Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Mirko Lauer

Mirko Lauer, nacido como Miroslav Lauer Holoubek en Žatec, Checoslovaquia, en 1947, es un polifacético escritor, poeta, ensayista, editor y politólogo checo-peruano. Posee una formación académica sólida, con títulos en letras por la Pontificia Universidad Católica del Perú y estudios de posgrado en literatura peruana y latinoamericana en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Desde sus primeras incursiones literarias, Lauer demostró una audacia creativa y una sensibilidad excepcional. Su debut en 1966 con «En los cínicos brazos» estableció un tono provocativo y experimental, buscando despojar el discurso de su significado convencional para convertirlo en ritmo y juego.

En 1968, Lauer publica «Ciudad de Lima«, obra que incluye el poema emblemático «Sextina Ayacuchana«, consolidando su reputación como uno de los poetas más destacados de su generación. Sus viajes a la República Popular China y España influyen en su obra, donde trabaja como editor y realiza una versión en español del antiguo I Ching.

Con obras como «Bajo Continuo» (1974) y «Los asesinos de la última hora» (1976), Lauer explora terrenos literarios vanguardistas, experimentando con formas y temáticas que desafían las convenciones establecidas. Fundador de la editorial Mosca Azul, y editor de la revista cultural «Hueso Humero«, ha contribuido significativamente al panorama literario y cultural peruano.

Su obra poética alcanza cotas elevadas con «Sobre Vivir» (1986), una exploración profunda de la existencia humana en tiempos de cambio y adversidad. Además de su prolífica producción literaria, Lauer ha incursionado en la narrativa con novelas como «Secretos Inútiles» (1991) y «Órbitas. Tertulias» (2006), esta última galardonada con el Premio Juan Rulfo.

Su incansable labor académica se refleja en ensayos sobre arte contemporáneo peruano y su contribución a la comprensión de la cultura política peruana. Reconocido con prestigiosos premios y distinciones, como la beca Guggenheim en 1992 y el título de Chevalier des Arts et des Lettres por el Ministerio de Cultura de Francia en 2002, Mirko Lauer es una figura imprescindible en el panorama intelectual peruano y latinoamericano contemporáneo.

Quince incas: doce estrofas de comentario a la inexistencia, a partir del Kamel-Trot Inkaico (Circa 1930)

Quince incas frappé bailan en puntas sobre una loza de
bakelita: 1929-1989;
giran a velocidad de mapamundi,
glissando sobre irregulares trombosis y aneurismas.
Sus hidráulicos párpados de violonceleta
envuelven chulpas rodantes sacrificadas a la diosa
Germania,
como collas con frankensteines en los talles y ese torpe
kikirikí de las valkirias.

Camafeos brillantes soles en un bosque hiperbóreo,
románticos cripto-alemanes,
padres míos enterrados en el país de la imaginación,
bajo un monte de tibias derruidas
con los dedos artríticos entre anillos de coloratura,
que avanzan hacia el abismo eviscerando grandes
maletines.

Al centro de cada frente una piedra pulida por la
benedicencia,
quince incas de cuarzo bajo marcas de trineos en la nieve,
arropados con la doblada bandera de lo inexistente,
famélicos o hartos, según la inclinación del miocardio,
tensos de siglo en siglo como un cable helicoidal
a través de abismos góticos que estrangulan la luz del
Apurimac.

Sobre ese vacío a cuatro colores quince incas un romance
con la soledad,
la ópera que fue escrita sin libretto,
para que todos cantemos a capella,
socios en el secreto perturbable de la marginación: sueño en
una noche,
en medio del verano. Hombres y mujeres lampiños con
deslumbrantes brazaletes
corren del norte al sur como gacelas.

Quince incas han extraviado el anillo de plomo de los
nibelungos, digamos.
Las raíces de mi perplejidad flotan allí: sueño que sueño
en una noche en medio del verano, que me columpio en un
verdor sobresaltado,
burro cansado de la espera que es la experiencia,
con las ideas filosóficas que mi corazón todavía no contiene
pero elabora ya entre las afiladas plumas de rojos edredones.

Así comprendo el peso del desempleo en sus coturnos, sus
collares de vándalos
son relámpagos líricos en un slalom de seda, construidos
como padres
desde lo que ignoramos acerca de ellos, en el baile
enmascarado
de la historia
sobre la pradera de agua donde cada 24 horas en un
vómito
de oro
el sol y la luna son canjeados bajo su río de leche,
aumentan cada minuto el peso de los Keros sobre la
galaxia.
Incas imperdonados que bajan en trineo a la tristeza de las
lejanas pascuas,
de pieles suaves por la grasa de ganso,
o por la voz de un italiano opalescente, como un viento
temblolero,
mágico y ambiguo como la medianoche,
rodeado de gnomas chinescas de pies aletargados,
y de un burro que rumia entre las estrellas, cargado de
alfalfa
para centauros.

A través de las estepas que angostan sus pesas y medidas
o de todo aquello contra lo que se rebela el forro tejido
de mi corazón,
pasan patinando retazos de ñusta sanguinolenta, altas
astas
de pathos rilkeano,
como el insólito Inca prefiriendo morir
al grito de ‘Ho jo to ho, heiaha heiaha’; inexistencia y
experiencia
hacen brotar de la huaca una pasta rosa, como espuma del
Índico en la madrugada.
Rodean sus corazones sondas y venas que nadie puede
diferenciar,
racimos de pedrones exactos como caballos blancos de
Viena,
confundidos con la turba de revoluciones cada vez más
alejadas:
Incas derribados por el verano perpendicular al trópico
sobre los sofás de mi cansancio eslavo soberano
en la mañana llena de nombres griegos que rematan en
poulos.
De todos me interesan los Incas que no fueron,
rascan mi palma con mensajes confusos que no dejan
duda,
y colocan frutadas mitades ante los espejos,
mientras la rueda de fuego que ilumina la kermesse del
futuro
los acerca y los aleja de la noche cuyo río de tinta
colma las tazas iridiscentes de la media mañana.

Veo a quince incas trans-celosías. La paraca
no logra limpiar de sus ceños una sequedad de trueno
molido.
En el equivalente mental de una ilusión óptica en la redondez
del tiempo,
supongo que me protegen de serpientes y estallidos.
Tallo morosos cristalinos que me asombran. A través del
vidrio pongo la mano al fuego,
y sufro por ellos las torturas laicas de un pensador pagano:
los comprendo.
Y ahora el fin de la canción. Natural:
shimmi shimmi sacha sacha shimmi shimmi sacha sacha.
Artificial:
shimi sacha sacha shimmi sacha shimmi sacha sacha sacha
shimmi.
Natural: sacha sacha shimmi shimmi sacha sacha.
Artificial:
sacha, shimi
sacha.

Diez estrofas de homenaje al año del cincuentenario de la muerte de César Vallejo (1988) y al año del centenario de su nacimiento (1992)

Eslavo en relación a la palmera
César Vallejo

¿Era el propósito decir algo que no pudiera dejar de hablar
sobre algo
que no se puede dejar de decir? La fama llegada de España
con el frente popular
confunde al que no entiende, obligándolo a ir y venir
con el dedo pegado al palíndroma
de sus cinco sentidos.

Cesa tu corazón agitador, cesa tu inteligencia agotadora,
suspende tu desconcertante lucidez, y deja descansar; por lo
menos
aquí en el recital. Desamortaja la sábana de tu nacimiento,
y que la vaca ya no recaiga sobre el burrito, ni sobre el río
que cruza su Belén
de un par de brincos; como cuando eras unípedo, sublime.

Desamortaja, amortigua, modérate. Tus lectores y amigos
decimos basta ya
de colocar más de lo que hay, allí donde nada puede haber;
abre la mano que ensaya ‘Las iluminaciones’;
mano libre a mis limitaciones.
Mis huesos me impiden inclinarme más ante la catedral de tu
talante
de tu genio que sólo la química podría combatir.

Y en consecuencia sospechoso, siempre sospechoso de algo
más de lo que hay,
de una timba en la que se intuye la mala tecnología,
el estar viviendo siempre la vida número dos.
Expulga esos ácaros que nadie sobreentiende
y déjame girar sobre la divina suavidad de dos continentes:
en la fábrica de automóviles Tatra acababan de cortar en dos
el aire,
y de crear el complejo manubrio-curiosidad-espina de
pescado,

para enfrentar la gravedad de la era contemporánea
que va encontrando cada vez mejor la vuelta de la esquina de
un verso cifrado,
allí donde pusiste allí donde lo pusiste, impidiéndote rematar.
Me lo digo al administrar mi propio pedacito de tristeza
que espera al que es incauto con su humanidad, y por ello
querido a patadas;
suelta tu mano-vate y que el ojo interrumpa la lectura,
y que partan los autos con el motor detrás.

Tatraplanos: acordeones en bohemia. Oh descansa de la
blanca sombra de la Gurrionero: platillo a tu bombo, bombo
a tu platillo,
con cerrazón de piloto a copiloto / tus dedos juegan con la
punta de cada ala,
hasta que ya no sé lo que leo en páginas que transparentan
su revés;
la tinta de tu pluma en mi boca, efervescente, negra y verde:
tóxica
como sólo el bien puede regar esa toxicidad.
Quién te perdonará, me temo que nadie, como tú lo has
querido,
con amor de sermón interminable: el tedio de las seis
al mediodía y moscas en la divina claridad, como punzadas
de artritis en la hombría,
vamos, majo, por qué morir allí si Holanda te esperaba, por
ejemplo,
o los propios montes Tatra en el sur de la sierra de La
Libertad.
Oh la inmovilidad tiene tantos paraderos
y es enojosa, tiene ventanillas con vilo de paisaje: el tuyo
será por siempre la asamblea general, la legalidad frondosa
del
dolor, cuatro en el piso y por el suelo el forro de 600 carteras

de señora, toda esa suavidad evaporada
bajo el rostro sobornable de una madre,
que toma tu codo tieso y te lo hipotenusa
con cuyes de Yanahuara y salchichas de Bratislava.

Este año del aniversario los investigadores encontraron tu
tesauro;
una bolsa de vísceras envuelta en la última vez que
golpeamos
después de que ya nos habían dicho que no golpeáramos, que
la próxima vez.

Te interrumpe siempre la dentadura aserrada de los montes.
Suplican que no te estés bizqueando hacia los tártaros
buscando respuestas en los labios
rugosos como siempre, lisos cual jamás:
‘César Vallejo ha muerto. ¿Ah sí? ¡Qué vaina!’
Ya no jueves, sino domingo refractado a través de una
esquirla
que es el dedo de un niño en el agua
en la que ha jurado no mojarse ya más.

Sobrevivir ocho estrofas de comentario a las palabras del Buda

La realidad entera está en llamas, y no puedes mejorarla como frase. En los límites de la pérdida la realidad completa se aglomera en un hacinamiento volátil. Lo tuyo y lo de otro se consumen reclinadas contra la retina, puesto sobre la lisa palma de tu mano. Sólo el amor es la cosa grave, la gravedad la gravitación universal
del mundo,
en que con peso igual se queman Isaac Newton y una manzana. Nadie se baña dos veces en el mismo río, y tampoco puedes
mejorarlo como frase.
El mundo carece de sombra propia, la realidad es aceite en el que
flota tu corazón.
Hay puertas que se abren en el agua hirviendo: sales de un río
y entras a un río;
tus huesos tiritan de ignorancia bajo todos los umbrales, mientras
tu alma incauta
navega sustentada por desconocimientos y por plumas.
El silencio reúne elocuencia y peligrosidades del primer grado, con posibilidades de palabras que son florecimientos de la epidermis, llagas y colores varios apilados formando una torre negra. Tus
hermanos
los cadáveres se calcinan en ese silencio, y las estalagmitas
atraen relámpagos babeantes que nadie osa empuñar para el
sacrificio
de la realidad que se precipita sobre sí misma, con sus crepitaciones
y sus llamas.
Una playa de toallas secas a la orilla de la ducha rememora
crujiente
el paso de agua en que la realidad entera se comprime y entrega al enmugrecido inmóvil la ablusión de existir en dos instantes: en alabastro y en ónix, en la onomatopeya y en el miráculo, en la vida metafórica y en la muerte literal, en la cuna y en la cuja, llenas sus orejas del encajado frufrú de esas combinaciones. Las aves vuelan con las plumas encendidas, perforadoras del aire
combustible,
por cuyo sesgo cruzan sus demorados cuerpos hexagonales.
En los desiertos del sur la luz horada el polvo y levanta columnas
frágiles
que el viento se lleva en llamaradas. Y aun lo irreal apoya la cabeza contra la de un fósforo que estalla ante la fisión de la mirada,
presa también ella en un fuego inextinguible.
Perdonado por lo imperdonable, blasonado tu pecho con las
húmedas flores,
clorofilas y cadmios de tu ramo: agua que eres y que empuñas, fluir en que te miras y eres, impecablemente a la deriva,
conculcado.
Y sales absorto de la bacanal, con las manos lavadas y un velero rotando contra el viento de tu sueño. Esponjas que son dardos
buscan tu pecho,
y encuentran tu pecho, y cruzan tu pecho, y olvidan tu pecho en
sus huidas.
Nadie se ríe dos veces en el mismo baño, ni frota un cuerpo con
otro
sin multiplicarlo. La conclusión banal y trágica es que la soledad es imposible sin la ayuda de un espejo. Y sales perplejo de la
ermita, con las sienes heladas:
y sales del escritorio anonadado, con los fémures calados;
y sales del río y entras al río y sales del río,
por un abismo de expiación compuesto de trampolines y de pórticos.
Hay una hoguera en las doradas vísceras del cuy, la realidad
entera sufre
la mancha caliente de esa inacariciable mansedumbre. Tu casa
arde mientras duermes,
el mundo grita mientras reflexionas, los hornos gimen con las
bocas abiertas
agobiados por una ceniza que lacera tu frente perpleja, y flota
hacia el suelo verde
donde un millón de briznas se consumen para hacer una pradera.

***

Los jóvenes empiezan a llegar.
Mientras hurgan,
Preguntan por mis papeles,
& todo lo que pueden devorar
Teléfono-cámara-grabadora,
Y su sincera curiosidad.
Han leído mis antiguos poemas y ahora
Quieren saber qué pasa con ellos,
Y conmigo.
Les informo que no pasa nada.
¿Qué interés podría tener
Esta frágil serenidad entrenada
En mis sesiones de natación?
El tema es papeles a medio borronear,
Aquello que Yuri Lotman llama
La comunicación yo-yo,
Violentos garabatos de intimidad.
Acaso los jóvenes intuyen
Que en realidad lo más valioso
Está en lo que ya hace mucho
Perforan ágiles polillas:
Cartas de amigos desaparecidos,
Libros dedicados con frases vehementes,
Anécdotas presas del olvido,
Gruesas indiscreciones de lo literario
Son jóvenes ambiciosos y severos,
Que llegan sabiendo exactamente cómo
Me estoy volviendo mugre.
No les pueden pasar inadvertidos
Los cuellos volteados,
Los zurcidos apenas invisibles,
Los calzoncillos secretos
Manchados a diario por la próstata.
En entrevistas infidentes
Les pago el amable interés
Con una irresponsable vanidad
Y les alcanzo
También perfumes y pestilencias
De un panteón de colegas
Cuyos célebres nombres omito en vano:
Intensos desaseos,
Letales desencuentros familiares,
Falsas biografías,
Severas tristezas,
Veladas mezquindades,
Santidades burdeleras,
Duras elegancias. Todo ello
Intentando hacer interesante
Una vida entre poetas.
Nada de eso es mío,
Pero esta misma tarde
Se lo pueden llevar
Los interesados.

Condesa Mara

La cosa física.
Vi la película donde la gravedad puede pasar
De ida y vuelta a través del tiempo,
Por lo menos cinco veces.

Es tan obvio.
Los días vienen cada vez más cortos,
Y en ellos todo va pesando más.
¿Hay una ecuación para esto?
Mis 100 kg+ en el jardín de este verano,
Practican la actividad banal
De viajar hacia el pasado.
Soy el basurero de la antimateria.

En la película
Los astronautas se cuentan chistes desganados,
Mientras allá en la Tierra
Sus parientes envejecen a 100 años por hora.
Ya no se sabe quién es el abuelito.

¿Por qué me gustan tanto esos temas siderales
De los que en verdad no entiendo nada?
Quizás me recuerdan la época
En que yo era un gusano blanco,
Y la condesa
Paseaba su impudicia para dos,
Se aplicaba a cuidar sus fresas
(otro jardín, otro verano)
& a calcular el peso de sus manos
Para el próximo concierto.
Sus tetas ya algo decaídas,
Eran dos asteroides inalcanzables.
O así me parecía.

La condesa tocaba con estudiada indiferencia.
Sus dedos tan livianos sobre las teclas
Iban y venían cruzando el tiempo.
Se me han ido casi 70 años
Dedicado a apartar la mirada de su cuerpo
Sentado al piano en sostén y calzón,
Ensayando un concierto sin destino.
O acicalándose,
Otro tema sobre el que yo no entendía nada.

Todavía me fascinan los astronautas
Que van a morir al espacio exterior.
Es decir, a morir con todo,
Con el tiempo, la gravedad, la civilización
Colapsando en torno suyo.
Siempre sé que van a morir,
Pero no entiendo cómo así
Los números que inundan la pantalla,
Son un último mensaje a sus seres queridos.

Salía de esas matinées muy decidido
A vencer mi propia debilidad.
Nunca he podido.
La gravedad me mantenía
Atado a los misterios de la condesa,
A sus peligrosas partituras
A sus manos de gallina.
Entonces yo creía que esos dos asteroides
Volando en sostén & calzón por la galaxia,
Castos como un cepillo de dientes,
Nunca me alcanzarían.

Con una cuchara el astronauta se come
Algo que ya no es aire.
Su corazón va adquiriendo una opacidad de cuáquer.
Los astros están cada vez más lentos.
Diría Sologuren,
Como perlas que el légamo detiene.
La poesía recién aparece cuando se ha frenado
El rock de las esferas.

Portrait d’une femme

Inexplicable, inalzanzable, encadenada
A su propia definición de mármol.
Sus confidencias eran una vía dolorosa,
En la que solo hablaban sus poemas.
Hacía de sus whiskys una ausencia fina.
Siempre temí llanto en cualquier momento,
El llanto terrible que nunca sucedió,
La prometida impúdica apertura
De una capítulo más hondo. A pesar
De que en exactos versos ella proponía
Que las cosas eran sin salida,
Algo insistía en irse por los bordes
Incluso antes de haber aparecido.

La relación fue un extraño desencuentro
De mutuas y distantes necesidades,
En el fondo sinceras falsedades,
Piltrafas inertes de otras relaciones.
Rodeados de fantasmas con nombre y apellido,
De imbailables boleros verbales,
Éramos poetas esperando ganar la lotería.
La ganaste, pero no te gustarían
El aprecio, la fama, la admiración, los fans,
Que ya estaban llegando.
La imposición de un papel emblemático,
El murmullo atronador que al final
Cada vez más te hizo perder lo perdido,
Y no devolvió nada.

Los poemas siempre fueron autoepitafios
Que no eran amorosos. No era la intención.
No los escribiste, los cocinaste,
Reduciéndolos sobre una llama paciente,
Quemando las palabras que sobraban,
Y al fondo sabrosos concolones.
Insisto, tus whiskys eran una ausencia fina
Que decía «¿De qué hablamos ahora?»
Eso quería decir que te sentías
Abandonada por todos sus amantes.

Cuando en Arequipa 2016 dije
Que la poesía es eso que entregamos
Y que nadie nos paga,
Estaba pensando en ti,
En lo que te hicieron tu inteligencia o,
Como en el verso de Jack Spicer,
Tu lenguaje.

Cuando termine este poema
Ya no quedará nada de esas conversaciones.

Escribir como tú

Escribir como tú, sentir como tú,
¿Quién no lo quisiera? Cómo hubiera yo,
En una tarde soleada del sur,
Heredado tu claridad, tus exactos niveles.
Quién pudiera vivir la clara forma
En que el lenguaje ceñido embelleció
Tu atareado corazón, tejiendo cestas
Donde, como en cunas, ibas poniendo
A descansar tus contados días
Por los que desfilaban sin suspiro
Las más terribles realidades.
Con ejemplar limpieza informaste
Acerca de todos tus exilios,
El del cuerpo, el de la patria, el de la geografía,
Juntándolos a todos en el límpido sonido
De la serenidad cuando ella se conmueve.