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Nelson Romero Guzmán

Foto de Daria Kraplak en Unsplash

Poemas:

Folio para Héctor Rojas Erazo

Tengo amarrado a mi corazón
uno de tus libros, como un perro fiel.
En casa todo se pudre: la mesa, los cuadernos,
las cucharas, las escaleras sueltan pus, menos
el perro fiel de ese libro amarrado al árbol
de mi corazón, aunque la noche venga a asustarlo
y a robarle su hueso, él ya conoce la noche.
Cuando ese libro se abre, las cosas
que en la casa se han podrido, recobran
su alegría y su salud; cuando lo abro entre las ruinas,
sus páginas hablan soltando un río en el patio,
abren un castillo en la puerta de mi cuarto.
nos bañamos en ese río,
jugamos con el personaje de ese castillo
y luego lo cerramos.
La enfermedad de leer es la salud del espíritu.
lleva siempre amarrado un libro a tu corazón,
si sientes que las cosas a tu alrededor se pudren,
ábrelo.

GOURMET

Hay cosas que a veces me obligan a desaparecer.
Por ejemplo, el deseo de comer gente
Hace que me meta hasta el centro de las multitudes
Y al rato la multitud
Casi que ha desaparecido por completo.
Sólo dejo por fuera algunas personas de mal sabor
No aptas para una buena culinaria
Y en completo desprestigio para el paladar
De un buen cocinero
Que desaparece de sus asuntos personales
Para lanzarse a la calle con su cuchillo
Y entrar a la multitud,
Como lo viene haciendo hace años
Cuando descubrió en su oficio
Que la carne de cerdo ya no es tan grata a los paladares
Como otros cortes superiores.
Por estos días han desparecido muchas personas
Y los restaurantes están repletos.
Esta fama me ha convertido en un hombre virtuoso,
En el cocinero perfecto,
Experto en una carne superior al cerdo.
Sobre los desaparecidos se dice poco,
Están bajo una capa de silencio casi obligado.
Mi traje blanco de cocinero no delata sospechas
Entre los comensales, y a la hora de preparar las carnes
Soy más ángel que asesino.
No despierto ninguna sospecha
Entre los miembros del cuerpo de seguridad del Estado
Que en las horas más lúgubres llenan el restaurante.
Mis comensales preferidos no sospecharán
De un ángel con un cuchillo
En un restaurante.

La venta mayor

Aquí estoy en la plaza del mercado, me ofrecen
al mejor postor, la lengua ya está vendida,
es lo que más se pelean los mercaderes
porque según parece no todo en ella es despreciable,
pasan y tocan, miden y pesan, y el grito del que me vende
hace que todos vuelvan a mí sus miradas.
Se acercan otra vez, dudan ante la oferta, piden rebaja,
algunos se detienen a tocar una parte de mi cuerpo
como si lo despreciaran y se van, menos mal
no causo mayor atracción a los compradores,
pero llega un señor gordo con un canasto
y pide que le corten una cierta cantidad de aquí,
pasa el cuchillo llevándose lo que le corresponde.
Es más torturante ser vendido por cortes
que si llevaran la presa entera, alguien se interesa
por las apetecidas criadillas con las que se hace
un caldo redentor, el hombre las corta
con un silbido de satisfacción en su batola blanca.
Esta mañana me trajeron hombres alegres
que hacen de la venta y de la muerte su felicidad,
eso sí, cantaban, mientras alzaban
a la altura del pecho los cuchillos
sacándole filo al corazón, hoy hacemos la venta,
decían mientras me descargaban sobre el mesón.
Son terribles los ruidos en el mercado
cuando se vende a un hombre, desaparece el consuelo,
la justicia se esconde detrás de guacales
de tomates podridos y la confianza se vuelve brutal.
Todos estamos solitarios en una plaza,
los gritos desolados que oyes
son los de las almas de los carniceros
que andan desesperadas por las garitas
pasando, con sus dedos sangrientos,
hojas de biblia y riñones de vaca
mientras el cielo se pone a la entrada de la caja registradora.
No hay rebaja cuando se vende a un hombre
porque, incluso, cebar órganos como el corazón
y el cerebro, cuesta,
y cuando la lengua y el corazón ya están vendidos
no se puede chistar, oigo que recogen, lavan,
depositan, y el mercado se va quedando solo,
como si todas las cosas a la vez fueran vendidas
en un mismo instante y queda reinando el vacío.
Solo rondan entre huesos unos perros
peleándose algún despreciado tasajo de carne
que comen con rabia y celo,
mientras el emperador Bruto, bajando por las escaleras del Senado,
viene con manos sangrientas a cerrar la puerta del mercado
y de nuevo reina la oscuridad
a espaldas del mundo.

ALABANZA DEL CERDO

El cerdo es cortical, y a su vez cordial.
Todo él, del pozo del corazón a las orejas,
Nos heredó la capa grasosa del cielo.
Siempre, al filo de lo terrenal,
Se entrega sin remilgos a los cuchillos del carnicero.
El hocico es su órgano de conocimiento
Y sabe, mejor que los tratados, de las porquerías terrenales.
Para que los hombres lo comamos gustoso,
Todos los días purifica su carne en la charca con esta oración:
Oh, qué puro soy más allá de los pelos y el tocino,
No me le arrodillo a Dios para que me salve del carnicero
Sino que me ofrezco sin más a los cuchillos
Que ungen mi torrente de sangre
Para que mis bacterias alcancen la gloria
En el tripero insaciable del hombre, amén.
Su cuerpo es la más preciosa joya del martirio,
Es un San Sebastián provisto de rabo corto y de agudos
colmillos,
Pero a la hora de morir no ruega a nadie por su salvación,
No posa nada pornográfico como el santo desnudo
Frente a las flechas que lo atravesarán.
Las orejas del cerdo tampoco guardan ninguna lógica
Con las mórbidas colgaduras de los ángeles,
Pero podría coincidir con las criaturas celestes
En el venturoso sabor de la carne y en el martirio filial de
los olores
Todos sus órganos se vuelven funcionales a la hora de ser comidos,
Tan sabrosas sus glándulas que se diría que albergan
La dulzura de los proverbios y el agrio sabor de los pecados.
Hermano cerdo,
Gracias por volverme célebre
Frente a un plato repleto con tus costillas.
Entre las cosas hermosas al levantarme
Está el verte venir a trotecitos del corral, estoico y sucio,
Atravesando la niebla de los terrores humanos,
Pisando inocente el orégano que aderezará tus carnes.
Soy de los pocos que creen
Que Dios tomó barro de tu pocilga para hacer al hombre.
Gracias por haber alcanzado en las pinturas de El Bosco
Las más bellas imágenes de la Lujuria,
Sobre todo cuando abandonas de El Jardín de las Delicias
Untado de lodo y cielo.
Así ocupas no sólo el más alto lugar
En la escala de los apetitos, sino el más elevado pensamiento
Poético
Superior al que nos legó Octavio Paz en sus ensayos.
Lástima que termines vilmente en las recetas de cocina
Hecho bistec o solomillo.
Día tras día me crece la sospecha
De que eres Dios personificado
Haciéndose pasar por los inmaculados cuchillos.
Quizá nosotros, por la desgracia de querer saberlo todo,
Ignoremos ver en tu hocico el instrumento de la divinidad
Hozando para encontrar el corazón del hombre.
Gracias hermano, Gracias,
Por darnos el placer terrenal de glorificarte en el trincho,
Porque igual de inmenso eres
Con un poco de sal o con arándanos.
Tú mereces estas Gracias, cerdo,
Te doy mis cerdas Gracias.

Biografía:

Nelson Romero Guzmán, nacido en el bucólico Ataco, Tolima, en 1962, emerge como un destacado poeta y ensayista en el panorama literario colombiano contemporáneo. Su voz lírica, impregnada de la tierra que lo vio crecer, se eleva como un canto poético que cautiva y perdura.

Su infancia, enraizada en los campos del sur del Tolima, sembró las semillas de su pasión por la palabra. A los 18 años, mientras aún respiraba el aire del colegio secundario, comenzó a tejer versos que serían la antesala de una prolífica carrera literaria.

Nelson Romero Guzmán, además de poeta, es un incansable cultivador del saber. Su travesía académica lo llevó a estudiar Filosofía y letras en la Universidad Santo Tomás de Bogotá y a alcanzar las alturas de la maestría en Literatura en la Universidad Tecnológica de Pereira. Este trasfondo académico nutre sus creaciones con una profundidad que va más allá de las palabras.

Su destreza poética fue reconocida en 1999 con el Premio de Poesía de la Universidad de Antioquia, marcando el inicio de una serie de distinciones que culminaron en el prestigioso Premio Casa de las Américas en 2015. En este galardón, su obra “Bajo el brillo de la luna” brilló con luz propia, capturando los corazones del jurado compuesto por notables figuras literarias.

Entre sus obras, destacan “Días sonámbulos” (1988), “Grafías del insecto” (2005) y “La quinta del sordo” (2006). Cada poema es una obra de mampostería, una construcción cuidadosa de palabras que revela la sensibilidad única de Romero Guzmán. Su colección “Oficios varios” (2019) cierra un ciclo, consolidando su posición como un referente ineludible en la poesía contemporánea colombiana.

Nelson Romero Guzmán, profesor en la Universidad del Tolima y editor de reconocidas revistas literarias, no solo escribe versos, sino que moldea el alma de la poesía colombiana, transformando la cotidianidad en un río eterno de metáforas y emociones. Su pluma, testigo del viaje de un hombre entre letras y campos, trasciende para convertirse en un faro literario que ilumina el firmamento de la creación poética.

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