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María Nicolasa de Helguero y Alvarado

Poesía

Poemas:

Octavas a la memoria de su hermano don pedro de helguero

Desgajado el ciprés, rota la lira,
Mal concertado el susto con el canto,
empiece el triste númen que me inspira
a dar tímida voz envuelta en llanto;
Que mal entre congojas se respira,
Que poco explica quien padece tanto;
Pero si he de cantar, sea el tormento
El que sirva esta vez por instrumento.
Amaba yo a Petronio gneroso
Ufana de que fuese hermano mío,
Miraba que a su genio belicoso
Las Gracias asistían sin desvío,
No desdeñando al joven animoso
Docta, canora, sonorosa Clío;
Gracias y Musas se unen a elevarle
Y las Furias y Parca a derribarle.
Heredó de Cantabria el ardimiento,
Imitó del Gran Noja las acciones,
Advertido ilustró su entendimiento
Tomando de Minerva las lecciones;
Supo dar a su empleo cumplimiento,
Supo también robar las aficiones
Cuando en el regio Nápoles florido
Brilló gallardo y se explicó entendido.
Del Betis caudaloso en la ribera
Festivo divirtió los cortos años
Logrando en la fortuna lisonjera
Los aplausos de propios y extraños;
Corrió veloz, y al fin de la carrera
Enseñó a los mortales desengaños,
Dejando entre cenizas sepultado
El valor adquirido y heredado.
Cuando el sabio Pastor americano
Sulcaba el golfo por gozar su esposa,
El furor atrevido de Vulcano
Arrojó al vaso llama pavorosa;
Diestro Petronio, con activa mano
Cortó el incendio y dio quietud dichosa
A los que ya entre sustos desmayaban
en vista de la muerte que esperaban.
No experimentó en Tolon el triste estrago
Cuando en nave fatal dio providencia
De un sitio a otro discurriendo vago,
Armado de valor y de prudencia.
El mismo fuego le sirvió de halago;
No naufragó, que la alta Providencia
A más glorioso fin le reservaba
En morir por la fe que profesaba.
Del mar funesto el agua procelosa
Anegaba sangrienta el roto pino,
Riesgos surca la gente lastimosa
Sin rumbo, sin aliento, sin destino;
Más avistando (bien que temerosa)
A la excelsa colonia de Barquino,
En su noble piedad hallaron puerto,
Petronio triste y Olivares muerto.
Cercábame el dolor un triste día
En que más su peligro imaginaba,
A su seguridad le persuadía
Mi voz, que en los afectos se animaba;
Desatendió la justa pena mía
Porque de los temores se burlaba,
Y en la causa infeliz de mis enojos
Líquido el corazon corrió a los ojos.
Volvió Petronio al mar y bramó el viento
Enmudecen tritones y sirenas
Ronco sonó el bélico instrumento,
Infausto anuncio de futuras penas;
Sólo Petronio, instado de su aliento
Pisó ardiente las húmedas arenas
Por acercarse al término preciso
De que el mismo nacer le dio el aviso.
¿Adónde vas, Petronio valeroso?
Huye del golfo, que Neptuno airado
Oculta en su domino proceloso
Agareno furor de fuego armado;
Pero en vano es el ruego cariñoso
Que el corazón te envidia lastimado;
Magnánimo, constante, fiel y fuerte,
mi voz no escuchas por buscar tu muerte.
Descúbrense las naves enemigas;
Da la española al viento la bandera,
Corta veloz las olas cristalinas,
Apresa a la otomana más velera;
Petronio, con azañas peregrinas
Mayor victoria conseguir espera;
A seguir a la que huye se previene,
Cuando su misma muerte le detiene.
Bárbara mano, ¿cómo así atrevida,
Con el fuego y el plomo has conspirado
contra el cántabro bello, cuya vida
En su perfecta edad has marchitado?
De su valor el Africa ofendida
Envidiosa, tirana se ha mostrado
Y el infiel Ismael el tiro ha hecho
En el rosado blanco de su pecho.
Admirable divina providencia
Independiente en tus operaciones,
¿Cómo al inmenso abismo de tu ciencia
Podrán sondear humanas conprehensiones?
Yo imagino, Señor, que fue clemencia
Al alma libertar de sus prisiones;
Tu juicio adoro, y víctima te ofrezco
Con el dolor intenso que padezco.
Murió Petronio, y el ingrato olvido
También cruel su nombre ha sepultado;
No hubo laurel, que desdeñoso ha huido
De un mérito, aunque heroico, desgraciado;
Sólo la bella tropa en quien ha sido
Por sus amable prendas estimado,
De su heroicidad imprime historia
En el terso papel de la memoria.

La esposa en la ausencia de su amado

¡Infausta noche oscura
en que mi amable Esposo se ha ausentado!

Por gozar su hermosura
dejaré patria, casa y pueblo amado;
herida de su amor salgo a buscarle,
y no he de descansar hasta encontrarle.

Como divina esencia
estás presente; poderoso, en todo;
pero vuestra clemencia
suspendéis, ¡oh, Señor!, y de tal modo,
que celoso de mí, Dueño querido,
para probar mi fe te has escondido.

Cual el ligero ciervo
huiste de mi vista presuroso,
y del tormento acerbo
mi pecho siente el golpe riguroso.

Más me esfuerza el amor, Dueño Divino,
y no temo los riesgos del camino.

Este desierto triste,
donde faltan de flores las alfombras,
y solamente existe
el horror pavoroso de las sombras,
a los ayes que doy, ¡dolor terrible!,
parece se conmueve, aunque insensible.

No estorbes, alto monte,
los pasos de esta amante peregrina
que deja tu horizonte
y a buscar a su Esposo se encamina.

¿Y cuándo encontrará mi fiel afecto
a mi Bien, a mi Luz, a mi Dilecto?

¿Si oyendo los balidos
de sus ovejas, a quien tanto ama,
estará en los ejidos,
pisando de los campos verde grama?

¿O en las altas nevadas serranías
compadecido de las ansias mías?

¿Si en sencillas aldeas,
fuerza de las ciudades y bullicio,
donde en tantas tareas
el útil labrador cumple su oficio?

Allí podré encontrar mi Rey augusto,
que fija en la humildad su trono y gusto.

Zagalas que en apriscos
cuidadosas guardáis vuestro ganado:
pastores que estos riscos
tantas veces habéis atravesado,

¿habéis visto al más bello peregrino,
que siendo humano tiene ser divino?

Verde prado frondoso,
matizado con tanta margarita,
¿descansó en ti mi esposo,
cuyo inmenso poder no se limita,
del Padre resplandor puro, brillante,
que antes fue que el lucero, y es mi amante?

Fresca, agradecida fuente,
que aumentas de estos valles la hermosura,
detén a tu corriente
y de mi pecho templa la amargura;
formando el cristal brillante espejo
en el que de mi bien vea el bosquejo.

¡Oh memoria!, ¡oh memoria!,
no aumentes con recuerdos mi tristeza;
me falta aquella gloria
que el Amado me daba con fineza;
dichosa con su vista descansaba,
y su aliento divino me animaba.

Apreciable tesoro,
precioso, eterno, bello y exquisito,
al rendido adoro,
por ser prenda de Vos, Dios infinito:
mis ojos no te ven, te has ocultado,
mas en ti el corazón tengo fijado.

A la tórtola amante
que en rama seca triste está gimiendo,
pero fiel y constante
desvíos de su Amado padeciendo,
excedo en el dolor, estoy herida,
y ausente de mi bien, pierdo la vida.

Las bellísimas aves
que alegres cantan al rasgar la aurora,
dejen músicas suaves,
suspendan la armonía por ahora
que el increado sol que vi en Oriente
ha escondido su luz resplandeciente.

Vuele el céfiro blando,
llegue veloz a darme algún recreo,
y del que estoy buscando,
a quien amo, a quien sirvo, a quien deso,
toque con suavidad las tiernas huellas
que el Amado estampó con plantas bellas.

¿Adónde entre las flores
sosegará mi Bien la meridiana,
gozando sus amores
el candor puro de la azucena ufana?
Mi Dueño, ¿adónde estás, adónde moras?
De tu ausencia, Señor, cuento las horas.

Todas las criaturas,
a quien disteis el ser, Rey soberano,
y son diestras hechuras
de vuestra liberal divina mano,
aunque unidas concurran a aliviarme,
no es posible que puedan consolarme.

La tempestad terrible
acrecienta las sombras dominantes,
el rasgo más temible
amenaza a mi vida por instantes;
el iris aparezca de bonanza,
pues en él solo tengo mi esperanza.

¿Cuándo aquel verde ramo
la paloma traerá de sacra oliva,
y el Dueño a quien yo amo
aliento me dará para que viva?

Ven, mi Bien; ven, Señor, y sea luego,
y cesará el diluvio en que me anego.

Romperé las fronteras,
surcaré ansiosa procelosos mares;
con quejas lastimeras
penetraré las fuerzas militares:
circundaré la tierra, siempre estable,
que me esfuerza un amor que es admirable.

Llorosa doy las señas
del bien Amado, cuando así padezco;
en poblados y en breñas
pregunto por la luz de que carezco.

Como no me responden, se acrecienta
el poderoso amor que me atormenta.

Oí la voz del Dueño,
cuyos ecos mi pecho liquidaron.

Llamé y con gran ceño
los guardias me siguieron y ultrajaron;
las del muro, aumentando mis asombros,
el palio me quitaron de los hombros.

De Sión nobles hijas
que habitáis en su centro venturosas,
a mis penas prolijas
mitigad con noticias amorosas.

¿Habéis visto en Salen mi Esposo amado,
rubio, perfecto, blanco y encarnado?

Sus labios agraciados
derraman suavemente la dulzura;
son bienaventurados
los que dichosos gozan su hermosura:
camina vencedor, y va con palma,
llevando en pos de sí toda mi alma.

Penetró mi fiel pecho
tu saeta sutil, dueño adorable,
y habiendo el tiro hecho,
te alejaste de mí, bien inefable.

Desfallezco, Señor, muero de amores;
las manzanas me cerquen, y las flores.

Vuelve, vuelve a los lazos
que finamente fuertes aprisionan:
descansa entre mis brazos,
si deliquios amantes te enamoran:
cesen iras, aparta los enojos,
vuelve a mirarme, vuelve a mí tus ojos.

Biografía:

María Nicolasa de Helguero y Alvarado (siglo XVIII). Poeta española. Marquesa de San Isidro. San Cebrián de Buena Madre (Palencia), 4.XI.1719 – Las Huelgas (Burgos), 1805. Religiosa cisterciense, poeta, noble.

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