Poesía de Estados Unidos
Poemas de Nikky Finney
Nikky Finney destaca como una renombrada poeta, ensayista y educadora estadounidense. Autora de “Head Off & Split” (2004), galardonado con el Premio Pulitzer de Poesía, “The World Is Round” (2011) y “Love Poems” (2020), su obra es aclamada por su belleza, ingenio y profundidad social.
Nacida en Columbia, Carolina del Sur, en 1957, Finney se graduó en inglés en la Universidad de Carolina del Sur Upstate. Tras desempeñarse como maestra de primaria y bibliotecaria, se mudó a California en 1996 para estudiar escritura creativa en la Universidad de California, Irvine.
“Head Off & Split” (2004) marcó su debut en la poesía, ganando el Pulitzer y atrayendo por su belleza y crítica social. Explora temas de raza, clase, familia y comunidad. En “The World Is Round” (2011), también galardonado con el Premio Hurston/Wright Legacy Award, aborda amor, pérdida, identidad y migración.
En 2020, lanzó “Love Poems”, una colección lírica y sensual que explora amor romántico, familiar y comunitario. Además de su labor literaria, Finney ejerce como educadora y activista, enseñando en las universidades de California, Irvine, y Carolina del Sur, y asesorando al National Endowment for the Arts y la Poetry Foundation.
Su impacto en la poesía estadounidense es profundo. Nikky Finney combina belleza, perspicacia y emotividad en sus versos, erigiéndose como una de las voces más influyentes de su generación.
Terciopelo Rojo
La gente siempre dice que no cedí mi asiento porque estaba cansada, pero no es cierto. No estaba cansada físicamente, o no más cansada de lo que solía estar al final de una jornada laboral. No – lo único que estaba – era cansada de rendirme.
– Rosa Parks
I
Montgomery, Alabama, 1955
El marco: una caja rodante con ruedas.
Los actores: Mr. Joe Singleton, Rev. Scott,
Miss Louise Bennett, Mrs Rosa Parks,
Jaboc & Junie (gemelos fraternales, catorce años)
El juego: Paga tu Cabeza India al conductor,
luego bájate del autobús.
Luego, camina hasta la puerta al final del autobús.
(Luego, aprieta repetir durante cincuenta años)
A veces, el conductor se iba,
antes de que el cliente que había pagado
pudiese llegar a la única puerta abierta.
Harta de autobuses yéndose – sin ellos –
justo en el momento que alzaba su pie, rozando, el escalón metálico:
No era una niña. Estaba en los cuarenta.
Una costurera. Una mujer fiel a
las cosas hechas a mano.
Había crecido en un lugar:
donde sólo la gente blanca tenía poder,
donde sólo la gente blanca pasaba los buenos trabajos
a otra gente blanca,
donde sólo la gente blanca prestaba dinero
a otra gente blanca,
donde sólo la gente blanca era considerada humana
por otra gente blanca,
donde sólo los hijos de la gente blanca tenían libros
nuevos el primer día de colegio,
donde sólo la gente blanca podía conducir a la tienda
a medianoche a por leche
(sin tener que mirar por el retrovisor).
II
Una costurera trae tela e hilo, cuellos & dobladillos,
ojales, todo junto. Es alguien que sabe manejarse
con el terciopelo.
Arqueándose sobre un río de tela tantea su decisión,
pero no corta, no hasta que los alfileres estén en su sitio,
marcándolo todo; luego, todo confluirá.
Nueve meses después, 1 de diciembre, 1955, Claudette
Colvin, quince años, es arrestada por quedarse sentada; antes de eso,
Mary Louise Smith. El tiempo de actuar, sujetado por dos alfileres.
III
La costurera de Montgomery espera y espera al
autobús en la Avenida Cleveland. Se sube,
fila cinco. La fila cinco es la primera fila de la sección
de Color. El conductor, que intentó dejarla aquel día,
la había dejado doce años antes. Pero doce años
antes ella tenía sólo veintiocho años, todavía una cría para
el duro trabajo de la resistencia.
A los cuarenta y dos has ensamblado & cosido muchas cosas
en la Alabama segregada. Has oído
“chica negrata” más veces de las que puedes hilvanar
tus modales y calmarte. Has olido al miedo cortar a través
del aire como el hierro sulfúrico de las fábricas de papel. Los pantalones,
camisas y calcetines que has zurcido a la perfección, rutinariamente,
caminan perfectos, rutinariamente, a tu lado. (Buenas. Qué hay.)
Aquellos moviéndose por ahí tan cómodos en tu ropa bien hecha,
bien cosida, escupen rutinariamente, fallan por poco tu manga
perfectamente planchada.
A los cuarenta y dos, tus preferencias son claras, tus costuras están inter-
conectadas, tu paciencia con los imbéciles, tan fina como una navaja.
A los cuarenta y dos, tu corazón pesa de esclavitud, de linchamientos,
y de lecciones para ser “buena”. Has escuchado
7884 sermones de domingo sobre como Dios hizo a cada
mujer a su imagen. Puedes pensar mucho con
un dedal en tu pulgar. Has cogido los bajos de
8230 faldas para amables y bienintencionadas mujeres blancas
en Montgomery. Has soltado el dobladillo de
18809 pantalones para chicos blancos en la edad de crecer. Te has
pinchado el dedo 45203 veces. Has callado para siempre.
IV
1 de diciembre, 1955: no te habías dado cuenta de quién
conducía el autobús. No hasta que te subiste. Luego
te acordarías, “lo único que quería era llegar a casa.”
El conductor, que te dejó tirada cuando tenías
veintiocho, no volverá a tener el placer
de dejarte tirada otra vez. Cuando
te pide que te muevas cruzas tus pies a la altura del tobillo.
Bueno – tendré que pedir que te arresten.
Y tú, tú con tus cuarenta y dos años, con tus
21199 cremalleras perfectas, tú con tu preciosa
nación de costuras perfectas desfilando todas en su sitio, por
todo Montgomery, Alabama, en las espaldas &
cinturas de negros & blancos por igual, le respondes,
Bueno – adelante puedes hacerlo.
Te arrestan un jueves. Esa noche en
Montgomery, Dr King lidera un canto, “Llega
un momento en que la gente simplemente se cansa.” (No
estaba totalmente en lo cierto, pero era un King.) Te pidió
que te levantases para que tu gente pudiese verte. Te
levantaste. ¡Veritas! No hablas. La indeleble
tinta azul todavía en tu pulgar diciendo, ¡Basta!
Piensas en las cualidades del terciopelo: fuerza
& flexibilidad. Con qué poder sujeta el hilo y
no lo deja escapar. Te abrazas a tu bolso,
las luces azules trazan tu pulgar, resplandeciendo
en el auditorio oscuro.
El lunes en los juzgados, el rocío
sudando en la hierba, caminas por la acera
en un vestido negro con mangas largas, tu cuello blanco
y puños perfectos alzándote,
almidonados en el aire de Alabama. Un esbelto sombrero
de terciopelo negro, un abrigo gris, guantes blancos. Sujetas tu
bolso cerca: todo lo valioso se guarda cerca
de la barriga, igual que habías visto hacer a tu propia madre.
Estás prístina. Puntillosa. Excepcional.
Una costurera. Toda tú recogida y
en tu sitio. Una chica en la multitud, enseñada
a no gritar, gritos, “¡Oh! ¡Se ve tan dulce! ¡Oh!
Esta vez se han metido con la persona equivocada.”
No puedes seguir metiéndote con una preciosa
mujer negra que sabe manejarse con el terciopelo.
Una mujer que puede coger el algodón y la gabardina,
la sirsaca y la seda, tapices circulares y lana
cocida colgando para las cortinas de la casa,
milimétricamente. A una mujer hecha de todo esto no se
la debe subestimar nunca, nunca se le debe pedir que se mueva
a la parte de atrás de nada, jamás se la debe arrestar.
Una mujer que cree que es digna de todas
las cosas posibles. Piadad. Gracia. Bondad. Tanto si
lo crees o no, no ha venido a la Tierra para tocar
Ring Around Your Rosie en tu circo
ambulante de transporte público.
Una mujer que entiende la forma de la simplicidad,
que viste un brazalete circular de alfileres ahí,
en la pequeña curva de su muñeca, una mujer
sagaz y en su sitio que tiene la ayuda de todas las cosas, afilada cual aguja,
plateada, dedicada, eléctrica, puede atraer las telas y a otros
hacia ella, por las pequeñas aberturas que ella y otros
antes han hecho.
Pueden meterse
con una mujer atada, demasiadas veces ya.
Con alfileres balanceándose en las esquinas
de su labios levemente abiertos, esperando a marcar
la puntada, sus dedos hilvanando,
girando en la riostra rojo sangre,
a través de sus dientes apretados levemente
te dirá, sin mirar nunca
hacia ti,
Usted haga lo que tenga que hacer &
Yo haré lo mismo.
- Christian Peña
- Salvador Sanfuentes
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