Poemas:
Canción de la quinta avenida
Una vía larga y estrecha
Dibujada como una hebra a través del corazón
De la ciudad.
Avenida de ricos, de pobres—
Que vibra de color—
Que oscila con la humanidad
Que le marca el compás al pulso de la Vida,
Sofocada por la presión de la Vida,
Aplastada—pisoteada con fuerza
Por desbordantes flujos de Vida.
¡Quinta Avenida!
Escribiré tu canción con repiqueteo y estruendo,
Con estrépito de pisadas,
Ruido interminable, infinito.
Escribiré tu canción con dolor—alegría,
Con nacimiento—muerte,
Con creación—destrucción,
Con belleza y fealdad.
Cantaré tu canción a pesar de las tradiciones,
Indiferente a toda tradición.
Cantaré tu canción a pesar de las tradiciones,
Indiferente a toda tradición.
Cantaré tu canción de razas, de credos
Disueltos en uno—
Cantaré tu canción
Con risa—ironía—desesperación.
Mi música vendrá de todas las épocas
Y a todas ellas alcanzará—
Así como tú has venido de todas las épocas,
De todos los pueblos;
Y con la esbeltez de tu cuerpo
Y la magia de tu voluntad
Has marcado a todos ellos.
Washington Square—
Arco blanco que se eleva como el fantasma
De difuntos de antaño;
Recuerdo de flores fragantes—encajes antiguos—
Cascabeleo de campanas y muchas huellas
De belleza, amor y sueños.
Ahora solo un arco, pero una cruz brilla
Sobre un viejo edificio marrón.
Washington Square—
Símbolo del Pasado,
Genitor de la hebra larga y estrecha
Hilada desde tu corazón.
Involúcrate ahora
Y atiende de cerca a las aceras y a los años.
Mira el cansado estrépito
De los sudorosos trabajadores cuando salen a almorzar;
Mira cómo se desalojan edificios
Donde una vez hubo hogares;
Suecos, armenios, eslavos llegan a caudales
Y absorbiendo el aire por una breve hora,
Se mezclan con la multitud entre el mal olor y sudores.
En una esquina se abre una flor
Que lleva en una cesta un italiano
Empujado rudamente por un policía irlandés
Que llama a todos “un puñado de judíos apestosos”.
Entonces, más arriba, yo canto—
Más allá de tiendas fabulosas—fabulosos bancos,
Ropas de todo tipo—
Zapatos, vestidos, abrigos, corsés,
Judíos, gentiles en apretujado enjambre
Se abren paso al cruzar la Avenida.
Y sobre todos ondea la bandera.
¡En tiendas con nombres franceses, alemanes, italianos
Cuelga la Gran Bandera Americana!
La calle 42—
Como un extraño animal mecánico
Que abre su enorme mandíbula
Y al sonido de un agudo silbato
Escupe con fuerza grandes masas de Vida.
Millones de gentes se precipitan sobre
La columna vertebral de la Avenida
Y llaman al sistema “civilización”.
Mientras que empinados edificios surgen
Amenazadoramente hacia lo alto,
Donde una vez hubo esbeltos árboles primigenios
Y cantos de pájaros llenando el aire
En lugar de silbatos de policía.
Pero he dicho que cantaré tu belleza también;
Por lo que recuerdo aquí también tu magia
A la hora del crepúsculo,
Tus edificios blancos como el alado vuelo de los pájaros,
El parpadeo de tus miles de ventanas
Como estrellas de la noche.
Y de día,
Los destellos del sol sobre tu rostro;
Colores deslumbrantes—motores—verdes autobuses—
La Vida—la vida en su camino
Hacia la muerte. Pasa un entierro,
Un pobre pide limosna, un niño ríe a carcajadas,
Pero como hormigas sobre los altos céspedes,
Siguen su camino, nadie les presta atención.
Entonces, las iglesias—todos los credos—
(Escoge uno),
Todas las agujas de campanario apuntan al cielo,
Todas tratan en vano
De mostrarnos el paraíso.
Mientras en la calle los pordioseros
Se reúnen sin hogar.
Entonces, las mansiones copiadas de tierras foráneas:
Chateaux franceses, palacios italianos,
Mientras dentro de grandes planchas de vidrio
Las pinturas de los viejos maestros miran hacia afuera,
Solemnemente contemplan el nuevo mundo.
Entonces, más arriba, más casas de ricos,
Mansiones de banqueros judíos—políticos adinerados,
Todos abarrotados de oro y de comida,
Mientras sentados al otro lado del parque se encuentran
Viejos mendigos desgastados, exhaustos
De andar hambrientos.
Más arriba, desde el hospital Monte Sinaí
El cloroformo inunda la brisa,
Y en el parque, desde los árboles,
El perfume de las flores.
Entonces, más lejos aún, “El Barrio de los Negros”,
Caras negras y mulatas
Se asoman a las ventanas y se apiñan en las calles.
De esta forma, la larga y estrecha hebra
Se estira—se estira—se dobla
Y finalmente termina.
La Quinta Avenida termina y con ella mi canto;
Pero sobre su pavimento la sangre de la Vida
Continúa fluyendo.
Insaciable
No le temo al amor
ni a sus consecuencias.
Sólo temo que, al conocer el amor,
yo continúe insaciable
y mi alma anhele aún algo mayor.
Entierro
Está pasando un entierro.
En el féretro
Yace el cuerpo de un hombre o de una mujer—
Ahora no importa el sexo—
Pues el alma comprensiva y sin sexo
Ha cogido su rumbo.
O quizá se encuentre entre nosotros
Y esté mirando al hombre que se quita el sombrero
Y con gran reverencia inclina la cabeza.
La fe perdida
Vacío está el confesionario.
Desgastado —suavizado—
en colores antiguos y gloriosos está el mármol
en el que se ha arrodillado el penitente.
A paso lento me acerco y admiro
el lugar en que también yo una vez me arrodillé.
Y con reverente cercanía
yo, que ya no creo,
me inclino y beso el mármol
adonde aquellos que todavía creen
vendrán a arrodillarse.
Manos sucias
Tras irse todos,
era siempre tan maravilloso sentarme contigo
en el teatro a oscuras.
Había un misterio en ello,
como si el eco de muchas obras
perdurara todavía entre los pliegues del telón,
mientras fantasmales figuras se acurrucaban
en las lunetas y con manos vaporosas
hacían sonar los reprimidos aplausos.
¿Recuerdas cómo nos sentábamos siempre en silencio?
Yo cerraba los ojos para sentir tu cercanía más cerca.
Entonces, como un ritual, lentamente
yo tomaba tu mano
y tú reías un poco y me decías:
“Tengo las manos terriblemente pegajosas”, o
“No logro mantener limpias las manos en este teatro”,
como si eso importara… como si eso importara…
Palabras
Palabras, palabras.
¿Por qué estás siempre usándolas como espadas?
Y si tienes que hacerlo,
¿acaso no puedes usar algo más que palabras?
¿Te acuerdas de anoche?
Hablamos tan atolondradamente
—de nuevo las palabras,
y entonces más palabras—.
Parecía todo una enmarañada red de palabras.
Tú tratabas de convencerme de algo
(sólo Dios sabe)
y yo, de responder con inteligencia
al defender mi opinión.
Pero repentinamente, de alguna forma,
nuestras palabras significaron muy poco;
entonces, te inclinaste
y tu rodilla tocó la mía
y después de eso mis pensamientos se empañaron
y nuestras palabras no significaron nada.
Walt Whitman
Me atrevería a decir que eres un superhombre.
Esparciría estas palabras por el mundo
y desafiaría a quien se atreviera a cuestionarlas.
Me saciaría con tu arte.
Pondría a un lado el talento de muchos
por el don de esos pocos
que tú has tocado.
En tu mando llevas una antorcha de luz;
en tu ser, un mensaje;
en tus ojos, una profética
visión clara y brillante.
Hay poder en tu aplomo,
y magia en tu ritmo, avance y espera.
Al beber de tu grandeza,
yo misma soy grande.
Biografía:
Mercedes de Acosta (Nueva York, 1 de marzo de 1893-ibídem, 9 de mayo de 1968) fue una poetisa estadounidense que además escribió obras de teatro y diseñó ropa. Se la conoce por sus relaciones románticas con Greta Garbo, Tamara Karsavina, Tallulah Bankhead, Marlene Dietrich, Alla Nazimova, Eva Le Gallienne, Isadora Duncan, Katharine Cornell, Maude Adams, Ona Munson (“Belle Watling” en la película Lo que el viento se llevó), Adele Astaire y otras. En una ocasión declaró que podía quitarle cualquier mujer a un hombre (“I can get any woman from a man”).