Poesía de Uruguay
Poemas de María Eugenia Vaz Ferreira
María Eugenia Vaz Ferreira (1875-1924) ocupa un lugar privilegiado en la literatura uruguaya como una de las voces más singulares del modernismo y una pionera entre las mujeres poetas del país. Contemporánea de figuras como Delmira Agustini y Julio Herrera y Reissig, María Eugenia se destacó por su sensibilidad metafísica, su musicalidad lírica y una personalidad enigmática que marcó su obra y su vida. Nacida en una familia intelectual y cosmopolita, hermana del filósofo Carlos Vaz Ferreira, mostró desde joven una inclinación natural hacia las artes, aunque su formación académica fue autodidacta, impulsada más por el instinto que por la academia.
La poesía de Vaz Ferreira refleja un alma introspectiva y profundamente inquieta. Su obra, marcada por la soledad y el desasosiego, transita entre el romanticismo y el simbolismo, con un sello personal que la lleva a lo metafísico. En sus versos, el amor es un anhelo etéreo, una búsqueda imposible, mientras que la naturaleza y lo trascendental cobran protagonismo como metáforas de su propio universo interior. Su única publicación en vida, La isla de los cánticos, editada tras su muerte por su hermano Carlos, es un testimonio de su genio poético, tan lleno de fragilidad como de fuerza.
Como docente, María Eugenia dejó también una huella imborrable. Su labor en la Universidad para Mujeres en Montevideo y su cátedra de literatura transformaron la enseñanza en una experiencia apasionada e intelectual. Sin embargo, su salud mental, siempre frágil, la obligó a retirarse prematuramente, acentuando su aislamiento y su condición de figura misteriosa y casi mítica en la escena cultural de su tiempo.
Además de su poesía, incursionó en el teatro, con obras como La piedra filosofal y Resurrexit, que se estrenaron en el Teatro Solís. Estas piezas revelan su interés por lo simbólico y lo trascendental, mostrando una sensibilidad cercana a lo filosófico. María Eugenia también exploró la música y la pintura en sus años más jóvenes, campos que enriquecieron su visión artística y su estilo lírico.
Su poesía, recogida póstumamente en volúmenes como La otra isla de los cánticos, continúa siendo un legado fundamental de las letras uruguayas. En sus textos, se percibe una voz universal que trasciende el tiempo, dialogando con la soledad, la belleza y los grandes enigmas de la existencia. María Eugenia Vaz Ferreira fue más que una poeta: fue una creadora de islas interiores, un espíritu que navegó entre las luces y las sombras, dejando un reflejo eterno en las aguas de la literatura latinoamericana.
Canto verbal
A ti, palabra mi suprema dea,
tiende sus alas la esperanza mía
águila errante del desierto humano
sin altas cumbres donde reposar
el tedio de las rutas infinitas…
Tiende sus alas como a excelsa fuente
pródiga de belleza y de armonía;
quiere beber en tu copa de oro,
quiere bañarse en el agua sonante,
mudable en sus ritmos, diversa en sus glosas
y cuyo oleaje ya
sacudido por vértigos fecundos
o melodioso de serenidad…
A ti, palabra que tienes la magia
de sabiamente transmutar tu forma
y ajustarla a la loca trashumancia
de la maravillosa ánima viva….
Oh profunda, variante y fugaz,
que floreces en vetas luminosas
perfumadas de esencia espiritual…
Ánfora
de caudalosas perlas en murmurio,
de blancas nieves y de rojas flamas.
Ánfora
de tempestades y constelaciones,
de suaves lluvias y silbantes rachas…
Ánfora
de sonoras cadencias,
de crujiente espuma, cascabel marino,
de místicas hostias y de miel pagana…
No hay un tesoro que supere al tuyo
en abundancia de oportunas galas
para quimeras y revelaciones,
grandes historias y leyendas magnas
no hay un tesoro que supere al tuyo,
vertiginoso para la elocuencia,
inagotable para la ilusión,
lírico para el numen romancesco
y musical para el divino amor…
Por tu vocero el invisible espíritu
se glorifica en vividas ofrendas,
su lira tañen las carnales fibras
y el corazón henchido se desborda
en sublimes poemas…
Por ti
sobre el bronce triunfal de los escudos
brotaron rosas trágicas,
cuyo fragante olor de sangre noble
blasonó las estirpes y las razas.
Por ti
en las verdes pupilas de las fieras
las sombras de los ímpetus salvajes
se trocaron en. húmedas estrellas.
Por ti se abrió de muchas rocas duras
el regazo feraz
en el dulce licor de sus vertientes
se confortó la esperanza mortal.
Yo no sé en qué fantástica materia
al escultor de la progenie humana
le plugo modelar la estatua mía,
que no ablanda la luz de las auroras
ni el oscuro crepúsculo marchita;
pero si alguna vez mi corazón
abre a la vida su raudal interno,
sí se doran mis áridas llanuras
y se pueblan de esquifes mis océanos,
si se viste de estelas fulgurantes
la. nebulosa noche de mis piélagos
y las alas sin sol de mis pendones
en raudas ondas flotan a los vientos,
si gorjean mis pájaros será
cuando en la entraña de un sacro silencio
sobre la losa de mi tumba viva
choque su llama tu rayo de fuego.
Voz del retorno
Nada le queda al náufrago; ya nada: ni siquiera
la dulce remembranza de un viejo sueño vano,
ni la marchita y frágil ala de una quimera
que al estrecharse deja su polvo entre la mano.
La media noche es tarde y el alba fue temprano,
y el orgulloso día le dijo al sol: “Espera”;
quien sin besarla aspira la flor de Primavera,
pasa como una sombra por el jardín humano.
Violetas de los prados en el solar fragante,
rosas de los pensiles rojas y perfumadas
que al pasajero abrieron su misterioso broche;
el náufrago retorna como una sombra errante,
sin una sola estrella de flámulas doradas
con que alumbrar el fondo de su infinita noche.
Elegía crepuscular
Viento suave del crepúsculo,
viento de las leves alas,
azulmente silenciosas
y azulmente solitarias,
anónimo pasajero
fugaz en todas las patrias,
en las misteriosas selvas
y en las grutas oceánicas,
viento suave del crepúsculo,
viento de las leves alas…
Tu roce sobre mi frente
tiene la misma eficacia
de la luna entre las ruinas,
de los óleos en las llagas
y de las claves que aflojan
el cordaje de las arpas…
Tu fresco soplo serena
la exaltación de mi alma
fosca de llamar sin nombre
y esperar sin esperanza
por haber nacido póstuma
dentro de su propia lápida…
Viento suave del crepúsculo
que cruzas sin decir nada
el transitorio paréntesis
suspenso en la sombra vaga,
cuando enmudecen las cosas
o todavía no cantan,
cuando de los rojos soles
palidecieron las flamas
y las nocturnas estrellas
están todavía pálidas…
Si yo supiera estar triste
yo me desharía en lágrimas
para que así me bebieran
las caricias de tus ráfagas
¡Qué lindo renunciamiento!
¡Qué liberación beata!
Viento suave del crepúsculo
si tus brisas me acabaran,
azulmente silenciosas
y azulmente solitarias,
viento suave del crepúsculo,
viento de las leves alas.
Hacia la noche
Oh noche, yo tendría
una palma futura, desplegada
sobre el gran desierto,
si tú me das por una sola noche
tu corazón de terciopelo negro,
y yo, al compás de su morena sangre,
canto con las ondas beatas el sacro silencio.
Mi canto será vivo
sólo por el deseo
de serenar la cuotidiana angustia…
Oh noche, yo te quiero
sin el fulgor de luminosos astros,
sin marinos clamores
y sin la voz que finge
en los cráneos sonoros el rumor de los vientos.
Oh dulce noche mía, oh dulce noche!
Aunque el glorioso pájaro del alba.
rompa después mi lapidario ensueño,
un polvo de inquietud arda en mis ojos,
y me seas de nuevo
sólo una palma antigua, replegada
sobre el gran desierto.
Heroica
Yo quiero un vencedor de toda cosa,
invulnerable, universal, sapiente,
inaccesible y único.
En cuya grácil mano
se quebrante el acero,
el oro se diluya
y el bronce en que se funden las corazas,
el sólido granito de los muros,
las rocas y las piedras
los troncos y los mármoles
como la arcilla modelables sean,
A cuyo pie sin valla y sin obstáculo
las murallas amengüen,
se nivelen los pozos,
las columnas se trunquen
y se abran de par en par los pórticos.
Que posea la copa de sus labios
el licor de la vida,
el virus de la muerte,
la miel de la esperanza,
las beatas obleas del olvido,
y del divino amor las hostias sacras.
Que al erótico influjo de sus ojos
se empañen los cristales,
la nieve se calcine,
se combustione el seno
virginal de las selvas
y se empenache con ardientes ascuas
el corazón de la rebelde fémina.
Que al rayar de su testa iluminada
resbalen de las frentes
las más bellas coronas,
los lábaros se borren,
repliegue sus insignias
la faz del estandarte
y vacilen los símbolos ilustres
sobre sus pedestales.
Yo quiero un vencedor de toda cosa,
domador de serpientes, encendedor de astros
transponedor de abismos…
Y que rompa una cósmica fonía
como el derrumbe de una inmensa torre
con sus cien mil almenas de cristales
quebrados en la bóveda infinita,
cuando el gran vencedor doble y deponga
cabe mi planta sus rodillas ínclitas.
Vaso furtivo
Por todo lo breve y frágil,
superficial, fugitivo,
por lo que no tiene bases,
argumentos ni principios;
por todo lo que es liviano,
veloz, mudable y finito;
por las volutas del humo,
por las rosas de los tirsos,
por la espuma de las olas
y las brumas del olvido…
por lo que les carga poco
a los pobres peregrinos
de esta trashumante tierra
grave y lunática, brindo
con palabras transitorias
y con vaporosos vinos
de burbujas centelleantes
en cristales quebradizos…
Holocausto
Quebrantaré en tu honra mi vieja rebeldía
si sabe combatirme la ciencia de tu mano,
si tienes la grandeza de un templo soberano
ofrendaré mi sangre para tu idolatría.
Naufragará en tus brazos la prepotencia mía
si tienes la profunda fruición del oceáno,
y si sabes el ritmo de un canto sobrehumano
silenciarán mis arpas su eterna melodía.
Me volveré paloma si tu soberbia siente
la garra vencedora del águila potente;
si sabes ser fecundo seré tu floración,
y brotaré una selva de cósmicas entrañas,
cuyas salvajes frondas románticas y hurañas
conquistará tu imperio si sabes ser león.
Tu rosa y mi corazón
Antes que entre tus labios y mi oído
el ciprés del silencio, largo y mudo,
alce su quieta cima,
de tu palabra en el cristal sonoro
dame una roja rosa, que será
por tu lirismo y tu carne fragante
rosa de amor humano y rosa mística.
La prenderé en mi pecho
sobre la palpitante rosa mía,
y del perpetuo beso el tibio roce
esparcirá sus perfumadas ondas…
Hoy,
ebria de aroma me será brindada
la belleza infinita…
y en mi larva fugaz cuando se apaguen
los armoniosos éxtasis
me envolverán las perfumadas ondas
en su mortaja amante y siempreviva.
Dame una rosa, antes
que el ciprés largo y mudo, entre nosotros
alce su quieta cima…
La estrella misteriosa
Yo no sé dónde está, pero su luz me llama,
¡oh misteriosa estrella de un inmutable sino!…
Me nombra con el eco de un silencio divino
y el luminar oculto de una invisible llama.
Si alguna vez acaso me aparto del camino,
con una fuerza ignota de nuevo me reclama:
gloria, quimera, fénix, fantástico oriflama
o un imposible amor extraño y peregrino…
Y sigo eternamente por la desierta vía
tras la fatal estrella cuya atracción me guía,
mas nunca, nunca, nunca a revelarse llega!
Pero su luz me llama, su silencio me nombra,
mientras mis torpes brazos rastrean en la sombra
con la desolación de una esperanza ciega…
La rima vacua
Grito de sapo
llega hasta mí de las nocturnas charcas…
la tierra está borrosa y las estrellas
me han vuelto las espaldas.
Grito de sapo, mueca
de la armonía, sin tono, sin eco,
llega hasta mí de las nocturnas charcas…
La vaciedad de mi profundo hastío
rima con él el dúo de la nada.
Regreso
He de volver a ti, propicia tierra
como una vez surgí de tus entrañas;
con un sacro dolor de carne viva
y la pasividad de las estatuas.
He de volver a ti gloriosamente,
triste de orgullos arduos e infecundos
con la ofrenda vital inmaculada.
No sé, cuando labraste el signo mío,
el crisol armonioso de tus gestas
dónde estaba…
dónde la proporción de tus designios…
Tú me brotaste fantásticamente
con la quietud de la serena sombra
y el trágico fulgor de las borrascas…
Tú me brotaste caprichosamente
alguna vez en que se confundieron
tus potencias en una sola ráfaga…:
Y no tengo camino;
mis pasos van por la salvaje selva
en un perpetuo afán contradictorio,
la voluntad incierta se deshace
para tornasolar la fantasía;
con luz y sombra, con silencio y canto
el miraje interior dora sus prismas;
mientras que siento desgranarse afuera
con llanto musical los surtidores,
siento crujir los extendidos brazos
que hacia el materno tronco se repliegan,
temor, fatiga. solitaria angustia,
y en un perpetuo afán contradictorio
mis pasos van por la salvaje selva.
Ah, si pudiera desatar un día
la unidad integral que me aprisiona
Tirar los ojos con los astros quietos
de un lago azul en la nocturna onda…
Tirar la boca muda entre los cálices
cuyo ferviente aroma sin destino
disipa el viento en sus alas flotantes
Darle el último adiós
al insondable enigma del deseo,
cerrar el pensamiento atormentado
y dejarlo dormir un largo sueño
sin clave y sin fulgor de redenciones
Alguna vez me llamarás de nuevo
Y he de volver a ti, tierra propicia,
con la ofrenda vital inmaculada,
en su sayal mortuorio toda envuelta
como en una bandera libertaria.
- Emmanuel d’Astier de la Vigerie
- Mario Benedetti
- Mauricio Redolés
- Clara Janés
- Mario Molina Cruz
- Juan Cobos Wilkins
- Belén Reyes
- René Char
- Pedro Enríquez Martínez
- Sandro Cohen
- Quilo Martínez
- Sarandy Cabrera
- Joaquín Cifuentes Sepúlveda
- Justo Navarro
- Manuel Machado
- Catulle Mendès
- Francisco Morales Santos
- Mercedes de Acosta
- Cayetano Córdova Iturburu
- Hugo Mujica