marcó el inicio de una trayectoria poética que continuaría con Por los jardines del alma en 1908. Sus versos, según el crítico Manuel Ugarte, representaban “una reacción feliz contra los preciosismos” de la época, buscando devolver a la literatura una vitalidad profunda y accesible. Bajo el seudónimo de “Manuel de Castro”, aportó textos humorísticos a la revista La Semana, que dirigió en 1909, consolidándose como una figura multifacética de las letras uruguayas. También incursionó en el teatro con comedias como El alma de la casa (1911) y El fracaso (1912).
En su faceta periodística, Fernández Ríos fue redactor del influyente diario El Día y director de la Biblioteca Rodó, desde donde impulsó la literatura y la historia como pilares del pensamiento nacional. Su compromiso con la identidad uruguaya quedó plasmado en la letra del Himno a Artigas, estrenado en 1910 en conmemoración de la independencia. Este legado poético y cultural se expandió más allá de las letras, influyendo en el panorama artístico de su tiempo como presidente de la Asociación General de Autores del Uruguay y miembro de la Casa del Teatro.
La política fue otro ámbito donde brilló con intensidad. Militante batllista del Partido Colorado, Fernández Ríos tuvo una prolongada actuación en la Cámara de Representantes, donde representó a Montevideo ininterrumpidamente entre 1920 y 1932, y luego volvió como diputado en 1943 y como senador entre 1952 y 1954. En 1916, integró la Asamblea Nacional Constituyente, dejando una huella en la configuración política del país. Su vocación pública, al igual que su poesía, estuvo marcada por la búsqueda del progreso y la justicia social.
Ovidio Fernández Ríos fue un hombre de múltiples talentos, un humanista en el sentido más amplio del término. Sus poemas, sus piezas teatrales, su labor periodística y su compromiso político lo convierten en una figura esencial para comprender el Uruguay de la primera mitad del siglo XX.
Del caos
Era en la noche eterna. Los volcanes
Vomitaban su lava incandescente,
Y al empuje de rorcos huracanes,
Las montañas caían, cual titanes
Heridos en la frente.
Los truenos eran lúgubres tambores
Tocando a carga con pujante brío,
Y mil rayos de vividos fulgores
Fingieron una lluvia de colores
En medio del vacío.
Revolvióse el océano salvaje
Escupiendo sus olas contra el cielo;
Chocáronse las rocas con coraje,
Y los astros, surgiendo del chispaje
Iniciaron su vuelo.
El Planeta giró sobre si mismo,
Y luego se incendió cual ígnea tea;
Y al apagarse, de ese cataclismo,
Surgió un hombre de lo hondo del abismo
Y en su frente una luz, y fue la Idea.
YO SÉ QUE ESTÁS EN MÍ
Yo sabía, mujer, que iba a encontrarte
más, sin saber por donde llegarías
ni cual era tu nombre, ni que harías
al llegar hasta mi, para anunciarte.
Tú vendrías a mi, sin yo buscarte,
sin yo sentirte, tú te infiltrarías
en mi ser con tu luz y me darías
la divina razón para adorarte
Yo sé que se cumplió el pensamiento
yo sé que estás en mi, porque me siento
enamorado de ti, sin conocerte.
No sé quien eras, pero ya eres mía
con un amor, que sólo apagaría
el profundo silencio de la muerte.
El poema del invierno
A Manuel Blanco
Descendiendo por una montaña
Viene un viejo, muy viejo y muy blanco.
Hace ya muchos siglos que emprende
Un viaje a la tierra por año.
Viene todo cubierto de nieve,
Su cabello y su barba son largos,
Y parece que fuera en la noche
El fantasma de algún ermitaño.
¿Donde va? ¿Quién lo guía? ¿Qué busca?
¿Que misterio hay en él, que a su paso
Se deshojan y tiemblan los árboles
Y se mueren las flores del campo ?
¿Quién le dio ese poder, que al sentirlo
El molino da vuelta sus brazos,
Y se llenan de muchas tristezas
Las almas, los cielos, las flores, los lagos?
Ha golpeado tres veces seguidas
En la puerta de un regio palacio,
Donde se oyen, de afuera, las notas
Musicales de un dulce piano
Que acompaña los cantos amables
De princesas y de cortesanos,
Luego el giro sutil de una danza.
El bullir del champagne delicado,
El sonoro chocar de las copas
Y las risas en todos los labios…
Allí hay luz, mucha luz, mucho fuego,
Hay calor, alegrías y hay cantos,
Allí hay vida, y hay oro, y hay pieles,
Y por eso, del regio palacio
En la puerta, ese viejo muy viejo,
Ha golpeado tres veces en vano.
¿Donde va? ¿Quién lo guía? ¿Qué busca?
Ese viejo, tan viejo y tan blanco?
Esta vez ha vencido. En la choza
Miserable de un pobre aldeano
Ha llamado una vez solamente,
Y la puerta se abrió á su llamado.
Allí todo era negro y muy frío.
No había fuegos, ni luces ni cantos;
Un jergón en el suelo, dos niños
sobre él, como dos estropajos;
Una anciana tendida en un lecho,
Muy enferma de un mal hondo y largo,
Y sentado en el suelo, había un hombre
Que dormía, apoyando en sus manos
La cabeza, quizás dolorida
De sufrir por muchísimos años.
Mucha hambre había allí, mucha pena,
Y el intruso rió con sarcasmo,
Y besó a cada cual en la frente
Con su beso maldito y helado.
Agotó de la anciana la vida;
A los niños dejó demacrados;
Y arrancó de los brazos del hombre
La única fuerza y mató su entusiasmo!
Ya salió de la choza enlutada.
Ahora ante él ha brillado un relámpago.
Y camina, camina sin rumbo
En busca de hogares que no estén cerrados.
Y allá va, lentamente, el Invierno,
Ese viejo tan viejo y tan blanco,
El que llena de muchas tristezas
Las almas, los cielos, las flores, los lagos!
TU CUERPO
Tu cuerpo es una vibración. Es una
tremante flor de nieve, que parece
que de su cáliz blanco resplandece
un brillo de estival claro de luna.
Tu cuerpo es una línea, es un camino
entre Dios y el hombre. Luz y arcano.
es muy divino para ser humano
y es muy humano para ser divino.
Y a veces, en mi ardor, quisiera al verlo
darle besos frenéticos, morderlo,
y hundirlo en mis brazos soberanos;
¡más, no me acerco, porque temo, fuera
un hilo de cristal que se rompiera
a la primer caricia de mis manos!
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