Poemas:
Muerte del olvido
Se me murió el olvido
de repente.
Inesperada-
mente,
se le borraron las palabras
y fue desvaneciéndose
en el viento.
En busca suya el corazón tocaba
todas las puertas.
Nadie. Nada.
Y allí donde estuviera se instaló
de nuevo,
el doloroso amor,
el implacable,
interminable-
mente.
Alguien pasa
Alguien pasa y pregunta
por los jazmines, madre.
Y yo guardo silencio.
Las palabras no acuden
en mi ayuda, se esconden
en el fondo del pecho, por no subir vestidas
de luto hasta mi boca,
y derramarse luego
en un río de lágrimas.
No sé si tú recuerdas
los días aún tempranos
en que ibas como un ángel
por el jardín, y dabas
a los lirios y rosas
su regalo de agua,
y las hojas marchitas
recogías en esa
tu manera tan suave
de tratar a las plantas
y a los que se acercaban
a tu amistad perfecta.
Yo sí recuerdo, madre,
tu oficio de ser tierna
y fina como el aire.
Una tarde un poeta
recibió de tus manos
un jazmín que cortaste
para él. Con asombro
te miró largamente
y se llevó a los labios,
reverente, la flor.
Se me quedó en la frente
aquel momento, digo
la frente cuando debo
decir el corazón.
Y se me va llenando
de nostalgia la vida,
como un vaso colmado
de un lento vino pálido,
si alguien pasa y pregunta
por los jazmines, madre.
Allá
Si acaso al otro lado de la vida
otra vez, por azar, nos encontramos,
¿se reconocerán nuestras miradas
o seremos tan sólo un par de extraños?
De todos modos te amaré lo mismo.
Juntos. O separados.
Carta de Roma
Te escribo, amor, desde la primavera.
Crucé la mar para poder decirte
que, bajo el cielo de la tarde, Roma
tiene otro cielo de golondrinas,
y entre los dos un ángel de oro pasa
danzando.
La cascada de piedra que desciende
por Trinitá dei Monti hasta la plaza,
se detuvo de pronto y ahora suben
azaleas rosadas por su cuerpo.
Los árboles repiten siete veces
la música del viento en las colinas,
y el húmedo llamado de las fuentes
guía mis pasos.
Más bella que en el aire
una rota columna hallé en el césped,
caída en el abrazo de una rosa.
Cuando fluye la luz,
cuando se para
el tiempo,
asomada a los puentes Roma busca
su imagen sobre el Tevere,
y en vez del nombre suyo ve que tiembla
tu nombre, amor, en el rodante espejo.
Reminiscencia
Un breve instante se cruzaron
tu mirada y la mía.
Y supe de repente
-no sé si tú también-
que en un tiempo
sin años ni relojes,
otro tiempo,
tus ojos y mis ojos
se habían encontrado,
y esto de ahora
no era más que un eco,
la ola que regresa,
atravesando mares,
hasta la antigua orilla.
Perfume
Vuelvo a tenerte, amor,
como si nunca
te me hubieras ido.
Tus manos me recorren
el rostro suavemente,
y te oigo la voz en un
susurro
que me roza el oído.
Vuelvo a tenerte
y pienso en el perfume
que de nuevo me hiere
aunque el jazmín no exista.
Pasa el viento
De aquel amor que nunca fuera mío
y sin embargo se tomó mi vida,
me queda esta nostalgia repetida
sin fin, cuando sollozo y cuando río.
A veces desde el fondo del estío,
llega la misma música entre oída
en el tiempo gozoso, la encendida
música que cayera en el vacío.
Y quiere asirla el corazón. Beberla
como un vaso de vino. Retenerla
para creer de nuevo en la dulzura.
Pero se escapa y huye con el viento,
y me deja tan sólo este lamento,
donde esconde su rostro la amargura.
De paso
No es el tiempo
el que pasa.
Eres tú
que te alejas
apresuradamente
hacia la sombra,
y vas dejando caer,
como el que se despoja
de sus bienes,
todo aquello que amaste,
las horas
que te hicieron la dicha,
amigos
en quienes hubo un día
refugio tu tristeza,
sueños
inacabados.
Al final, casi
vacías las manos,
te preguntas
en qué momento
se te fue la vida,
se te sigue yendo,
como u hilo de agua
entre los dedos.
El escudo
Cuánto te quise, amor, cuánto te quiero,
más allá de la vida y de la muerte.
Y aunque ya nunca más he de tenerte,
eres de cuanto es mío lo primero.
Más que el sol del estío, verdadero,
tu recuerdo mitiga, por mi suerte,
la sombra que me ciñe, y se convierte
en la luz que ilumina mi sendero.
Nada ni nadie desterrar haría
de mi frente aquel tiempo jubiloso
en que eterna la dicha parecía.
Contra el olvido y su tenaz acoso
defenderá por siempre y a porfía
su condición de escudo milagroso.
El milagro
Pienso en ti.
La tarde,
no es una tarde más;
es el recuerdo
de aquella otra, azul,
en que se hizo
el amor en nosotros
como un día
la luz en las tinieblas.
Y fue entonces más clara
la estrella, el perfume
del jazmín más cercano,
menos
punzantes las espinas,
Ahora,
al evocarla creo
haber sido testigo
de un milagro.
Instante
Ven mirar conmigo
el final de la lluvia.
Caen las últimas gotas como
diamantes desprendidos
de la corona del invierno,
y nuevamente queda
desnudo el aire.
Pronto un rayo de sol
encenderá los verdes
del patio,
y saltarán al césped
una vez más los pájaros.
Ven conmigo y fijemos el instante
-mariposa de vidrio-
en esta página.
Todavía
Amor de amor aquel que nos uniera
una vez en el tiempo ya distante.
Amor en que tú fuiste amado, amante
y yo amante y amada también fuera.
Otro amor sin igual no conociera
nunca el haz de la tierra. Fulgurante,
más que el sol del verano delirante,
toda sombra su lumbre destruyera.
Amor de amor. Tan alto y extremado,
que el mismo cielo al serle comparado,
cosa fútil y vana parecía.
La vida canceló su encendimiento…
Y sin embargo en el recuerdo siento
que me quema la sangre todavía.
Biografía:
Meira Delmar (Barranquilla, 21 de agosto de 1922 – Barranquilla, 18 de marzo de 2009). Poeta colombiana de ascendencia libanesa. Fue una de las más significativas poetas del siglo XX en Colombia, considerada el nombre femenino más destacado de la poesía del país.
Fue miembro de la Academia Colombiana de la Lengua desde 1989, del Centro Artístico de Barranquilla, de la Comisión Interamericana de Mujeres, del Club Zonta Internacional de Mujeres Profesionales y Ejecutivas y de la Sociedad de Mejoras Públicas.
En su honor fue creado el Premio nacional de poesía Meira Delmar, cuya primera entrega se efectuó el 30 de abril de 2008; y que fue creado para valorar, reconocer y determinar el libro de poesía más significativo publicado y escrito por una poeta colombiana, residente en el país o en el extranjero.