Poesía de Argentina
Poemas de Néstor Groppa
Néstor Groppa, un poeta, escritor, periodista y educador argentino, dejó un legado literario imborrable que trasciende fronteras y generaciones. Nacido en Laborde, Córdoba, en 1928, su vida y obra se entrelazaron con la exuberante tierra de Jujuy, donde residiría la mayor parte de su vida.
Groppa, tras cursar estudios en su provincia natal y en Buenos Aires, se destacó como maestro en Tilcara y bibliotecario en San Salvador de Jujuy, forjando así una conexión íntima con la cultura y la historia del Noroeste Argentino. En 1955, junto a destacados poetas y artistas de la región, fundó la revista Tarja, que se erigió como un hito en la literatura regional.
Miembro correspondiente de la Academia Argentina de Letras y laureado con el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía en 2007, Groppa fue un incansable promotor de la cultura jujeña. Fundador de la Editorial Universitaria jujeña y del sello editorial “Buenamontaña“, su compromiso con la difusión de la literatura traspasó las páginas de sus propios versos.
El fallecimiento de Groppa en 2011 marcó el fin de una era en la literatura argentina, pero su legado perdura a través de una prolífica bibliografía que abarca desde “Indio de carga” hasta “Lucero del alba, estrella del pastor“. Sus obras, cargadas de lirismo y sensibilidad, capturan la esencia misma de Jujuy y sus paisajes, eternizando en versos la belleza y la melancolía de su tierra natal.
Néstor Groppa, con su pluma diestra y su mirada penetrante, sigue siendo un faro de inspiración para poetas y lectores, recordándonos que la poesía es el eco eterno del alma humana.
LOS JUGUETES DE ROSA V.
Qué pocas son las cosas que dejo entre tus manos:
la luz de los inviernos; la paz del limonero;
los pájaros, señores de sencillos arcanos;
y un cielo de poemas con la luna de Enero;
los versos necesarios de estos días humanos,
que el tiempo va llevando con su andar de aguacero;
la lluvia que es el llanto de los mundos lejanos;
los cielos que volaron y los cielos que espero.
Rosita de las brisas que no tienen pasado;
paloma de las tardes, manzano peregrino
de las cuatro estaciones de un padre ilusionado,
te sueño con las galas del otoño y del trino.
Dichoso entre las flores de un año enamorado,
una estrella en el Este se me volvió camino.
LA COMETA
La cometa
es un rojo pez
de papel
al cabo
de una larga tanza viva
y pensante.
Divaga,
cabeceando
por el potrero
con el frío;
ondula
obediente
por callejones,
ovillándose
en un tarro
hasta su cola
de cartílagos
de papel en cadenitas de varios colores
como una estrafalaria
bufanda pobre.
La cometa
pincela el aire
con sus flecos,
esos escasos cabellos sonoros
también de papel.
Resuelta sube
y se deja estar
igual a una estampilla
contra el cielo
matesallada
al destino
de la infancia.
Y anda y vuelve
entre picados,
perros que juegan,
bocinazos de lechero a la cuatro de la tarde,
motocicletas con matrimonios
y matrimonios de ciclistas
endomingados,
con vecinos y visitas
ya antes del mediodía.
Un pez
en el lago del aire,
la cometa;
un renacuajo
por el desierto cielo
de la mañana,
algo que va escribiendo
en la luz desalada
con su rúbrica de color;
que mira y baja
al pasto amarillo
y se queda quieta un momento
cual araña
aguardando tejer el otoño.
Asoma por las calles
de tierra
y regresa
siempre volando –
a la casa
a la galería
de la casa,
al sillón de mimbre,
al aparador de la cocina,
detrás de la bolsa del pan,
luego de haber andado
el barrio
en el sobre en blanco
de un día
de infancia.
LA FARMACIA
Esa casa, antes fue bar,
copetín al paso,
sangüichería de pringue
y whisquería dudosa.
La casa donde trabajaron,
sucesivamente,
un suboficial retirado
y sus hijos,
un hotelero
y sus hijas,
y alguien más.
Años atrás,
la casa albergaba
pimientos y cebollitas en vinagre,
anchoas – algo fuertes -,
medidas de peltre para la bebida blanca,
pickles y mayonesas sin huevo.
Anteriormente,
la casa fue unas líneas azules
en papel para planos
y un número de expediente
en Obras Sanitarias, otro en Agua y Energía,
otro en el Banco de la Provincia
y en Catastro, por sus respectivas Mesas
de Entradas.
Ahora descorre el telón de la mañana
y aparece una botica:
tiene duendes de colores
en los estantes
que plumerean
la alquimia nocturna,
los elementos y reactivos
enfrascados,
los sobresitos, los bálsamos
( el de cucumbé y el de Tolú ),
la goma de mascar y los perfumes,
los sonajeros, las gasas, los grandes
frascos
con agua coloreada,
los albarellos y morteros
en los que viborean firuletes
matutinos
con pájaros, humos y lpachos
helados. Los dependientes con sus chaquetillas
blancas
transminadas de ungüentos, suficiente
química
de esencias volátiles, moléculas, valencias
y específicos de prósperos laboratorios
de píldoras
escritas.
Llega la gente a la misa de la farmacia
y ofician los arcángeles
expertos en frasquitos
y taquigráficas recetas,
empíricos linimentos y aceites.
En la mesa mostrador
de madera picada
de cuando el vuelto era con monedas –
se hace el trueque
y se oficia.
Así transcurre el sacrificio
durante 8 horas del día
y en los turnos.
Ya vienen las farolas
con sus sombras,
ya regresa la soledad nocturna
a la residencia
de los jarabes,
a las puertas de altas vitrinas
de madera barnizada,
tabernáculos de salud.
Vienen las santas y los santos
dueños del día
a pasar el tiempo – sin remedio – de la farmacia,
el tiempo como lago
donde de noche hierven
fórmulas y conjuros
de cadenas abiertas y cadenas cerradas
para el bien.
Las magistrales.
Mero estar de la química domesticada
de probeta a frasquito
más toda la exegética literatura
del bienestar
en los sagrarios vademecums
con bóricos, precipitatus,
sublimados y tártaro
y demás raíces medioevales,
transmutadas
en legendarios potes y almireces
y balancitas
puro espíritu de drogas
con algún pétalo
caído del tiempo
para pesar
las alitas del minuto
o el aroma y perfil del agua de rosas.
La casa que antes fue bar,
copetín.
de ají locoto y condimentos,
ve ahora la película
de los arcángeles en chaquetilla,
de laboratoristas y preparadores
sirviendo a toscos galanes enfermos
como en una estampa de Brueghel el Viejo
o del Bosco en “la fuente de Juvencia” -,
o una de esas novelas por entregas
de la revista Fra Diable
que llegaba a Jujuy con las mensajerías
del siglo.
La casa del hotelero,
la que nació en una niebla
de números
y meticulosos cálculos de resistencia,
la que cobijó hornos y batidos,
licores y filtros
de café
y amor,
hoy es templo
de salud
con un mostrador picado
de cuando las urgencias
eran tecleadas con el canto de las monedas.
La farmacia amanece
con su cantoral
de salutíferas antífonas y salmos
aureolados
dentro de bienolientes envases
y vinajeras y vinagreras registradoras
de flores de genciana y flores de azufre
con malva y retama tutelar
para la buena suerte,
dando los buenos días
así como da los buenos y malos tiempos
el pico de la garza
libando en purpurina de la rubia,
bebiendo rítmicamente
en la misma gota del tiempo
que predice.
EL TIPÓGRAFO
Para todos los que honraron esta noble artesanía
Dejando sombras y hogueras,
paloma blanca del libro,
la historia vienes volando.
Un ala de pergamino
y la otra con el recuerdo
de las edades, tan digno,
por milagro de las manos
que velaron tu camino.
Cuando remotas maderas,
menudas hebras de vidrio
cuyas imágenes tienen
la gravedad de un abismo,
llevaron hasta ese eterno
presente, los más antiguos,
un solitario cajista
cuánto celo y sacrificio –
vio amanecer con la flor
de un largo tallo de siglos.
Leve la mano artesana
sobre la caja de tipos,
es atareada paloma
recorriendo cada nido.
Presto levanta el metal
en la madera dormido,
lo lleva como a simiente
que va a cumplir su destino.
En sementeras aguardan,
uno tras otro seguido,
ya cual eternos retoños
amparados por un hilo…
Cuidándola con amor,
esa porción de infinito
echará al tiempo de todos
el tiempo de uno, cautivo.
Manos que el pan de la vida
pudo cambiarlas de oficio,
darles cualquier otro gremio
en igual honra tenido;
hacer que enormes y solas
destejan montes perdidos,
o hacer que tramen los cielos
del agua con el cultivo.
Pero junto al escritor,
que en un severo ejercicio
hasta su pueblo lo acerca
la vieja ley del oficio,
ellas disputan al tiempo
lo fundado y lo vivido
desde la noche primera
con su día amanecido.
Cuando el poeta concluye
una verdad de su signo,
manos obreras la toman
y por los llanos del libro
la aquietarán cual la lluvia
sosegada del rocío,
y será un brote del aire
que en el papel ha prendido,
mientras la luna del mundo,
lejano rumbo amarillo
tutelar sobre lo muerto
y lo que aún no ha surgido,
donde el tiempo era de blanco
al tiempo lo ve florido.
Así el romance que dejo,
perenne como el olvido,
durará siendo homenaje
sincero y agradecido
por la mano y la tarea
de éste que llamo mi amigo.
A su estrella se lo ofrezco
y en su día merecido,
cuando el gremio conmemora
un suceso de prestigio:
el siete del mes de Junio
mes que despueblan los fríos –
de mil ochocientos diez,
fue el semanario Argentino
de Don Mariano Moreno
por vez primera leído…..
Jardinero de los sueños
atados sólo con hilo,
jardinero cultivando
a orillas de ese camino
que por cada letra viene
con su distancia de siglos,
en algún lugar del tiempo
pon esta flor que te envío.
CASA DE ESTAR
Los ríos se te pierden camino de la aurora.
Ya muchos remontaron arroyos del olvido
cargando con sus flores, que una tenue señora
protege junto al fuego que en su paz ha crecido.
El álbum de familia de los pasos perdidos,
con rostros revelados en un tiempo sin hora,
con brújulas de piedra sobre el mapa extendido,
con rulos de la luna sobre la mecedora,
van siendo los transflores de la bella pintura
que los años te trabajan con su hebra más pura.
Y porque eres dolida nada más que de gente,
yo anduve por tus calles como docto cronista
que cubrió tus cornisas, cual aquella florista
pastando sus tinajas, silenciosa y ausente.
AMBROSIO LORETO
En que zafra no has tarjado
mataco Ambrosio Loreto,
ya sin el mundo en los ojos,
casi de arena tu cuerpo.
Porque los Llanos de Manso
guardan sus ojos de hachero
como renuevos cortados
al verde tronco del tiempo,
por los valles del Orán
es un brazo del Bermejo,
que deja en los arenales
su tributario silencio.
De las grandes inclemencias
del Pilcomayo o del Teuco,
donde fueron tolderías
rondadas por misioneros
y reinaban capitanes
desesperados de miedo,
mandando tropas de línea
que allí blanquearon los huesos;
de todo lo que regresa
por un madrejón del tiempo
y es verdad, según las crónicas
de Padres, si no mintieron,
bajan las tribus del Chaco
a los campos del ingenio
y en esa tierra esperando
entra su cauce de pueblo.
Como un río remontando
al lugar del nacimiento;
como unas que tornan
al ojo de su milenio,
así la vida del indio
la misma edad del estero –
pecha en los surcos de caña
hasta perderse sin eco.
En noches del Tabacal,
luna de pobre y negrero,
cuando la mente acompaña
con nombres a cada rezo,
Ambrosio de Las Lomitas,
en otros años hachero,
hoy a los suyos conoce
tan sólo por el recuerdo.
Que es un triste algodonal
crecido en Chaco de fuego,
tapando la embocadura
lejana de su lamento.
Porque es un brazo de raza
que se ha secado en su lecho,
los peces y las charatas,
el palo santo y el cedro,
son esas sombras que duelen
en los remansos del pecho
como en un cauce vacío
duelen los rastros del tiempo.
Cuando retumben las lluvias,
los grandes saltos y el viento;
cuando ya vengan crecidos
los ramales del Bermejo;
cuando la vida rebrote
por los quemados de invierno
y las bandadas encrespen
las juntas de su silencio,
cuatro lunas de camino
le tardará su regreso
por ardidos cañadones
en las leguas del desierto.
Y ya para qué buscarlo
alrededor de los fuegos
en las viejas tolderías
con santones y hechiceros;
si donde luchan los ríos
y viven indios hacheros,
lindando las fabulosas
cabeceras del misterio,
el hombre y la tierra toda
dicen un mismo silencio:
en ocasiones, de luna
sobre los campos del cielo
y en otras, polvaredales
donde se sumen los pueblos.
Ambrosio de los Matacos,
indio libre y prisionero
por muy fatales negocios
con catecismos e ingenios
cómo cavaron tu alma
pastores y misioneros,
cómo cavaron tu carne
las zafras de los infiernos,
cómo en tu tierra, en tu monte,
nunca pudiste ser dueño.
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