Poetas

Poesía de España

Poemas de Mercedes Escolano

Mercedes Escolano (Cádiz, 1964) es una de las voces líricas más singulares de la poesía española contemporánea. Con una formación en Filología Hispánica y una sólida trayectoria académica en instituciones como la Universidad de Cádiz y la Universidad Clásica de Lisboa, ha dejado una marca indeleble en la escena literaria. La revista Octaviana, de la que fue codirectora en sus años universitarios, se convirtió en un crisol donde convergieron talentos emergentes y maestros consagrados como Fernando Quiñones, Luis García Montero y Rafael Pérez Estrada, entre otros.

La obra de Escolano es un viaje profundo y personal por paisajes emocionales, marcado por la introspección y el reflejo en la naturaleza. Sus primeros poemarios, como Marejada (1982) y Las bacantes (1984), ya esbozan su afán por explorar los conflictos internos a través de una voz intimista y a la vez universal. Con Felina calma y oleaje (1986), Premio Internacional de Poesía Luis de Góngora, consolidó una poética que mezcla la serenidad con la intensidad, el recogimiento con la pasión, logrando imágenes de una fuerza evocadora única.

Escolano también ha trabajado como traductora y ha dirigido la colección de pliegos de poesía Siete Mares, continuando su labor de difusión y acercamiento de la poesía a nuevos públicos. Con su libro La casa amarilla (1995), inspirado en su estancia en Lisboa, abre una ventana a lo cotidiano, al hogar como espacio sagrado y al recuerdo que se aferra a los muros. Su poesía, que ha encontrado inspiración en lugares como Portugal o la costa atlántica de Cádiz, se caracteriza por una melancolía vibrante, que a la vez que explora el dolor, revela la belleza escondida en la cotidianidad.

Entre sus obras más destacadas también se encuentra Placeres y mentiras (2019), una reflexión madura sobre los engaños de la memoria y el hedonismo del amor, y Jardín salvaje (2022), donde las metáforas vegetales y los simbolismos del jardín reflejan una constante renovación de la vida y de la escritura.

Con una producción poética que abarca más de tres décadas y obras publicadas en editoriales de prestigio, Mercedes Escolano se sitúa como una figura esencial de la poesía española, una creadora que, sin prisa pero con firmeza, ha construido una trayectoria sólida e inconfundible. Su página web es www.mercedesescolano.jimdo.com, un espacio donde continúa compartiendo fragmentos de su mundo creativo con el lector contemporáneo.

Mediodía perfecto

Mediodía perfecto en Egipto. Antínoo duerme.
Diríase barbilampiño, algo rubio de sienes,
hábilmente depiladas sus piernas para hacer
más lenta y reiterada la caricia de Adriano.
Su cuerpo, apenas un botón de miel salvaje,
un cervatillo de oro bajo la faz del sol.
Entre los cuernos de Isis observó Ra
su belleza. Viera tan sereno y soberbio
adversario dulcemente dormido a la sombra,
que su celo desgarró la lona del toldo,
la cúpula sofocante del aire, quemando
con un rayo el ánade tibio de su pecho.
Quedaron a un costado, mudos, desencajados,
los ojos de Adriano, tristes como yeguas
que ahuyentar quisieran la muerte del amigo.

Aguamarina

«Por el número de escoriaciones
del buque conocemos la cantidad de
sus viajes:
por las escoriaciones de nuestra piel,
cuántas veces hemos amado.»

Cristina Peri Rossi

Había perdido el timón y las estrellas,
equivocó el marino muslos con bitácoras,
nacarados senos arrancó el arrecife
con los labios que el alba nunca había dormido.
Amanecía el buque y la sangre
debatíase en escamas plateadas sobre el mar.
Brazos como remos rizaban las olas, urgente
por tu cuerpo el beso, la travesía era.
Equinoccios de sal mordían sus ojos
dejándolo ciego
sonámbulo
náufrago de amor y otras batallas.
Sobre tu espalda
aguamarina una flor azul
al medio día
lanzaba por la borda.

Un tigre

Pienso en un tigre. Bajará a la ciudad
a la hora en que abren los bares
y se expande un intenso perfume
humano. Anochece. Sediento
se acodará en la barra y beberá
unas copas con los ojos prendados
del brillo siniestro y metálico,
dúctil su lengua, aromado el local
con un vaivén continuo de clientes.
De fondo un blues elástico y el rugir
endiablado de las máquinas tragaperras.
Observa en silencio y remoja sus fauces.

Le delata la garra que esconde su camisa.
Nadie diría —por su aspecto—
que es un cruel asesino de la selva,
sino un hombre sin prisas, indolente,
incapaz de inventarse otra rutina.
Cada viernes, tierno y solitario,
cometerá un crimen sin más rastro
que un poema olvidado sobre la barra.