Poesía de Perú
Poemas de Mariano Melgar
Mariano Melgar Valdivieso (Arequipa, 10 de agosto de 1790 – Umachiri, 12 de marzo de 1815) fue un poeta y revolucionario independentista peruano cuyo talento y pasión por la libertad dejaron una profunda huella en la historia de su país.
Nacido en una familia de clase media en Arequipa, desde temprana edad mostró un interés innato por la literatura y la música. Su formación académica incluyó estudios en el Seminario de San Jerónimo de Arequipa, donde se graduó como maestro.
En 1812, el fervor patriótico lo llevó a unirse al ejército independentista peruano, dispuesto a luchar por la emancipación de su nación. Su valentía y compromiso lo llevaron a participar en la batalla de Umachiri, un episodio crucial en la lucha por la independencia. Desafortunadamente, Melgar fue capturado por las fuerzas realistas y, a la temprana edad de 24 años, fue fusilado.
A pesar de su corta vida, Mariano Melgar es recordado como uno de los poetas más importantes de Perú. Su obra poética es una expresión de su amor por la libertad y su dedicación a la causa independentista. En sus poemas, fusionó elementos de la poesía tradicional andina con las influencias literarias europeas de la época.
Entre sus obras más destacadas se encuentran “A la patria”, “El ruiseñor y el calesero” y “La flor del almendro”. Además de su talento poético, también dejó un legado musical significativo, componiendo canciones populares que capturaron la esencia de la cultura andina.
La figura de Mariano Melgar sigue siendo un símbolo de la lucha por la libertad y la independencia en Perú. Su poesía y su ejemplo como valiente revolucionario siguen siendo una fuente de inspiración para artistas e intelectuales peruanos. A pesar de su partida prematura, el legado de Mariano Melgar continúa viviendo en la rica tradición literaria y cultural de su amada patria.
Soneto
No nació la mujer para querida,
por esquiva, por falsa y por mudable;
y porque es bella, débil, miserable,
no nació para ser aborrecida.
No nació para verse sometida,
porque tiene carácter indomable;
y pues prudencia en ella nunca es dable,
no nació para ser obedecida.
lo que es flaca no puede ser soltera,
porque es infiel no puede ser casada,
por mudable no es fácil que bien quiera,
Si no es, pues, para amar o ser amada,
sola o casada, súbdita o primera,
la mujer no ha nacido para nada.
La cristalina corriente
La cristalina corriente
De este caudaloso rió,
Lleva ya el llanto mio
Mas aguas que de su fuente.
Llega el mar, y es evidente,
Que el mar, con ser tan salado,
Lo recibe alborozados
Y aun rechazarlo procura,
por no probar la amargura
Que mis lagrimas le han dado.
Yariví VII
¿Con que al fin tirano dueño,
Tanto amor, amores tantos,
Tantas fatigas,
No han conseguido en tu pecho
Más premio que un duro golpe
De tiranía?
Tú me intimas que no te ame
Diciendo que no me quieres
Ay, vida mía,
Y que una ley tan tirana
Tenga de observar, perdiendo,
Mi triste vida!
Yo procuraré olvidarte
Y moriré bajo el peso
De mis desdichas.
Pero no pienses que el Cielo
Deje de hacerte sentir
Sus justas iras
Muerto yo tu llorarás
El error de haber perdido
una alma fina.
Y aún muerto sabrá vengarse
Este mísero viviente
Que hoy tiranizas.
A todas horas mi sombra
Llenará de mil horrores
Tu fantasía
Y acabará con tus gustos
El melancólico espectro
De mis cenizas.
Sepa la cruel Melisa
Sepa la cruel Melisa,
Si a mi clamor se niega,
Que el que sin fruto ruega
Consigue aborrecer.
Entienda si con risa
De mí se burla altiva,
Que a mí no me cautiva
Quien me hace padecer.
Sepa que bien advierto
Que aunque el Amor hermosa
Me la pinte, y preciosa,
No es más que una mujer.
Pero eso, aun siendo cierto
Que es beldad atractiva,
A mí no me cautiva
Quien me hace padecer.
Conozca que el Amor
De la esperanza vive,
Y muere si concibe
Que no hallará placer.
Y así porque un rigor
De esperar más me priva,
A mí no me cautiva
Quien me hace padecer.
A otros su frenesí
Los degrada cuando hace
Que un rigor los abrace
Y un mal los haga arder.
Conmigo no es así;
No me encanta una esquiva,
A mí no me cautiva
Quien me hace padecer.
Yaraví
¡Ay, amor!, dulce veneno,
ay, tema de mi delirio,
solicitado martirio
y de todos males lleno.
¡Ay, amor! lleno de insultos,
centro de angustias mortales,
donde los bienes son males
y los placeres tumultos.
¡Ay, amor! ladrón casero
de la quietud más estable.
¡Ay, amor, falso y mudable!
¡Ay, que por causa muero!
¡Ay, amor! glorioso infierno
y de infernales injurias,
león de celosas furias,
disfrazado de cordero.
¡Ay, amor!, pero ¿qué digo,
que conociendo quién eres,
abandonando placeres.
soy yo quien a ti te sigo?
El puro afecto mío, mi ternura
El puro afecto mio, mi ternura,
Va a recibir el golpe mas funesto:
¡Hay Silvia miá! De tus ojos presto
No veré mas el fuego y la hermosura,
Hay hoy entre mis penas fui dichoso:
Tu rostro hermoso
Fue el dulce encanto
Con que mi llanto
Volver solías
En alegrías:
Pero ¡Hay! Lejos de ti ya no hay consuelo,
Todo pena sera y continuo duelo-
Jamas han pretendido mis amores
Otra corona que el honesto lazo
Y nunca en ellos puede dar un paso
Sin tropezar en penas y dolores
Hoy mas que nunca puro e inocente
Mi fuego ardiente
Hace mas pura
Mi fiel ternura;
Pero entre tanto
¡Duro quebranto!
Hoy mas que nunca mi cariño pena
Y el cielo a triste ausencia me condena.
Un olvidado se deshace en llanto,
Mas llora porque el suyo es amor ciego;
Pero que un justo amor vive alejado
Del bien amado.
Que en el empeño
De ver su dueño
Solo consiga
Mayor fatiga
Este si que es tormento y dolor fuerte
Y este golpe me da mi dura suerte.
Mil males en tu amor he tolerado
Sin ver lo fino de nuestra inocencia
El oDioso rencor ¡Dura inclemencia!
A llorar nos había condenado
Enemigos feroces me quitaban
Cuanto deseaban
Mis ansias tiernas
Iras eternas
Han perseguido
Mi pecho herido
Y hoy sobre el tanto males dan de nuevo,
Y hasta las heces su amargura prueban.
Siquiera en medio de contradicciones,
Para mi alivio a veces te miraba
Y tu rostro amoroso demostraba
Que en mi no recelabas variaciones;
Este solo mirar fue mi contento
Y mi tormento
Desaparecía
Cuando veía
Tu rostro afable,
Fino, invariable;
Mas ya este bien cual humo se deshace,
Muere el remedio cuando el mal renace.
Aun cuando la crueldad y tiranía
De tu vista privo mi vivo anhelo.
Verte pisar conmigo un mismo suelo
Alivio un tanto mi melancolía:
En los momentos de la noche oscura
De mi amargura
Supe aliviarme
Con acercarme
A tu morada.
Mi Silvia amada,
Y hoy muere aun este alivio tan pequeño
Lejos me voy ¡Hay! Lejos de mi dueño
¿Que haré cielos? ¿Que haré? ¿Ya que me resta
Después que en Silvia cuanto tuve perdido?
¿Como he de reparar con un recuerdo
La perdida mayor y mas funesta?
Esta imagen, amable y dulce idea
Que hoy me recrea
Sera mañana
Furia tirana
Que me destroce
Mientras no goce
Del bello original que vi primero,
Del bello original que solo quiero.
¡Ay! Siga el llanto, lo que yo no puedo
Al dolor cedo
De mi partida
Y si la vida
Pierdo en el llanto
Por dolor tanto
Tu Silvia, Silvia, con amor sincero
Acuérdate de mi, que por ti muero.
No nació la mujer para querida
No nació la mujer para querida,
por esquiva, por falsa y por mudable;
y porque es bella, débil, miserable,
no nació para ser aborrecida.
No nació para verse sometida,
porque tiene carácter indomable;
y pues prudencia en ella nunca es dable,
no nació para ser obedecida.
Porque es flaca no puede ser soltera,
porque es infiel no puede ser casada,
por mudable no es fácil que bien quiera,
Si no es, pues, para amar o ser amada,
sola o casada, súbdita o primera,
la mujer no ha nacido para nada.
Por no sé que capricho
Por no sé qué capricho
Filis juró olvidarme.
Pasados pocos días,
Hizo otra ves las paces.
Pero fue tan gustoso
Aquel feliz instante,
Que le digo mil veces:
“Filis, vuelve a olvidarme,
Con tal que a pocos días
Vuelvas a hacer las paces”.
¡Ay, amor! Dulce veneno
¡Ay, amor!, dulce veneno,
ay, tema de mi delirio,
solicitado martirio
y de todos males lleno.
¡Ay, amor! lleno de insultos,
centro de angustias mortales,
donde los bienes son males
y los placeres tumultos.
¡Ay, amor! ladrón casero
de la quietud más estable.
¡Ay, amor, falso y mudable!
¡Ay, que por causa muero!
¡Ay, amor! glorioso infierno
y de infernales injurias,
león de celosas furias,
disfrazado de cordero.
¡Ay, amor!, pero ¿qué digo,
que conociendo quién eres,
abandonando placeres.
Soy yo quien a ti te sigo?
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