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Nicanor Vélez

Foto de Eugene Chystiakov en Unsplash

Poemas:

Nacimiento

Hurgo la esperanza
en la espesura de tus huellas.
Y cada vez que el desespero,
vestido de recluso, me visita,
tiendo mis dedos en tus ojos
para salir ileso
del temblor del abismo.
Nazco
en la humedad caliente de tus poros.

Movimiento de la materia, iv

Divago. Caigo. Pierdo toda arista
donde pueda colgar mi mano incierta.
Busco la luz y el ritmo de mis grietas,
sin embargo
un vacío espinoso revienta las arterias
entre la sangre de un delirio.

La palabra

Voz que se desprende de la medula.
Dolor y peso en la palabra origen.
Me espera en una esquina.
No es el olvido el que crea este silencio.
La palabra está ahí,
con la violencia del recuerdo,
a punto de quebrar la esquina
y asombrarse.

El dolor

Es un tambor la vida,
algunas veces;
es un tambor indígena;
es un tambor que por la noche
en su tela desata
los gritos
de la tensión del tiempo
y sus caprichos
cuando el dolor despierta, bajo el ritmo
de la presión, la compresión
y la tensión de los días o segundos.
Eso es la vida,
algunas veces.

Límite

Se hace tan sutil, tenso
y delicado
el latido
que el aletazo de un gorrión
derruiría
las columnatas del reposo.

Umbral

Y tú que mueres,
dime qué sientes cuando
las miserias humanas
dejan de ser una ambición.

El extranjero

Esta rara fuerza de estar
siempre esperando
–de sentimos distintos y distantes–
como si fuésemos
puertos de un país lejano.

La eternidad

¿Qué estás diciendo?,
¿que el mundo
se desaloja de tu cuerpo?

Tengo la desazón
de no creer en la vida
como una permanencia.
Vacío que asumimos:
en ese hueco de la muerte
vertemos toda nuestra vida.

Viaje

Hálito que se reconcentra,
río que vuelve y nos devuelve;
nos deshacemos de las alas:
volamos hacia el interior
de nuestro abismo.

Recorremos la sangre,
unimos nuestras venas:
venas que son ríos
que son olas:
Instante que se cristaliza:
sueño que se desdobla en un espejo,
espejo en que se miran nuestros rostros.

Volvemos a nacer entre las nubes,
llovemos en los sueños,
y de los sueños brotan ramas,
y de las ramas brotan hojas,
y con las hojas brotan frutos:

Somos vegetal reconcentrado:
Madera que se purifica:
y que al fundirse se hace hoja
que se baña en tinta,
y con la tinta nos inventa.

La poesía

El poema celebra
o abre la grieta del silencio;
con el dolor, una secuencia
indescifrable de palabras,
intenta recoger
el gesto, y se hace trazo,
intenta dialogar
con esa parte de nosotros mismos
irreductible a las palabras.
El poema no dice:
crea el misterio con su trazo.
Nunca acaba su gesto:
empieza, siempre recomienza.

La muerte

La muerte insinúa
el canto de los buitres.

Y en un rincón de casa
hay una huella
de grito entretejida
por una ansiosa araña:
Visitante.
A toda huella la precede un canto.

Biografía:

Nicanor Vélez Ortiz, un poeta colombiano nacido en 1959 en la vibrante ciudad de Medellín, iluminó el panorama literario con su pasión y erudición. Desde su temprana partida en diciembre de 2011, su legado resplandece como un faro en el firmamento de las letras.

Tras emigrar de Colombia en 1981, Vélez buscó refugio en la ciudad del amor, París, donde nutrió su alma con las artes y se diplomó en lingüística en la prestigiosa École des Hautes Études en Sciences Sociales. Su peregrinaje lo llevó a establecerse en Barcelona, donde floreció como estudiante de Filología Hispánica en la Universidad Autónoma y se adentró en los misterios de la poética del verso y la prosa en la Universidad de Barcelona.

Su destreza como editor, un oficio que abrazó con devoción desde 1989, fue una piedra angular en su carrera. Fundador y director de la colección de poesía de la editorial Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Vélez dejó una huella imborrable con más de cincuenta volúmenes dedicados a los grandes poetas contemporáneos.

Su sensibilidad literaria se manifestó también en el ensayo, donde disertó con maestría sobre figuras como José Asunción Silva, Gonzalo Rojas y Juan Ramón Jiménez. Su labor editorial, destacada por su meticulosidad y pasión, le valió el reconocimiento internacional como un “Amigo íntimo de la poesía“, según lo expresó el crítico peruano Julio Ortega.

Pero más allá de su labor editora, Vélez dejó una marca indeleble en el universo poético con obras como “La memoria del tacto” (2002), un canto a los instantes fugaces de la vida, y “La luz que parpadea” (2004), donde la esencia misma de la existencia se entreteje con la luminosidad de sus versos.

La vida que respira” (2011), su última obra publicada, es un testimonio de su incansable búsqueda de la verdad y la belleza en las palabras. A través de sus escritos, Nicanor Vélez Ortiz trasciende el tiempo y el espacio, convirtiéndose en un faro de inspiración para generaciones venideras de amantes de la poesía.

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